18, Febrero de 2013

Hacia una etnografía del guajolote

Alfredo Paulo, Maya[1],
Edith Yesenia Peña Sánchez[2]
José Zaragoza Álvarez[3]

 

“Nadie muere en la víspera, sólo los guajolotes”
Dicho mexicano

 

El guajolote, un saber de la tradición cultural  mesomericana.

 

El guajolote (Meleagris gallopavo L), gallo de las Indias, gallipavo o gallipollo es considerado uno de los primeros animales domesticados en la región cultural conocida como Mesoamérica.  Los registros arqueozoológicos  más antiguos datan de 3,000 años antes de nuestra era y  pertenecen al centro de México, aunque se expandió por toda Mesoamérica y el norte del continente. Su domesticación permitió no sólo su crianza,  tener un abastecimiento de carne, plumas y huesos, sino otorgarle un lugar simbólico en la cosmovisión de los diversos pueblos indígenas, cuya representación iconográfica se observa en diversos códices (Borgia, Borbónico, Tonalamatl Aubin, Mendoza, Magliabecchi, Fejérváry-Meyer, Laud, Vaticano, Dresde, Cortés, etc.) como ofrenda de sacrificio y se le figura la mayoría de las veces  sólo la cabeza o de cuerpo completo y sobre un maíz.

 

Los actuales grupos indígenas y campesinos, son herederos de los saberes ancestrales para la crianza y reproducción en traspatio del guajolote doméstico (Meleagris gallopavo L). Esta ave es pequeña, respecto del guajolote silvestre (Meleagris ocellata L), su coloración varía de blanco, salpicado o moteado hasta negro, en la cabeza tiene pigmento rojizo con dos tonalidades alrededor de los ojos que puede ser azul o blanco y presenta verrugas o carúnculas, papada y cintillo. Esta ave vive en grupos, prefieren caminar aunque llegan a volar distancias cortas para subir y mantenerse a salvo en las ramas de árboles, techos, etc., se alimentan de frutas, legumbres, semillas e insectos. El guajolote tiene un alto valor nutricio, 100 gramos de carne equivalen a 160 kcal.  (20.40% de proteínas, 8.0% de grasas y 70.40% de humedad).


Códice Laud

 

Etnografía del guajolote (tagna)  en una comunidad tutunakú de la Sierra Norte de Puebla

La comunidad totonaca de Tepango de Rodríguez, cuyo nombre deriva del  náhuatl Tepetl = cerro y ahco= en lo alto, que unidos hacen  tepe-ahco: en lo alto de un cerro, por corrupción del vocablo se pronuncia:Tepango, aquí fue un asentamiento de grupos totonacas sometidos por  el grupo náhuatl; en el siglo XIX perteneció al antiguo distrito de Zacatlán y hasta 1895 fue erigido Municipio Libre aplicándose al sistema de Distritos y Municipalidades en el Estado, con el nombre de San Antonio Tepango.

Este municipio se localiza en la parte Norte del estado de Puebla. Sus coordenadas geográficas son los paralelos 19° 57/ 54” y 20° 02/ 12”, de latitud norte y los meridianos 97° 44/ 00 y 97° 49/ 42”  de longitud occidental. Sus colindancias al norte son Amixtlán , al sur Tepetzintla y Cuatempan, al oeste Comocuautla y Zongozotla, al poniente con Ahuacatlán y Tepetzintla.

Se ha mencionado que la comunidad se establecería en  otras zonas geográficas, con un mayor calor, ya que el nivel de mar es de 1000 metros, es por ello que los abuelos y abuelas tenias sus gallinas, cerdos y guajolotes los criaban en estas áreas donde estaban libres, ya que no tenían corrales.

La mayoría de las personas que se dedicaban al campo tenían sus terrenos con una casita y ahí criaban sus gallinas, chivos, guajolotes, gatos y perros, gatos, estos últimos con el fin de espantar a los animales depredadores.

