El éxodo centroamericano: Un escenario de incertidumbres y violencias

Tal vez vemos los charcos de agua,
pero no la lluvia;
y tampoco vemos formarse la tormenta
(Paul Farmer, 2007:64)

 

Resumen

El presente artículo analiza el fenómeno migratorio de sur a norte a la luz de las caravanas migrantes centroamericanas, lo cual trastoca escenarios de origen, tránsito y aparente destino, traduciéndose para los migrantes en espacios con intensas dinámicas y similitudes entre sí. En este sentido, por un lado, se vislumbra un punto de origen del fenómeno, que corresponde a Centroamérica como territorio intervenido desde el exterior. Mientras que, por el otro, nos encontramos frente al escenario de tránsito, donde las peripecias de las caravanas e individuos o familias migrantes aluden a México como un punto crítico de paso. Por último, para completar este circuito migratorio regional, es necesario comprender a los Estados Unidos como aparente lugar de destino, envuelto en una serie de declaraciones hostiles y normas internacionales que dificultan el movimiento de centroamericanos hacia el norte del continente. Por tanto, nuestro análisis se construye a partir de escenarios que entretejen violencias de diverso carácter: estructural, directo, discursivo y (re)encubierto, como parte de una escena de violencias cotidianas, que son acompañadas de incertidumbres y vulnerabilidades que los migrantes sortean o intentan sortear.

 

Introducción

En el contexto actual, hablar de migración humana es hacer referencia a un fenómeno social polisémico con múltiples anclajes, mismos que van desde los problemas regionales, religiosos y los conflictos armados, hasta las desigualdades sociales (Castles y Miller, 2004). En ese sentido, un escenario particular en el tema de la migración es el triángulo norte de Centroamérica —Guatemala, El Salvador y Honduras— donde los conflictos sociales, guerrillas y crisis político-militares han sido acompañados históricamente de problemas económicos, violencia y alteración de la vida diaria, trayendo como consecuencia inevitable el desplazamiento de núcleos de población, dentro del mismo país o fuera de este (Aguayo, 1985).


Fuente: http://www.granma.cu/granmad/2013/09/27/interna/artic06.html

En escenarios de origen, tránsito y destino, el fenómeno migratorio centroamericano se ha analizado como un “sistema migratorio regional de sur a norte” (Nájera, 2016:255), tema al que hasta antes de los años ochenta los gobiernos de México y Estados Unidos prestaban poca atención, ya que

…para EU no era un problema, dado el bajo número de centroamericanos que ingresaban a su territorio. Después, cuando empezó a crecer el flujo, se toleró su presencia dados los conflictos político-militares que asolaban a los principales países exportadores de migrantes […] y al interés en no dificultar más la labor a los débiles gobiernos centroamericanos de la época. [Sin embargo] durante los 90 […] de manera creciente [se establecieron] más dispositivos de seguridad y control […] que no acaban de concluir al día de hoy (Casillas, 2008:164).

 

La escena que esto nos plantea atiende a la migración de largo alcance, debido a las condiciones estructurantes en sus territorios de origen. De modo que el movimiento de los centroamericanos hacia el norte del continente no es una realidad nueva, se ha realizado durante décadas, sirviéndose de las rutas ferroviarias ya establecidas en México (Occidente-Pacífico), además de configurar estrategias y medios para el desplazamiento continuo. Sin embargo, la modalidad de flujo migratorio del que somos testigos, relativo a las caravanas migrantes que partieron en octubre del 2018 desde Honduras y se engrosaron posteriormente en El Salvador, nos habla de un proceso en el que caminan, duermen y también sueñan miles de personas (niños, niñas, jóvenes, mujeres y hombres). Por tanto, ante ese patrón migratorio regional, es necesario recordar y cuestionar: ¿de qué huyen, a qué se enfrentan y qué esperan los migrantes? Todo lo anterior se encuentra enmarcado en un contexto de múltiples violencias, escapando de la incertidumbre, en la incertidumbre y hacia la incertidumbre.

