Los caminos del exilio en Nuestra América Una aproximación

Quien desee patria segura, que la conquiste.
Quien no la conquiste, viva a látigo y destierro,
oteado como las fieras, echado de un país a
otro, encubriendo con la sonrisa limosnera ante
el desdén de los hombres libres, la muerte del alma.
No hay más suelo firme que aquel en que se nació.
José Martí (1894)

El epígrafe de José Martí condensa tres sentidos que configuran el exilio de las izquierdas: desear y luchar por una patria nueva, deseable, justa, es motivo de que el poder te eche fuera del terruño primordial;  que la solidaridad del país receptor se te niega o brinda a cuentagotas y te deprime, que tu guía de vida exiliar es el retorno a la patria. Sin embargo, el destierro, se hace comprensible de cara a las otras dos opciones: la cárcel y la muerte. Se ha atribuido a diferentes autores del continente la autoría de la trilogía represiva del  encierro, destierro, entierro. Frente a estas tres figuras pareciera que la del exilio sigue siendo la más controvertida. En lo general, el exilio ha generado un campo semántico que aproxima varias palabras o conceptos, sin haber logrado un consenso académico acerca del mismo. Términos como destierro, expatriado, éxodo, transtierro, asilo, refugiado, diáspora, se entrelazan con el del exilio. A lo anterior se suma, los puntos de intersección que en la vida real y en las representaciones guarda el exilio con la migración. Dilucidar este asunto sigue en la agenda de los estudiosos del fenómeno, pero también sigue siendo objeto de las cavilaciones de los funcionarios públicos que se desempeñan en las áreas de control migratorio, relaciones exteriores y seguridad nacional.

Desde otro ángulo, considerados los flujos del exilio en su tenor más panorámico, apreciamos que nos muestran sus diferenciadas y encontradas adscripciones ideológicas y políticas, quebrando cierto canon de la historiografía política militante del último cuarto del siglo XX al emparentarlos únicamente con las izquierdas. A veces, los desterrados, solo guardan entre sí los vínculos de paisanaje y los que emanan de su condición axilar, toda vez que sus filias y fobias políticas tienden a ser excluyentes.

 Los países de Nuestra América nos han revelado- en su casi bicentenaria historia- los ciclos intermitentes del destierro/refugio de los intelectuales y políticos contrarios al orden establecido o a los proyectos triunfantes de reforma o revolución. Los exilios - dicho en plural- dada su heterogeneidad, no siempre desaparecen con el cambio de gobierno expulsor y/o excluyente. Sucede que las inercias jurídicas y políticas internas y/o los condicionantes propios de la vida en el exilio, afectaron negativamente los flujos del retorno. Para los exiliados hay una esperanza frente al país receptor, la de recuperar la libertad de vida y de expresión de las ideas, a pesar de las privaciones que se padezcan en tierras ajenas. Víctor Hugo, el padre del socialismo romántico, resumió con claridad meridiana, los claroscuros de dicha existencia, ya mencionados por José Martí: «Vida modesta y exilio, pero libertad. Techo pobre, cama pobre, comida pobre. ¡Qué importa que el cuerpo pase estrecheces mientras el espíritu esté a sus anchas!» [1] Desde otro ángulo, algunos intelectuales exiliados, convirtieron la ironía y el humor en arma de combate contra las dictaduras que los sacaron de sus patrias. Recordamos a Juan Montalvo, el autor de El Cosmopolita (1869) quien cruzó su ironía con la acerada burla contra Gabriel García Moreno, así como contra Ignacio de Veintemilla en Las Catilinarias (1880-1882). Otro fue el camino elegido por Luis Felipe Angell (Sofocleto) en su conocida obra satírica El Manual del perfecto deportado, al criticar a las dictaduras pero también a tomar con humor las penurias y riesgos de los desterrados, sin dejar de mencionar de vez en vez, al gobierno militar de Juan Velasco Alvarado que lo expatrió del Perú.