Las totolas “se echaban” (poner sus huevos)   en un área de 1000 metros a la redonda  de la casa  y se guardaban  trepando a ciertos arboles. Pero todo cambió cuando la economía del poblado dependió de la producción y venta del café, esto entre los años setentas. Ya que los espacios del hogar se dedicaron a la siembra del café, lo que provocó que disminuyera significativamente la producción local de los guajolotes, optando por traerlos de otras poblaciones vecinas.

Los guajolotes comprados fueron encerrados en un corral hecho de cañas de maíz, otros de palos (de dos pulgadas de diámetro y de dos metros de altura) y algunos de carrizo. Con techos de plástico o hule, en un rincón se le coloca una olla de barro conteniendo agua. Ahí se ubican las aves para que los perros no les lastimen y para prevenir que dañen la producción del maíz, frijol, y chayotes, pues sus hojas son de particular agrado para  los guajolotes. En ocasiones, se utilizan corrales en la temporada de siembra y cosecha del maíz.

Las personas de mayor edad, van a la iglesia a pedir que se reproduzcan las totolas, por lo que llevan de 2 a 3 huevos como parte de una ofrenda, al “patrono San Antonio”. También piden una misa especial para los pollos y las totolas para antes de que se pongan culecas y se asegure su reproducción.

 

LA  CRIANZA DE LOS GUAJOLOTES

En la actualidad, las personas de la comunidad prefieren criar gallinas, dado el bajo costo que ello representa, en comparación con los guajolotes.  Si bien son pocas las personas que se dedican a la crianza y cuidado de guajolotes, a nivel comunitario las aves muy preciadas,  dado que son elementos fundamentales de  la vida ritual.

Cuando un Guajolote se echa y empolla los huevos, estos son depositados   en el interior de una canasta o guaje. Anteriormente la “totola”, simplemente se echaba en algún lugar del patio, para empollar

El tiempo de vida de un guajolote es de dos años, por lo que es común que se sacrifique cuando tiene un año de edad.  Entre marzo y abril se espera que la Totola se “eche la culeca” y empolle;  por lo que para mayo, los “pipilitos” nacerán. Para la temporada de lluvia, se “desarrollan sanos” y en el  invierno, alcanzan su madurez, por  lo que son comidos u ofrendados.

Para que se “eche la totola”, se busca un espacio donde no se moje con las lluvias. De preferencia se le  ubica en una esquina de la casa; pero algunos lo hacen abajo del altar. Se les acomoda en huacales que han dejado  de utilizarse y se rellena con tankapas verde (una hierba de helecho que no tenga espinas para que se proteja del frio de la tierra y no se lastime el ave). También se puede utilizar  unas hojas grandes secas de yakoba (un árbol que da hojas muy grandes).

Una vez que la totola empolla los huevos,  se seleccionan los “pintos para que salga”; es decir que cada uno de los huevos es contrastado  con la luz de una lámpara o los rayos del sol “Lo que no sirve se ve todo negro, se empieza a pudrir, y lo que se va desarrollando se ve todo rojo”.

Mientras la pipila está culeca y empolla los huevos, salé cada tercer día a comer y a tomar agua. Pasados de  28 a 30 días, los“xa laktinta chuvila” (pequeños totolas)  nacen y empiezan a salir al patio, por lo que se le da de comer quelite hervido y hoja de campana (floripondío). Posteriormente se les alimenta con alimento para gallinas que se revuelve con masa. Conforme pasan los días se les pone nixtamal martajado (quebrado solo a la mitad) cabe mencionar que a algunas aves se les dan de comer de manera individual. En estos casos, las mujeres suelen  alzarles el cuello, para ponerle bolitas de masa en el pico y pequeñas gotitas de agua.

Conforme va transcurriendo el tiempo, se empieza a distinguir si va a ser  totola o guajolote, ya que a la primera no le crecen tan rápido las patas. El color de su plumaje varía entre negro, gris, blanco y café.

Cuando los totolitos crecen, salen del huacal que le sirve como nido. En el patio del hogar, empiezan a comer maíz y  hierbas. No rebasan una área de 50 metros a la redonda, ya que suelen buscar lugares donde haya tierra suelta, con polvo “yankoy pach kol nak pokchni tiyat” (van a nadar en polvo).