 

Centroamérica. Un escenario intervenido

En el contexto de una matriz colonial compartida, la Centroamérica actual se ha configurado a través de las bases ideológicas provenientes de Occidente. Esta región ha luchado históricamente por épocas por su unidad, donde sin embargo los países centroamericanos emergen del proceso de independencia con “sus economías […] más vinculadas al exterior que entre sí [lo que se traduce en una] crisis [con] rupturas económicas, sociales, ideológicas, históricas, etc., que llevan más a la dispersión que a la unidad” (Arancibia, 1984:25). Por tanto, este espacio resulta atravesado por intereses extranjeros, y principalmente por los empresariales y los del gobierno estadounidense (Rodríguez, Abarca y Córdoba, 2017).

De manera que la intervención extranjera en la región tiene un espacio y tiempo delineado, ya que la presencia de capital estadounidense atiende

Al ciclo expansivo del capitalismo desarrollado, [lo] que da por resultado desde los años 70 del siglo pasado la realización de inversiones directas en alimentos y materias primas. Se inicia allí lo que se ha dado en llamar la etapa imperialista del capitalismo y era normal que el capital llegara a lo que hoy ellos denominan su traspatio (Arancibia, 1984:36).

 

En ese sentido, dadas las condiciones y facilidades de la región, por ejemplo, desde el apoyo de la clase política local y la cercanía geográfica, es que Centroamérica se convierte en el laboratorio más importante para la expansión de los Estados Unidos.

Precisamente durante el periodo de la guerra fría, bajo ese cometido por garantizar la salvaguardia del capital extranjero, por hacer frente a la incidencia del comunismo y ante la inestabilidad política en la región, los países centroamericanos padecieron la mano dura de las intervenciones militares. Los ejemplos más notorios son los de Guatemala y El Salvador, dos naciones del triángulo norte, donde después de la Segunda Guerra Mundial “[la] inestabilidad [política] adquirió una especial gravedad que se trató de resolver con carácter general por medio de la intervención” (Quero, 1995:214) y por medio de la fuerza más visible, es decir, las bases militares estadounidenses de Palmerola y Comayagua, ubicadas en territorio hondureño. No obstante, estas medidas intervencionistas nunca pudieron incorporarse como elementos a definir en los acuerdos de paz en Centroamérica, ya que el trasfondo de la ayuda mediática se limitaba a los intereses y al capital estadounidense.

El escenario centroamericano pensado desde la inestabilidad social, política y económica, como resultado de la intervención extranjera, es la evidencia más nítida de que “el bienestar de un lugar repercute en el sufrimiento de otro [lugar]” (Bauman, 2008:14), lo que pone de manifiesto que las “expulsiones [y desplazamientos forzados] equivalen a un proceso de selección salvaje” (Sassen, 2015:14); es decir, se alude a un contexto cargado de hostilidades y a un territorio intervenido que constantemente actualiza una matriz colonial/extractiva, al tiempo de hacer invisibles y deshumanizar a ciertos sectores de la sociedad centroamericana. Por tanto, como bien menciona Chomsky (2017), las caravanas migrantes obedecen, desde la época del régimen de Ronald Reagan (1981-1989), al horror creado en tres países sometidos por los Estados Unidos.

El ejemplo actual más revelador de este contexto se halla en el mandato de Barack Obama (2009-2017) y el golpe de estado en Honduras (2009) que logró derrocar al presidente Manuel Zelaya, y donde Hillary Clinton, entonces Secretaria de Estado, intervino en el sistema de política exterior bajo la misión estadounidense de “no tolerar la violencia en la región” (Weisbrot, 2011). Este escenario motivó y refuerza las actuales inestabilidades sociales, políticas y económicas que posicionan a Juan Orlando Hernández en su segundo periodo presidencial en Honduras.


Fuente: http://www.dlatinos.com/univision/minnesota/el-hambre-primera-causa-de-la-emigracion-de-centroamerica/

En este sentido, el pueblo centroamericano, con una política y democracia interna ficticia y con hilos moviéndose desde el exterior, en una realidad que se ha vuelto constante, vive las violencias ejercidas desde las intervenciones extranjeras, expresadas a través de los sistemas de gobierno locales, además de las desigualdades sociales y del crimen organizado (MS-13) que acecha a la región, lo que figura como un complejo rompecabezas, cuyas piezas nos indican las condiciones sociales que gran parte de centroamericanos enfrentan de manera cotidiana.

