Número 68

4 A su vez, pululan agrupados por las corrien- tes marinas, enormes cantidades de desechos plásticos en lenta desintegración, grandes o ver- daderamente minúsculos, intrusivos y ubicuos, también tragados por aves y peces que los con- funden fatalmente por alimentos. Y así, como si hiciera falta, reaparece otro absceso de la esta serie, ya de vieja data, con un gran terremoto en Europa Central, donde misiles, drones, proyec- tiles de muerte se ceban en la población ucrania- na, en desprecio de la diplomacia desde todos los bandos, con los líderes europeos occidenta- les que sonrientes, bajo la bandera de un fósil de la guerra fría en busca de enemigos, y coman- dados por el jefe norteamericano de la pandi- lla, le vierten sin reparo combustible al cráter, para beneplácito de la industria de armamentos, y este brote trae aparejadas medidas tan torpes de “castigo” que ya impactan a la economía de lejanos pueblos vulnerables, anunciando ham- bruna. Volcanes demenciales todos, incluido el propio de la virosis de muchas cabezas que no cede y pone de relieve la desigualdad imperante que le sirve de sustrato y la avidez mercantil de los hábiles productores industriales de vacunas. En tanto, nuestros tradicionales volcanes autóctonos atestiguan, impávidos, el surgimien- to en territorio nacional de esas protuberancias artificiales de factura humana, que emiten gases criminales a una atmósfera ya de tiempo atrás trepidante: cráteres profundos de inseguridad, de impunidad, de abuso de la palabra y de bru- talidad naturalizada… y el catálogo apenas co- mienza a ser enunciado… ¿Para qué seguir? Seguir para no eludir, porque al fin y al cabo estamos ante -o dentro de- un solo volcán antro- pogénico, impulsor y origen de todas esas diver- sas emanaciones tóxicas del atropello a la vida. Ese cráter que convoca a todos los cráteres, ese volcán madre de todos los volcanes, es la ceguera moral de la que se ocupaba Zygmunt Bauman 2 : la pérdida de la sensibilidad, el dominio de la ra- cionalidad instrumental en las relaciones huma- nas; la por él denominada “adiaforización” de las conductas, es decir, la indiferencia, la distancia naturalizada ante el sufrimiento del otro, su irre- levancia impuesta mediante la racionalización creciente y esterilizante de las emociones y los sentimientos y también su cálculo e instrumen- tación, que va permeando en muy diversos ám- bitos, desde la política general hasta la cotidiani- dad inmediata de las instituciones e individuos concretos. No es en absoluto un asunto retórico. Esta ceguera moral se caracteriza porque poco vale la vida del otro si no sirve a mis inte- reses, y ese “otro” puede ser un ser humano, o un océano, un pez, una colonia urbana, una joven con su futuro y sus sueños brutalmente trunca- dos, un territorio en devastación, un joven ha- bilitado como soldado para asesinar o ser ase- sinado, un adolescente asfixiado en un trailer, pagando el pecado de aspirar a una vida mejor y la culpa de su propia precariedad, un anciano abandonado a su suerte: al fin y al cabo, la pér- dida de sentido es el magma del que se nutren estos volcanes, la pérdida de sentido trascen- dente de la vida, que transita por las vías de la exclusión y de la ausencia programada: la vía del predominio del capital sobre el trabajo, la vía de la colonialidad, la del patriarcado, la de la demo- cracia ficticia, la del fundamentalismo religioso, a cuyo son conjunto bailan grotescamente sus 2 Bauman, Zygmunt y Leonidas Donskis, Ceguera Moral. La pérdida de sen- sibilidad en la modernidad líquida , Paidós, México, 2015.

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