 

Exilios y entretiempos

Si a la fecha carecemos de historias particulares coyunturales del exilio en países como Haití, Honduras, Paraguay, Bolivia, es más general, la carencia de sus historias nacionales en el continente. Por lo anterior, tampoco resulta casual que todavía se encuentre fuera del alcance de nuestras academias, la posibilidad de construir una historia continental. Jensen fue certera al escribir que:

Quizás sólo para México, Francia y España se haya avanzado en la escritura de una Historia rigurosa que combina dimensiones subjetivas y estructurales del fenómeno. Historias, por un lado, fundadas en una exhaustiva investigación empírica resultado del cruce de diversos registros de fuentes (gubernamentales, no gubernamentales, periodísticas, orales, registros estadísticos, etc.), y por el otro, atentas a la compleja politicidad del exilio, esto es la triple condición del exiliado como actor, testigo y “víctima”. [2]

 

México el país que más ha impulsado la recuperación de su condición de país receptor de exilios en el siglo XX, realizó un giro historiográfico relevante, al transitar de los estudios en torno a los republicanos españoles, a las investigaciones de los diversos flujos del exilio latinoamericano. En esa dirección, mención especial merecen las convocatorias y publicaciones que en 2002 Pablo Yankelevich en base a la historia documental, y Eugenia Meyer y Eva Salgado apoyándose en la historia oral. Respecto a esta última se ha afirmado que:

… los testimonios construidos mediante la historia oral son una de las fuentes más complejas para la investigación sobre historia contemporánea reciente e imprescindibles en cualquier programa que intente documentar el siglo XX. Además la historia oral ha demostrado su potencial epistémico e histórico para renovar nuestras interpretaciones historiográficas, y partir de esa renovación, impulsar los procesos sociales. (Ayala y Mazzei, 2015:8).

 

Lo relevante es que en el curso de los últimos años, los estudios y publicaciones acerca de nuestros exilios, vienen concitando el interés de un número creciente de académicos. La mayoría de ellos reportan las comunidades de los exilios de la segunda mitad del siglo XX, le siguen los dedicados a ciertas personalidades intelectuales y políticas. Mirados en perspectiva histórica, es bueno recordar que los exilios se han movido asimétricamente entre sus extremos ideológicos y políticos, incluyendo sus diversas y heterodoxas mediaciones y transfiguraciones. En esa dirección merece destacarse la obra de Luis Roniger Destierro y exilio en América Latina: nuevos estudios y avances teóricos, publicada en 2014. El autor en una entrevista acerca del contenido y perspectiva de su obra expresó atinadamente el siguiente juicio:

Recientes avances en su análisis han revelado el carácter generalizado y recurrente del destierro como un importante mecanismo de exclusión institucionalizada y su impacto como un factor transnacional, persistente aunque variable, en la historia de nuestras sociedades. Las ciencias sociales, en las que incluyo a la historia, han llegado relativamente tarde a este campo de estudio, en el cual han predominado por largo tiempo los estudios literarios y las humanidades – tal vez con la excepción del exilio cubano, que ha concitado numerosos trabajos ya a partir de inicios de la década del 60.En los últimos años, los estudios de destierro y exilio se han transformado en un campo de estudio transnacional e histórico en pujante expansión.[3]

 

Pareciera que los exilios de las tres últimas décadas hubiesen consumido nuestras energías, dejándole muy poca visibilidad a los exilios previos. Decimos exilios en plural aún para signar los casos nacionales independientemente de sus rangos de complejidad y contradicción. En lo general, la historia de los exilios puede ser vista como una sucesión de desbordes autoritarios, que se potencia y afirma coyunturalmente al ritmo de las problemáticas nacionales y regionales, así como de las crisis y las diversas tramas de las guerras internas o de las libradas entre países vecinos. La figura de las dictaduras militares ha sido sobredimensionada en la explicación de los exilios latinoamericanos, ya que tendríamos que acotarla, para no olvidarnos de aquellos gobiernos civiles autoritarios generadores de exilios y destierros. Los sujetos en condición exilar desde el punto de vista de su composición social, son fundamentalmente urbanos, perteneciendo en su gran mayoría a los sectores políticos e intelectuales de la pequeña burguesía. Desde el punto de vista generacional el exilio muestra diversas pertenencias, aunque son los jóvenes los más activos. Quedan pendiente el esclarecimiento de los itinerarios y modos de vida en el exilio, de los dirigentes obreros, campesinos e indígenas. 

Los países latinoamericanos se han movido en sus ya casi dos siglos de vida republicana, entre la expulsión y la recepción. México por ejemplo, pese a su imagen fuerte de país refugio en nuestro continente, generó sus propios ciclos de exilios, antes, durante y después de la Revolución mexicana. La recepción de los exilios latinoamericanos de los años setenta, ha sido agudamente reseñada por Pablo Yankelevich.[4] Países que de manera recurrente han practicado la exclusión y expulsión de disidentes, adversarios o enemigos políticos del régimen de gobierno,  asumieron en ciertas coyunturas, la función de países refugio. Los casos de Bolivia, Perú, Guatemala y Haití son elocuentes.

