IN MEMORIAM: Para Tullio Seppilli. Un recuerdo coral

Nota: El siguiente texto remite a la figura de Tullio Seppilli, quien se involucró en “una antropología como investigación en el corazón mismo de la sociedad, de sus problemas y de sus injusticias”[1]. Una breve intervención videograbada y emblemática de Seppilli respecto a la atención en salud mental se puede consultar en:

https://www.facebook.com/100057311987306/videos/759726067570949


Tullio Seppilli y Yara trabajando, Fondazione Angelo Celli per una cultura della salute, Perugia, octubre de 2006. Foto de Sabrina Flamini.

Tullio, fallecido en 2017, figura destacada en la antropología italiana, en el impulso a la antropología médica y a la reforma sanitaria en su país, dejó un testimonio elocuente de lo que es generar un sólido y solidario equipo de trabajo académico mediante el afecto, la rigurosidad y el compromiso político. El recuerdo coral de varios de sus discípulos y luego colegas, que reproducimos aquí traducido, nos invita a pensar que aun a medio siglo de distancia, y en otro ámbito cultural y político, la construcción de colectivos de docencia e investigación bajo un cometido de responsabilidad social puede abrevar de ese testimonio, a contracorriente del individualismo y de la productividad virtual que impactan ya a ciertos circuitos institucionales. Una aguda reflexión sobre la obra de Seppilli en torno al pensamiento, el marxismo y la imaginación antropológica es la de Massimiliano Minelli[2], quien comparte estas líneas:

Sin embargo, incluso en sus últimas investigaciones, su apertura al futuro es sorprendente. En situaciones donde el pesimismo parece prevalecer, el análisis de los factores estructurales y de poder lo llevó a ver en la investigación social, confiando en el poder crítico del ejercicio del pensamiento, un posible terreno para el “aclaramiento de las conciencias” y la liberación. Por esta razón, extrañamos hoy las oportunidades de pensar con él en cuanto a lo que sucede en el mundo, dedicando el tiempo necesario, un tiempo suficiente para comprender lo que sucede en situaciones específicas, para continuar haciendo investigación científica y experimentar nuevas formas de compromiso ético, social y político. Una tarea difícil, que le preocupaba especialmente y requiere claridad y capacidad para desenredar implicaciones y el involucramiento de afectos en terrenos complicados: el sufrimiento, la locura, las posibilidades de lograr la salud colectiva en condiciones de desigualdad y explotación. Y ante estos desafíos lo que más extrañamos es su capacidad para reflexionar sobre los cambios y el ejemplo de una práctica intelectual viva y abierta, impulsada por un compromiso constante y una sutil ironía (2018: 119).

 


[3]

Tullio Seppilli iniciaba su autobiografía en un número reciente de L’Uomo, intentando reconstruir las razones que lo llevaron a convertirse en antropólogo. Personas como su madre, hechos biográficos, su ser judío y su migración a Brasil, hechos históricos como el fascismo y las leyes raciales en Italia. Un complejo de factores incide siempre en las elecciones significativas de la vida y muchos fueron también los que estuvieron presentes en mi elección y en la de mis compañeros de universidad y luego mis colegas de la Universidad de Perugia para hacernos antropólogos.

Sin embargo, el encuentro con Tullio de nosotros, sus alumnos de primera generación, fue decisivo, ciertamente no el único pero sí el principal, porque Tullio personificaba no sólo la antropología, ofreciéndonos también a través de la antropología las herramientas para leer nuestras propias expectativas generacionales, sino también la política y la relación entre política y antropología. Con todo aquello que representó la política en los años setenta para amplios sectores del mundo juvenil.

Son precisamente los estudiantes de primera generación aquí reunidos en esta memoria, aquellos que se acercaron a la antropología en este período a través de Tullio, aquellos quienes este dúo antropología-política tocan de diversas maneras en sus aportes. Las lecciones de Tullio a fines de los años sesenta eran océanos.

