Número 51

32 Suben prontas la escala acoplando hábilmente su propia cadencia a la del buque, en dominio experimentado del equilibrio, y en un momen- to, el tropel de unas setenta féminas aborda la nave para hacerse cargo de ella y de sus tripu- lantes por completo: de la tripulación de unos 35 hombres, el capitán y el jefe de máquinas son los primeros que se encierran en sus respectivos camarotes con dos de ellas cada uno, y la distri- bución del personal se hace de manera expedita, de modo que en pocos minutos ya nadie a bordo, ni maquinistas, ni engrasadores, ni contramaes- tre ni cocineros transitan más por los pasillos del interior o por las cubiertas. Pero no todas las visitantes vienen a trabajar, no: hay mujeres ya de edad avanzada que llegan a comer, a bañarse con jabón y agua caliente, a descansar, “a saludar a los muchachos”, dicen. La cocina del barco pasará entera varios días a ma- nos de las visitantes. En tanto, el joven segundo oficial cambia solícito aunque inexperto el pañal al crío de la mujer que lo visita. Y el cuadro se completa con la llegada luego, en lancha más ex- clusiva, de una elegante chica de Cali, de condi- ción social contrastante con la de sus compatrio- tas, en visita especial al primer oficial de la nave. Hay jerarquías en ambos mundos. Y es que, si cada marinero tiene a su querida en cada puerto, cada una de ellas tiene a su vez a su marinero en cada barco. Esa noche me llaman para atender a una de las chicas, quien convulsiona, mientras la mira azo- rado no sólo uno de los dos noveles ingenieros de máquinas egresado del Instituto Politécnico Na- cional, con quien estaba encamada, sino también su colega y su respectiva pareja, pues compartían camarote y quehacer; y es que, ¿quién iba a pre- ver, en esas circunstancias, el ataque epiléptico de una de las visitantes en pleno desempeño laboral? Temprano a la mañana, “el eléctrico” y yo sa- limos en lancha a puerto, cada uno con derro- teros diferentes. Ese “eléctrico”, aparte de lidiar con los “winches”de las grúas, se dio a conocer por la música que dominaba uno de los pasillos de la cubierta baja, que era donde se ubicaban los camarotes de la marinería. Su cabina abierta era una de las fuentes inagotables de sonido en esos pasillos. Pero en este caso no eran cumbias lo que de ahí emanaba. De su amplia y ordenada colección de casetes provenía, inaudita ahí, sólo Buenaventura, Colombia. Fuente: http://static.panoramio.com/photos/original/46426799.jpg

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