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Tesoros en el desierto: la importancia de la península de Baja California para la expansión española

Resaltaremos la importancia de la península de Baja California, descrita como lugar inhóspito en la mayor parte de las fuentes de la época, en el proceso colonizador español, durante el periodo colonial abarcando desde mediados del siglo XVI hasta fines del XVII, para escudriñar en el imaginario de los conquistadores, sus motivaciones para emprender la conquista de la Baja California por vía marítima. Gloria y dominio, mitos (edénicos y opulentos), proyecto misional, así como intereses mercantiles sobre los bancos de perlas, constituyen aspectos fundamentales en este estudio.

 

 

Las perlas valen oro

A partir del siglo XII, con el establecimiento del comercio con Asia se introdujo en Europa el uso de las especias y las perlas. Las especias fueron usadas en la preparación de alimentos y para su conservación durante periodos prolongados, mientras que las perlas se incorporaron a la ornamentación del cuerpo femenino como marca de distinción social o atributo simbólico de la iconografía mariana o asociada a Venus, como lo refrenda el conocido cuadro de Boticcelli. Las perlas formaban parte del tráfico suntuario al igual que las sedas y piedras preciosas. Estos, junto con los relatos de viajeros que describían ciudades fantásticas y llenas de tesoros, convirtieron a Asia en el imaginario europeo en fuente inagotable de riquezas, en contraste con una Europa empobrecida por las continuas guerras y epidemias. Hacia fines del siglo XV la llamada ruta de las especias, en el Mar Mediterráneo, estaba dominada por comerciantes italianos, lo que obligó a la búsqueda de rutas alternas. Esta necesidad originó los viajes de expedición que llevaron al descubrimiento y colonización del continente americano.

Durante su tercer viaje de exploración Cristóbal Colón obtuvo informes sobre la presencia de perlas en lo que actualmente son las costas de Venezuela. Movido por el interés que los bancos de perlas representaban en este momento para la corona española, se dedicó a navegar por el que llamó Golfo de las Perlas, esperando encontrarlas en abundancia. Aunque este viaje no rindió frutos, abrió el paso a nuevas expediciones al norte de este Golfo, en la que posteriormente se llamó Costa de las Perlas, que culminaron con el establecimiento importantes centros comerciales y de explotación perlífera.

Las historias que referían la existencia de grandes bancos de perlas al norte de la Nueva España, dieron origen a las continuas expediciones en el llamado Mar del Sur, actualmente Océano Pacífico. Estas historias hacían alusión a perlas mejores y más raras que las encontradas en Venezuela: las perlas negras, cuyo valor y calidad superaba al de la concha nácar y de la madreperla o Pinctada mazatlanica.

 

Más allá de la misión y la conquista, los mitos

Desde los primeros años posteriores a la conquista de México Tenochtitlan existía un gran interés por parte de la corona española por conquistar y poblar la península de Baja California. Ya en 1524, Hernán Cortés le expresaba al monarca Carlos V su deseo no sólo de aumentar los territorios de la corona, sino “aumentar su propia gloria y su grandeza”. Buscaba encontrar países muy ricos y grandes, y aún mayores que los que hasta entonces habían sido descubiertos.{tip ::Carta del 15 de octubre de 1524 al emperador Carlos V, citada en Clavijero, 2007, p. 71.}[1]{/tip} Las primeras exploraciones fuera del México central fueron motivadas por la búsqueda de las ciudades míticas de Cíbola y Quivira, situadas presuntamente al norte de la Nueva España y que al parecer representaban riquezas aún mayores a las encontradas en los territorios ya conquistados, así como la búsqueda y explotación de los bancos de perlas. {tip ::Pérez-Taylor, Rafael y Paz Frayre, Miguel Ángel, 2007, p. 17.}[2]{/tip}

