Número 69

9 los derechos humanos que ésta política bélica ha generado. La promesa de acceder a un Estado de derecho y recuperar la paz social fueron confrontadas por las escalofriantes cifras de personas desaparecidas, masacres públicas, muertes violentas, enfrentamientos y balaceras; expresiones de terror de las cuales hemos sido testigos -unos más cercanos que otros- durante más de dos sexenios, -algunos tiempos más intensos que otros-, pero ha sido una constante que se pronostica como un periodo difícil de superar. Todo este escenario, además de dejar en evidencia la crisis humanitaria y la constante violación a los derechos humanos que se ha vivido en las últimas décadas en nuestro país, da cuenta de la ausencia de empatía y condolencia social que se necesitan en estos periodos de dolor. Los cuerpos desnudos bañados en sangre, restos de autos quemados o balaceados en enfrentamientos, masacres a personas en estado de indefensión, fueron imágenes que más que ofender a la dignidad humana, se fueron haciendo comunes y cotidianas, generando un léxico que construía la tragedia con neologismos: “encobijados, encajuelados, pozoleados, entapiados”. En este nuevo lenguaje común, donde no hay sobresaltos ni atentados a la dignidad cuando se habla con toda naturalidad de fosas clandestinas, restos humanos, embolsados, cuerpos calcinados, narcomantas, entre otros apelativos que se han convertido en una realidad cercana y conocida para cualquiera persona, las dificultades en el trabajo de campo académico o comunitario se han vuelto mayúsculas. Incluso, diferentes investigadores de las ciencias sociales han debatido la pertinencia y necesidad de reconocer que, dado el número de muertes violentas, de personas desaparecidas y desplazadas de manera forzada, se puede señalar la existencia de una “guerra civil económica” (Shedler, 2015; 2016), de una “narcoguerra” (Illades y Santiago, 2014) o hasta de un ejercicio continuo de “violencia de Estado” (Calveiro, 2012; Aguayo, 2015; Enciso, 2016). El recuento de estos eventos dolorosos al paso de los años se hace cada vez más complicado en tanto siguen ocurriendo, se acumulan, se hacen habituales y al exponenciarse en tal cantidad, se han tornado hasta difíciles de recordar; vivimos en medio de un conflicto que nos genera retos epistemológicos y metodológicos para un trabajo que busca analizar los procesos de memoria y de reconstrucción, más aún cuando lo que se pretende es intervenir en algunos sitios donde familiares y miembros de la comunidad han expresado el deseo de resignificar la muerte, el sufrimiento y el dolor. Precisamente este es el objetivo del presente texto: compartir la experiencia de investigación e intervención en tres lugares que fueron epicentros del terror de la violencia criminal dentro del territorio mexicano, comunidades que vivieron el trauma en los sexenios pasados y que continúan con un latente riesgo por vivir en regiones que el crimen organizado o redes de narcotráfico mantienen controladas. Memoria que resiste El escenario cotidiano antes descrito ha dejado a su paso miles de víctimas que oficialmente se han querido acallar, ignorar u olvidar; sin embargo, se han hecho presentes en el espacio público, para combatir el estigma social que les señala como delincuentes, contrarrestar la indolencia e indiferencia colectiva, así como para luchar contra la impunidad por los diversos delitos de que han sido víctimas y en los que generalmente no se hace justicia. Una de las expresiones más notables de familiares, colectivos, vecinos, estudiantes o académicos en hacer manifiestos a esas víctimas olvidadas oficialmente, son los ejercicios de memoria en emplazamientos materiales que han sido escenarios del terror de la muerte y que son intervenidos para resignificar ese dolor. Cambiar el horror por la esperanza ha sido una de las consignas de colectivos y familiares que, desde abajo, no sólo buscan a sus familiares desaparecidos o hacen las investigaciones judiciales, sino que también construyen sus espacios de recuerdo y los alimentan de prácticas sociales que reivindican la lucha por sus víctimas. Memoria que resiste precisamente emprendió esa tarea: una campaña colectiva articulada en diversas jornadas en las que investigadores,

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