En estos espacios las mujeres del hogar cuida que los perros, comadrejas o algún gavilán, no amenacen a los pequeños totolitos. Es importante señalar que  cuando la totola ve las sombras de un gavilán, emite un graznido especial, lo que permite a los pequeños totolitos esconderse de bajo los arbustos; pero aun así, el gavilán suele atrapar a una o dos crías de una camada.

Las personas que viven en las orillas de la comunidad tiene ventajas en la crianza de sus guajolotes, ya que está cerca de los potreros, por lo que no hay  riesgo de que perjudiquen la milpa y cuentan con mayores espacios para que éstos puedan andar, pero donde es monte hay comadrejas que se pueden llevar a los pequeños.

Hay otros peligros que sufren estas pequeñas aves, ya que cuando  empiezan a buscar lombrices de tierra, se les puede “quedarse atravesado en el cuello y esto les produce una enfermedad, como si tuvieran hipo y no los deja comer”. Para curarlos, le quitan a los guajolotes más viejos, algunas plumas, posteriormente las puntas se introducen al pico de la  pequeña ave. Acto seguido se le da vueltas a la pluma, para que la lombriz que esta  atorada el cuello de totolito, se desprenda y salga por el pico.

Pasados siete meses de vida, se juntan con las otras aves del corral, como gallinas o patos. Se les alimenta básicamente con maíz. En este periodo suelen lastimarse entre ellos, pues pelean. La totola ya no les cuida, por lo que los guajolotes empiezan a extender sus alas y emiten ciertos sonidos específicos. Casi al cumplir el año,  algunos presentan vellos en pecho cocido como “escobetilla” (solo los machos) eso es indicativo que el pecho es grasoso; pero conforme pasa el tiempo y crecen los vellos, se va acumulando la carne.

El guajolote negro es el más conocido, porque se reproduce rápido y es más resistente a las enfermedades. Llega a pesar de 5 a 6 kilos. Los guajolotes de otros colores son muy delicados lo que dificulta su crianza “se chiquean, se empiezan a morir por el frío o le dan los corucos”.

 

EL GUAJOLOTE EN LOS RITUALES

Cuando se mata al animal, quien lo sacrifica tiene que comerse el corazón del guajolote “para que no sea culpable de su sacrificio, porque Dios lo mando para consumir.”

Durante la siembra del maíz, se le sacrifica para ofrendar y agradecer a la madre tierra por una buena cosecha y se le pide que cada año “bendiga a nuestros animales para que se reproduzcan.”

En las fiestas patronales, el guajolote es la base de las ofrendas. Cuando se recibe la imagen de San Antonio de Padua,  se le “entrega” uno vivo y se le bailan los doce sones del tapaxuwan y seis canciones de huapango. Posteriormente trasladan la imagen a la casa del “compadre” en donde se bailan los seis sones del tapaxuwan (son de la alegría) y tres de huapango.

Cuando la imagen es entregada en el hogar del “ayudante del compadre” (quien se hara cargo de la fiesta el próximo año) también se le hace entrega de un guajolote “grande que pese seis kilos aproximados, lo tienen que cuidar.”

El 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, el encargado de la imagen y de la fiesta, por la mañana tiene que sacrificar un guajolote y entregarlo y la molendera mayor; es decir, la persona elegida para la elaboración de los platillos que se llevan a cabo durante la mayordomía, por lo que encabeza a un grupo de ocho cocineras. La molendera se encarga de desplumar al animal;  destazarlo e hervirlo con sus hierbas de olor. Posteriormente es entregado a la segunda molera, para  que lo “prepare en mole.” Otras moleras se encargan de hacer  “un tanto de tortillas” y taparlas con servilletas bordadas, ya que se “entregaran a la imagen”.

El mole se pone en una cazuela nueva, dos platos vacios y una cuchara sopera. Se trata de una ofrenda a la imagen “por agradecimiento de la reproducción de los animales domésticos, ya que es él quien multiplica y cuida a los guajolotes”

Una vez concluida la celebración de la Virgen, la ofrenda es bajada del alatar por la esposa del mayordomo y su ayudante, quienes lo reparten entre todos los presentes al evento.