De modo que consideramos que las caravanas migrantes huyen de la incertidumbre que provoca un escenario intervenido, donde en el Triángulo Norte de Centroamérica se hace evidente, precisamente, que:

Hay grupos sociales en los que el miedo supera de tal modo a la esperanza que el mundo sucede ante sus ojos sin que ellos puedan hacer que suceda. Viven en espera, pero sin esperanza. Hoy están vivos, pero en tales condiciones que mañana podrían estar muertos. Hoy alimentan a sus hijos, pero no saben si mañana podrán hacerlo. La incertidumbre en la que viven es descendente, porque el mundo sucede de formas que dependen poco de ellos. (Santos, 2016:89)

 

La incertidumbre descendente a la que se refiere Santos, donde el miedo pesa sobre la esperanza, engloba actores sociales que para las estructuras locales e internacionales se encuentran invisibilizados, es decir, son parte de la escena que Azaola (2012) define como las violencias de siempre, aquellas violencias diarias que han existido sin vinculación necesaria con las organizaciones criminales. Así pues, entre estas violencias pueden enmarcarse aquellas teorizadas por Galtung (1998) y tipificadas como violencia estructural, violencia cultural y violencia directa. Por lo tanto, las violencias de siempre tienen un contexto y una manifestación estructural y cultural que decantan en la violencia directa y en la violencia de hoy.

Esta sinergia de violencias y factores estructurantes que de manera histórica se han desarrollado en el territorio centroamericano, son el reflejo de condiciones que no garantizan oportunidades de vida satisfactorias, y donde el desempleo y las instituciones chatarras son realidades lacerantes. En definitiva, todo este contexto alimenta las incertidumbres persistentes en Centroamérica como escenario intervenido desde el exterior, donde la gobernabilidad es fracturada, los accesos a derechos básicos son obstaculizados y la tranquilidad de una vida digna pocas veces se encuentra. Por ello, cuestionar de qué huyen los centroamericanos, es hacer un recorrido por estos escenarios de incertidumbres y violencias que no ofrecen alternativas, ni siquiera para el derecho más importante, el de vivir.

 

México. El escenario de tránsito

En este sistema migratorio regional —con territorios de origen, tránsito y destino— es posible ubicar “las crecientes desigualdades entre el norte y el sur [donde] la movilidad de personas seguirá siendo un tema clave en las estrategias de desarrollo en el mundo menos desarrollado, al igual que un elemento de importancia en las relaciones norte-sur” (Castles y Miller, 2004: 15 y 188).

De tal manera que este circuito migratorio y sus escenarios, en nuestro país, se han convertido en la principal temática de los análisis sociales: pensar en México como lugar de paso y evidenciar las hostilidades provocadas por la creciente influencia de grupos delictivos, principalmente por los zetas y maras, para extorsionar y controlar el tráfico de migrantes (Tourliere, 2013), lo que se traduce en procesos hostiles, por ejemplo, en “la matanza de 72 migrantes en Tamaulipas en agosto de 2010 y la desaparición de entre 40 y 50 en Oaxaca en diciembre de ese mismo año” (Correa, 2014:162). Todo este contexto de narcotráfico, secuestros, robos, violaciones y asesinatos pone de manifiesto lo caótico que resulta México como territorio de tránsito para los migrantes centroamericanos.

Como apuntamos, los migrantes huyen de un territorio con múltiples incertidumbres y violencias. Pero entonces es necesario cuestionar ¿a qué se enfrentan los migrantes en dicho proceso de paso? pues precisamente salen de la incertidumbre en condiciones de incertidumbre. En ese sentido, México se ha entendido como el escenario de tránsito; sin embargo, en los últimos tres años el contexto político internacional impone una pauta importante a los nuevos desafíos migrantes, descollando en ello el discurso del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cuya consecuencia, construida o no, implica para el migrante caer en un abismo de incertidumbres. Un ejemplo de este proceso son los testimonios de hondureños “varados” en la ciudad de Guadalajara:

Escuchaba y escuchaba que la frontera allá arriba estaba pesada por Trump; fijate: yo no sabía ni qué hacer, pero sí sabía que quería ir a la USA. Pero eso se veía lejos, lejos, por eso digo que el sueño americano me despertó aquí, y como decimos algunos: ¡acá se hizo el sueño tapatío! lo mismo pido en la calzada [Independencia] o en un parque, ¡ah! también estuve [trabajando] de seguridad, ya tengo siete meses aquí, pero no sé cuánto más pueda esperar acá, porque la USA… ¡es la USA!