El aula magna plena de estudiantes pendientes de sus labios. Quienes lo conocieron saben que Tullio tenía una manera de hablar persuasiva y convincente que había mantenido a lo largo de los años, a través de una hábil modulación de la voz, una organización precisa del habla siempre rigurosamente “improvisada” y una performatividad basada en un estilo minimalista, informal y accesible en su vestimenta y presentación. Estas últimas características, que se han generalizado en los últimos años también en las universidades italianas, eran entonces revolucionarias, sobre todo si se las compara con los trajes oscuros y anónimos de los otros profesores que también competían entre sí por la grisura de sus discursos. La antropología cultural era en esa época de la universidad un modesto “examen complementario”, como se decía en su momento, pero que gracias a él adquiriría un prestigio y relevancia que se consolidó con el tiempo. Hasta aquí las virtudes didácticas que, sin embargo, no serían del todo comprensibles si no se tiene en cuenta que Tullio, más que un profesor fue también un intelectual y un político. Un intelectual y un político en el sentido gramsciano. Un intelectual orgánico en quien la idea de la alianza entre los intelectuales y el movimiento obrero y progresista dentro de una militancia en un partido como el PCI, que en aquellos años se refería a estas clases sociales, constituía una brújula de referencia personal y científica. Por lo tanto, la atracción hacia él entre nosotros, los jóvenes estudiantes era omnicomprensiva y no sólo científica, y nada más “natural” era su cercanía a las iniciativas del movimiento estudiantil de 1968 en las que todos participamos, aunque dentro de la izquierda con diferentes inclinaciones políticas, a pesar de que no todas se encontraban todavía claramente definidas. En este período iniciático, fue de gran importancia para cada uno de nosotros la existencia de un lugar físico y al mismo tiempo institucional y simbólico, “el Instituto”, que giraba en torno a Tullio, quien lo había fundado pero que también nos permitía a nosotros, sus alumnos, tener una colocación y encontrar una identificación en un proyecto global territorializado en un lugar físico que iba más allá de su fundador. La constitución del Instituto de Etnología en 1956 fue el primer paso de esta construcción, a la que siguió dos años más tarde, en 1958, su transformación en Instituto de Etnología y Antropología Cultural, coincidiendo con la presentación del Memorándum en el primer Congreso Nacional de Ciencias Sociales, del que Tullio fue uno de sus promotores y atestiguando la base teórico-metodológica de la antropología cultural italiana. Un vicio intelectualista y el mito del intelectual y del genio solitario todavía no nos permiten centrarnos suficientemente en la importancia de los contextos y los instrumentos y recursos materiales y de los capitales culturales y sociales que permiten y alientan la investigación. Sin embargo, esta conciencia estaba muy presente en Tullio, quien dedicó gran parte de su trabajo a la construcción de instrumentos: el Instituto, ante todo, equipado con espacios, mobiliario cuidadosamente elegido, personal, financiación, la biblioteca dentro del Instituto, al que dedicaba mucha atención, la instrumentación (aún queda rastro de las máquinas de escribir IBM Selectric con cabezal giratorio adoptadas nada más salir al mercado y en su momento vanguardistas) y la construcción de relaciones de cooperación entre las personas a través de un enfoque inclusivo y no excluyente. Tullio para todos era un amigo que evitaba los tonos autoritarios y señoriales (como se solía decir), pero que al mismo tiempo sabía mantener hábilmente las distancias, evitando comportamientos demasiado confidenciales. ¿Cuánto de todo esto era político? Ciertamente, algunos imperativos y estilos de relación dentro del Instituto que Tullio había construido eran políticos y estaban marcados por la esperanza de un mundo sin desigualdades, donde pudiera prevalecer el interés general construido por la alianza entre los intelectuales y el movimiento obrero. Se puede decir que el Instituto era una especie de laboratorio de este mundo. En este contexto, Tullio se posicionó no como el dominus, sino como el primus inter pares que definía pautas de comportamiento, pero con derechos y deberes como los demás, como el de reacomodar las sillas alrededor de una mesa después de una reunión o limpiar los ceniceros, que en aquella época se utilizaban mucho. Parte de estos lineamientos era la idea de que todos aquellos que trabajaban en el Instituto formaban parte de un “colectivo”, lo que significaba la ausencia de jerarquías y la capacidad de cultivar el interés general por parte de todos sin acercarse demasiado a objetivos “individualistas”. La competencia, el individualismo, la meritocracia, los caminos personales hacia el éxito no eran tanto comportamientos a evitar, sino comportamientos inconsistentes con la pertenencia al Instituto y al propio colectivo. La tendencia de Tullio era la de estimular que todos crecieran juntos sin dejar a nadie atrás, sin construir jerarquías ni tomar decisiones difíciles. Una tendencia que pudo desarrollarse en un período en el que se pusieron a disposición de la Universidad recursos considerables, que entretanto se había vuelto de masas y en la cual se establecieron prácticas antiautoritarias e igualitarias en muchos campos. Una posición y una condición opuesta a la que prevalece hoy en día, donde la meritocracia, la diferenciación y la jerarquía se han convertido en consignas que no es posible objetar y que justifican los recortes de recursos. ¿Cuánto había de utópico y no dicho? Mucho, pero mucho también se ha asentado en cada uno de nosotros y ha permeado nuestras prácticas de relación. Esta memoria colectiva es un pequeño testimonio de ello y creo que Tullio se habría sentido muy satisfecho. [C.P.]

 

 

En el pasado, Seppilli me llamó en más de una ocasión para rememorar sus años de enseñanza en Florencia (1966-1975), de los que siempre parecía conservar un recuerdo estimulante. Le dedico por ello estas notas, aunque lamento que estén incompletas y desorganizadas, algo que él, tan meticulosamente preciso, no habría apreciado. Quizás debimos de haberlas escrito juntos.

Empecemos, pues, por la llegada de Seppilli a la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de Florencia. Entró en el vestíbulo, acompañado de algunos colegas, con el aire sonriente e interesado de quien es debidamente recibido en un nuevo ambiente. El edificio había sido inaugurado apenas tres años antes, en medio de los abucheos de quienes protestaban por la limitada disponibilidad de aulas -sólo siete, de modestas dimensiones, y sólo una de mayor tamaño (el aula “magna”)-, en contraste con el dispendio de pasillos luminosos. Yo estaba matriculada entonces como estudiante de primer año y no entendí esa explosión de descontento. Poco después se hizo evidente cuán miope había sido la planificación de los espacios, en el umbral de la liberación del acceso (ya prefigurada aunque aún no implementada) y el consiguiente advenimiento de la universidad de masas.

Muchos de los estudiantes que estaban apostados en el atrio miraron a Seppilli con curiosidad: era una figura alta, casi imponente, nunca antes vista, y llamaba especialmente la atención con su inusual saco de explorador. En aquella época nuestros profesores vestían en su mayoría ropa oscura, con saco y corbata. Alguien planteó la hipótesis de que se trataba de un profesor extranjero.

Luego supimos que impartiría un curso de antropología cultural, una disciplina que casi nadie –incluyéndome a mí– conocía. Sin embargo, había tenido que elegirlo en mi último año de universidad como “asignatura complementaria”: cuando fui a la secretaría para matricularme en Filosofía de la Historia (Prof. Luporini), me informaron que ese curso había sido cancelado para “dejar lugar” a la antropología. No había otra disciplina disponible, ya que la oferta formativa era muy limitada. Además, en ese momento me sentía confundida. Desde el liceo me había apasionado la historia de la mentalidad, pero el profesor a quien recurrí me había propuesto un trabajo de archivo que no tenía en cuenta mis propensiones en absoluto. Así pues, con otros veinte alumnos comencé a asistir al curso de Tullio sin expectativas particulares, pero pronto me di cuenta de que el enfoque que iba surgiendo respondía plenamente a mis intereses, porque en él la historización aparecía central y carente de todo determinismo: económico, social, cultural, psicológico, biológico, se conectaron entre sí para construir un marco de referencia convincente. Sin embargo, era consciente que, de haber cambiado el rumbo de mis estudios hacia un sector desconocido para mí, el tiempo de estancia en la universidad inevitablemente se habría alargado: mi familia me dejó libre para decidir. Luego vino la inundación y los “ángeles del barro”[4]. Por primera vez, los estudiantes se convirtieron en protagonistas de la ciudad y de las instituciones culturales, desde la Biblioteca Nacional hasta la Universidad. Aunque la Universidad, gracias a esto, había decidido no cancelar el año académico, los cursos necesariamente se habían fragmentado. Por lo tanto regresé al siguiente curso de antropología. Las lecciones se habían trasladado al salón principal porque los asistentes se habían convertido en una multitud que poco a poco iba creciendo. Nunca había ocurrido que un “tema complementario” tuviera una audiencia tan amplia. El aire estaba saturado de presencias, intervenciones, excitaciones. Además, supe más tarde que la Facultad, en particular por iniciativa de Eugenio Garin y Cesare Luporini, había asignado la enseñanza a Seppilli porque creía que era útil introducir aquella ciencia social (y ese profesor) ante el cambio de situación. Si hasta entonces la representación estudiantil había sido una expresión fiel de los partidos tradicionales, apareció entonces en escena un movimiento magmático que requeriría nuevas herramientas, métodos e interlocutores. La previsión resultó ser correcta.