Es importante señalar que a los curanderos  se les entrega un guajolote vivo, acompañado de una cerveza y pan. Se cree que “las personas que haya levantado o sanado de una enfermedad o algún trabajo oculto”, se les tiene que agradecer para  “que siga pidiendo por la salud del paciente”

Los bautizos son entendidos como una alianza entre los padres del niño, con sus padrinos “Por agradecimiento en que lo van a orientar durante el proceso de desarrollo en la vida y en caso de que fallezcan los padres, los padrinos son los que  deben estar al pendiente del ahijado”

El bautizo es un acontecimiento de suma importancia para los Totonacos, por lo que realizan un ritual de agradecimiento. En el altar del hogar de los padres se colocan cervezas, piezas de pan, tortillas, refrescos, arroz preparado y dos platos conteniendo mole de guajolote. Así cuando los padrinos retornan de la iglesia al hogar de su ahijado, la mitad de la ofrenda es “bajada del altar” y entregada a los padrinos.

Es de destacarse que en el bautizo, al matrimonio que aceptó apadrinar al niño, a cada uno por separado, se le hace entrega un plato de mole con la pierna del guajolote. De igual forma, cuando su ahijado crezca y realice su boda, a los padrinos se les hace entrega de platos de  mole con guajolote, mientras que  a los demás invitados, solo se les ofrece mole con pollo y arroz

“A los padrinos de velación y de bautizo son los que se les da las mejores piezas de pierna, muslo y pechuga, en agradecimiento para la guía de los nueva familia enseñando con el ejemplo, orientando para que vivan en paz y todo lo emprendan tenga éxito ya sea en el comercio o en otros trabajos.”

El hueso de la pierna de guajolote se suele utilizar para pixcar el maíz, es como especie de  aguja que permite abrir la hoja de la mazorca en la punta  y facilita sacar la mazorca.

 

Etnografía del guajolote en  Tetelcingo, Morelos.

En diversas comunidades del Estado de Morelos, durante el ciclo anual,  se realizan diversas ceremonias y rituales en las que se elaboran alimentos de carácter sagrado.  Destacan los  que tienen como  base el guajolote, ya que formarán parte de las ofrendas que les permitirán a las familias establecer vínculos de reciprocidad, así como favorecer el  contacto y negociaciones  con  el mundo de lo sobrenatural.

 

El ritual de la boda

Una boda en Tetelcingo representa  la unión de dos familias y también sus respectivas redes de reciprocidad, es decir, se refuerzan los vínculos de apoyo; por lo que utilizan la frase “nochti, tlatlachichiuale” lo que significa  "vamos a echarnos una tortilla". Es importante destacar, que quien lo hace está indicando el reconocimiento, reafirmación o  invitación de pertenencia a una familia.

Desde la madrugada  “la gente” del novio acude al hogar de sus padres para matar los cerdos, limpiarlos y destazarlos. Se utilizan pequeñas varas para medir los cortes de carne, pues deben ser del mismo tamaño (piezas cuadradas que contienen carne y grasa).  Entre tanto, las mujeres amasan y mezclan las semillas que prepararon un día anterior, después las colocan en una bandeja ubicada frente al altar.  En el solar, los hombres prepara un tamal con los sesos del cerdo, que solo es repartido para la gente que participó en la cocina.

Entrada la tarde y después de comer, el novio se traslada a una habitación para vestirse con la ropa que sus padrinos le compraron, solía portar ropa de manta, con una cobija sobre los hombros y un sombrero;  pero en la actualidad la tendencia es utilizar saco, pantalón, camiseta y una corbata. Entre tanto, las mujeres encabezadas por la madrina del novio sahúman el altar del hogar, colocan dos cajas de plátanos y dos jarros que contienen “tepache”; seguido de dos cajas de cerveza en igual número de ayates.

Un  rezandero  sitúa al novio en frente del altar hogareño, para darle un sahumerio, cadenas de flores y dos velas. Después de invocar la gracia divina de los santos y vírgenes, le pide los objetos sagrados y ubica sobre el altar.

En el patio de la casa, la madrina del novio se pone un ayate sobre la espalda y una jícara roja sobre la cabeza, lo que  significa que es la responsable de encabezar la celebración.

