La fuerza de las culturas de resistencia ¿Cómo es que surgió la gran ola de Ayotzinapa?

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Asunto para pensar: cuando se mostraba victoriosa la blitzkrieg política del Ejecutivo y el Congreso federal que le impuso las reformas estructurales a un país sorprendido y con las oposiciones políticas doblegadas, irrumpió un  corto circuito emocional donde cientos de miles tomaron las calles para decir - en un espacio público copado por la fiesta de las reformas estructurales-   que lo que necesitaban  era otra cosa, antigua y moderna a la vez, pero inexistente en la vida cotidiana. Sólo  justicia, simbolizada en la presentación con vida de los 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa desaparecidos en la noche del 26 y la madrugada del 27 de noviembre del 2014. ¿Cómo fue posible que en un país con la política expropiada a favor de unos cuantos, vuelta saberes especializados y  altas  tecnologías para orientar opiniones y gobernar las emociones,  surgiera un tsunami de energía popular y ciudadana en sentido inverso?

Explorar esa enorme marejada es un asunto de interés público. Revela recursos y capacidades no expropiables, inherentes a la condición antropológica del hombre, a recursos sociales creados en los ciclos de movilización y a condiciones culturales y tecnológicas contemporáneas a la mano de muchos. Por ello, ese despliegue de energía social que rehace el espacio público, es capaz de hacer erupción en una política nacional copada por los poderes e impactar  en las agendas públicas que controlan; puede ocurrir aunque la cultura política y las instituciones de la democracia (partidos, congresos, medios masivos) vivan una fase de intenso conservadurismo y de alejamiento en relación a los problemas y sentires de la sociedad.

Sugiero que el paso de un evento local en los márgenes de la ciudad de Iguala hacia escenarios regionales, nacionales y globales, pudo ocurrir por la convergencia  de potencias antropológicas y sociales  de hombres y colectivos comunes, donde se juegan al menos cuatro dimensiones: a) los núcleos duros de culturas y el empalme de capas de experiencias formadas en un ciclo largo de luchas, b) la fuerza comunicativa del agravio en una sociedad herida, c) los lenguajes y esferas de resonancia comunicativa como la religión, el arte, la imagen y sus altas tecnologías comunicativas, y finalmente, d) la creación de un “nosotros” y un “ellos”, escindido por el relato de lo ocurrido y por sus consecuencias de responsabilidad jurídica y política, donde se abre paso el gran reclamo popular por la justicia.

 

  1. De noche sin luna hacia días globales

Cuando Javier Sicilia tronó su rabia por la muerte de su hijo en el año del 2011,  e inició sus marchas para romper el silencio y mostrar  rostros y circunstancias de los muertos y desaparecidos por la guerra contra el narco, hizo visible, tras muchos kilómetros de protestas ambulantes,  tres cosas. Primero el alud humano afectado y oculto (27 000 y sigue la cuenta); luego, la geografía extendida por el país  de la violencia entre policías, ejércitos, narcos y civiles inocentes y,  finalmente, las argucias del poder, que “resuelven” en escenografías vistosas de alto rendimiento político y leyes sin dientes y sin presupuestos.

En la noche oscura del 26 de septiembre del 2014 y la madrugada del 27, las calles de Iguala se hicieron campo de batalla, primero a las 21:40 y luego entre las 22:00 y las 23:00 horas.  Reconstruir lo que ocurrió fue materia de disputa entre afectados y autoridades desde su inicio hasta la fecha. Pero  ese día 27 y en los dos días siguientes inició una respuesta social pocas veces vista.

