Soberanía científica. Monólogo en un acto

PERSONAJES:

LEOPOLDO RÍO DE LA LOZA, farmacéutico de 34 años de edad, muy delgado, de traje, con bastón. JOSÉ MARÍA VARGAS, también farmacéutico, de edad muy avanzada, delgado, de traje oscuro.

 

 

La escena trascurre en una rebotica de la capital de la República de México en 1840. Hay botámenes, balanzas, frascos y matraces, todos en orden. En la mesa de trabajo hay una botella y dos copas. De un lado de la mesa Leopoldo, del otro lado, sentado Don José María Vargas. 

 

LEOPOLDO: —Este anís le va a encantar maestro, ¿copita llena verdad? ¡Ah, no! ¿solo la mitad?, ¡bueno con eso es suficiente para brindar! Yo trato de ejercer la mesura como la he aprendido de usted, pero a veces soy reacio e impaciente, (susurra) ¡por eso me voy a tomar la mitad que usted no quiso!, tenga su copita ¡Vamos a decir Salud! ¡Salucita! ¡De veras que gusto de tenerlo aquí, en mi modesta rebotica! ¡No sabe cuánto lo he admirado! (leves tosidos) Me acuerdo, maestro, que cuando se hablaba de abrir la primera cátedra de Farmacia en el Establecimiento de Ciencias Médicas, yo siendo médico y cirujano creía que podría ser el primer profesor, tenía ese interés por incorporar las enseñanzas químicas de Lavoisier aplicadas a la preparación de los medicamentos. ¡No, querido profesor, no! ¡ Jamás rechazaría a los boticarios!, Yo aprendí de ellos, algo les debo de mi formación, (tose ligeramente), pero si tengo objeciones contra ellos: son gente de oficio, pero son empíricos; lo mismo son grandes observadores que flojos para pensar; llegan a un resultado y ahí se conforman, solo les interesa la mercancía y el dinero. Por eso es difícil ser aprendiz del oficio de boticario, tiene uno que discernir entre las buenas enseñanzas de las preparaciones y los malos hábitos que ejercen; este vicio del anís, por ejemplo, lo traigo de entonces, pero ¡Salud de nuevo maestro! El boticario te decía “oye tu muchacho, mañana te voy a enseñar a preparar tal elíxir, trae más alcohol por si hace falta” y la mitad era para el elíxir y la otra para su enorme panza, ¿ha visto que todos los boticarios son panzones? ¡Siempre terminábamos borrachos en la rebotica! Y mire la diferencia entre un empírico y un formado en aulas: usted y yo delgados y finos, aquí entre matraces y botámenes, (se da cuenta que están bebiendo y se justifica) departiendo, si con anís, pero hablando seriamente del futuro de esta nación. También son delgados y muy elegantes esos maestros sobrios y sabios del Colegio de Minería, cuando explicaban las teorías de los elementos y las reacciones que constituyen la esencia de todas las cosas del universo, nos volaban los sesos, (se emociona) nos hacían ver el cielo estrellado igual que por un catalejo y uno dudaba de que si somos el macrocosmos o el micro universo, pero al final igual y todos somos de la misma materia. (reflexivo) Ahora que lo pienso maestro, eso también era como un estado de borrachera, pero de pensamientos complejos. Si, profesor, si respeto a los boticarios, porque algo aprendí de ellos, pero mi aspiración era ser versado como esos maestros. Por eso cuando usted fue elegido el primer catedrático de Farmacia en México, lejos de molestarme por haber perdido en la terna, decidí inscribirme como su alumno. Usted viene de esa estirpe de boticarios observadores, si, empíricos, pero decidió tomar clases de botánica con el ilustrísimo español Vicente Cervantes en el Real Jardín Botánico y luego, yo recuerdo verle a su grande edad con el tratado de Lavoisier bajo el brazo me decía ¡Yo quiero ser como Don José María Vargas! ¿le sorprendió ver mi nombre inscrito en su lista de aspirante a alumno? Si, lo sé. Y sabía que me aceptaría de alumno, porque yo tenía una ventaja sobre los demás alumnos: yo ya conocía de las reacciones químicas. (tose por unos instantes) Cuando era niño jugaba a hacer mezclas de compuestos en el laboratorio doméstico, mi padre soñaba con transformar nuestra vida con la modernidad, mis juguetes eras sustancias para hacer jabón ¡No sabe cuantas horas pasaba perdido en ese laboratorio que montaron en casa mi padre y mi mamá! (ligera pausa) ¡No!, ¡Claro que no, maestro! ¡No odio la ciencia por quitarme a mi padre! Fue un accidente infortunado el incendio de mi casa, fue un descuido de mi padre en el laboratorio, un accidente que quizá pudo evitarse prestando más atención. Ese es el problema de los empíricos, que no avanzan más en su observación; mi padre tampoco tenía una formación en aulas, fue aprendiendo sobre el camino, ¡aunque tenía mucha visión! ¿Lo ha notado maestro?, ese accidente solo reafirmó mi interés por aplicar el método científico a la vida cotidiana. (leve tosido) ¡Ay, querido profesor Jose María!, esa es la parte que me duele, no tanto esta tos que me dejaron los humos tóxicos de ese accidente donde perdí a mi padre. Me duele que no estemos preparados para crecer de la mano del conocimiento. (Se levanta con un poco de trabajo a servir su copa) Voy a tomarme otro anís para tomar valor ¿usted no quiere, aunque sea una pisquita?, ¡ándele pues! (Le da la espalda mirando hacia sus botámenes) ¡Que bellos lucen estos botámenes con el escudo nacional! ¡Es un sueño tener esta botica en orden! ¿Y sabe lo que representa, verdad? (suspira)