Mientras un músico interpreta su violín,  la madrina reparte alcohol entre los asistentes. Las mujeres rodean al novio y  el rezandero, toma  dos grandes cruces que se ubican  en el altar  para entregárselas al padre del novio y al rezandero. Todos  bailan alrededor del novio, quien  permanece inmóvil. Posteriormente  se les unen mujeres quienes  cargan coronas de flores y un sahumerio.

El baile es conocido como “xochilpizaua”, caracterizado porque se cargan dos guajolotes y dos cruces adornadas con flores de diferentes especies, a las cuales les nombran “xuchecuajjtupile”, palabra compuesta de “xuchetl” (flor) y “cuajtupile” (palos o árbol) que en su conjunto significa árbol floreciendo;  es decir, lo que se espera de la pareja “que va vivir en su etapa de apogeo”.

Acto seguido, las mujeres salen de la habitación para distribuirse alrededor del solar y esperar la salida del novio, para luego dirigirse hacia las calles del poblado. Encabeza el trayecto  el padre y el rezandero, quienes cargan las cruces, los guajolotes,  mientras que otros  hombres con la ayuda de ayates, trasladan  dos grandes ollas; un ayate contiene leña y dos bules. Cuando la madrina  empieza a bailar frente al joven novio, cada mujer enciende un cigarrillo con el sahumerio que sostiene  y se unen al baile.

Al salir de la casa, las mujeres se sitúan detrás del novio, de su padre y del rezandero. Toman  rumbo  hacia la casa de la novia, en donde les esperan sus padres, un rezandero y su “gente”.

Al llegar al hogar de la novia, se dirigen directamente a la habitación donde está el altar. Posteriormente salen al solar en donde  continúan con el baile. Los padres de la novia permanecen sentados sobre petates, mientras que un rezandero les ofrece pulque en jícaras pequeñas y les entrega dos grandes ollas con la bebida.

De nueva cuenta ingresan a la habitación donde se ubica el altar y después de que los rezanderos invocan la “gracia divina”, las ofrendas y los dos guajolotes son entregados al padre de la novia. Al finalizar, a cada uno de los hombres se le hace entrega  de  un cigarrillo encendido, mientras que las mujeres permanecen sentadas frente al altar.

Pasada media hora, todos se dirigen al solar, pues la “gente” de la novia formara dos hileras, del lado izquierdo se colocan los hombres y del derecho las mujeres. Encabezados por el rezandero y con un adorno de flores, los padres del novio y las mujeres de su “gente”, ponen un collar de flores a cada hombre y mujer.

El rezandero y el novio saludan a los familiares de la novia,  se acercan a  sus mejillas sin tocarlas; con la música de violín inician el baile, encabeza la madrina del novio, quien se distingue por la jícara roja en su cabeza y el ayate en la espalda.

Entre tanto, en la habitación donde se ubica el altar, la novia espera sentada a un costado, vestida tradicionalmente con una falda, huipil y faja azul, mientras se cubre el rostro con un manto blanco. Con su mano izquierda sostiene un sahumerio y con la derecha un ramillete de flores.

Algunos meses posteriores a la boda, los padres del novio y los recién casados preparan el “tietlamakas puorino; es decir, una comida especial para sus compadres.  Es una manera de agradecer el apoyo y cumplimiento en el compromiso de la boda;  por su  compañía a la pareja recién formada.  Los rezanderos que apoyaron al padrino del joven también estarán pendientes para recibir esta comida-ofrenda.

El agradecimiento consiste en una comida con carne de cerdo, mole de pipián (o mole verde), atole de cacao (champurrado), dos guajolotes preparados en un guiso llamado “tomachile” y un guiso preparado con las vísceras del cerdo.  Para los santos y vírgenes del altar del altar hogareño, se ofrendan dos velas con ramilletes de flores; una bandeja  con plátanos , piezas de pan y un recipiente que contiene cacao preparado con azúcar; se cree que su olor hace sensibles a las personas permitiéndoles mostrar respeto hacia la casa de los padrinos.