A diferencia de las muchas muertes solitarias y en zonas sociales fragmentadas, la noche de Iguala afectó a dos colectivos, uno, de futbolistas que para su desgracia atravesaron la línea de fuego y dejaron muertos y heridos, y el otro, el perseguido desde el centro de la ciudad hacia sus periferias por agentes de la ley que hasta ahora siguen imprecisos (¿sólo policías municipales, también la PFP que estaba presente, y el batallón 27 del Ejército con un negro historial a cuestas?): los jóvenes estudiantes de Ayotzinapa en búsqueda de cooperaciones para sus prácticas educativas y para costear el viaje ritual a la ciudad de México a la marcha del 2 de octubre. Con sospechas de desapariciones y muertes pero con rastros de sangre y de casquillos de balas en las calles vacías, los estudiantes normalistas tomaron de inmediato varias acciones para que esos ataques fuesen investigados.  Empezaba a  erguirse su  cultura social de  resistencia.

Desde la madrugada, los estudiantes entran en contacto con otro colectivo en resistencia, los maestros asolados por una reforma laboral disfrazada de reforma educativa que lastima su permanencia en el trabajo, la Coordinadora Estatal de los Trabajadores de la Educación de Guerrero (CETEG), parte de la  Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE)  en lucha abierta contra las reformas. Ambos colectivos, en largo desencuentro con el Gobernador Aguirre y las autoridades federales. Gracias a las desgracias conocen los modos para entrar en contacto con periodistas y defensores de derechos humanos, una red de contactos para que las violencias del poder no queden impunes. Las primeras denuncias sobre la violencia oficial, los primeros reclamos contra la autoridad del Estado y del municipio, provienen de estos dos núcleos de grupos organizados que en intensas jornadas estallan en manifestaciones ya en Chilpancingo, la capital política del Estado. Quinquenios de acoso rompen como olas encrespadas en el palacio de gobierno del Estado y en el Congreso. Una efigie de Morelos miraba  impávida arder un área del Congreso  mientras la pugna adquiría visibilidad nacional.

Los estudiantes y maestros son de los segmentos más organizados de la sociedad, como ocurre con los electricistas y muy diversos pueblos indígenas, que combinan recursos y frentes de lucha, en ocasiones pacíficos, pero que en ocasiones confrontan la violencia del Estado. A la vez, no dejan escapar recursos legales, civiles y de opinión pública pues las formas de lucha, más que una identidad fija, están dictadas por las coyunturas y las acciones y reacciones de gobiernos que no dudan en echar mano de sus fuerzas represivas. A lo largo de cuatro meses trepidantes (octubre – enero) estos segmentos organizados por años serán las redes y la estructura que acompañará a las movilizaciones por los desaparecidos en diversas ciudades y estados. Al calor de esa pugna la CETEG y la CNTE harán visible la ofensiva del Estado para rehacer la educación en clave empresarial y según el modelo norteamericano de las evaluaciones.

 

  1. Un ciclo de luchas a escala global:

A partir de la crisis financiera del 2008 muy diversas partes del mundo empezaron a registrar luchas sociales intensas, que no bien parecían acabar en un lugar cuando resurgían en otro. El norte de África, la Europa mediterránea, su norte gélido como Inglaterra, la primavera árabe, una América del Sur que viraba hacia la izquierda, no sólo como movilizaciones sino como gobiernos alternativos. A su modo y a sus ritmos, pero México también se incorporó a ese ciclo contestatario: el movimiento de las víctimas de la guerra contra el narco, las marchas de las madres de los migrantes centroamericanos, el estallido juvenil del #Yo soy 132, el movimiento del Politécnico contra el modelo neoliberal educativo en educación superior, entre muchos otros.

Hay en ellos una paradoja: son a la vez reactivos pero también abren nuevas opciones. Estos movimientos se encuentran inmersos en la crisis y posterior ofensiva financiera para disciplinar a países y continentes en torno a la deuda y la austeridad que fractura la “democratización del consumo” vivido sobre todo en Europa, pero también responden a la avanzada desintegración de los vínculos sociales y a la fragmentación y ausencia del Estado en ámbitos diversos. Son reactivos, pero a la vez renuevan las capacidades sociales para generar nuevos vínculos, identidades, redes y estructuras, horizontes de expectativas que no sólo resisten sino que abren el campo de lo posible en el mundo neoliberal. En México se fueron formando ánimos rebeldes y nodos capaces de generar redes en muy diversos ámbitos: uno estratégico es el de los estudiantes, otro, las organizaciones gremiales y los pueblos originarios y, de manera especial,  las organizaciones de derechos humanos  y, finalmente, los jóvenes contestatarios y el uso de los recursos tecnológicos (desde twitter hasta Internet) y de agitación mediante las imágenes que transmiten en tiempo real los contagios emocionales. Su convergencia o empalme puede crear puentes en ocasiones donde oscuras causas locales transitan hacia los reflectores del escenario nacional y global.