Nos falta precisar cuáles han sido los principales polos de recepción de los exilios tanto para el siglo XIX como para el XX. Algunos de ellos relevantes para los agitados y excluyentes escenarios subrregionales. Acompañaron a los países receptores de exilios, los países que sólo se comprometieron a servir de corredores temporales de los flujos de exiliados o refugiados. Del lado de los exiliados, el asunto de la elección del país refugio no siempre dependió de su voluntad, contaron también otros condicionantes políticos, culturales, económicos, de comunicación y transporte.[5] Y del otro lado, hay que tener presente, que el país que recibió a los exiliados, pudo implicar una sociedad abierta o cerrada, con mayores o menores posibilidades de ofertar ayudas asistenciales y trabajo, fuera de poseer con distintos grados de impacto, distintas ideologías  integracionistas o xenófobas.

La malla de vínculos sociales que los exiliados fueron tejiendo, no sin tensiones, ha tenido como particularidad un tenor transfronterizo. Insistimos en el uso de este término a contracorriente del canonizado transnacional, considerando que muchos de nuestros países al momento de los exilios estudiados, distaban de haber concluido sus respectivos procesos de conformación de naciones. En los casos en que el exilio poseyese un perfil de diáspora, su radio y sus redes cobrarían visibilidad en la medida en que se fuese reconociendo e indagando otras fuentes, tantas como los lugares y países le dieron cabida. Sin lugar a dudas, el punto más problemático de las nuevas investigaciones es el esclarecimiento de sus redes. Restaurar los lazos primarios, secundarios o mixtos que unen a los excluidos de afuera con los afines o familiares residentes en el país expulsor, es una tarea compleja, considerando que sus modos de comunicación debían sortear los filtros de la censura y vigilancia diplomática, política y policial.

Cierto es que en la actualidad, el debate acerca de la globalización gira en torno a la pérdida relativa del arraigo territorial como clave identitaria, también a la quiebra del paradigma euclidiano sobre la representación del espacio por otro más acorde con las nuevas concepciones de la física y de la experiencia creciente y conflictiva de los grandes flujos demográficos sur/norte. Bajo este contexto, existe una frontera de sentido muy contemporánea que en su lasitud contamina la relación y diferenciación entre el exilio y la migración. Eugenia Meyer, una conocida estudiosa de los exilios latinoamericanos en México, nos dibuja desde su propia concepción la proximidad entre ambos términos, dada la convergencia cultural que comportan ambos procesos:

La migración, el éxodo del país de origen, el asilo, la estancia temporal o permanente en otra nación, el exilio, el dolor de romper amarres y raíces para sentar otros y, luego, a veces, recorrer el mismo camino a la inversa para volver al punto de partida. Los desplazamientos sucesivos, los nexos familiares rotos o debilitados, la conformación de grupos o colonias, de guetos, el apoyo y el rechazo de los otros, la comprensión o la extrañeza son sólo algunos de los aspectos de la “realidad irreal del exilio” y de una serie de implicaciones éticas (Mayer, 2001: 8).

 

Y esta analogía no es gratuita en los tiempos que nos toca vivir, marcados por la globalización y el neoliberalismo que fuerza el crecimiento en espiral de los flujos migratorios de sur a norte. Es en ese contexto, que Fernando Ainsa constata:

La importancia creciente de las figuras del éxodo y el exilio, la exaltación de la “condición nomádica”, las nociones de desarraigo y del “fugitivo cultural” como componentes de la identidad en el marco de los procesos de globalización (Ainsa, 1997: s/p).