Al final de las lecciones era casi imposible acercarse a Seppilli, asediado por los estudiantes. Cuando estaba a punto de perder la paciencia, pude hablar con él y definir la tesis. Como evidentemente no me sentía preparada para una experiencia de campo, opté por un análisis de la narrativa (la serie “Satanik”, la primera heroína “negra” del cómic italiano, con una tímida perspectiva de género), lo que me llevó a estudiar durante mucho tiempo la semiótica recién nacida (en Italia) y sus relaciones con la antropología. Mi interés por el método encontró satisfacción y me llevó al desarrollo de una nueva técnica, en la que Seppilli me acompañaba pacientemente, curioso por ver dónde aterrizaría.

Ser tesista no implicó sólo reuniones individuales con el maestro. La tendencia que siempre ha caracterizado a Tullio, de formar en torno a sí mismo grupos de trabajo, lo llevó a promover un colectivo de antropología cultural que reunía a estudiantes universitarios y a quienes querían profundizar sus conocimientos en la disciplina. Dada la falta de espacio disponible en la Facultad y la reducida presencia de Seppilli en Florencia debido a sus compromisos en Perugia, las reuniones se desarrollaron principalmente después de la cena, en casas particulares, también en presencia de Carla Pasquinelli, entonces su “asistente voluntaria”. Nos dedicamos a De Martino durante mucho tiempo, pero las direcciones en las que nos movimos fueron multifacéticas. Recuerdo nuestra participación, como espectadores, en las proyecciones e iniciativas del Festival dei Popoli, del que Tullio, uno de los miembros fundadores, era vicepresidente. Lo vimos así colocado en una dimensión internacional y dentro del horizonte de la antropología visual. Algunos miembros del grupo florentino (desgraciadamente no yo) participaron en el tercer congreso nacional de antropología cultural (“La antropología cultural ante la crisis y el cambio de valores en la sociedad moderna”, Perugia, 25-28 de abril de 1968). La conferencia de Perugia se celebró, con el consentimiento de los estudiantes, en la Facultad ocupada. Dedicada a De Martino, destacó el estado del estudio del hombre en nuestro país y el aporte específico de la antropología, según esa perspectiva interdisciplinaria que para Seppilli era indispensable.

El Sesenta y ocho también estaba en marcha en Florencia. Es difícil reconstruir en una memoria coherente ese período tan contradictorio, que en mi memoria aparece como un fresco compuesto: asambleas tumultuosas, pancartas, procesiones, los “carruseles” de la policía antidisturbios en el centro histórico, las ocupaciones de la Facultad de Letras y la de Arquitectura de la que sólo nos separaba un patio y con la cual Seppilli también colaboró ​​desde la vertiente de la antropología urbana. Cuando estuvo allí, no dejó de aportar al movimiento su presencia solidaria y mediadora. Las experimentaciones didácticas y las posteriores innovaciones acogidas por la Facultad fueron numerosas: sobre todo la introducción de seminarios basados ​​en el trabajo en grupo, que se convirtieron en parte integrante de nuestro camino formativo y que recuerdo como una oportunidad de gran maduración.

El Colectivo de Antropología quiso probar suerte en la planificación de la investigación, encontrando muchas dificultades, incluida la relación con los comisionados, en la que Seppilli nos apoyó generosamente. Pero también tomamos caminos independientes: al menos me gustaría recordar la participación de algunas chicas del grupo (al que también se unió Cristina de Perugia) en el Colectivo “Rosa”, que produjo una de las primeras revistas feministas. Una vez presentada finalmente mi tesis, dí por concluido ese campo de investigación y comencé a acompañar a Seppilli en su viaje, intrigada por el ambiente perugiano. En el “Instituto” encontré una cálida bienvenida, un clima de colaboración, un lugar de estudio e investigación, una biblioteca especializada muy rica. Decidí quedarme, aunque todavía tenía relaciones con Florencia y se me había abierto la oportunidad de un contrato (obviamente precario) en esa Universidad. El antiguo prólogo terminó y se abrió otro capítulo. [P. F.]

 

 

Tullio Seppilli fue uno de los fundadores de La questione criminale[5]. Yo, como su alumna, fui incluida en el equipo editorial por decisión suya. Así como, años antes, fue él quien quiso que mi tesis de grado se centrara en el concepto de desviación. En realidad había acudido a él con otras intenciones, tanto es así que a su pregunta de por qué quería realizar la tesis en antropología, respondí ingenuamente que me gustaba viajar (en definitiva quería ser la nueva Margaret Mead). Bueno… respondió sonriendo con picardía, aquí también hay mucho que estudiar y me dio el tema que luego se convirtió en la piedra angular de mi vida laboral. La antropología cultural, argumentó, es una herramienta útil para estudiar (también) sociedades complejas (y, en verdad, todas las sociedades, incluso aquellas definidas como “simples”, son complejas).

Había llegado a la Facultad de Letras y Filosofía de Florencia gracias a Luporini, el único entre los comunistas de la facultad (casi todos lo eran entonces) con visión de futuro para comprender la importancia de las ciencias sociales, a lo que se oponían en cambio los historicistas y las corrientes idealistas dominantes de la época. Tullio era un estudioso de Gramsci y había trabajado con Ernesto De Martino. Era marxista (gramsciano, de hecho) y miembro del Partido Comunista ya en Brasil, donde había pasado su adolescencia y parte de su juventud debido a las leyes raciales del fascismo en Italia. Y un pedacito (bastante grande) de Brasil había quedado dentro de él: la experiencia del sincretismo, la apertura y la curiosidad hacia las diferencias culturales, el aprecio por el mestizaje, todo combinado, por supuesto, con la militancia comunista y la lucha de clases. No he conocido a nadie menos dogmático que Tullio. Por ejemplo, quería que estudiara bien la odiada sociología estadounidense, hasta el punto de que organizó un seminario en el que Carla Pasquinelli trataba la hegemonía y Gramsci y yo trataba el control social y Talcott Parsons.

