Las evidencias de una descomposición política difícil de comprender a cabalidad, de asir en todos sus flancos, se agolpan frente a nuestros ojos, tanto como la certeza de que entre ese vasto dominio de peculiaridades y rasgos que se atribuyen a una a veces difusa “naturaleza humana”, persiste, a pesar de casi todo, la indomable aspiración de integridad, de coherencia, de trascendencia, que caracteriza lo mejor de nuestra especie como referente, en diversos espacios y tiempos y culturas, y con diversas versiones y denominaciones.
El magma nauseabundo de la corrupción sistémica es ya hoy, en su increíble naturalización y para muchos, una especie de ocurrencia simpática, de motivo de jactancia, de materia prima para el cinismo. Esa corrupción no remite sólo al sistemático saqueo de los fondos públicos por parte de los políticos en turno. El pillaje incesante es manifestación de la apropiación capitalista normalizada, de una corrupción que no es exclusivamente monetaria y que trasciende a la real polítik que padecemos, porque tiene su fuente en el modo de producción que escinde al productor(a) directo de los medios de producción y de lo producido por él o ella.
Y es que, por un lado, padecemos en el fondo la inercia que tolera a todas las formas de corrupción, que se resigna en el disimulo ante los hedores. Esa inercia que permea desde los medios de información ociosa, medios que son utilizados como aparatos de control ideológico, sean éstos rudimentarios o hiper-tecnificados: cuando desde las pantallas, desde las aulas y los templos no se educa, sino que se enseña a obedecer el dogma de la competencia per se, a mantener y reproducir la inercia, a satanizar el criterio libre y la crítica acuciosa, a conformarse con lo que de otra manera resultaría intolerable, se perpetúan con ello las distintas formas de corrupción. Mientras tanto, asistimos dialécticamente a la revelación del hecho de saber que así como la inercia consume a algunos sectores de la población, en otros la toma de consciencia respecto a la nula capacidad de convocatoria de la que gozan los políticos profesionales agrupados gerencialmente en su sistema de partidos, crece y toma cada vez mayor forma política y asume como filosofía para la acción aquella moraleja que nos dejase Eduardo Galeano, cuando dijo: “Mira, lo único que se hace desde arriba son los pozos. Todo lo demás se hace desde abajo”.
El mundo es hoy una gran empresa. Los estados nacionales aparecen, como bien se nos ha explicado recientemente en Chiapas -con paciencia y claridad meridiana-, como meras fincas cafetaleras controladas por los capataces al servicio de los dueños del planeta. En ese ordenamiento, nos damos cuenta del embuste que nos hemos creído por años desde la más (o menos) tierna edad y entonces despertamos y miramos cómo es que México no es México, sino una finca más, “La Mexicana”, como otras tantas, como “La Guatemalteca” o “La Costarricense”.
Y la figura de los capataces, en la imagen emblemática de quien se humilla servilmente ante el amo mientras atropella a los peones, corresponde con matemática precisión a esos políticos profesionales dados al servicio del capital transnacionalizado, que hoy se revela una vez más como el verdadero crimen organizado, con su impúdica explotación actualizada, extensiva e intensificada y con algunas de sus franquicias disfrazadas de “partidos políticos”.
Pero más allá de la corrupción en general, este padecimiento no es nuevo, tiene larga data y como decimos su fuente la encontramos en toda aquella forma de organizar la producción y las relaciones sociales con base en la escisión de las personas frente a los medios de vida para su eterna y encarnada competencia; es por ello que, para no repetir películas sureñas producidas por el supuesto “ciclo progresista” y de las cuales ya conocemos su desenlace, la imagen de la finca cafetalera –o azucarera, o henequenera, o algodonera, o maquiladora, o clusters, o etc.- es útil para ejemplificar desde América Latina que en el combate al capitalismo, y para su erradicación, es necesaria la construcción de otras economías sobre las que sea posible levantar la propiedad común y el poder de las y los trabajadores del campo y la ciudad.
No nos podemos quedar a medias.
La lava de esta cuadragésima octava erupción se compone de un artículo de Víctor Hugo Villanueva, quien analiza algunas vertientes provenientes del emplazamiento que para diversas comunidades implica el impulso e instauración de diversos megaproyectos actualmente en curso en México, focalizando la liberalización de la propiedad y de los fondos públicos y la desregulación del mercado energético. Por su parte, Silvia Garza se ocupa de una estructura conmemorativa de Xochicalco, la pirámide de las serpientes emplumadas, monumento emblemático de dicha zona arqueológica, brindándonos una interpretación de los labrados en piedra que hacen de esta obra un monumento muy particular. Por cierto, es inevitable, luego de esa lectura, caer en la cuenta de que muy lejos estaban quienes erigieron dicho monumento, de imaginar que, muchos años después, algo que se da por llamar “gobierno federal”, a través de una tal “secretaría de economía”, otorgaría en concesión el subsuelo de dicha zona arqueológica nada menos que para su explotación minera a tajo abierto por parte de una empresa de otro lugar, que se da por llamar a su vez “Canadá”, y menos aún, que esa concesión siga sin ser cuestionada formalmente por otro algo, que se ha dado por llamar “Instituto Nacional de Antropología e Historia”. Es decir, dicho ente gubernamental no ha impugnado en absoluto la concesión que por medio siglo y prorrogable otro medio siglo, otorgó la concesionadora “secretaría de economía” para una obra de destrucción masiva. Que nos lo explique el lector. Sólo destruye aquel que no sabe construir.
A su vez, Pavel Leiva nos comparte un interesante testimonio personal de curación a propósito de una afección que fue tratada en el marco de la cultura andina, al tiempo que Pablo Leal Vicencio presenta una breve reflexión hecha a partir de algunos pasajes la obra de Platón, a propósito del momento actual del país. Finalmente, Rosa María Garza y José Luis Mariño, a cargo del ingrediente audiovisual de las emanaciones del Volcán, denominada Ventana y Espejo, bajo el título de “Al pie de la historia”, hacen una semblanza, a diez años de su estreno, de Un poquito de tanta verdad, un filme producido, dirigido, escrito dirigido y editado por Jill Irene Freidberg; se trata de una admirable crónica de un episodio de la guerra del Estado mexicano contra su pueblo, en ese momento organizado en la Asamblea de Popular de los Pueblos de Oaxaca, APPO, y en resistencia contra la violencia del gobierno priísta de Ulises Ruiz.