 

En esa misma dirección Eugenia Meyer propone como elemento diferenciador entre los exiliados/asilados y los migrantes, el hecho de que los primeros salen de su país contra su voluntad por razones políticas, mientras que los segundos, lo hacen conforme a un «precario elemento volitivo» acorde con las causas económicas que padecen sus países de origen. Se debe matizar tal aseveración, señalando que no todos los perseguidos políticos devienen en exiliados o asilados, considerando que los caminos de la resistencia y la clandestinidad a pesar de sus riesgos, han seguido siendo una opción política. Resulta sugerente la propuesta de Loreto Rebolledo de recuperar el camino del retorno de los exiliados, como una «segunda migración», que «implicará nuevas  añoranzas y nuevos duelos» (Rebolledo, Ob. Cit.: 18). Y agregamos nosotros, que  el elemento volitivo, el deseo de retorno al país de origen, jugará un papel decisivo en su realización,  sea capitalizando la amnistía del nuevo gobierno o asumiendo los riesgos que impone el gobierno expulsor. Empero, debemos hacer una salvedad en la «segunda migración», considerando la decisión del gobierno del país receptor de presionar a los exiliados para su retorno a su país, al desaparecer las condiciones políticas adversas que lo generaron.  En lo general, el retorno supone una variada gama de modos (masivo, gradual, selectivo e individual)  y de vías: la repatriación voluntaria o forzosa, la clandestina o tolerada. Así como el retorno canalizado bajo las nuevas condiciones de reinserción a la vida pública de manera temporal o definitiva. En las últimas décadas el retorno puede ser mediado por ACNUR y solventado por un acuerdo de las partes.

De otro lado, también debemos matizar la caracterización de los migrantes que hace Eugenia Mayer. No todos los migrantes lo son por razones económicas, aunque éstas propicien y sostengan los más importantes flujos migratorios transfronterizos latinoamericanos. Para algunos migrantes existe un abanico de motivaciones que van de las de carácter religioso, pasando por aquellas que se orientan hacia espacios más propicios para sus cultivados saberes o prácticas artísticas, o que expresan razones más íntimas alusivas a los más diversos lazos afectivos, para restaurarlos, construirlos, o romperlos. No faltan quienes han mudado de parecer ideológico y político frente a sus organizaciones enfrentando la encrucijada de luchar por una reorientación o buscar otros horizontes. Existen otras motivaciones  más por inventariar. Por último, tenemos casos de migrantes económicos, que en tiempos de exilios políticos masivos simulan formar parte de ellos, para obtener facilidades migratorias, sanitarias, educativas o de trabajo brindadas por el estado o la comunidad solidaria del país receptor.

 En el imaginario social, en la memoria colectiva de nuestras sociedades, han predominado con matices, las mitologías políticas, es decir, los relatos con fuerte carga afectiva y eficacia simbólica en ese juego contradictorio de legitimar o deslegitimar a vencedores y vencidos, expulsores y deportados. Algunos analistas, críticos literarios, historiadores y antropólogos, han avanzado algo en la tarea de recuperar, interpelar y explicar la mitología de algunos exilios. En el caso de los mitos del exilio, cuentan algunos sobre el retorno heroico y/o triunfal, en el Caribe por ejemplo, se aproximan la temida y fantasmal «Legión del Caribe» y la muy real expedición del Gramma.[6] Y más atrás, encontramos las huellas de las expediciones marítimas del exilio venezolano para luchar contra la dictadura de Juan Vicente Gómez a fines de los años veinte del siglo pasado o a las que propició el proyecto independentista de José Martí a fines del siglo XIX. 

Cuentan también, aunque de otros modos, las mitologías acerca del exilio dorado y del exilio sacrificial -entre la penuria y el desgarramiento-. Estos últimos han sido recuperados por Carlos Brocato (1986) y Loreto Rebolledo (2006) para los casos argentino y chileno de los años setenta  y por Melgar para el exilio aprista peruano de los años treinta del siglo pasado (2003). Sin embargo, Brocato va más allá, al advertirnos que la dialéctica de la nostalgia, la penuria y el sufrimiento suscita dos mitos que mutuamente se oponen y descalifican políticamente: «Nadie padeció más que nosotros, se dicen al unísono los “de adentro” y los “de afuera”. Es un lamento excluyente, porque niega el sufrimiento del otro » (Brocato, 1986: 77).

Este juego desgarrador de mutuas incriminaciones políticas erosiona la memoria y lo que queda de la organización y del proyecto político. La historia del exilio, inevitablemente se anuda con algo más que el tiempo de la expulsión, del «salto afuera», muchos hilos siguen atando a los adentro y a los de afuera, afines, adversarios y enemigos. Hubo casos como el del chileno Francisco Bilbao a mediados del siglo XIX o el peruano Esteban Pavletich que entre 1925 y 1930, iba de deportación en deportación saliendo de un país para entrar a otro. Tanto Bilbao como Pavletich forman parte de ese pequeño contingente de desterrados insumisos que no ven al país receptor como espacio de remanso sino de combate.  Ellos abonaron a favor de la mitología heroica del desterrado internacionalista.