Para muchos hombres y mujeres que, como yo, llegamos a la edad adulta a finales de los años Sesenta, el estudio, la investigación y el trabajo no tenían sólo como objetivo la realización personal y la independencia económica: con el estudio, la investigación y el trabajo, y a través de ellos, queríamos no sólo comprender, sino cambiar el mundo. La pasión intelectual y la política estaban inextricablemente entrelazadas, de una manera que hoy es difícil de explicar y comprender. Queríamos ser, y nos considerábamos, intelectuales militantes: como los iluministas, como Marx y muchos otros. Las circunstancias nos ayudaron: el fermento político y cultural de aquellos años no habría sido posible sin un trasfondo de certezas económicas hoy desaparecidas. Era una época de relativa prosperidad, no teníamos miedo al futuro, al menos en términos estrictamente personales. Porque, por supuesto, también entonces había guerras y conflictos más o menos sangrientos. La pesadilla de la bomba atómica, una guerra fría que se combatía ferozmente entre el occidente capitalista y comunismo, pero lejos de nosotros (Vietnam, Cuba). Al menos algunos de estos conflictos, sin embargo, nuevamente Cuba y Vietnam, pero sobre todo las guerras de liberación de eliberación los imperios coloniales, las luchas por los derechos civiles de los afroamericanos en los EEUU, las de los estudiantes primero en los EEUU y luego en Europa, y finalmente para muchas de nosotras especialmente el feminismo, que nos vio como participantes y partidistas. El mundo parecía abrirse, las viejas barreras políticas, sociales y culturales estaban cayendo. También aquí en Italia. En esa facultad que muchos vivíamos cerrada, gris, embalsamada, la llegada de Tullio fue el proverbial soplo de aire fresco que logró colmar nuestras aspiraciones y esperanzas. Sus lecciones fueron memorables y muy concurridas. Para muchas y muchos en aquellos años convulsos y fructíferos (1968 y siguientes) Seppilli fue un referente fundamental, animador del célebre colectivo de antropología cultural, por el cual muchos y muchas transitamos, trayendo a nuestras muy diferentes experiencias de trabajo muchas de las ideas, muchos de los principios, y sobre todo las maneras de mirar el mundo, aprendidas allí.

A fines de los años setenta, al tener que elegir, optó por la cátedra que ya ocupaba en Perugia, abandonando Florencia. Algunos de sus alumnos florentinos (yo entre ellos) lo siguieron, encontrando aquí también un grupo de trabajo apasionado e inteligente. Tullio estuvo muy comprometido e implicado en la experiencia Basaglia de deconstrucción de la psiquiatría de los hospitales psiquiátricos (fue uno de los protagonistas del proceso de cierre del hospital psiquiátrico de Perugia), además de atento a la “cuestión criminal”, y en general a todos los movimientos de crítica antiinstitucional y antiautoritaria (una gran diferencia respecto al PCI). Y estuvo entre los organizadores de aquella primera conferencia en Impruneta del recién formado European group for the study  of deviance  and social control, del que nació (y no sólo) la llamada criminología crítica italiana, y luego la revista La questione criminale.

Pero sus obras y sus intereses abarcaron desde la antropología médica (de la que fue fundador en Italia) hasta las tradiciones populares (fue fundador y vicepresidente del Festival dei Popoli de Florencia), y las trayectorias de sus alumnos lo demuestran: los antropólogos, sociólogos, etnólogos, documentalistas, etnomusicólogos, conservadores del patrimonio cultural y museístico, administradores públicos, titiriteros... Creo que todos hemos intentado, según su lección, orientar la investigación, el estudio y el trabajo hacia la crítica de la “existencia” y militancia por (perdónenme, no encuentro otra manera de decirlo) un “mundo mejor”. Mi deuda con él es inmensa. [T.P.]

 

 

La tarde del 23 de agosto de 2017 falleció Tullio Seppilli, antropólogo y comunista, como quería ser definido[6]. Judío e hijo de un hombre de ciencia y de política que estuvo entre los fundadores de la educación sanitaria y de una mujer de cultura, de clara fama y de una extraordinaria inteligencia (Anita Seppilli), Tullio nació en Padua en 1928, pero a los diez años, dadas las leyes raciales italianas de entonces, se mudó a Brasil, donde completó sus estudios y mientras tanto descubrió y experimentó la densidad y variedad cultural. Luego, de regreso en Italia, se convertirá en asistente y colaborador de Ernesto de Martino y formará parte de esa “primera” generación de antropólogos italianos que -hoy podemos y debemos decir- puede resumirse y titularse como “escuela”. De la antropología italiana, Tullio Seppilli fue uno de los defensores y divulgadores más activos, convencidos y, en última instancia, abiertos: en particular, fue el primero en ampliar sus fronteras más allá de las minas de las tradiciones populares y en hibridar la antropología con la sociología, promoviendo e incluso anticipando las nuevas tendencias en antropología de las “sociedades complejas” o, como descubrieron más tarde los franceses, “de los mundos contemporáneos”. Desde los años Cincuenta, en la Universidad de Perugia, dirige y antes “inventa” un Instituto de Etnología y de Antropología Cultural, combinado con un Centro de estudios de comunicación de masas, que ha sido durante décadas un formidable lugar de formación y ha sido cruce de iniciativas. Aquellos que como yo hemos tenido el privilegio de participar en la vida y actividad del Instituto, de Tullio Seppilli, más que una enseñanza magistral, recibimos una iniciación profesional, basada en la inusual y antiacadémica armonía entre una enorme libertad personal y un alegre compromiso colegiado.  Seppilli - a diferencia de muchos de sus colegas de la misma época - no dejó obras famosas ni libros de moda, sino que se dedicó continua y completamente a operaciones incansables, generosas y, en última instancia, más ambiciosas. Dió vida a decenas de nuevas instituciones y asociaciones, produjo cientos de intervenciones escritas y orales en innumerables congresos, reuniones y revistas, siempre atento a su eficacia social y siempre coherente con su compromiso político. Precisamente por su valor social y político, desde los años 1980 elige como su campo de investigación y estudio la antropología médica, de la que es reconocido como fundador.