De octubre a enero, en cuatro meses turbulentos, los nodos duros de los estudiantes  y el magisterio crearon puentes y se encontraron con energías ya dispuestas por movilizaciones recientes en las ciudades más importantes del país. Se encontraron y amplificaron vibraciones emocionales de malestar, resistencia, deseos de cambio que envolvieron al norte, el centro y al sur del país y resonaron a escala global. Nacían los días y las jornadas de lucha globales.

Las jornadas por Ayotzinapa coincidieron con una pugna entre los grupos de poder donde se retroalimentó el interés de instancias, gobiernos y poderes mediáticos internacionales  por el país. Ya sufriendo del tropezón por Iguala, el gobierno federal y el presidente recibieron una andanada por importantes medios de información norteamericanos señalando el problema de la alta corrupción gubernamental, la opacidad de sus acuerdos con inversionistas y el grupo de “operadores” financieros de los negocios del grupo en el poder. Luego su principal aliado, el gobierno de Obama, revaloró el dólar y aumentó las tasas de interés en su país, a la vez que caía el precio del petróleo. Iniciaba así una crisis y la obligada austeridad cuando aún estaba la fiesta por un progreso a la vuelta de la esquina. Hasta ahora el saldo de esos juegos de poder es una mayor subordinación del gobierno mexicano, expresado en su ortodoxia para contraer la economía y los gastos del Estado, y en la exclusión de China como gran inversor en la nueva prosperidad imaginada.

 

  1. El protagonismo del parentesco

El 28 de septiembre llegaban a Iguala los camiones que transportaban a los familiares de los muchachos desaparecidos. Eran hombres y mujeres que hasta entonces sólo se ocupaban en su mayoría de afrontar la dura vida privada. No se conocían  entre ellos e  iniciaban sin saberlo una  ruta de transformaciones internas. Primero al visitar el Semefo de Iguala donde no encontraron   a sus hijos, luego las primeras búsquedas por las calles donde estallaron las balaceras, y los recorridos en la periferias de Iguala tras entierros clandestinos. En ese obligado “estar juntos” empezaron los destellos de intercambios sobre dudas, incertidumbres y esperanzas. La fidelidad al lazo del parentesco, las creencias religiosas en la justicia y la esperanza, las ideas aprendidas sobre sus derechos. Pero también la necesidad de apoyo y ayuda de las autoridades, los desencuentros ante falsas versiones o intentos de intimidación o  cohecho, sentir la solidaridad de muchos, pasar de la culpa privada a cuestionar el sistema de justicia.  En el camino incierto  de la búsqueda de sus hijos esos desconocidos se constituyeron bajo condiciones extremas y en tiempos relampagueantes  en un colectivo con una cultura de resistencia. Les ocurrió un tránsito esencial: pasar de la expectativa de encontrar una respuesta justa de las autoridades, a su distancia hasta llegar al rechazo ante las evidencias de incongruencias y luego el paso a las amenazas y a los intentos de cohecho.

Y a la vez la inmersión hasta entonces obligada en sus vidas privadas emergió hacia la vida pública. Ayudaba y mucho el trato esencial con los abogados de Tlalchinollan de la Montaña de Guerrero y su gran experiencia en la defensa de los derechos humanos, los actos públicos donde empiezan a tomar la palabra, sus reuniones internas para ponerse de acuerdo en los pasos a seguir, las entrevistas con funcionarios de todos los calibres y los intercambios crecientes con periodistas y reporteros televisivos. Un grupo hasta entonces anónimo y de las escalas más bajas de la jerarquía social, dan otro paso esencial en su transformación subjetiva: cuestionar los actos y respuestas de las autoridades y pasar a buscar su propia cura, con la ayuda solidaria de grupos y personas solidarias.