Y en lo que respecta al mito del retorno debemos decir que puede ser visto, por la violencia simbólica que es capaz de potenciar, así como por su función política movilizadora. En cambio, pocas veces este mito es  abordado como una coartada del etnocentrismo de los exiliados, que bloquea, filtra o niega a la cultura del país receptor. La preparación para el retorno vuelve efímero y quebradizo toda raíz y todo lazo con la sociedad receptora.

Existen dos construcciones mitológicas adicionales dignas de ser tomadas en cuenta, la del exilio traición, y la que en su polaridad, configuran la tierra del mal bajo la dictadura o la tierra sin mal del país refugio. Fernando Ainsa ha subrayado que la ruptura con el país de origen, requiera una apoyatura con carga mítica espacializada, la cual es cubierta por la imagen de la «tierra prometida» (Ainsa, 1982:49-64). La reelaboración mítica positiva y edénica del país receptor, importa tanto para los exiliados como para los migrantes, la distinción radica en todo caso, en que los primeros politizan sus contenidos, mientras que los segundos, ponen el acento, en las imágenes del bienestar deseado.

La dolorosa experiencia del exilio argentino de los setenta, es la que más ha documentado la fractura o desencuentro entre los que partieron y los que se quedaron a enfrentar o padecer la dictadura militar. En varios casos, exilio y resistencia no siempre se han llevado de la mano. La circulación entre los exiliados de las imágenes sobre la derrota, la pérdida, la defección, puede ser capitalizada e inducida por el aparato exterior de los países expulsores, vía la cancillería y otros servicios.

En el imaginario social, el exilio también está vinculado a los procesos de reelaboración de imágenes identitarias así como a la producción de otras acerca de la otredad cultural del país receptor. Y estas imágenes fuertes gravitan de manera decisiva en la configuración de nichos de sociabilidad, en que se potencia la reproducción de prácticas identitarias y la reelaboración de tradiciones políticas y culturales. Y todo este conjunto, que no desdeña la unidad y diferencialidad del modo de vida de las comunidades en el exilio, traza los contornos de las subculturas de los exilios, en algunos casos, han sido aproximados a la incómoda e impropia figura de los Ghettos.

 

Al cierre

El arco histórico de los exilios latinoamericanos sorprende, antecede incluso al proceso independista, lo acompaña y lo proyecta con sus muchos rostros y capítulos nacionales y continentales hasta el siglo XXI. Algunas de sus expresiones recurrentes han sido reseñadas desde el tiempo largo, como las experiencias de pérdida, las problemáticas de inserción en los países refugio, los proyectos de retorno, y la construcción de mitologías diversas. Algunos casos del exilio, nos han permitido marcar ciertos hitos políticos regionales, así como los normativos sobre derechos de los asilados y refugiados. El espacio recurrente del exilio es la ciudad del país receptor, dato no menor, considerando sus privilegiados canales de información y comunicación a distancia.

La propia categoría del exilio político ha sido revisitada desde un frondoso y no consensuado campo semántico a lo largo de la historia, entre Europa y Nuestra América. Y hasta donde se pudo recuperaron algunas señas de la precaria y cotidiana existencia de sus protagonistas. El exilio fue hechura de la violencia política y simbólica y cada uno de sus hitos, de sus prácticas, de sus representaciones está atravesada por ella. Sin embargo, debemos aclarar que el exiliado además de ser una víctima de la violencia de quienes detentan el poder en su país de origen, es a pesar suyo, un reproductor de la misma, un ejecutor de su asimétrica bidireccionalidad.

Una aproximación a la historia y la problemática de los exilios pensada desde el tiempo largo, únicamente apunta a suscitar interrogantes, líneas de investigación y también debate, su actualidad dramática, así lo exige y pone bajo cuerda la precariedad de nuestras instituciones y modos de hacer política.