Su “vocación” la tenía clara. En una entrevista reciente Cómo y por qué decidí “ser antropólogo”: una historia de caso personal en el São Paulo brasileño de los años Cuarenta, publicada en L’Uomo. Società tradizione sviluppo (2/2014), Tullio Seppilli habla de su elección de vida y de trabajo, pero sobre todo revela cómo el preguntarse sobre el motivo de la elección y el valor de la propia disciplina es el punto fuerte de quien pretende estudiar y hacer antropología. Hacer preguntas siempre es saludable, pero en el caso de la antropología es tan indispensable como fértil. La antropología cultural es una ciencia extraña, que tal vez no tenga un fundamento autónomo y un método exclusivo, sino que pretende sumarse -al mismo tiempo humilde y ambiciosa- a las demás ciencias humanas. Una personificación de Claude Lévi-Strauss, encargado en los años Cincuenta por la UNESCO para poner orden o quizás paz entre las diferentes escuelas antropológicas, representa una Antropología “que tiene sus pies en las ciencias naturales, se apoya en las ciencias humanas y mira hacia las ciencias sociales”. Tullio Seppilli ha seguido, por así decirlo, esta imagen, licenciándose en ciencias naturales, formándose en filosofía, sumergiéndose en la historia y proyectándose en la sociedad, logrando personificar una disciplina antropológica que, a medio camino entre un parásito y una cariátide, se alimenta de la datos y respeta los métodos de todas las ciencias, pero al mismo tiempo corrobora su sustancia y sustenta su significado. No es casualidad que, durante los últimos cincuenta años, la antropología cultural haya logrado contaminar cada área de investigación y cada tipo de reflexión científica, con interlocuciones y exploraciones que verdaderamente han hecho nuestro tiempo. Tullio Seppilli fue portador consciente de este “valor añadido”, es decir, de originalidad pero también de la necesidad de “hacer antropología”, planteándose siempre la pregunta del Por qué y del Cómo hacerlo, que en su caso nunca estuvo separada de la antigua y fundamental pregunta “revolucionaria” del Qué hacer.

Para Seppilli, lo que él llama “la opción comunista” no ha sido sólo la adhesión a una ideología o a un partido político, sino que también era válida como un auxilio científico al trabajo y al estudio del antropólogo: mediante –él escribe- el “constante llamado a contextualizar ideas, personas, instituciones, acontecimientos, en un horizonte histórico […] y el método y hábito del trabajo en grupo”, y más aún, para poder “actuar sobre la realidad”, transformando toda investigación en intervención.

Porque, finalmente, lo que había sido su objetivo desde sus primeros estudios en Brasil era “una antropología como investigación del corazón mismo de la sociedad, de sus problemas y de sus injusticias”. Una antropología para “comprender”, pero también para “actuar”, para “comprometerse”. [P.G.]

 

 

Conocí a Tullio (entonces exclusivamente el profesor Seppilli) en 1966, cuando me mudé de la Universidad de Padua a la de Perugia para continuar mis estudios en la Facultad de Letras y Filosofía. Había decidido hacer ese cambio por motivos totalmente personales y no podía imaginar de ninguna manera que ello cambiaría definitivamente el rumbo de mi vida privada y profesional. En realidad, el primer impacto de los cursos impartidos en Perugia fue bastante decepcionante: los profesores eran en su mayoría muy mayores, pero sobre todo sordos y ciegos ante los fermentos culturales y políticos que estaban madurando en aquellos años dentro y fuera de la universidad. Estaba perdiendo tiempo y entusiasmo asistiendo al curso monográfico de historia moderna titulado “Ángeles del Barroco” y asistiendo a agotadoras disquisiciones sobre cómo surge el problema metafísico cuando, afortunadamente muy pronto, algunos de mis compañeros de curso me hablaron de un joven profesor (Seppilli entonces tenía sólo 38 años) que enseñaba etnología, una materia, según decían, muy interesante y muy seguida por los estudiantes. Entonces comencé a asistir a su curso y a escuchar sobre el sistema social y la estructura de clases, sobre la cultura (sin la C mayúscula que tenía aquella de la que me había nutrido hasta entonces), sobre la desviación y el control social, sobre las relaciones entre personalidad y cultura, sobre la aculturación e incluso la comunicación de masas. Además, la decidida postura crítica que caracterizaba sus clases fácilmente podía vincularse con la necesidad de dar fundamentos más sólidos y científicos a los proyectos o intenciones de transformación de la sociedad que, aunque confusos y aproximados, animaban a muchos de sus alumnos. Desafortunadamente, como sabemos, en aquellos años se reservaba un espacio completamente marginal para las disciplinas antropológicas en las universidades italianas y, de hecho, en mi curso de estudios de literatura moderna, el examen de etnología podía realizarse como máximo en dos ocasiones cada año. En este contexto, el primer encuentro real y cercano con el profesor Seppilli sólo fue posible cuando comencé a preparar mi tesis de grado con él. Una vez fijado el tema, de manera muy sencilla, casi como si fuera una costumbre suya, empezó a invitarme a su casa después de cenar para discutir los avances y problemas de mi trabajo. Al principio me pareció increíble: ¡un estudiante al que se le permite frecuentar la intimidad doméstica del profesor! Al fin y al cabo, ya me había sorprendido al aceptar con entusiasmo mi propuesta de trabajar sobre los “movimientos de protesta juvenil” mediante un análisis del contenido de las publicaciones periódicas impresas de la época. Temas y métodos de investigación que estaban a años luz de la tradición académica de una facultad de literatura pero también, hay que decirlo, de la antropología italiana de aquellos tiempos, en gran medida dedicada al estudio del folclore.

Estos fueron los estilos de trabajo y la apertura mental y disciplinaria que distinguieron a la antropología de Tullio Seppilli, los cuales encontraron confirmación no sólo en sus investigaciones y en sus publicaciones científicas, sino también en las numerosas tesis de grado generadas durante las décadas de docencia en la Universidad de Perugia: casi todos los campos de interés de los graduados fueron bienvenidos y apoyados, por lo que en el enorme archivo de tesis realizadas bajo su dirección hay investigaciones que van desde las tradiciones populares hasta la comunicación de masas, desde la antropología médica hasta la desviación, desde la antropología teatral hasta la etnopsiquiatría y la antropología de la educación.

Esta voluntad suya de explorar con las herramientas de la investigación antropológica ámbitos tan diversos de la vida social y cultural también se manifestó en los caminos científicos emprendidos por sus alumnos, cada uno de los cuales pudo libremente, a menudo abiertamente animado por él, cultivar intereses y experimentar métodos incluso si no estaban auspiciados por la tradición académica italiana. Para poner sólo un ejemplo que me parece particularmente significativo, un día a principios de los años Noventa Tullio me dijo que había sabido que en un lugar cerca de Perugia se practicaban formas de “firewalking”, caminar sobre brasas ardientes, aparentemente similares a las referidas por Ernesto de Martino en El mundo mágico. En realidad se trataba de cursos intensivos cortos de dos días de duración, atribuibles de alguna manera a la cultura new age que estaba adquiriendo cierta popularidad también en Italia. El hecho le pareció muy interesante, tanto que me propuso participar en el curso, reservándose el papel de observador en la fase final del paso por el fuego. Así lo hicimos y de esa experiencia, que fue muy intensa y apasionante también a nivel personal, saqué el impulso de profundizar en este tema y de investigar -esta vez sólo como observador- sobre el paso del fuego de San Pedro Manrique, un pequeño pueblo de la provincia de Soria en el norte de España, donde se celebra una de las dos únicas caminatas tradicionales sobre fuego existentes en Europa.

