29, Enero-Febrero de 2014

Papel amate: Fusión de dos tradiciones indígenas y vehículo testimonial del presente

De San Pablito en Puebla al Alto Balsas en Guerrero

El primer contacto con la elaboración de papel amate la tuvo uno de los autores (Fernando Sánchez) como profesor en la Escuela de Restauración del Instituto Nacional de Antropología e Historia en la década de los años 70 del siglo pasado, al buscar un centro productor que permitiera a los alumnos de la asignatura sobre papel tener conocimiento sobre su elaboración.

 

Este conocimiento permitiría saber a los futuros restauradores qué fibras se utilizaban en la elaboración de códices, así  como las técnicas de elaboración de los mismos, lo que les llevaría a realizar una intervención adecuada sobre algún documento antiguo elaborado con fibras de papel amate.

La importancia que tuvo el papel amate en el México prehispánico y entre las diversas culturas que poblaron la zona central del actual territorio nacional, ha sido motivo de diversos estudios antropológicos, sociológicos e históricos, en los que se ha considerado a dicho material como una manifestación cultural de los primeros pobladores del continente americano. Destacan entre esas publicaciones los trabajos pioneros de Lenz y Christensen y Martin, que abordan el tema desde diferentes puntos de vista, así como los más recientes de Citlalli López.

El papel amate se utilizó en época prehispánica como producto tributario dadas sus diversas aplicaciones, entre ellas la elaboración de vestimenta civil y ceremonial, la producción de cordelería y también su aplicación en una  gran variedad de usos rituales, además de constituir el soporte pictográfico de códices prehispánicos, y luego, de algunos documentos coloniales, al tiempo que y su elaboración se ha sostenido hasta la actualidad entre los otomíes de la Sierra Norte de Puebla.

San Pablito Pahuatlán, Puebla, es una comunidad otomí localizada en la Sierra Norte de ese Estado que sobrevive bajo difíciles condiciones geográficas y económicas, pero que ha logrado conservar costumbres y tradiciones que vienen desde la época prehispánica. Una de estas costumbres es la fabricación del papel amate obtenido originalmente de la corteza del árbol del mismo nombre; sin embargo, la creciente demanda de este papel artesanal ha resultado en una baja en su producción, lo que ha llevado a su vez a la diversificación de la materia prima, de tal forma que en la actualidad se ocupan varias plantas para la extracción de la materia prima. La explotación desmedida y la falta de políticas de conservación han acabado con muchos de los árboles que anteriormente se utilizaban para la extracción de corteza y su explotación se ha extendido a sitios alejados de San Pablito e incluso se tiene que conseguir en otros estados cercanos. En la actualidad, la especie más utilizada es la Trema micrantha.

Al visitar las principales zonas turísticas del país, es frecuente encontrarnos con artesanos que venden papel amate pintado. Un elemento destacable en ésta artesanía es que conlleva fuertes lazos comerciales entre dos etnias alejadas cientos de kilómetros entre sí, pero que han unido sus ancestrales conocimientos para crear un producto artesanal relativamente nuevo.

A partir de los años 60 del siglo pasado, el papel amate se incorporó como soporte pictórico entre los artistas nahuas de la región del Alto Balsas del estado de Guerrero. En el lapso transcurrido desde entonces, la pintura sobre papel de corteza se ha afianzado como una modalidad del arte popular mexicano reconocida a nivel mundial.

Así, el papel de corteza pintado, como sucede con otras muchas artesanías, constituye un bien cultural que remite a práctica ancestral, cuya permanencia, sin embargo, depende del abastecimiento de la materia prima.

La pintura sobre papel amate o sobre papel de corteza realizada por los nahuas de Guerrero resulta de una diversificación de sus prácticas artesanales y de la producción de propuestas plásticas que ponen en evidencia la capacidad de adaptación y evolución de esta práctica ancestral.

El papel, como vehículo de escritura, es al mismo tiempo contenedor de su propia historia; es a través de la escritura pictográfica- a la cual servía de soporte, aunque este no fue su único uso- como podemos conocer no sólo el mensaje inherente a esa escritura, sino inferir mediante diversas pistas sobre los lugares de elaboración, las características y los usos del amatl que le brinda base.

Se atribuye al pintor Felipe Ehrenberg la introducción del papel amate a la zona nahua de Guerrero, sitio en el que tradicionalmente se plasmaban ya pictóricamente en cerámica temas sobre la flora y la fauna; sin embargo, al contar los artistas con el papel como un soporte más versátil, pueden diversificar progresivamente los temas y motivos a representar, incorporando así  actividades de la vida diaria, actividades religiosas y ahora procesos sociales actuales.

 

Un ejemplo de adecuación de la artesanía acorde con los procesos socioculturales actuales

Hoy, el papel de corteza de la Sierra Norte de Puebla sustenta una obra pictórica que vá más allá de los motivos tradicionales. Las figuras provenientes de la naturaleza, como las flores, los conejos o los venados, fueron enmarcando diversas facetas de la vida cotidiana campesina, de tal forma que entraron a figurar centralmente ese papel las bodas, las peleas de gallos, las actividades del campo. 

Esta artesanía va hoy más allá en su cometido testimonial, fiel a la vocación narrativa de sus autores, incorporando ahora imágenes de procesos sociales actuales y en ello matices que reflejan una profunda sensibilidad de los artistas pictóricos del papel de corteza.