 

Bibliografía:

  • AINSA, Fernando (1982), “Tierra prometida, emigración y exilio”, Diógenes (México) Nº 119,  pp.49-64.
  • _____ (1997), “El desafío de la identidad múltiple en la sociedad globalizada”, Universum (Talca) Nº 12, http://universum.utalca.cl/contenido/index-97/ainsa.html, consultada el 12/2/2006.
  • Angell, Luis Felipe -  Sofocleto- ( 1974) El manual del perfecto deportado. Lima: Editorial Arica.
  • Ayala, Mario y Daniel Mazzei (2015) «Los exilios políticos del Cono Sur de América Latina: temas, enfoques y perspectivas» Historia, Voces y Memoria (Buenos Aires) núm.8, pp. 5-12.
  • Brocato, Carlos A. (1986), El exilio es nuestro. Los mitos y los héroes argentinos. ¿Una sociedad que se sincera?, Buenos Aires, Sudamericana-Planeta.
  • Cˇolic´, Velibor (2017) Manual de exilio. Cáceres: Editorial Periférica.
  • Mayer, Eugenia (2001), «Refugio a la Democracia: hacia el discurso histórico de los exilios en México», Solo Historia (México) Nº 12, Abril-junio.
  • Meyer, Eugenia y Eva Salgado (2002) Un refugio en la memoria. La experiencia de los exilios latinoamericanos. México: UNAM-Océano.
  • Melgar Bao, Ricardo (2003), Redes e imaginario del exilio en México y América Latina 1934-1940, Buenos Aires, Libros en red (Colección Insumisos Latinoamericanos).
  • Rebolledo, Loreto (2006), Memorias del desarraigo. Testimonios de exilio y retorno de hombres y mujeres de Chile, CIEG/Universidad de Chile-UNESCO, Santiago.
  • Roniger, Luis (2014) Destierro y exilio en América Latina: nuevos estudios y avances teóricos. Buenos Aires: Eudeba.
  • Yankelevich, Pablo, coordinador (2002) México, país refugio. La experiencia de los exilios en el siglo XX, México, CONACULTA-INAH/plaza y Valdés.

 

Créditos de imágenes

  • Diego Brochero (Argentina), «Tristeza del desterrado que es desterrado de su destierro» https://www.artelista.com/obra/6855241213382076-nro2tristezadeldesterradoqueesdesterradodesudestierro.html
  • Maikel García, http://21.otrolunes.com/wp-content/uploads/2011/12/caricatura-5.jpg
  • Viñeta de El Roto, El país 20 de marzo de 2013.

 

[1]    Citado en: Cˇolic´, Velibor. Manual de exilio. Editorial Periférica, 2017, p.8.

[2]    Jensen, S. (2011) «Exilio e Historia Reciente: Avances y perspectivas de un campo en construcción.»  Aletheia (La Plata) Volumen 1, número 2. Mayo de 2011. en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.4806/pr.4806.pdf.

[3]    Hayes, Inés. «Historia de un continente exiliado». Revista Ñ (Buenos Aires) 25 de marzo de 2015. https://www.clarin.com/ideas/luis-roniger-destierro-exilio-america-latina_0_rJuGyM5Pmg.html

[4]    «El horizonte legal donde quedaron comprendidos los exiliados resulta un buen indicador de una conducta teñida de generoso humanitarismo, pero también de una significativa cuota de discrecionalidad. Sucede que no todos los exiliados fueron asilados políticos; una buena cantidad de ellos llegó por sus propios medios, y esta circunstancia, aunada al hecho de que México aún no reconocía la categoría de “refugiado”, colocó a millares de personas frente a una política migratoria marcadamente restrictiva». (Yankelevich, 2002: 12).

[5]    Loreto Rebolledo exagera en el caso chileno cuando afirma que: “Un elemento común y que atraviesa las experiencias de todos los exiliados es la imposibilidad  de elegir el país de destino –dada la urgencia de la partida- y, en general, el desconocimiento casi absoluto que se tiene sobre muchas de estas naciones. Incluso para los autoexiliados la posibilidad de elección era muy limitada, por razones de tiempo, dinero y contactos.” (Rebolledo, 2006: 50).

[6]    El Movimiento 26 de Julio designó a 82 combatientes bajo la conducción de Fidel Castro Ruz, se embarcaron en el yate Gramma un 25 de noviembre de 1956 en el Golfo de México con dirección a las costas cubanas, desembarcando el 2 de diciembre en Los Cayuelos, cerca de la playa Las Coloradas. Su objetivo fue iniciar la lucha armada contra la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba. La historia accidentada y fallida de este emprendimiento signa los orígenes de la Revolución cubana.