Número 51

33 música clásica. Había tenido que salir del país, explicaba, porque siendo parte de la escolta de seguridad del ingeniero Heberto Castillo, las co- sas se habían puesto delicadas y en el Partido Mexicano de los Trabajadores le ordenaron au- sentarse un tiempo del país. Así que se recicló como ingeniero eléctrico naval. Pero esa temprana mañana en el “Tepic”, del barullo de la tarde anterior en que irrumpieran las bienvenidas visitantes no queda nada; la nave fon- deada se encuentra apacible, y el policía en su si- tio, adormilado. El “eléctrico” aparece irreconoci- ble, luego de envainar un poco a fuerza su enorme fisonomía en un traje oscuro, anudada una insólita corbata: me confía solemne que habrá de visitar a sus “contactos” políticos en estos días en Cali. Yo aprovecho a su vez para internarme cuanto antes también en Colombia aunque sea un poco, pero sin un mapa ni del país ni de la región, y es que el tal plano resulta ser un documento por entero exótico, imposible de rastrear en Buena- ventura; abordando un autobús tan desvencijado como repleto, acabaré deteniéndome en el pue- blo serrano de Silvia a pasar la noche e iré luego a Cali y a Popayán, ese exquisito pueblo colonial que tiempo después, en marzo de 1983, sería tan duramente golpeado por un terremoto. El retorno a Buenaventura sucede apenas a punto para subir al barco que parte, llevando con- sigo el gusto del tinto , de los fríjoles , de la belleza de las colombianas y de su sostenida mirada. En el puerto previo, en Balboa, había regresado de la ciudad de Panamá justamente cuando el “Tepic” se separaba ya del muelle y sólo pude reintegrar- me a bordo gracias a un tablón que oportunamen- te me tendieron desde cubierta, pues se había adelantado la hora de partida sin yo saberlo. Ya en altamar, al otro día de dejar Buenaven- tura, los marineros descubren en su escondite en popa a un jovencísimo polizón, subido de contra- bando por las mujeres que habían tomado la nave por asalto días antes. El capitán, irritado, ordena perentoriamente a dos marineros que arrojen al mar al espantado muchacho, o más bien aterrado pero sin tierra donde caer, sino solamente agua en cantidades colosales. Y lo sostienen por la borda en el vacío. Luego del realista “performance” que yo también me creí y ante el cual reclamaba, los Popayán, Colombia, marzo de 1983. Fuente: http://www.wradio.com.co/images/1868175_n_vir1.JPG

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