José Flores, Guadalajara, Jalisco, 2017

 

Si bien en el aparente o virtual territorio de paso las incertidumbres de la migración centroamericana no son nada nuevas, cabe señalar que se han añadido otros elementos a los ya producidos de hecho por el gobierno mexicano y el crimen organizado, pues el discurso de odio racial que saltó de manera efervescente a la escena política y pública de los Estados Unidos, puso de relieve también un escenario de incertidumbres sobre el proceso de continuar en movimiento hacia el norte o de “esperar en”, lo cual complejiza y cuestiona la capacidad de decidir sobre la marcha de un proceso migratorio hacia el aparente territorio de destino.

Yo soy del departamento de Olancho […] allá uno sufre mucho. En Honduras sufrimos, en el camino por buscar un mejor futuro sufrimos, uno se queda acá y sufre, ya no se sabe qué hacer, ya voy entrando a dos meses en este lugar; aunque hay gente que te trata bien, hay otros que te rechazan […] no es lo que esperaba, no me gusta vender dulces. ¿Cómo crees que estoy? ¡me siento un cerote! queriendo regresar a Honduras, echar de regreso a Tapachula, Guatemala y mi país… ni pensarlo, me da tristeza porque yo quiero ir a trabajar; pero allá [EE. UU] dicen que vamos a robar; pero no, ¡vamos a trabajar!

Juan José Rodríguez, Guadalajara, Jalisco, 2017

 

Así pues, el escenario que percibimos, el de las caravanas migrantes y su rechazo, es una clara expresión del colonialismo persistente y de la minusvaloración tradicional de un sector de la población, que pone de manifiesto, justamente, que “las incertidumbres no se distribuyen por igual, ni en cuanto al tipo ni en cuanto a la intensidad, entre los diferentes grupos y clases sociales que componen nuestras sociedades” (Santos, 2016:91), ya que cuando los centroamericanos pretenden escapar de la incertidumbre, caen en otras incertidumbres igual de intensas, que los obligan a cuestionar si el futuro es mejor que el presente, e incluso que el pasado que han dejado abierto en sus espacios de origen. Tal parece evidenciar que en este contexto para los “tres veces mojados”,[1] el “ser ‘mojados’[2] [es] resultado de una necesidad tan grande como puede ser la sobrevivencia dentro de una extrema pobreza” (Bustamante, 1973:176).

En ese sentido, las caravanas migrantes y su peregrinaje por México han experimentado la ayuda de la sociedad civil, asistiéndolas con alimentos y medicinas. No obstante, también han sido víctimas de una ola de racismo y violencia que cuestiona su tránsito por el país. Aunque la migración centroamericana no es un fenómeno nuevo, el que los migrantes sean más visibles formando caravanas, los ha configurado como objeto de otras modalidades de agresión o de adversidad, incluyendo modalidades de violencia diferentes a las ya experimentadas en su territorio de origen.

En el contexto de las redes sociales, pensadas como nodos de información y de posturas heterogéneas (Castells, 2009), Facebook y Twitter, por ejemplo, se convierten en las ventanas ideológicas más próximas a explorar. De tal forma que los portales de noticias de medios de información digital (Proceso, Sin embargo, Aristegui Noticias, El Universal, Imagen Noticias, El Economista, etc.) funcionaron durante los últimos meses del 2018 como verdaderos foros de opinión pública respecto al éxodo centroamericano.


Fuente: https://www.forbes.com.mx/maquiladoras-ofrecen-contratar-a-migrantes-centroamericanos-en-tijuana/

Los comentarios vertidos en las redes sociales parecían reflejo de una sociedad mexicana indolente ante las desgracias ajenas, que cuestionaba las formas y el ingreso de los centroamericanos al país, y el discurso se afianzaba cuando el entonces presidente, Enrique Peña Nieto, declaró: “no permitiremos el ingreso a migrantes irregulares y violentos”. Lo anterior desató una marea de opiniones que mantuvo invisible el trasfondo del que huían miles de personas; los mexicanos hicieron suyas las redes: por un lado, estaban aquellos que expresaron entender el escenario de desigualdad social del que los migrantes huían. Mientras que, por el otro, se encontraba la gran mayoría que exigía el empleo de la fuerza pública contra quienes según ellos violentaban la soberanía nacional; dicho contexto ya era en sí bastante familiar, un mero lenguaje hostil que desde los Estados Unidos, el vecino del norte, ya había expresado frente a los mexicanos, bajo el ejemplo de su presidente, y que hoy desde este lado se reproducía contra los centroamericanos.