Surgió entonces un actor impensado de esa puesta en escena trágica: los padres de familia que se cohesionan como un colectivo que no se dejan vencer ante la adversidad. En colaboración con las redes y estructuras más experimentadas de maestros, estudiantes y defensores de derechos, se fueron convirtiendo en el eje que le otorga continuidad hasta la fecha al reclamo. Presionados desde muchos frentes y coyunturas cambiantes, lo mismo aparecieron encabezando los auges de la movilización en Guerrero y en la ciudad de México, que remontando sus reflujos mediante la agitación de su mensaje en universidades, plazas, iglesias, en ciudades y pueblos del país, o en sus largas jornadas por Europa y Estados Unidos.  Pero además transitaron de la figura obligada de las victimas afligidas ante la violencia de narcos y fuerzas públicas, la comunidad de los dolientes, hacia el cuestionamiento ciudadano, autónomo,  al Estado, a las fuerzas públicas, a las cadenas corruptas del sistema de justicia.

Cuando la hegemonía del poder se ejerce masivamente  como regulación de las emociones, una de ellas, surgida en el contexto del miedo pero de signo inverso, le provoca un cortocircuito de gran alcance. Las marchas por las víctimas de las guerras en el 2011 ya habían revelado esa atmósfera de malestar por el agravio a personas y familias en muchas partes de la República. Los padres de familia de los estudiantes normalistas hicieron del vínculo de parentesco herido su fuerza y brújula, la clave para irradiar hacia muchos otros espacios y colectivos esa vibración emocional que encontró un terreno fértil en el malestar social extendido. Era un foco de interpelación y de convocatoria más allá de toda pugna gremial y política, y que toca una fibra intensa de las culturas vigentes en nuestro país, la fibra del parentesco. Al irse encontrando con otras cargas emocionales y en las diversas confrontaciones públicas, esa vibración doméstica y familiar se politiza, es decir, muchos viven el paso de la pasividad a la actividad, del conformismo a la crítica, de la obediencia a la desobediencia, y con ello se  abren  rutas de autoconciencia, de culturas para resistir y abrir horizontes, de críticas contra el orden brutal de las cosas. La cúspide de esta politización provocada “desde abajo” es el momento en que la escena nacional se escinde en un “nosotros” y en un “ellos”, y que va prosperando en el mes de octubre y revienta en noviembre y diciembre, donde la punga por el relato y los recursos sucios para desprestigiar a un movimiento ascendente, polarizan a la opinión pública a escala mundial y global. No hay, sin embargo, una sintonía y retroalimentación en esa escala, donde se rasga la hegemonía dominante, con los partidos y organizaciones de la izquierda política que capitalizaran esa escisión en el plano estricto de la política.

 

  1. Desapariciones que se convierten en un Acontecimiento

La perspectiva adecuada para valorar las luchas por Ayotzinapa es la del contraste entre una política en manos de los poderes y el surgimiento de un torrente social que se abre paso con sus propios medios hacia la escena pública. Es un proceso donde se ponen en movimiento capacidades humanas preexistentes y que se van formando al calor de los acontecimientos. Una convergencia y retroalimentación que hacen crecer una causa de su ubicación específica hacia el espacio público nacional y global. Las grandes movilizaciones y los efectos mediáticos y de conciencia que arrojan van construyendo un Acontecimiento, una fractura de la vida cotidiana que se alimenta y provoca cambios en la mentalidad y la conducta de muchos. En ese proceso de construcción se revelan de particular importancia tanto la sobreposición como las alimentaciones entre muy diversas redes, la naturaleza del agravio y su fuerza comunicativa donde le ayudan las atmósferas de creencias compartidas y sus códigos específicos de comunicación.  Tres dimensiones en fuerte interacción.