Para 1530, Cortés había obtenido permiso de la Corona española para explorar las costas del Mar del Sur, con la condición de que los gastos fueran cubiertos por él mismo, a cambio de una parte importante de lo recuperado. El año siguiente envió una expedición a cargo de Diego Hurtado, quien navegó por la costa de Nueva Galicia. En esta ocasión encontró bancos de perlas, lo que motivó hacia 1534 el envío de dos naves a cargo de Diego Becerra de Mendoza y Fernando de Grijalva. Becerra fue el único que logró arribar a las costas de la Baja California, pero pereció en manos de sus habitantes.{tip ::Clavijero, Francisco Javier, 2007, p. 72}[3]{/tip} Para 1535, ante las pérdidas que los viajes anteriores le habían causado, decidió Cortés realizar él mismo la travesía y zarpó llevando con él varias familias y religiosos con el fin de crear el primer asentamiento. Consiguió llegar a la que llamó Bahía de Santa Cruz, donde estableció una colonia antes de partir hacia Sinaloa en busca de recursos. Al no lograr la autosuficiencia la colonia desapareció después de un tiempo.{tip ::Aguilar Marco, José Luis, 1991, pp. 33-34}[4]{/tip}

La llegada a México de Álvar Núñez Cabeza de Vaca en 1537 acrecentó el interés en la conquista de la Baja California. Habiendo sobrevivido a la exploración de Pánfilo de Narváez en las costas de Florida y vagado durante diez años “entre naciones bárbaras y desconocidas”,{tip ::Clavijero, Francisco Javier, 2007, p. 74}[5]{/tip} dijo haber recibido informes sobre ciudades sumamente ricas, al norte de Culiacán (Sinaloa), además de confirmar la existencia de perlas en el Golfo de California. A raíz de esto, las expediciones a costa del erario real o de particulares no se hicieron esperar.{tip ::ídem, p. 71-89}[6]{/tip}

En medio de estas expediciones, movidas por los deseos de expansión, gloria y riquezas, se fundó la orden religiosa denominada Compañía de Jesús, que años más tarde jugaría un papel sumamente importante en el proceso colonizador de la península. La orden fue creada por Ignacio de Loyola en 1540. Una de sus principales características es la importancia que otorgaba a la educación. Su fundador consideraba sumamente importante que aquellos que quisieran enseñar a otros sus creencias estuvieran preparados espiritual y seglarmente.{tip ::Astrain S.J., Antonio. 1974, pp. 34, 45-47.}[7]{/tip} En 1598 el gobernador de Nueva Vizcaya, Rodrigo del Río y Loza invitó a esta orden a enviar misioneros para someter la zona, que al norte del río Sinaloa estaba poblada por tribus nómadas imposibles de someter militarmente.

Las ventajas que se esperaban no radicaban solamente en el aprovechamiento de la abundancia de perlas y la expansión de los dominios españoles. Los puertos de la Baja California representaban puntos estratégicos para los barcos provenientes de Filipinas o de China; eran lugares de reposo y abastecimiento, por lo que debían poblarse y protegerse de posibles ataques piratas. En la segunda mitad del siglo XVI iniciaron los viajes del galeón de Manila, que transportaba productos exóticos desde el puerto de Acapulco hasta Filipinas, y usaba el puerto de San Lucas como punto de abastecimiento. Por esta causa, las aguas del Pacífico se vieron asoladas por piratas.{tip ::Aguilar Marco, José Luis, 1991, pp. 33-40}[8]{/tip} Existían además, conocimientos de la existencia de metales preciosos, aunque no fueron encontrados nunca en abundancia.

En la última expedición, a cargo de Isidoro Atondo y Antillón fue asignado el padre Eusebio Francisco Kino, de la Compañía de Jesús. Fue llevado junto con tres religiosos para realizar la conversión de los indios del puerto de San Bruno y brindar atención espiritual a los colonos. Aunque esta empresa, como las precedentes no obtuvo el éxito deseado, preparó el camino para el arribo años más tarde del padre Juan María Salvatierra, fundador de las misiones de la Baja California. Ante este nuevo fracaso se decretó que la península era inconquistable y abrió paso a la implantación de un nuevo método: el religioso.