Las posturas respecto a la migración «legal» e «ilegal» saltaron a la vista, constituyendo la principal demanda de las redes sociales y del gobierno mexicano, donde se trató de minimizar el pasado histórico de México como emisor y receptor de migrantes;[3] todo ello sin tener presente las causas y el contexto de la migración irregular, y donde resulta evidente que “las leyes y regulaciones nacionales; las contradicciones que surgen de la globalización neoliberal; la agencia individual y colectiva de los  migrantes; las  actividades  de la  «industria de la migración» y la vulnerabilidad de grupos” (Castles, 2010:53), figuran como los principales motivos de la migración irregular expulsada de territorios precarios específicos y con lacerantes desigualdades sociales.

Una vez en territorio mexicano, se siguieron vertiendo comentarios hostiles en torno a los migrantes, donde sectores de la sociedad mexicana exigían se detuviera, con la fuerza pública, lo que consideraron “una invasión”. Si bien se hablaba de la intervención gubernamental, también emergieron posturas radicales que pedían incluso la intervención de los cárteles de la droga: “en cuanto lleguen a Guadalajara, los estará esperando el CJNG [Cártel Jalisco Nueva Generación] para cazarlos como perros”. Dichas posturas se podían leer en Facebook, donde asolaba un proceso doloroso, que puso de manifiesto, una vez más, las violencias —de Estado y del crimen organizado— que los migrantes experimentan en su tránsito por México.

Esta violencia discursiva, de la que fuimos testigos, expresa la escena pública del racismo, entendido como: “un proceso mediante el cual los grupos sociales clasifican a otros grupos como diferentes o inferiores, basándose en características físicas o culturales. El proceso incluye la utilización del poder económico, social o político, y con frecuencia su objetivo es justificar la explotación o la exclusión de los grupos discriminados” (Castles, 1993:56).  De tal manera, consideramos que el racismo es parte de la urdimbre que Rivera Cusicanqui (2010) conceptualiza como las violencias (re) encubiertas, que ponen de manifiesto un modo de dominación social sustentado en un horizonte colonial de largo alcance.

Así pues, el contexto de las caravanas migrantes, aunado al racismo que se desprende de las violencias (re)encubiertas, se construye como un escenario hostil en el que la discriminación figura como: “la pretensión del que se cree superior, precisamente de raza; [es decir] una especie de vanidad de querer mantener su superioridad. [Por tanto, la discriminación] es la herencia europea que hemos recibido de los cuatro siglos de predominio de los que se creían superiores” (Lehm y Rivera, 1988:148-149).  De modo que las violencias (re)encubiertas en torno a las estructuras de dominación social, son capaces de segregar seres humanos, a partir de marcadores de desigualdad social, que alimentan y hacen evidentes los procesos de incertidumbres articuladas que trastocan a los integrantes del éxodo centroamericano.

 

Estados Unidos. ¿Territorio de destino?

En México una serie de gobiernos locales “permitieron” el tránsito de las primeras caravanas y la apertura de refugios migrantes; asimismo, en ciudades como Guadalajara y Ciudad de México, se encargaron de facilitar su traslado a regiones más próximas a la ruta migratoria. En ese sentido, esas intervenciones expresaron la premura porque el éxodo partiera de sus ciudades y continuara rumbo al norte del país. Una vez que la primera caravana se estableció en Tijuana, la ciudad se convirtió en un hervidero de posturas civiles y gubernamentales.

La antesala de los Estados Unidos se transformó en el punto de confluencia de todas las violencias discursivas, (re)encubiertas y raciales que se gestaron desde el ingreso de las caravanas migrantes a México. Las opiniones públicas de los funcionarios —municipales y gubernamentales— alimentaron una vorágine de reacciones que se gestó en sectores de la comunidad tijuanense. Las violencias no (re)encubiertas saltaron a la escena, con Francisco Vega, gobernador de Baja California, expresando que no habría tolerancia contra los migrantes y que su interés era velar por el bienestar de la sociedad local.

De modo que dicho escenario animó una serie de marchas que se desarrollaron contra los migrantes centroamericanos en Tijuana, donde se puso de manifiesto lo expresado en las redes sociales, es decir, un cúmulo de odio, racismo, clasismo e indolencia. Precisamente, todo este complejo rompecabezas una vez más empezó a estructurarse, y el alcalde de la ciudad, Juan Manuel Gastélum, acomodó las piezas con su discurso que asumía a los migrantes como un riesgo violento para los locales.