Así, un ejemplo de ello es el cuadro que acompaña este texto gracias a la generosidad de Lilián González -La Frontera, de Pedro Celestino-, donde podemos apreciar una representación global del proceso migratorio desde los campos de Guerrero hasta las ciudades de arribo de los migrantes mexicanos en los Estados Unidos.

La condición de abandono en que se encuentra la agricultura de subsistencia se ilustra en la figura del campesino que postrado en una piedra tiene la mirada baja, en los trabajos de acarreo del agua escasa, en la condición precaria de los campos sin cultivos y de las vacas flacas.   La recolección misma no aporta mucho, y el río aparece contaminado, con las atarrayas a su vez vacías y los pescadores abatidos.  

Del otro lado del río y de los cerros tampoco muy abundantes en plantas aparece una ciudad mestiza, donde destacan los vendedores de artesanías ofreciendo sus productos  -sin mucho éxito- a posibles compradores cuya clase social y condición étnica es contrastante, por ejemplo, en el atuendo de la mujer de la ciudad y en el hecho de portar consigo a una mascota con su collar y lazo.  Con ello culmina la representación de un pueblo carente de oportunidades suficientes de subsistencia, donde ni la agricultura, ni la recolección, ni la ganadería, ni la pesca ni la producción artesanal permiten salir adelante sin migrar.

Finalizado el territorio urbano y mediando otros cerros más aparece entonces la representación de la carretera, del autobús, del avión, de la ciudad más grande, ya fronteriza, y del espacio liminal que antecede el peligroso paso de la frontera sin documentos.  Los excluidos se han agrupado, siguiendo, antes de su paso por la barrera, al “coyote”. El desierto tiene ya sus víboras y su aspereza, la dependencia respecto al coyote es definitiva en ese trance de la búsqueda de oportunidades.  Agazapados del otro lado de la malla exclusora se encuentran las patrullas de la policía fronteriza de la cual hay que saber escapar.

Y entonces aparecen los campos agrícolas de aquellos territorios que le fueron arrebatados a México en 1847. Ahí están los parias que sin embargo con su denodado esfuerzo sostienen la producción agropecuaria en el país del norte. Su atuendo ha cambiado: ya son las gorras de beisbolista y tenis, más que los huaraches y sombreros lo que domina en los atuendos de aquellos que han logrado obtener un trabajo en la economía extranjera cosechando sandías, coles, melones.  Alineados en el borde de los campos se encuentran las cajas que han de ser llevadas a los camiones, y luego, coronando el cuadro, aparecen los departamentos modernos de las ciudades gabachas.

Así las cosas.

La corteza del árbol transformada en papel en la Sierra Norte de Puebla se carga de la realidad de la exclusión, de la precariedad selectiva, de la ausencia programada, de la inexistencia decretada. El Tratado de Libre Comercio, parido por el mismo régimen que ahora está en el poder, ya tenía claramente previsto el incremento masivo de la migración hacia los Estados Unidos, como resultado del abandono programado de la economía agrícola de subsistencia. Esta modalidad de genocidio –como otras tantas-  ya estaba calculada.


La Frontera, de Pedro Celestino

Hay héroes que no olvidan a quienes han dejado atrás y salen adelante en tierras extrañas a pesar de todas las dificultades, y eso no es asunto menor: su arrojo no es el de cualquiera. Sin embargo, el artista fue benévolo con el comprador de una obra de arte que constituye a su vez un documento social irrebatible: no quiso pintar en el papel de corteza los rostros más duros de la exclusión y de la deportación y del abuso que le son inherentes, ni dibujar cadáveres, ni el periplo durísimo de otros excluidos, de quienes vienen migrando desde Centroamérica con su respectiva cauda de dolor y de muerte, sufriendo a partida doble la brutalidad y la indiferencia. Tampoco en esta obra testimonial hay otras imágenes que denoten la gravedad del abandono que sufren cotidianamente los deudos de la migración, por ejemplo, las mujeres y los hijos que quedan sin esposos o sin padres. En su invisibilidad, no tienen lugar ni siquiera en el cuadro. Muchos de ellos, en el abandono, nutren otros cuadros: los de las filas de los jóvenes sicarios.

No. No hay cortezas suficientes ni en la Sierra Norte de Puebla ni en todo México para plasmar en su extensión y profundidad lo que esta tragedia significa.

Y claro, los cínicos ya se inventaron un término técnico para llamar a todo ese cúmulo artificial de maldiciones del desarraigo: en su aséptica corrección les llaman… “externalidades”…

 

Bibliografía

  • Christensen, B. y S. Martin. Withchcraft and precolumbian paper. México. México, Ediciones Euroamericanas. 4ta. ed., 1988.
  • Lenz, H. El papel indígena mexicano. México. SEP/Setentas, 1993.
  • López, C., “‘Amate’ papel de corteza Mexicano [Trema micrantha (L.) Blume]: Nuevas estrategias de extracción para enfrentar las demandas del mercado”, en: Alexiades, M.N. y P. Shanley, Productos forestales, medios de subsistencia y conservación. Estudios de caso sobre sistemas de manejo de Productos Forestales No Maderables, Vol. 3, América Latina, CIFOR, Indonesia.
  • Maya Moreno, R. El papel amate, soporte y recurso plástico en la pintura indígena del centro de México. Tesis doctoral. Universidad Complutense de Madrid. 2011