Así era Tullio, sin prejuicios en la identificación de campos de investigación y, al mismo tiempo, respetuoso de la trayectoria profesional y científica de sus alumnos y colaboradores. Al fin y al cabo, el clima de libertad y autonomía del que disfrutábamos respondía al proyecto, siempre soñado por Tullio, de dar vida a una especie de comunidad antropológica o más bien, como decían entonces, a un colectivo. Y de hecho, durante mucho tiempo funcionamos así, como un grupo tan homogéneo y cohesionado en la amistad y la cooperación como heterogéneo en cuanto a las orientaciones científicas y a las formas de expresar la condición común de “compañero”.

En este sentido, la actitud de Tullio encontró resonancia espontánea en la de todos nosotros, primero sus alumnos y luego sus colegas, y por eso nuestras carreras académicas nunca avanzaron en detrimento de uno u otro. Quizás, en otras condiciones, para algunos de nosotros hubiera sido más rápido alcanzar grados más altos: mientras tanto, en compensación, todos disfrutamos del privilegio, ciertamente poco común en las universidades italianas, de trabajar en un clima de respeto y confianza mutuos, de no sentirnos en competencia ni en rivalidad unos con otros. Sobre todo, nunca hubo necesidad de elogios o halagos para obtener atención o favores especiales del “director”.

Tullio los habría negado de todos modos. [P. B.]

 

 

Entre los aspectos más interesantes de la actividad de Tullio Seppilli en su largo recorrido de militancia política (desde su inscripción en el Partido Comunista de Brasil, a su inmediata militancia luego en el PCI, hasta sus más recientes y amargas desilusiones), hay que tomar en cuenta sus intervenciones en diversos temas sociales y culturales de “candente” actualidad. No me refiero a seminarios, reuniones, debates, cursos de formación, sino a escritos ocasionales, generalmente muy breves, a menudo transcripciones editoriales de entrevistas o conversaciones, que no aparecen en revistas científicas sino en publicaciones periódicas de carácter político-cultural, generalmente atribuibles al Partido Comunista, pero no exclusivamente, como prueba del intento, conscientemente realizado por quien con razón se creía intelectual orgánico comprometido, de ampliar y arraigar la hegemonía del pensamiento comunista y progresista, incluso en estratos sociales a los que era difícil acceder a través de la prensa del partido.

Pero estas intervenciones ocasionales y casi instantáneas debieron representar para Tullio no sólo un compromiso político, sino también una especie de sufrimiento psicológico porque lo obligaron a reducir su tiempo de escritura. Recuerdo bastante bien el “modus scribendi” utilizado en sus escritos: primer borrador a mano ya densamente pensado con tachaduras, glosas, interpolaciones y atravesado por flechas de referencias a notas apiladas en los bordes de la hoja, en el momento en que fue entregado a la paciencia imperturbable de Giancarlo Benicchi, el único capaz de transcribir a máquina esa maraña gordiana en modo lineal; el texto, cuidadosamente mecanografiado, era luego sometido a una nueva revisión, con la habitual serie de eliminaciones, minuciosas reescrituras interlineales, referencias al margen, y devuelto a Giancarlo y así sucesivamente, durante un número indeterminado de borradores y reescrituras, todos cuidadosamente conservados para desbordarse de los estantes del Instituto, hasta llegar a lo que se consideraba el borrador definitivo, a menos que hubiera alguna iluminación deslumbrante “in cauda” que requiriera una nueva edición. Así, los textos finales escritos por el trío Tullio Seppilli, Giancarlo Benicchi y máquina de escribir, aún hoy, después de muchos años, aparecen con una rara perfección formal y una claridad de impresión impecable. Precisamente por la propensión de Tullio a la perfección estética, nuestro Instituto fue uno de los primeros en Italia en adoptar la IBM Selectric con cabezales giratorios intercambiables, lo que nos permitió realizar una de las cosas más cercanas al corazón de Tullio y que hoy en día es posible con cualquier software de escritura. Parece banal: alternar diferentes tipos de caracteres y estilos en un mismo escrito, itálica, cursiva, subrayado, negrita y versalitas. Incluso después de la adopción generalizada de computadoras e impresoras, las IBM, ahora tecnológicamente obsoletas, continuaron produciendo los textos de Tullio, quien no podía soportar los rendimientos aproximados y las limitaciones de las primeras impresoras matriciales y de inyección de tinta.

Incluso estas contribuciones en cierto sentido “menores” muestran claramente que las suyas no fueron declaraciones generales sobre temas dispares, contrariamente a lo que se podría pensar superficialmente después de haber presenciado recientemente la hegemonía efímera de numerosos “expertos” en los programas de entrevistas televisivas. Más bien, fueron el desarrollo y las interpretaciones de fenómenos sociales y culturales que previamente habían sido objeto de estudios e investigaciones en el campo científico antropológico. En última instancia, los temas abordados dentro de una militancia política puntual y participativa estuvieron indisolublemente conectados con los de las actividades de investigación científica.

Pensemos, por ejemplo, en un ensayo brevísimo aparecido en junio de 1961 en la histórica revista femenina del PCI Noi Donne (“Quieren escapar con el matrimonio”, Noi donne, 16(24), 11 de junio de 1961, p. 16), que aborda el tema de la indisponibilidad cada vez más generalizada de las mujeres jóvenes pertenecientes a familias jornaleras o minifundistas para casarse dentro de su propio contexto social y territorial.

Pues bien, las reflexiones llevadas a cabo, concisas y muy comprensibles, son el fruto de los resultados (aún en gran medida inéditos) de investigaciones realizadas en las provincias de Perugia, Arezzo y Rieti, precisamente sobre los procesos generalizados de desruralización y sobre el consiguiente fenómeno de urbanización de estratos cada vez más significativos de las clases subalternas rurales.

