Número 56

4 Y es que las consultas, en toda su precariedad, por años eludidas o desvirtuadas, degradadas a utilería de teatro, se han tenido que parchar con apellidos añadidos: que si libres, informadas, vinculantes, previas, con pertinencia cultural, moral, decentes… es como cuando empieza a re- bosar de explicaciones una relación entre perso- nas: algo anda ya mal. Así, las consultas, cuando cargan tanto apelli- do, revelan una lucha no resuelta para enfrentar su degradación recurriendo al palabrerío. Por eso vemos luego al rostizador de rodillas ante el pollo, ya radicalmente transformado cuatro ve- ces, consolándolo entre lágrimas: “mira, pero si yo te consulté, no lo niegues”. El problema es que el pollo no quiere ser ros- tizado. Y si lo miramos mejor, re- sulta que el pollo no es pollo, sino un ciudadano en potencia, o mejor, un ser humano con todo su po- tencial, y para colmo hasta ocurrente, pues llega a creerse hasta como alguien digno e irrepetible. Es decir, capaz de generar él las preguntas, porque entonces serán muy otras, sin duda; tal vez basta sólo una y para toda la vida, como la de ¿cuál es mi proyecto?, o ¿cuál puede ser nuestro horizonte como colectividad?, o ¿a qué vienen todos éstos babosos con sus soluciones? ¿Para quién son esas “soluciones”? y, en particu- lar, ¿dónde están las nuestras? El sujeto formula preguntas propias. Son la médula de su desenvolvimiento. Al objeto se le imponen, ajenas. Son la médula de su subordinación. Así que ese mandato bíblico del rostizáos los unos a los otros ya no debiera tener pertinen- cia alguna. Sin embargo, la rosticería es una herencia: es el legado vivo de un orden colonial plenamente vigente. Lue- go de siglos de hacer que la gente responda “mande Usted” ¿ahora ha de ser consultada en serio? ¿de la noche a la mañana? Este momento del país nos encuentra en una condición vulnerable, y un origen de esa vulnerabilidad estriba en una realidad ya conocida: la de la exigua exigencia organizada. Así, se natu- raliza un juego bien arti- culado de simulaciones y precariedades: una ciudadanía precaria im- plica procesos precarios de consulta. Una ciudada- nía plena, en cambio, se con- sulta a sí misma. No está para ser consultada para móviles ajenos. Una ciudadanía plena se consulta a perma- nencia sobre su propio futuro, sobre su potencial, sobre su integridad, su iden- tidad y su sentido. Sin mediaciones, sin pro- cesos continuados, sin aproximaciones suce- sivas, las aspiraciones genuinas no derivan en realidades concretas. A los funcionarios políti- cos en turno les hace muchísima falta vigilancia, orientación y exigencia. Y si retomamos el origen de la palabra consultar, no del latín rostizare , sino consultare , se vienen abajo por reiterativos todos los apellidos que se le han tenido que endilgar como parche, porque le son inherentes, aunque hoy se tienen que usar, precisamente para reiterar

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