Editorial 49: Entre lo visible y lo invisible, el ocultamiento

La visibilidad depende de tantos factores… de la claridad del aire, de la naturaleza de quien es objeto de atención y también -y con mucho- de quien mira, de quien decide, por sí o por otros, qué y cómo mirar. Lo que vemos también depende entonces de la bruma que opaca y desdibuja, sea la externa, física, o la bruma interna, más resistente y tenaz, sea  intracraneal o intracardiaca; la visibilidad depende de las barreras interpuestas entre el objeto y quien lo percibe, o de la ausencia de las mismas; de los límites de nuestra percepción y comprensión; de la calidad de la luz y del juego de sombras que esa misma luz genera al incidir en la superficie, a menudo caprichosa, de los objetos que irradia.

La visibilidad depende del ánimo, de la intención, de la predisposición adquirida o heredada. Y como Ernesto de Martino lo expresara magistralmente, no todo lo que hoy es importante lo fue antes así, ni aquello importante entonces, lo es ahora. 

Aprendemos a no ver, a descartar, a colocar en la sombra aquello que importuna. Sin embargo, hay procesos y fenómenos tan evidentes, tan reiterados, tan contundentes y francos, que a pesar de la invisibilidad construida pueden llegar hasta la retina de los pueblos; por más heterogéneos o adormecidos que nos encontremos, hay certezas no racionalizadas que provienen de la práctica cotidiana. Así, una corriente tenaz se va conformando, alimentada por los escándalos cotidianos que caracterizan hoy la llamada “vida política” del país, una vida política entrecomillada, no sólo por la degradación inherente a la política profesional, sino porque de vida tiene muy poco.

Sin embargo, los abusos incontrovertibles se acumulan sistemáticamente y cada paso en esa dirección, cada nueva impudicia, cada nueva desvergüenza los naturaliza, los funde en una masa informe de normalidad que embota conciencias y pareceres. Y como bien sabemos, el burro se acostumbró a todo, hasta a no comer, y semejante apoteosis del acostumbramiento se tradujo en su muerte. 

La hoy tan prolífica fuente de “gobernantes” y funcionarios venales y mediocres, de sujetos que en diversos ámbitos son ajenos a la aristocracia verdadera que es la del trabajo, corruptos y cínicos, no se agotará espontáneamente. Todos ellos requieren y cultivan la inactividad, la indiferencia y el acostumbramiento de una ciudadanía que resulta funcional por virtual, no sólo porque se le niega, porque no se le mira ni percibe como ciudadanía a cabalidad, sino porque opera una autonegación construida de esa dimensión ciudadana,  haciendo de ella un fenómeno exótico e inaudito.  En tanto, la participación colectiva inherente a la comunalidad de los pueblos originarios y campesinos es colocada fuera de foco, soslayada o llanamente invisibilizada por ignorancia, discriminación, o por importunar y enfrentar a los grupos de poder económico, político y su pretendida hegemonía, aunque esa comunalidad trata de maneras de vivir, de realidades operativas y no de meras disquisiciones.

Y aquí entra la invisibilización: invisibilización como pisoteo de nuestra dimensión sublime como seres humanos e inclusive auto-invisibilización como renuncia naturalizada a nuestro propio potencial. Ahí radica un reto: visibilizarnos en esa dimensión y desde ella aclarar la mirada para que oriente y propicie hechos y acciones más eficaces.

Como parte de lo anterior, entre las condiciones de visibilidad y la mirada orientada hacia la invisibilización, el ocultamiento resulta de naturalizar la discriminación, exclusión y opresión instrumentada por aquellos con interés en someternos a su régimen. El ocultamiento se da cuando, para tener un lugar en las relaciones sociales de producción basadas en la explotación del hombre y la mujer, que degradan hoy al planeta entero, aceptamos como absoluto el orden imperante del capital. Así, ese orden social que nos cosifica al anular nuestras posibilidades de vida opera con nuestra complicidad.

En ésta erupción número cuarenta y nueve, presentamos un texto de Elizabeth Hernández y Rafael Platas relativo al patrimonio arqueológico en Colima, con algunas notas sobre la problemática de sus afectaciones previas y actuales que han sido objeto de su atención directa. Le sigue, de la pluma de Ricardo Melgar, una vívida semblanza de Fernando Martínez Heredia, de su relevante figura imbricada en la historia reciente de América Latina. A su vez, en la misma línea de las afectaciones al patrimonio arqueológico que se aborda en el primer texto, Julio Glockner presenta una reflexión que lleva por título “Dilemas del patrimonio cultural: ¿Quetzalcóatl o CocaCóatl”, a propósito del categórico descalabro patrimonial en Cholula que significó la iniciativa del “gobernador” de Puebla, apoyado sumisamente por las autoridades del INAH en dicha entidad. En otra vertiente, Gabriela González e Israel Ozuna hacen una aproximación al tema de las políticas públicas alimentarias a partir de varios ejemplos relativos a ese tema. Cierra este número la sección audiovisual del Volcán Insurgente, con un texto a cargo de José Luis Mariño y Rosa María Garza, analizando la serie documental “Human”, meritoria de atención.

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