Número 36

17 que se conocen normalmente como casas grandes ) colgábamos nuestras hamacas durante las noches que duró el viaje. En las páginas que siguen exponemos una breve muestra de los relatos de la bi- tácora de viaje, que remiten al acontecer cotidiano, el relativo al martes 18 de marzo de 2008. Martes 18 de marzo. La tradición mu- ralista aún pervive. Nos hemos levantado a las seis. A mí, como no tenía despertador, me ha levantado Ra- fel diciendo que todo el mundo ya estaba de pie y que yo era un dormilón. Era cierto. Me he levantado inmediatamente, he en- cendido la luz, me he vestido, he recogido el sleeping bag . Cuando he apagado la luz Josu, un chico con quien compartía cuarto, ha gruñido levemente. Hemos tomado un café, hemos car- gado en la furgoneta nuestras mochilas y nos hemos dirigido a la comunidad de San Andrés Larráinzar con la intención de de- sayunar y después ir al Caracol de Oventic, que es el enclave zapatista más conocido debido su proximidad con la ciudad de San Cristóbal y con los municipios turísticos de San Juan Chamula y Zinacantán. Por el camino hemos hablado de los pueblos indígenas que hay en Chiapas y de la diversidad de idiomas que en ellos se utilizan. En la zona zapatista hay miem- bros de la comunidad tseltal, tzotsil, tojo- labal y chol, pero en Chiapas hay muchos otros pueblos y lenguas, como los zoques o los lacandones. Hablando nos hemos pa- sado la comunidad donde queríamos ir y hemos llegado, sin querer, directamente a Oventic. Así las cosas, hemos pensado que sería mejor invertir el orden de la visita. Empezaríamos el itinerario por Oventic. Una vez allí la dinámica ha sido la de siempre: presentarse, dejar los pasa- portes, hacer la petición a la Junta para poder fotografiar los murales y pedir una pequeña explicación sobre la situación en la que se encuentran las comunidades de la zona. Todo este proceso es lento. Puede durar un par de horas, pero a veces has- ta veinticuatro. Como siempre, en este país las cosas se han de tomar con mucha calma. Pero en este Caracol , que es muy frecuentado por extranjeros, es fácil dis- traerse observando a los miembros de la comunidad solidaria. Esta mañana, mien- tras esperábamos, hemos visto un grupo de italianos, uno de norteamericanos, otro de japoneses y una banda de personas con el pelo muy claro y cuya procedencia no hemos sabido identificar. Al cabo de un rato nos han dicho que podíamos tomar fotos a los murales y también que nos podíamos quedar a dor- mir en una casa que hay en el C aracol . Se trata de una nave muy grande de madera y tablas de lámina que tiene un inmenso mural de Emiliano Zapata, y al que llaman auditorio Emiliano Zapata . Una vez que nos lo han comunicado, hemos ido inme- diatamente a colgar las hamacas. Bien, las hemos colgado todos salvo Xavier, quien ha preferido dormir sobre unos tablones de madera. Desde que hemos empezado el viaje, Xavier ha repetido que las hamacas eran un peligro para su integridad física. Después hemos ido a comer unas quesa- dillas a la cafetería (que es una especie de tienda de víveres y en la que también sir- ven de comer) que hay al Caracol . Por la tarde Lluïsot, y yo nos hemos quedando escribiendo y dibujando. Mientras Rafel y Xavier estaban mi- diendo y fotografiando murales, se les ha acercado un chico flaco, bajito, de piel muy morena y con una melena de cabellos albo- rotados y negros. Iba vestido con unos pan- talones tejanos y una camisa oscura. Era de nuestra edad o un poco mayor, energético y con una pequeña sonrisa ladeada dibu- jada en el rostro. Caminaba acompañado por dos chicas, una de su edad y otra un poco más joven. Ellas también eran mexi- canas, psicólogas ambas según nos dijeron. El chico, que iba de un lugar a otro con una actitud algo altiva, le ha preguntado a Lluï - sot qué hacían ellos (refiriéndose a Xavier y a Rafel) en Oventic. Lluïsot ha respondi - do que fotografiaban los murales de todas las comunidades para hacer una relación

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