Las anteriores palabras figuraron como el pretexto perfecto del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para adjetivar nuevamente en tono negativo a los migrantes de las caravanas, provocando con tales declaraciones un efecto dominó, que los mandatarios locales y estatales en México azuzaban y reproducían en sintonía con las del vecino del norte, que opinaba:

 The Mayor of Tijuana, Mexico, just stated that ‘the City is ill-prepared to handle this many migrants, the backlog could last 6 months’. Likewise, the U.S. is ill-prepared for this invasion, and will not stand for it. They are causing crime and big problems in Mexico. Go home! (Trump, 2018)[4]

 

En ese sentido, la expresión “se encuentran causando crimen y problemas en México, váyanse a casa”, se enmarca como parte de un discurso sustentado en una matriz de dominación social e histórica inherente de la colonialidad.[5] Asimismo, frente a la postura del primer mandatario estadounidense, resultaron preocupantes las acciones que el gobierno mexicano implementó: una serie de deportaciones que se dispararon considerablemente durante el paso de las caravanas migrantes por el país. Tan solo en el mes de octubre de 2018, los eventos de extranjeros devueltos por la autoridad migratoria mexicana, para el caso del triángulo norte de Centroamérica, ascendió a 1,396 salvadoreños, a 4,920 guatemaltecos y a 7,083 hondureños, de modo que el nivel máximo de deportaciones cerró en 13,399 personas (figura I).

Si bien las caravanas migrantes masivas han sido una constante desde octubre pasado, la gráfica anterior muestra un escenario de deportaciones durante el 2018 en el contexto del gobierno priísta de Enrique Peña Nieto. No obstante, es pertinente traer a colación que en el actual mandato morenista de Andrés Manuel López Obrador, las estadísticas de los primeros tres meses de 2019 muestran un número elevado de deportaciones en marzo, justo cuando la llamada Caravana Madre se empezó a organizar en Honduras, lo que indica que los eventos de centroamericanos devueltos por la autoridad migratoria mexicana ascienden a 8,82 salvadoreños; 2,699 guatemaltecos y 5,090 hondureños, es decir, un total de 8,671 personas deportadas tan solo en el mes de marzo  (figura 2).


Figura I. Centroamericanos devueltos por la autoridad migratoria mexicana presentados por mes durante el 2018. Elaboración propia, base de datos: Unidad de Política Migratoria SEGOB, Boletines estadísticos (2018)

De manera que tal como lo señalan reportes de la Secretaría de Gobernación en México, durante marzo no hubo una Caravana Madre, sino “caravanas madrecitas”. Sin embargo, lo que sí ocurrió fue un escenario recrudecido de deportaciones en cuanto los flujos centroamericanos se hicieron notar. En suma, durante la llegada de caravanas migrantes, tanto en la administración peñista como en la obradorista, la respuesta sostenida fue sistemáticamente la misma, es decir, un primer filtro y una serie de deportaciones que, en cuanto a costo social, México logró evitarle a los Estados Unidos.

No obstante, dicho escenario contrasta con lo que en el Plan Nacional de Desarrollo (2019-2024) se propuso durante los primeros meses del año, donde de manera textual se argumentaba que:

En lo que respecta al tratamiento de extranjeros migrantes en México –ya sea que se encuentren de paso hacía el país del norte o con propósitos de residencia en el territorio nacional–, la política del gobierno federal ha dado ya un giro en relación con la que había venido poniendo en práctica el régimen anterior. Si bien es cierto que el ingreso de extranjeros requiere de un proceso de registro por razones de seguridad […] el Ejecutivo Federal aplicará las medidas para garantizar que los extranjeros puedan transitar con seguridad por el territorio nacional o afincarse en él. Es preciso adelantarse a situaciones de una crisis humanitaria debida al arribo al país de flujos masivos procedentes de otras naciones, pero, sobre todo, es necesario sensibilizar a la población nacional con una campaña de erradicación del racismo, la xenofobia y la paranoia que, por desgracia, han anidado en algunos sectores de la sociedad. (PND 2019-2024, 2019:31)

 

