Número 36

18 de arte mural de la rebelión zapatista. Ha sido entonces cuando el chico ha dicho que era Gustavo Chávez, el pintor de algunos de los murales que estaban fotografiando. Es cierto: sus murales son algunos de los más conocidos de la plástica zapatista de la zona de Oventic y, además, son de los pocos que están firmados. Una rareza en el entorno zapatista, donde la mayoría de las obras son colectivas o anónimas. Gustavo Chávez es todo un personaje. Valía la pena estar hablando con él un rato, y eso es lo que Lluïsot y yo hemos hecho. Le hemos preguntado si tenía tiempo de ir a tomar un café y de compartir con noso- tros los detalles de su relación con el arte mural y con Chiapas. Él ha aceptado y nos ha hablado de su vida. Para resumir lo que nos ha explicado, tenemos que decir, en primer lugar, que Gustavo es chilango (gentilicio de los que son oriundos del Distrito Federal) y que considera que la capital de México es la mejor ciudad del mundo. Nos dice que na- ció en el barrio de Santa Julia, un barrio popular, famoso por la existencia de un an- tiguo bandolero llamado e l tigre de Santa Julia , que robaba a los ricos y repartía el botín entre su pandilla. Hoy en día, no obs- tante, Gustavo vive exiliado en un munici- pio cercano de la ciudad de México que se llama Huixquilucan. Está “exiliado” de su pareja que, según él, lo ha echado de casa –y al parecer incluso del barrio. También nos explica que desde chavito dibujaba. De niño lo que le interesaba era dibujar. Y esta faceta la fue desarrollando en la escuela, que fue el mismo lugar don- de comenzó a adquirir conciencia política. Dicha escuela, una secundaria popular , fue un espacio educativo creado por estudian- tes radicalizados después de los hechos del dos de octubre de 1968. Su primer contacto con el muralismo fue, curiosamente, en los Estados Unidos, viendo cómo se pintaban las paredes de la plaza de Chicano Park , en la ciudad de San Diego. Entonces tenía 14 años y había ido dos meses de mojado al gabacho , que es como se llaman popularmente a los Es- tados Unidos en México. De vuelta retomó nuevamente los estudios. Se inscribió en la preparatoria y fue allí donde empezó a trabajar en el ámbito de las artes plásticas, siempre desde una perspectiva compro- metida. Eran los años ochenta y Centro- américa estaba en plena efervescencia: la revolución sandinista había triunfado en Nicaragua y había conflictos armados en El Salvador y en Guatemala. En este mar- co, decenas de organizaciones populares mexicanas, sobre todo al sur del país, tam- bién pretendieron impulsar experiencias revolucionarias. Una de ellas tuvo lugar en Juchitán, en el Estado de Oaxaca, donde la Coalición Obrera Campesina Estudiantil del Istmo (COCEI) obtuvo el poder en unas elecciones que –excepcionalmente- no re- sultaron fraudulentas. Tras la victoria de la COCEI en la localidad mencionada del istmo de Tehuantepec, muchos jóvenes politizados llegaron allí para participar en una experiencia revolucionaria a nivel mu- nicipal. Uno de ellos era Gustavo Chávez. Con todo, el gobierno local de la COCEI duró poco. El ejército y el partido oficial, el Partido Revolucionario Institucional , el PRI, abortaron esa experiencia y muchos de los jóvenes que llegaron a Juchitán apoyar ese proceso de cambio optaron entonces por impulsar actividades de resistencia. La forma de resistencia que desarro- lló Gustavo fue la de pintar murales a escondidas. De noche él y otros amigos, los llamados toleditos (en referencia a los discípulos del famoso pintor oaxaqueño Francisco Toledo), pintaban murales de denuncia. A menudo las imágenes eran go- rilas y chimpancés, burlándose de quienes acababan de arrebatar el poder municipal por la fuerza. Un día cuando pintaban una pared el ejército lo detuvo, junto con otros amigos y los encarcelaron. Era la época – ya prolongada- en la cual en México había muchos desaparecidos por causas políticas y, en esa ocasión, ellos tenían grandes pro- babilidades de convertirse en algunos más. Solo la movilización popular de los vecinos les salvó. Pintar, en estas circunstancias, era una actividad muy peligrosa.

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