Estas intervenciones “candentes” abordan diversos temas, pero siempre fuertemente relacionados con intereses de estudio e investigación: por ejemplo, la sociedad de consumo (Crisis energética y costumbres sociales, Il giornale dei giocattoli, 16(58), 1978, pp. 50 y 54; 16(59), pp. 50 y 53), los cambios inducidos por los procesos de modernización (Tres polos de hegemonía en el frente a las costumbres, Rinascita, 32(11), 14 de marzo de 1975, pp. 35-36; Automóvil y antropología cultural. El modo de usar y de ver el automóvil expresa de forma emblemática la condición y los conflictos de nuestra sociedad cambiante, Presa diretta. Rivista di motorismo, 4(3), julio-diciembre de 1976, pp. 4-5, 43), la irrupción en la escena política, social y cultural de las nuevas generaciones (Generaciones jóvenes: crisis de valores y búsqueda de nuevas perspectivas políticas ideales, Undici agosto. Quindicinale della  Federazione  giovanile  comunista  di  Firenze, 1, 10 de junio de 1975, pág. 2), el papel de las ciencias sociales (Las ciencias sociales en Italia se encuentran hoy en una doble crisis, cognitiva y política. ¿Qué significa hacerla de antropólogo y ser marxistas? ¿Qué significan términos como cultura y conciencia social?”, entrevista de Rosaria Micela a Tullio Seppilli, Il Manifesto, 1 de noviembre de 1979, p. 3; Conciencia científica de masas, L’Unità, 17 de noviembre de 1980, p. 6).

Pero si hay que identificar un ámbito privilegiado donde las intervenciones de Tullio Seppilli son más numerosas y parecen concentrarse, es sin duda el del mundo femenino, el de los fermentos de emancipación económica, social y cultural que lo atraviesan, promovidos por los partidos progresistas y organizaciones, sino también transmitidos por los procesos de modernización de la sociedad italiana. Partiendo del análisis de la dinámica de la moda femenina, hasta los cambios en la moral sexual (Sistema social, actitud hacia el sexo y estructuras de poder, Actas de la conferencia “Opresión social y represión sexual”, (Roma, 20-21 de enero de 1968), Men, 3(8), pp. 55-57; Discurso en la mesa redonda “¿La pornografía libera a las mujer?”, editado por Bruna Bellonzi, Noi donne, 27, 2 de abril de 1972, pp. 26-29. No es la profesión más antigua del mundo (“Las asalariadas del sexo. Investigación sobre la prostitución”), Noi donne, 28, 18 de marzo de 1973, págs. 26-27.), el papel de la mujer en la familia (“Emancipada o atrasada. Quién dice mujer”. Del trabajo en el campo al matrimonio en la ciudad: “¿Qué ha cambiado en los últimos años para las mujeres?”, Cronache Umbre. Quindicinale di politica, cultura, attualità, 2(6,) 26 de abril de 1974, pp. 15-16) y en la sociedad contemporánea, a sus lecturas que todavía parecen favorecer retrocesos mediante revistas “escapistas” con temas de amor, de moda, de la vida de los vip, etc, preferidos aún por la mayoría (“El peso de la tradición”, Noi Donne, 28(27), 2 de julio de 1972, p. 28). Creemos que esa insistencia en la “cuestión femenina”, como se decía entonces, no es casual, sino que forma parte de la conciencia del retraso que mostraron el PCI y las fuerzas políticas de izquierda en general a la hora de abordar los problemas relacionados con la subordinación de las mujeres en el entorno familiar, su explotación económica y su marginación de la vida cultural, política y social. También en este campo como en otros más relacionados con su actividad científica, Tullio Seppilli demostró su talento de observador atento y de sutil hermenéutico capaz de captar, con mucha antelación incluso en comparación con otros intelectuales “orgánicos”, las nuevas “corrientes” que atravesaban a la sociedad italiana. [G. B.]

 

 

Mi relación con la familia Seppilli comenzó en mayo de 1978, cuando en la proyección pública de un documental sobre Teotihuacán, con motivo del primer aniversario de la fundación del Centro de Estudios Americanos “Circolo Amerindiano”, conocí a Anita Seppilli, la madre de Tullio, a quien en cambio conocí tiempo después.

Frecuenté la casa de Anita hasta su muerte en febrero de 1991. Encuentros agradables, llenos de largas charlas sobre nuestra pasión americana compartida, entre helados de rosas e imágenes de la América que alguna vez fue. Fue Anita quien hizo de puente con su hijo y le hizo interesarse por el “Circolo Amerindiano”.

Habiéndome acercado a Tullio Seppilli no a través de los canales habituales, institucionales, sino fuera de lo común, incluso si nuestra relación estuvo colmada y a menudo incluso marcada por la vida del “Círcolo Amerindiano”, siempre permaneció fuera de los esquemas y me dio la oportunidad de poder conocer a ese hombre detrás de escena: el de las charlas en el restaurante, en un vuelo a México o a Brasil, en un viaje en auto a Fiesole o a Salerno o a Lecce.

Incluso en privado, Tullio no dejaba nunca de ser lo que era en público: profesor, antropólogo, hombre de ciencia en todos los campos, comunista, activista por los derechos de los animales.

Era un hombre rápido para bromear, dispuesto a reír, ingenioso y agudo como sólo pueden serlo las personas especialmente inteligentes, ya se tratara de cuestiones personales o de los grandes temas de la sociedad y la historia.

Cada ocasión era una experiencia única e inolvidable. Un encuentro que se iniciaba con un “Pasé a visitarte, ¿Cómo estás? ¿Qué haces?” terminaba recorriendo épocas y tierras lejanas, historias y luchas de los pueblos, hallasgos de la biología y de la astrofísica, para luego volver a descender a la vida cotidiana, a los avatares del Instituto primero y de la Fundación luego, de los cuales, en ninguno de ellos, ni en uno ni en otro era ajeno al propósito social, antes que cualquier otro aspecto.

Tullio era un profesor. No tanto en el sentido de profesión, sino como alguien que enseña en cada momento de la vida cotidiana y ésta era una de las características básicas de su personalidad. Tenía mucho que decir y le gustaba compartirlo. Aprendías algo, incluso si hablaba del clima.

Tullio era comunista. Seria y serenamente comunista. Al estilo de un hombre acostumbrado a someter cada conclusión a la crítica científica, especialmente las propias, no ocultó los errores y horrores del intento secular de construir sociedades igualitarias. Antiestalinista, tanto y quizás más que antifascista, también criticaba a la Unión Soviética post-estalinista cuya inacción, injusticias sociales y errores económicos denunciaba, al menos en privado.