A la luz de lo anterior, el escenario actual de las caravanas migrantes centroamericanas y su tránsito por México parece resucitar viejos fantasmas; basta recordar la visita que sostuvo el entonces candidato presidencial estadounidense, Donald Trump, con el hoy ex presidente de México Enrique Peña Nieto en 2016, cuando afirmó: “construiremos una gran muralla a lo largo de la frontera sur y México pagará el 100% de la construcción. No lo saben todavía, pero van a pagar por el muro”. Frente a las arengas xenófobas, racistas y clasistas que Donald Trump expresó durante su campaña presidencial y una vez que ganó las elecciones de su país, las relaciones bilaterales y el TLCAN resultaron el arma letal del gabinete estadounidense para que la clase política mexicana sucumbiera ante sus demandas. La amenaza de Trump de un alza de los aranceles sobre los productos mexicanos de exportación hasta en un 5% para inicios de junio del 2019 y susceptible incremento a un 25%, fue el parteaguas que obligó a Marcelo Ebrard, Secretario de Relaciones Exteriores de México, a “negociar”.

No obstante, aunque el gabinete de Andrés Manuel López Obrador celebró una aparente victoria en las relaciones bilaterales entre México y Estados Unidos, la realidad es distinta, ya que las externalidades inmediatas de dicho diálogo impactan a las constantes caravanas centroamericanas, es decir, a “los sacrificados del acuerdo con Trump” (Saldívar y Tourliere, 2019). Así pues, el muro que el empresario estadounidense prometió en su campaña política es un hecho. La frontera sur de EE. UU está más al sur que nunca: ese sur golpeado, maniatado y testigo de las historias más atroces de los migrantes centroamericanos es el sur de México, donde ahora entendemos las declaraciones que anunciaban: “México pagará el 100% de la construcción. No lo saben todavía, pero van a pagar por el muro”, de modo que se concreta un muro humano conteniendo a miles de centroamericanos en la frontera de México y Guatemala, hasta donde 6,000 elementos de la recién formada Guardia Nacional arribaron aún cuando los acuerdos entre Estados Unidos y México estaban sobre la mesa.


Figura II. Centroamericanos devueltos por la autoridad migratoria mexicana presentados durante enero, febrero y marzo de 2019. Elaboración propia, base de datos: Unidad de Política Migratoria SEGOB, Boletines estadísticos (2019)

Todo este proceso que intensifica las incertidumbres del desplazamiento centroamericano hacia el norte del continente, hace invisible el sufrimiento de las caravanas migrantes y el dolor del que escapan, en el que transitan y el que les espera, pues en ese contexto las violencias sistemáticas se asocian a los sujetos sociales que son considerados menos que humanos, es decir, aquellos que no gozan de autorepresentación y no son tomados en cuenta (Butler, 2012), pues los medios para hacerlo se ubican en esferas sociales de acceso restringido. No obstante, en este escenario de rechazo, incertidumbres y violencias se constata, como apunta Appadurai (2007), que en las dinámicas de la globalización las minorías y la migración resultan necesaria pero no gratas, es decir, los actores migrantes son requeridos en las formas de desigualdad derivadas de las ciudades globales para sostener, con su trabajo en sectores secundarios, la infraestructura necesaria del sistema global (Sassen, 2007). Sin embargo, la presencia de los migrantes en las ciudades globales resulta un hecho despreciado y desvalorizado, lo cual se inscribe dentro de la colonialidad que produce como inexistente el sufrimiento y naturaliza el rechazo que los migrantes centroamericanos padecen.

 

Conclusión

Los escenarios adversos que analizamos, donde los centroamericanos huyen de la incertidumbre (origen), en la incertidumbre (tránsito) y hacia la incertidumbre (destino), son estructurados a partir de un circuito migratorio regional. Así pues, las violencias que estudiamos en este éxodo, forman parte de un horizonte de dominación de largo alcance, donde la deshumanización de ciertos sectores de la sociedad figura y se justifica en las bases ideológicas de occidente, que actualiza y reconfigura los escenarios actuales a través de los Estados-Nación, expresando las violencias (re)encubiertas de todos los días, y donde los marcadores raciales, de clase social, de género y de grupo etario son una constante en un mundo desigual que convulsiona ante las crisis humanitarias que obligan al desplazamiento masivo de sujetos sociales buscando lo más primario de la humanidad, el poder vivir.