 

Rito funerario

Al fallecer  una  persona, se realiza una “velación”, en la que  participan de manera directa los “ahijados”, compadres y amistades del difunto. Todos cooperan para sufragar  el monto para la celebración de la misa, aportan veladoras, granos de fríjol y maíz.

Los familiares eligen entre los compadres más cercanos del difunto, a los padrinos (matrimonio) quienes se encargaran de comprar paquetes de galletas, botellas de alcohol, una gruesa de gladiolas, tres docenas de cohetes, así como buscar y pagar a un rezandero.

En tanto, los familiares del difunto se encargan de comprar lo necesario para preparar café, chocolate y atole durante los nueve días que dura el Rosario. El alimento es repartido entre los familiares. A los padrinos se les tiene que regalar también, dos cartones de cerveza y una botella de alcohol para repartir entre los asistentes.

El último día del novenario, conocido como la "levantada de la cruz", los padrinos tienen que comprar ramos de gladiolas y diversas rosas; las cuales reparten entre los asistentes. De igual forma los familiares del difunto  preparan mole verde acompañado de tamales y  una pieza de pan, los cuales se sirven a los participantes como agradecimiento por su apoyo y solidaridad. Por lo cual, previamente se visitar sus hogares para  invitarlos a comer una “tortilla o taquito”.

 

Los familiares del difunto, como una forma de agradecimiento hacia los padrinos, le hacen entrega de mole y tamales, acompañado de dos guajolotes, cinco pollos grandes, cuatro cartones de cerveza y dos botellas con alcohol (dos para cada padrino). Mismos, que los padrinos repartirán entre sus familiares para afirmar los vínculos de reciprocidad y apoyo  con “su gente”. Lo que se   extienden a otros familiares, pues se les entregan “itacates” (comida en bolsas); los cuales serán llevados a las casas de compadres, familiares, amigos y vecinos del difunto, como una forma de agradecer la solidaridad mostrada.

 

CONCLUSIONES

La etnografía del guajolote en dos regiones indígenas, nos muestra que entorno del guajolote, derivan saberes cuyo origen nos derivan a la tradición mesomericana.

En la comunidad Totonaca de  Tepango de Rodríguez, el guajolote  involucra diversas representaciones del tiempo y espacio, ya sea entorno de su ciclo de reproducción y crianza o  periodos del año en donde se hace presente la preparación y ofrenda de la carne de guajolote.

En tetetelcingo,  el guajaolote es un alimento, que representa el reforzamiento de  las relaciones entre  diferentes organizaciones familiares,  conocida como “notch hiloua” o “to gente”.  Por otra parte el intercambio de  guajolotes vivos, es otra forma de simbolizar el establecimiento de vínculos de reciprocidad, entre las familias cuyos cónyuges se unen; pero también entre los padres de los novios, con sus compadres. No obstante, el guajolote también es un elemento que permite establecer vínculos de reciprocidad con las entidades  sobrenaturales.

La crianza de guajolotes y sus usos sociales a nivel familiar y comunitario, deben ser conceptuados como saberes culturales; es decir, conocimientos y prácticas, adquiridos y reelaborados a través de una larga tradición cultural.

Este trabajo, tiene como fin mostrar  las posibilidades que ofrece el realizar una etnografía del guajolote, ya que puede dar luz, sobre los saberes de una larga tradición cultural. Sin embargo, hace falta mucho por indagar, por ejemplo las diversas formas de criar, cuidar, curar,  sacrificar y cocinar los guajolotes.

 

 

 

BIBLIOGRAFIA BASICA

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Valdez Azúa, Raúl (1999) “Los animales en el México Prehispánico” en Arqueología Mexicana, col. VI, Núm. 35, CONCULTA-INAH, enero-febrero, pp: 32-39.

 

 


[1] Profesor del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina. Facultad de Medicina.

[2] Profesora-Investigadora Titular”C”SNI-1 de la Dirección de Antropología Física del INAH Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. Profesor del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina. Facultad de Medicina. UNAM

[3] Bibliotecario de la Biblioteca Nicolas León, Palacio de Medicina de la Facultad de Medicina, de la  UNAM