No era ideológico. O al menos lo fue sólo en las formas mínimas que son comunes y vitales para cada individuo.

¿Utópico? Tal vez. Como marxista y antropólogo, era un hombre concreto, con puntos de referencia precisos, pero igualmente con la capacidad y la necesidad intelectual de permanecer presente en el momento histórico que vivió.

Incluso ser antropólogo no era un hecho externo, sino que estaba profundamente arraigado en su ser.

Una vez en clase dijo: “Nadie es antropólogo en su casa”. Es cierto, pero no del todo para él: se podía notar fácilmente que la antropología en él brotaba desde dentro y se extendía a lo largo de sus experiencias personales y sociales, mezclándose consistentemente con todos sus otros personajes.

Así, después de los primeros tanteos iniciales, mientras la vida de Anita decaía, Tullio conoció el “Circolo Amerindiano”, volviendo a los recuerdos de su primera juventud: a ese país, Brasil, que lo acogió desde niño y lo impulsó a seguir adelante en el camino de la antropología.

Se dio cuenta del potencial de esa aventura “amerindia”. Pero comprendió que era necesarios y se podían hacer ajustes. Su asistencia al Congreso de Americanística, ya entonces internacional, se convirtió en una presencia constante, llena de sugerencias y apoyos de todo tipo.

También había abierto el Instituto a la americanística, instaurando el seminario de mesoamericanística que coordiné durante diez años hasta 2002, del que empezaron a salir muchos jóvenes preparados y motivados. Hoy en día muchos de estos antiguos alumnos también enseñan en el extranjero, en Bogotá, Ciudad de México, Xalapa, Buenos Aires, Santiago de Chile, París.

Algunos años más tarde -era 1993- se inició un proceso complejo y largo que llevó del Boletín del “Círculo Amerindio”, mimeografiado de unas sesenta páginas, a Thule. Rivista italiana di studi  americanistici, la primera publicación de este tipo en Italia. La gestación duró 3 años. Tullio la tomó de la mano y la acompañó hasta su aterrizaje. Así, detrás de sus enseñanzas se formó la experiencia que serviría al “Circolo” para llevar adelante la revista al menos hasta hoy.

De Thule no quiso la dirección, sino que se limitó a ser presidente del Comité Asesor Internacional y cuando, en la edición de 2001, la Conferencia de Americanística cambió su estructura y se dotó de un Comité Científico, Tullio aceptó ser presidente.

Inmediatamente después se inició la coordinación, junto con Claudia Avitabile y Carlotta Bagaglia, de la sesión dedicada a la antropología médica, que Tullio propuso para nuestra conferencia. Año tras año, decenas de antropólogos médicos de diferentes países se turnaron en esta sesión y en cada edición Tullio nos hizo una introducción que debía haber sido una breve apertura, pero que cada vez se convirtió en una verdadera intervención. Hasta que, en la conferencia de 2008, empezó a hablar en medio de un público atento, que casi contenía la respiración para no perderse ni una sola palabra. Abarcaba la experiencia de la práctica médica en América, las necesidades de tratamiento, los métodos de intervención y las dificultades de una medicina variada, rica en múltiples enfoques que habían llegado a América desde todas partes del mundo, que se habían encontrado, chocado, mezclado.

Tullio habló durante mucho tiempo y nadie quiso interrumpirlo. Lo que surgió fue una auténtica lectio magistralis que finalizó con un largo homenaje de los presentes y que permanece en los archivos de la Conferencia como uno de los bienes más preciados del patrimonio del Centro.

No podemos cerrar una discusión entre bastidores sin señalar un último aspecto importante de su forma de ser, el de activista por los derechos de los animales. No sé si aceptaría que lo definan así o, al menos, no sé si alguna vez lo dijo. Pero incluso este lado privado ayuda a completar la imagen de su personalidad y sé que a él le hubiera gustado que lo recordaran.

Entonces, pocos saben que fue un activista por los derechos de los animales. Y quienes lo saben, poco saben de cómo fue y en qué medida. Para él -que creció en la biología y maduró en la antropología médica- cada forma de vida tenía un valor único y como tal debía ser respetada en sí misma. Como todo, su actitud hacia los demás seres vivos fue fruto de la reflexión y nació de su sentido de la justicia. A menudo hablaba de otros animales, de sus sentimientos, de nuestra relación con ellos y de su dolor por el sufrimiento que les imponíamos.

Era un hombre prudente y humilde. Se entregó sin reticencias, escuchando a quienes hablaban mucho y hablando a quienes sabían escuchar; era perfectamente consciente de su inteligencia, pero no se consideraba grande y una vez respondió sorprendido a una observación sobre el hecho de que intimidaba a quienes se le acercaban: “Pero yo... sólo soy un buen gato” [R. S.]

 

 

1 Lupattelli, Paolo, “Omaggio a Tullio Seppilli”, Micropolis. Mensile umbro di politica, economia e cultura, julio 30, 2018, https://www.micropolisumbria.it/omaggio-a-tullio-seppilli/

2 Minelli, Massimiliano (2018). Tullio Seppilli (1928-2017): a proposito di stile di pensiero, marxismo e immaginazione antropologica. L’Uomo società tradizione sviluppo, 8(2), 105-121. https://www.rivisteweb.it/doi/10.7386/92498

3 Texto reproducido y traducido con autorización, publicado originalmente como: “Per Tullio Seppilli. Un ricordo corale” en: Anuac. Rivista della Società italiana di antropologia culturale, Vol. 6, No. 1, en junio de 2017, pp. 5-22.

4 Se refiere a la inundación acaecida en Florencia en 1966. Las personas, en su mayoría jóvenes voluntarios provenientes de muchas partes de Italia y del extranjero que ayudaron a afrontar la emergencia y colaboraron en las primeras fases de la reconstrucción para ayudar a la población golpeada y recuperar, salvándolas del lodo, obras de arte que de lo contrario se habrían perdido definitivamente, fueron llamadas “ángeles del fango” (véase https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%81ngeles_del_Barro).

5 Artículo aparecido en La questione criminale, 26 de agosto de 2017, https://studiquestionecriminale.wordpress.com/2017/08/26/Tullio-seppilli-un-maestro-anche-della-criminologia-criti-ca-di -tamar -pitch, consultado el 18 de diciembre de 2017.

6 Una versión abreviada de este escrito apareció en Il manifesto, 26 de agosto de 2017.