El 19 de octubre de 1697 arribó el padre Salvatierra, junto con nueve hombres a las costas del Golfo de California. A su encuentro acudieron unos cincuenta indios de los llamados californios, quienes recibieron a los visitantes de manera amable y aparentemente devota. Algunos de estos habían tenido un contacto previo unos años antes con los miembros de la expedición de Atondo. En este puerto, llamado posteriormente de Loreto, fue establecida la misión que lleva el mismo nombre y que con el tiempo llegó a ser llamada capital de las misiones, en la que se reunían los víveres y tropas destinados al sustento de todo el sistema misional, que permaneció hasta 1767, cuando se decretó la expulsión de la orden de los territorios españoles.

La misión representó un cambio importante no solo en la vida de los colonizadores españoles, sino en la de los californios. Para ellos no solo representaba un centro religioso, también era su fuente de alimentos. El sistema misional jesuita estaba basado una completa dependencia de los indios a la misión.{tip ::Rodríguez Tomp, Rosa Elba. 2002, pp. 132-133.}[9]{/tip} Para los españoles representaron la base de la colonización, y por lo tanto de la explotación de los recursos, principalmente los bancos de perlas, por lo que desde las primeras fundaciones se buscó la manera de sacarles partido.

Su estratégica ubicación, la existencia de bancos perlíferos en sus costas y la esperanza de encontrar riquezas inimaginables, convirtieron a la península de Baja California en un sitio que era necesario conquistar y poblar. Los intentos de los siglos XVI y XVII, aunque fallidos, contribuyeron a delimitar el territorio y conocer las condiciones geográficas, lo que sentó las bases para el proyecto misional jesuita. La importancia de las misiones jesuitas en este proceso radica en que durante casi cien años representaron el único medio del que pudieron valerse los europeos para someter esta región. Al ser un sitio estratégico tanto militar como económico, su control era de vital importancia.

 


Notas:

[1] Carta del 15 de octubre de 1524 al emperador Carlos V, citada en Clavijero, 2007, p. 71.

[2] Pérez-Taylor, Rafael y Paz Frayre, Miguel Ángel, 2007, p. 17.

[3] Clavijero, Francisco Javier, 2007, p. 72

[4] Aguilar Marco, José Luis, 1991, pp. 33-34

[5] Clavijero, Francisco Javier, 2007, p. 74

[6] ídem, p. 71-89

[7] Astrain S.J., Antonio. 1974, pp. 34, 45-47.

[8] Aguilar Marco, José Luis, 1991, pp. 33-40

[9] Rodríguez Tomp, Rosa Elba. 2002, pp. 132-133.

 

Bibliografía:

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Barco, Miguel del. Historia Natural y Crónica de la Antigua California. Universidad Nacional Autónoma de México. México. 1988.

Clavijero, Francisco Javier. Historia Natural y Crónica de la Antigua California. Ed. Porrúa. México.

Gonzalez de Cossío, Francisco. Crónicas de la Compañía de Jesús en la Nueva España. Universidad Nacional Autónoma de México. México. 2007.

Hausberger, Bernd. La vida cotidiana de los misioneros jesuitas en el noroeste novohispano, en Estudios de Historia Novohispana, No. 17. Universidad Nacional Autónoma de México. México. 1977.

Lopez Sarrelange, Delfina. Las Misiones Jesuitas de Sonora y Sinaloa, base de la Colonización de la Baja California, en Estudios de Historia Novohispana, No. 2. Universidad Nacional Autónoma de México. México. 1968.

Noloasco, Margarita. Conquista y Dominación del noroeste de México: el papel de los Jesuitas. Instituto Nacional de Antropología e Historia. Serie Historia. México. 1991.

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__________, Breve Historia de Baja California Sur. Fondo de Cultura Económica. 2000.

Rodríguez Tomp, Rosa Elba. Cautivos de Dios. Los cazadores recolectores de Baja California durante la colonia. Colección Historia de los Pueblos Indígenas de México. CIESAS-INI, 2002, pp. 132-133.