Una es el de las potencialidades de los núcleos formados en la desobediencia, en ocasiones fragmentados y rutinarios para sobrevivir, pero que convergen al ocurrir algún evento que quebranta los valores elementales de la convivencia, en atmósferas de irritación ciudadana, y donde colaborar a crear un Acontecimiento. Es el caso de los normalistas, de los maestros, de los núcleos estudiantiles, de los organismos de derechos humanos, de las redes de periodistas comprometidos  y de jóvenes insurrectos con instrumentos de alta tecnología. La interconexión afortunada de estas redes hace que la emoción transgresora que exige la aparición de los estudiantes desaparecidos se masifique e irrumpa como un Acontecimiento, una erupción, que pone en movimiento a muchos ciudadanos que no tienen nada que ver con los núcleos de la resistencia y que inician su propia conversión.  La muestra más clara de que esas capacidades residen en una condición antropológica, es la rápida transformación de los Padres de Familia en el eje motivador y orientador de las luchas, siempre en retroalimentación con las capas superpuestas de las diversas redes.

La segunda dimensión tiene que ver con la potencia comunicativa de su agravio, la herida en el parentesco, que se revela en sus modos y ritmos como una energía que contagia y convoca a través de la sencillez y el poder de su mensaje: son los padres en búsqueda de los hijos en peligro, el antiguo relato de mitos y tragedias, de novelas y dramas históricos, que vuelve a la escena moderna y que en los primeros días de octubre pone en vilo a un país. A través de esa potencia comunicativa se vuelve a formar un nosotros que se distingue de “ellos”, una mezcla indiferenciada con uniformes policiacos, de parafernalia narco y de trajes oficiales y empresariales. Es de tal dimensión esa potencia comunicativa que se extiende construyendo a la vez otro relato de los acontecimientos en rechazo al relato oficial de las cosas. Desteje sus costuras apresuradas para mostrar no solo incongruencias sino actos que van en otra lógica, en lógica de Estado autoritario que encubre contra todos las evidencias de la presencia de la fuerza federal en los hechos. El caso de la Policía Federal Preventiva y del 27 Batallón del Ejército.

La tercera dimensión es una atmósfera histórica y actual, esferas vibratorias que reciben y envuelven a muchos, en códigos conocidos e innovaciones estéticas,  en ocasiones sagradas y en otras seculares. Desde las primeras demostraciones aparecieron las velas y los rezos de las mujeres en Iguala, y también el reclamo ciudadano a las autoridades de la República. El mensaje acusador con letras de fuego, veladoras alineadas, en la plancha negra del Zócalo y  que dijo: Fue el Estado. Las fiestas de muertos con sus marchas encabezadas por señoras disfrazadas de Muerte. Los contingentes de curas, monjas y novicias y el apoyo intenso de las redes de católicos militantes. Si en Mesoamérica se imploraba con los pies, en procesiones por lugares sagrados, ahora se aprende a desobedecer andando. Pero el viaje comunicativo también fue reelaborado a través del arte y las puestas en escena, en collages vivientes y en apropiaciones de dibujantes, pintores, poetas, irrupciones en estadios y cines. El mundo de la diversión y el espectáculo que desplaza, minimiza y encubre, ahora se convertía por momentos y con artistas especiales, en otra poderosa caja de resonancia.

