Ricardo, a su llegada a México

Conocí a Ricardo y a Hilda cuando nos inscribimos los tres en los posgrados de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Filosofía de la UNAM a mediados de los setentas. Eran tiempos de exiliados del cono sur, de profesionistas que llegaban y se quedaban en nuestras universidades, tiempos de las teorías del “subdesarrollo y la dependencia”, de leer a Marini, Dos Santos, Gunder Frank y tantos otros no tan famosos que se quedaron entre nosotros.

En los seminarios que Leopoldo Zea coordinaba semanalmente en el CELA, Ricardo y Crespo destacaban entre una docena de participantes, en su mayoría extranjeros acabados de llegar, por sus conocimientos de la región latinoamericana. Sin embargo, fuera de lo académico, a Ricardo le entusiasmaba mucho el análisis de la situación internacional que, por aquel tiempo, se decía, ocupaba un lugar central en el análisis político, era la “contradicción principal”. Las posiciones geopolíticas de izquierda a favor de China o de Albania estaban fuera de mi comprensión (yo también acababa de llegar pero de la provincia, del norte, y me sentía prácticamente extranjero (e ignorante) en la capital y más en la geografía latinoamericana.


De izquierda a derecha: Ricardo Melgar y Alonso Pelayo, finales de la década de 1970

Ricardo tenía la personalidad de un mentor, tanto en la vida académica como política. Además de traer entre dedos a Mariátegui, Mella, Recabarren, era un estudioso del pensamiento de Mao Tsé Tung. Su interés político estaba fuera de los partidos políticos y dentro de los movimientos de masas que seguía muy de cerca. Yo que venía con la idea, a sugerencia familiar, de acercarme a Heberto Castillo, al PMT, me quedé con el Ricardo mentor para vivir la experiencia que marcaría mis posteriores vivencias políticas.

El clima político del país era un poco radical, el manto electoral estaba todavía lejos de cubrir las aspiraciones de los más jóvenes. Así que no tardamos en enfrascarnos en aventuras que muchos años después (en 2014) Ricardo evocaría como locuras de juventud. “Un loco suelto como yo que se había juntado con un joven impetuoso y desarraigado como tú”, para tratar de armar una célula urbana en apoyo a una organización de Morelos. En este tiempo le nació su vocación por la compra de libros, revistas y materiales que buscaba afanosamente en las librerías de viejo sobre el movimiento obrero latinoamericano y que terminaría otorgando para su custodia a una universidad del norte. También fue en este tiempo que Ricardo manejaba al dedillo el modelo leninista de la organización clandestina que se recomendaba en “Carta a un camarada sobre nuestras tareas de organización”.

Fue un tiempo que disfrutamos mucho, pudimos acompañar la actividad académica del posgrado con la actividad política en la gran ciudad de México. Éramos jóvenes con mucha y a la vez poca conciencia del terreno que estábamos pisando (al menos yo). El abismo semiclandestino nos absorbía tanto que nunca medimos las consecuencias de lo que hacíamos hasta que un día en el trolebús, en el trayecto de Félix Cuevas a Nativitas, que separaba nuestros departamentos, Ricardo me avisa que era hora de separarnos y terminar con todo eso y así, sin preguntar nada, me regresé al norte y vine a terminar mis estudios 20 años después cuando Ricardo ya había sido funcionario del Colegio donde, junto con Hilda, nos conocimos.


Ricardo Melgar y Alonso Pelayo, finales de la década de 1980

Yo me hubiera querido integrar a los partidos de izquierda pero quedé un tiempo como asustado por la experiencia. Se impulsaba un clima electoral y pude haberlo hecho. Ricardo, en cambio, hizo todavía un buen intento, junto a otros compañeros, al involucrarse con un grupo de veteranos que se había separado del PCM, por la vía maoísta, a tratar de reunificar la experiencia de importantes líderes de masas de la ciudad de México y de provincia. Se trataba de reunificar el movimiento marxista leninista a partir de los primeros cuadros del maoísmo mexicano. Mientras tanto yo me embarqué a Nicaragua a vivir la aventura sandinista desde las aulas del recinto Rubén Darío de la UNAN.

Lo que cuento de Ricardo en México refiere solamente a su trayecto de estudiante de maestría en el CELA, de 1977-79. Después él se iría consolidando como investigador y conferencista, algo que naturalmente se veía venir por su extraordinaria dedicación y compromiso y por el esmerado apoyo que Hilda, su inseparable compañera, siempre le brindó. Hablo de cuando ellos, recién desempacados del Perú, y yo nos dedicamos a estudiar y a explorar la actividad política en la capital de México. Luego de esta etapa, la actividad comercial me llevó a mí por otros caminos.

El empeño de congregar a Rubelio Fernández, Edelmiro Maldonado, Tereso González y Camilo Chávez, fue un esfuerzo serio e importante de varios compañeros, entre ellos Ricardo. Eran veteranos con experiencias concretas de lucha. Formaron parte del PCM (menos Rubelio, creo),

fueron expulsados a principios de los sesentas, se congregaron en el DF e iniciaron un proceso de redefiniciones. Creían firmemente en la tesis de la reconstitución del PCM. Sin embargo, las tentaciones fueron muchas y ese proyecto se vino abajo. La LOPPE tentó a los más jóvenes, querían representaciones, candidaturas y los veteranos les dijeron que había que participar pero no olvidar lo demás. Un suceso lamentable, me dijo Ricardo, “resintieron los cortapisas de quienes querían únicamente el registro electoral”. Los veteranos maoístas murieron muy poco después salvo Rubelio. Toda esa documentación está en los materiales que Ricardo envió a la biblioteca de la Universidad de Ciudad Juárez.

La reforma política empezó a cambiar los ánimos de la vieja escuela así que empezamos a mirar hacia afuera, hacia Centroamérica. Nada más alejado de nuestros ideales que la promesa de integración de la reforma electoral. Ricardo mantuvo todo este tiempo sus convicciones, no cambió de idea ni con la 4T, a la que yo finalmente me medio integré, como para no dejar pasar tan importante evento. Yo le habría dicho que este era el último bus que podíamos abordar y él, tan extraordinario como siempre, se quedó callado.