En ese sentido, las incertidumbres que se dan cita en estos escenarios, provocan una serie de preguntas sin respuesta inmediata para los migrantes, las cuales parecen adherirse en lo que Santos (2011) ha denominado como la incertidumbre de la dignidad, misma que sintetiza la travesía migratoria, donde todos los seres humanos aspiran a un trato digno. Sin embargo, en nuestro mundo actual el sufrimiento humano es injusto, está por todos lados y se manifiesta a través del “miedo sin esperanza, donde las incertidumbres descendentes se transforman cada vez más en incertezas abismales, o sea, en destinos injustos para los pobres y sin poder” (Santos, 2011:90).

De manera que en el contexto de las caravanas migrantes, en los términos de Santos, el miedo parece triunfar sobre la esperanza, ya que el solo hecho de pensar en las fronteras del aparente territorio de destino demanda una complejidad abismal, misma que intensifica las incertidumbres y violencias que acechan el tránsito centroamericano. Y justo por ello, aquí cabe cuestionar ¿Estados Unidos sigue siendo el territorio de destino al que esperan llegar? Tal parece que las respuestas son sembradas en un escenario caótico, que pone de manifiesto que el circuito migratorio se completa en cuanto se logra acceder a los Estados Unidos, es decir, ingresar precisamente al mismo sistema global que los ha construido como externalidades, que los ha expulsado de sus países al impedir y vulnerar a las democracias centroamericanas, convirtiendo dichos territorios en escenarios intervenidos.

En ese sentido, las caravanas migrantes, al hacerse notar con la intención de traspasar los muros del sistema global, obtuvieron como respuesta, por un lado, un blindaje más allá de las propias fronteras estadounidenses, ya que la injerencia en países como México sirvió para que se instalaran los primeros filtros migratorios y, posteriormente, la militarización de la frontera sur del país. Mientras que, por el otro, en la escena política internacional, comandada por el empresario Donald Trump, tuvo eco la línea hostil y xenófoba que ha acompañado a su administración, y donde la principal arma discursiva radica en la criminalización de los migrantes. Ante ello, todo este proceso de dominación pone de manifiesto una matriz ideológica que estructura al éxodo centroamericano construido por objetos no existentes,[6] lo que implica una voraz actualización de la colonialidad que jerarquiza seres humanos y territorios ya que, desde la marginalidad y el silencio, los países intervenidos en Centroamérica, y especialmente los de su triángulo norte, parece que no son capaces de adueñarse su propio futuro. Así, en este contexto lo último que queda es “esperar”, pero dicha palabra implica pensar más allá de su burda definición que alude a la esperanza, por lo que preguntamos ¿esperanza de qué, en que sucederá qué? No lo sabemos, pero sí lo imaginamos y, por lo tanto, “esperar” es apenas un destello de luz en la obscuridad.

 

Bibliografía

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[1]    Canción popular de Los Tigres del Norte, donde se alude el proceso migratorio centroamericano.

[2]    Entiéndase por “mojado”, quien se convierte en un “delincuente” al cruzar la frontera de Estados Unidos sin obtener un permiso legal para ello (Bustamante, 1973).

[3]    Por ejemplo, “las oleadas migratorias europeas que llegaron a nuestro país huyendo de las dictaduras surgidas en los años treinta y cuarenta, especialmente de la dictadura franquista [y también…] los refugiados latinoamericanos […] otro proceso migratorio en el que México fue receptor de grupos que dejaron sus tierras a causa de los conflictos armados” (Rodríguez, 2015:38)

[4]    “El Alcalde de Tijuana, México, acaba de afirmar que ‘la ciudad no está preparada para esta cantidad de migrantes, el atraso podría durar 6 meses’. De la misma manera, Estados Unidos no está preparado para esta invasión, y no lo tolerará. Están causando crimen y grandes problemas en México. ¡Váyanse a casa!” (Trump, 2018).

[5]    Entiéndase como “un patrón de poder global en relaciones de dominación, explotación y conflicto en torno al trabajo, la naturaleza, el sexo, la subjetividad y la autoridad. [Lo que además implica] jerarquizaciones de las modalidades de producción de conocimiento” (Restrepo y Rojas, 2010:155).

[6]    Entiéndase que “hay producción de no existencia siempre que una entidad dada es descalificada y tornada invisible, ininteligible o descartable de un modo irreversible” (Santos, 2005:160).