 

  1. La reconquista de un liberalismo popular

Había comentado sobre una cuarta dimensión donde el Acontecimiento se convierte en disputa política a escala de la hegemonía. Esa  cuarta dimensión tiene que ver con esa escisión que se va abriendo paso a lo largo de octubre de ese año del 2014. Irrumpe  el 28 de ese mes en un evento oficial en los Pinos diseñado como acto de antropofagia política, (tal y como ocurrió entre Calderón y Sicilia en el 2012) para “devorar” el reclamo y  metabolizarlo a favor del Presidente. Pero se encontraron con unos Padres de Familia que consideraron “insuficientes” las investigaciones de la PGR y frenaron el intento de criminalizar a las normales rurales.  Fue un vomitivo. De entonces a los meses siguientes lo que se empezó a abrir fue una línea divisoria, un polo de configuración de un “nosotros” que se deslindaba de los otros, un “ellos”, el inicio de una rasgadura seria a la hegemonía, el inicio de la irrupción de fuerzas que reorganizan la escena nacional. Su punto de deslinde no fue de menor tamaño, mostraba la agenda pública que “viene de abajo” no sólo como resistencia sino como otro horizonte para el futuro, deseos - ideas para otro país, donde la vida cotidiana se rija por la Justicia en su dimensión pluricultural, como ley y costumbre, como poder judicial y valores de lo justo. No el modelo norteamericano que se quiere  imponer de los “juicios orales” sino la voz popular que reclama la  cura a los agravios en las ciudades, en el campo, en el trabajo, al cuerpo, a la libertad, a la vida.

En esta escisión se abre paso una continuidad histórica en constante transformación, el sentimiento de que el agravio afecta a los derechos de las personas y que exige la responsabilidad de un Estado ausente en esa esfera. Una vivencia y una lectura por los de abajo de los imaginarios propios del liberalismo mexicano. Una apropiación popular del liberalismo ahora radicalizado en sus contenidos individualistas y de garantías al gran dinero.

Desde la transformación de la antigua colonia de la Monarquía en República surgió en paralelo al esfuerzo de las élites por apropiarse de los nuevos imaginarios,  mientras que  “por abajo” se abrían diversas  rutas populares donde se enlazaron entre muchos el gran Morelos, el general Álvarez, los profesores e intelectuales de pequeñas ciudades y pueblos, hasta el zapatismo y luego el Cardenismo, caldos de cultivo para la difusión de ideas sobre las ciudadanías y las leyes que obligan al poder.  Veneros fecundos para que pueblos, barrios, regiones y ciudades se apropiaran e hicieran surgir el “liberalismo popular” del que habla Catherine Héau Lambert. México fue pionero de las nuevas luchas inscritas ya plenas en la globalización financiera, ahí el zapatismo reinventó la lectura liberal de los derechos e individuos, en la novedosa perspectiva de los derechos de los pueblos originarios. Y muchos pueblos en resistencia acudieron a ellos y a los derechos agrarios conquistados desde la revolución de 1910. Hay en la actualidad un florecimiento de los derechos y de las culturas ciudadanas donde Ayotzinapa representa otro enlace, otro eslabón en esa larga cadena histórica. La gran exigencia que surge “desde abajo” es el de la Justicia y la reorganización total del poder judicial mexicano. Ahora se combate por un Estado de Derecho hacia los de abajo que frene las tendencias autoritarias del Estado de Excepción vigente. 

Después del 11 de septiembre del 2001, cuando el derrumbe de las torres gemelas propició un cambio de políticas neoliberales hacia la dureza de la lucha contra el terrorismo, se confirmó que las elites de poder y sus muchos recursos  pueden crear “acontecimientos”, rupturas de la vida cotidiana, que reorganizan el mapa de la política hacia la derecha. De ahí surgieron las políticas de Seguridad Nacional que trituran los derechos humanos, la militarización y la búsqueda de enemigos internos y las “guerras contra las drogas”. Ayotzinapa como muchas otras experiencias mexicanas e internacionales, muestran que “desde abajo”, desde las zonas en apariencias más precarias de la vida social, es posible también desatar dinámicas constructoras del “acontecimiento”, esas irrupciones que quiebran el orden de los días y hacen aparecer fuerzas, deseos, horizontes, capaces de impactar la vida pública y política. Quien no llega a esta cita es la cultura política de izquierda y los partidos que se autodenominan zurdos.

 

[1] Dirección de Estudios Históricos, INAH