I
En esta hora
en que la muerte acecha
y arrastra su vestido nupcial
por los rincones de las vías
hagamos caminar al corazón
en las puntillas
haciendo el menor ruido,
sobre la gruesa loza del silencio.
En las penumbras de este instante,
la parca barre el polvo
de los senderos de los días,
con la extensión de su vestido,
que resuena y se atora
entre las piedras,
(las aristas de todos los temores),
que ruedan por el cauce solitario
de todas las veredas.
Ese ruido se ovilla
cual lúgubre quejido
de aves nocturnas
y perros espantados
en mitad de la noche,
entre los laberintos del oído.
II
La orden venía
desde el cenit de las alturas
y la dejaron caer
como guadaña
en medio del trigal.
Soltaron los chacales
Ebrios de impunidad
sicarios y policías
cortaron de tajo
los renuevos más tiernos de la patria:
seis fueron los muertos
en el primer ataque.
Cuando el pequeño sapo sátrapa
oye el número de víctimas,
ordena enfurecido:
“levántenlos a todos
y no dejen testigos”.
Y sin ningún remordimiento
se sienta a merendar con su familia.
Esa noche
de los fusiles cortos,
los desclasados
policías y sicarios,
como hienas y chacales
se cebaron con la sangre adolescente.
Y se llevaron secuestrados
a cuarenta y tres muchachos,
sin dejar una señas de su existencia.
Y las tres sanguijuelas
de las tres esquinas oscuras del poder,
fueron a descansar
después de tan agotador trabajo.
III
Todos se preparaban para ser docentes.
Para llevar la luz del verbo
y encender los luceros
en los eriales olvidados
del infantil pensamiento.
Y tan sólo en unos cuantos minutos los
[troncharon.
Les echaron encima a los chacales.
Eran hijos del pueblo
y barro de su barro.
Y su lamento,
hace crujir la tierra
cuando por alguna causa se fisura.
El pueblo
no se desgarra sus prendas
antes los reflectores
para hacer creer que sufre,
ni se pone gotas de agua
en las pupilas para convencer.
Su llanto anega los caminos
y el gemido de su duelo,
es un doble de campanas
que con el eco de su voz
se va tocando las puertas
con los nudillos de cristal del viento.
Mienten desde el Palacio Nacional,
desde la casa amurallada de gobierno.
Mienten sus corifeos de la prensa:
ellos están felices
porque sus órdenes se cumplen.
IV
Noche de fines de septiembre.
En el marco de tus dinteles
se destacaron
con toda nitidez
los rostros que tiene cada patria:
la faz de la brutalidad,
del horror de la lepra,
de la más primitiva
de todas las barbaries
es la cara inconfundible del poder.
Y frente a esta visión de espanto
surge el contraste,
el semblante sonriente y franco
el regazo de luz
de la inocencia
llevando siempre abiertas
sus manos solidarias
del pueblo que estudia y trabaja.
Y por eso soltaron los chacales.
V
En estos días
en los que los dioses,
taparon sus oídos
y con toda alevosía
se vendaron los ojos,
cayeron por completo
en la ebriedad
y en el aburrimiento
y se marcharon a tirar su tedio
en el confín del infinito.
Nos dejaron a solas con la parca.
Solos y bajo sitio.
Metidos en las garras
oscuras de la muerte
que sin tardanza
aprieta el puño
para exprimirnos hasta el alma.
VI
Un faro frío
se encuentra anclado
entre los farallones
viajeros del empíreo.
¿Qué chispa hará que se ilumine?
Solo la lumbre solidaria
que habita bajo el párpado
del ser humano
puede hacer el milagro.
Sólo la brizna
del fulgor universal que nos habita
puede prender la lámpara.
Sólo mil veces mil
pupilas que se abran
pueden hacer que la luciérnaga
que vaga por el cosmos
alumbre solidaria los caminos.
En esta hora
de aturdimiento y miedo,
en la que los segundos y minutos
caminan en doble fila
hacia las fosas clandestinas,
(que la bestialidad del poder
ha cavado impune
Por todos los rumbos de mi patria),
levantan la bandera
de la dignidad más pura,
los jóvenes que estudian:
politécnicos, universitarios,
normalistas de todo el territorio.
Normal Rural de Ayotzinapa
cuánto llanto y dolor en tus contornos.
Cuánta sangre regada de tus hijos.
Y sin embargo,
la esencia de tu forja no se rompe
ni se rinde o se dobla.
Y esa es la yesca
que pretenderá la lámpara del cosmos.
Lorenzo Esteban
12 de octubre de 2014
Publicado en el libro "Manantial de Cocuyos"
© 2014, Esteban Juan Palacios Lorenzo
No. de Registro: 03-2014-091812285300-14
1a edición, noviembre 2014
Impreso en México, D. F.