Número 51

28 de las expediciones marítimas del exilio venezo- lano para luchar contra la dictadura de Juan Vi- cente Gómez a fines de los años veinte del siglo pasado o a las que propició el proyecto indepen- dentista de José Martí a fines del siglo XIX. Cuentan también, aunque de otros modos, las mitologías acerca del exilio dorado y del exilio sa- crificial -entre la penuria y el desgarramiento-. Es- tos últimos han sido recuperados por Carlos Bro- cato (1986) y Loreto Rebolledo (2006) para los casos argentino y chileno de los años setenta y por Melgar para el exilio aprista peruano de los años treinta del siglo pasado (2003). Sin embargo, Brocato va más allá, al advertirnos que la dialéctica de la nostalgia, la penuria y el sufrimiento suscita dos mitos que mutuamente se oponen y descalifi- can políticamente: «Nadie padeció más que noso- tros, se dicen al unísono los “de adentro” y los “de afuera”. Es un lamento excluyente, porque niega el sufrimiento del otro » (Brocato, 1986: 77). Este juego desgarrador de mutuas incrimina- ciones políticas erosiona la memoria y lo que queda de la organización y del proyecto político. La historia del exilio, inevitablemente se anuda con algo más que el tiempo de la expulsión, del «salto afuera», muchos hilos siguen atando a los adentro y a los de afuera, afines, adversarios y enemigos. Hubo casos como el del chileno Fran- cisco Bilbao a mediados del siglo XIX o el pe- ruano Esteban Pavletich que entre 1925 y 1930, iba de deportación en deportación saliendo de un país para entrar a otro. Tanto Bilbao como Pa- vletich forman parte de ese pequeño contingente de desterrados insumisos que no ven al país re- ceptor como espacio de remanso sino de comba- te. Ellos abonaron a favor de la mitología heroica del desterrado internacionalista. Y en lo que respecta al mito del retorno debemos decir que puede ser visto, por la violencia simbóli- ca que es capaz de potenciar, así como por su fun- ción política movilizadora. En cambio, pocas veces este mito es abordado como una coartada del et- nocentrismo de los exiliados, que bloquea, filtra o niega a la cultura del país receptor. La preparación Batista en Cuba. La historia accidentada y fallida de este emprendimiento signa los orígenes de la Revolución cubana. para el retorno vuelve efímero y quebradizo toda raíz y todo lazo con la sociedad receptora. Existen dos construcciones mitológicas adi- cionales dignas de ser tomadas en cuenta, la del exilio traición, y la que en su polaridad, confi- guran la tierra del mal bajo la dictadura o la tie- rra sin mal del país refugio. Fernando Ainsa ha subrayado que la ruptura con el país de origen, requiera una apoyatura con carga mítica espa- cializada, la cual es cubierta por la imagen de la «tierra prometida» (Ainsa, 1982:49-64). La re- elaboración mítica positiva y edénica del país receptor, importa tanto para los exiliados como para los migrantes, la distinción radica en todo caso, en que los primeros politizan sus conteni- dos, mientras que los segundos, ponen el acento, en las imágenes del bienestar deseado. La dolorosa experiencia del exilio argentino de los setenta, es la que más ha documentado la

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