¡Esto es lo que tenemos que hacer, pero en grande! Mira, Don José María, me duele que nuestra nación aún no termina de despegar, apenas tenemos 20 años de independientes y estos zopilotes del norte y los buitres del otro continente están peleando nuestro tutelaje (enérgico) ¿Qué no entienden que somos mexicanos libres e independientes? ¿Acaso es complicado de entenderlo? ¿Qué demonios les pasa?, (controlándose) si, maestro, usted perdone, no quise gritar. Pero me enerva que la codicia no tiene límites entre esos imperialistas viejos y esta joven hiena del norte. Y luego, nosotros en ves de vernos como hermanos y unirnos, nos pisamos el sombrero. Yo pienso maestro, que nosotros somos los que debemos escribir el futuro, nuestros colegas médicos, los ilustres botánicos, nuestros ingenieros mineros, nosotros tenemos la visión y la claridad. (pausa, voltea hacia José María Vargas)

¿Qué? ¡No diga eso! ¡Usted no está viejo!, (leve pausa) ¡bueno, si está viejo, pero es muy sabio!

Maestro, usted es nuestro líder natural, es un ícono porque viene del pueblo, fue autodidacta, usted aprendió de esos sosos oficiales de la botica, pero usted estudio siendo ya grande y ha aplicado a la Farmacia el conocimiento de la intrincada química de los elementos, ¿lo ve, es un ejemplo a seguir. Su mente y su presencia no tienen edad. (tose ) ¡Míreme!, tengo 34 años y luzco más vetusto que usted, usted es un roble. ¡Salud por tenerlo más años vivo! ¡Salud!

¡Tengo en mente, José María, perdón, maestro Jose María, tengo en mente un manifiesto para que unan él todos los colegas del Establecimiento de Ciencias Médicas, ¡un manifiesto en defensa de la Soberanía científica! Estos pinches gachupines creen que son nuestras pilmamas y que a ellos les debemos nuestro racional, pero lo que no saben esos pendejos es que nosotros ya teníamos sólidos conocimientos de la naturaleza, no niego de su maravillosa escuela y visión de pensamiento, pero tenemos que hacer entender de manera universal que esta raza de la naciente nación mexicana puede hacer la mejor ciencia del mundo. (se acerca misterioso y susurra) ¡Y le tengo un plan, maestro! Usted y yo vamos a liderar un gran proyecto que va a trascender por la eternidad, (ríe). ¡Vamos a tomar otro anisito! ¡Bueno yo me tomo el suyo! pero más despuesito del mío. Ha notado que ese libro con el que los protomédicos visitan las boticas y hacen sus inspecciones sanitarias, la Farmacopea matritense, solo trae fórmulas con plantas que crecen en Europa, ¡pues claro, porque es un libro de Madrid! Pero maestro. ¿Por qué no con un puñado de sus alumnos más brillantes de la Catedra de Farmacia y mis colegas más avezados en Medicina clínica, hacemos con buena ciencia una Farmacopea Mexicana?, ¡Un libro que explique cómo se confeccionan las preparaciones medicamentosas y los remedios a base de nuestra rica flora nacional en la que podamos plasmar el conocimiento de nuestros sabios ancestros? ¿Qué? ¿Cómo de que no, maestro? ¡Carajo, maestro!, ¡usted no está viejo, aún tiene cuerda! (tose), ¡perdone, perdone! Estos anisitos me desconcentran. (Pausa)

Maestro José María, lo necesitamos, su país, la ciencia. ¡Querido maestro, lo necesito yo!

¡Si, lo sé, es usted un venerable anciano!, pero míreme a mí, estoy tan acabado como usted a la mitad de su vida, si no hacemos ahora esto en lo que creemos, ni su vida, ni mi vida tendrán sentido, tenemos que dejar este legado que ayudara a consolidar a una ciencia nacional y funcional. Solo diga que sí. Yo haré todo el trabajo, usted será nuestro estandarte. Solo denos su venia. No se duerma maestro, despierte, mire que ya no le voy a dar a beber más. (Pausa) ¡Don José María! ¡Profesor! ¡Maestro! (cariñoso) Mañana cuando despierte, le diré que sí acepto y que vamos hacer grandes cosas juntos, confié en mí… solo confié en mí. Ahora que no me escucha, le diré… usted no tiene porqué saberlo… pero es como un padre para mí. Por eso necesito su consentimiento, por eso lo necesito mucho para seguir adelante. (toma sus manos) ¡Maestro!, ¡Maestro!... ¿maestro?

 

(Se apagan luces)