Reflexiones a partir de Ayotzinapa ¿Y ahora qué?

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¿Qué nos deja Ayotzinapa? Nos deja una importante verdad que se reflejó desde una de las primeras marchas en protesta del crimen contra los estudiantes normalistas de la escuela rural Isidro Burgos, una poderosa idea que hoy parece obvia para muchos, pero que no lo era hasta ese momento: fue el Estado.

Esta frase dijo mucho hace seis meses y sigue diciendo mucho ahora. En su momento nos permitió ver algo que se negaba, se ocultaba, se minimizaba (con trabajos pero todavía se ocultaba y muchos no veían o no querían ver), nos permitió visualizar la estrecha relación entre el crimen organizado con el Estado. Nos permitió ya no tanto entender sino aceptar y asimilar que el Estado en todos sus órdenes estaba infiltrado y trabajaba de la mano del crimen organizado, que las fronteras entre crimen y gobiernos eran en muchos lugares imposibles de trazar. Desde luego que esta revelación no fue por completo una sorpresa, teníamos ya muchos indicios para saber más o menos que esto estaba ocurriendo y que no se trataba de casos aislados. Pero el crimen de Iguala vino a sacudir la conciencia colectiva, hasta los más escépticos y los apologetas del régimen difícilmente pudieron negar esto, no es que no lo hayan intentado pero esta vez ya no pudieron.

Ciertamente no todos los funcionarios del Estado están inmersos y coludidos con el crimen, pero sí lo están muchos funcionarios de todos los niveles de gobierno, desde el policía municipal, el síndico, el presidente municipal, un diputado local o federal, un senador, un militar de bajo rango y uno de alto rango, un juez, un gobernador... ya nada nada nos sorprenderá ahora. Nuestra sociedad aprendió a tolerar el fenómeno del crimen y ahora estamos atravesados por las redes de corrupción y de intereses que se han tejido durante décadas.

Ayotzinapa nos permitió ver y aceptar algo que ya estaba frente a nuestra nariz, y que hasta entonces muchos todavía no terminaban de aceptar: que la podredumbre del sistema había llegado a niveles intolerables, a niveles de barbarie. Quizá algo había en el inconsciente para no querer aceptar esta realidad. Porque ahora que sabemos de esta trágica situación el problema es preguntarnos ¿qué podemos hacer?

Ayotzinapa nos permitió entender que a esta pregunta ya no puede responderse con la idea de “que el Estado haga algo”, o “que los partidos políticos cambien y legislen…”. Ayotzinapa nos deja una dura lección, sí fue el Estado, pero ahora qué hacemos, qué hacemos con este maltrecho Estado. Muchos pensaban que hay que ganarle al PRI en la próximas elecciones y si es la izquierda pues qué mejor, la solución es sacar al PRI del gobierno, al PRI corrupto. Pero Ayotzinapa nos vino también a derrumbar esta creencia, quizá todavía más difícil de asimilar.

Estamos comenzando a entender que nuestra democracia hace tiempo que dejó de ser un camino de transición, los actores políticos de todo signo se instalaron en un modelo donde todos terminaron imitando a su enemigo, al PRI, para ganarle con sus propias armas, en sus propios términos. Todos los partidos se han corrompido y han establecido sus propios vínculos mafiosos. Los triunfos de la alternancia pronto se convirtieron en triunfos pírricos que terminaron por enlodar la democracia. Vivimos instalados, como algunos expertos lo han sostenido, en una cacocracia, en un sistema donde nos gobiernan los peores. Elegir al menos peor, para seguir empeorando lo menos posible, es el problema que tiene que resolver un elector racional hoy día. Los partidos son franquicias que se venden a los mejores postores, a quienes tienen dinero. Y hoy por hoy en este país los grupos de poder económico son los grandes empresarios y el crimen organizado. Todos los partidos bailan al son que este tipo de intereses tocan.

José Luis Abarca el presidente municipal de Iguala y uno de los responsables de la matanza de los estudiantes logró comprar la franquicia del PRD, pero pudo haber comprado cualquier otra que le permitiera ganar. En ese nivel está nuestra democracia, en ese nivel está la izquierda. Quizá es cierto que no todos los partidos son lo mismo, pero en algunas cosas se parecen todos y ésta es una de ellas.

Pero Ayotzinapa también nos dice algo al respecto, en Guerrero nos dice: ¡que no haya elecciones!, que no queremos esta cacocracia, no la merecemos.

¿Y entonces qué? Las respuestas no son sencillas, no hay manuales que nos digan qué hacer en situaciones así. La sociedad, la gente, tiene que organizarse y buscar salidas, buscar respuestas. No hay recetas, que no se busquen y que nadie nos las quiera ofrecer porque no las hay. Pero que no haya recetas no quiere decir que no podamos decidir cómo queremos hacer esta búsqueda de soluciones. Ya no queremos que el Estado nos diga qué se debe hacer, sus recetas ya las conocemos y son muy conocidas en la historia de México. Releyendo el discurso que Luis Cabrera hiciera en 1912 ante la Cámara de Diputados sobre el problema agrario en México y parafraseando una de sus ideas diría que lo primero que se le ocurre al gobierno desde la codicia personal es tratar de hacer un negocio desde una necesidad nacional. Tanto ese gobierno como el de ahora eran incapaces de pensar algo en función del bien de la sociedad, algo que implicara para ellos algún sacrificio. Piensan las soluciones en términos de negocios. Del gobierno que hoy tenemos difícilmente veremos alguna solución que no pase por protegerse a sí mismos. Y en eso los partidos, casi todos, comparten los mismos intereses.

Lo único que se me ocurre para superar esta situación es partir de este hecho trágico de no poder contar con el Estado. Pero esto no significa que podemos renunciar a él, no hay modo. Pero si la recomposición tiene que empezar por algún lado, pienso que debe partir de la sociedad. Muchos estudios sobre la crisis en México de diversas fuentes nos advertían desde hace años de la descomposición del tejido social, la frase incluso se ha vuelto familiar. Desde los crímenes de mujeres en Ciudad Juárez los diagnósticos advertían esta descomposición como una causa de fondo, luego lo volvimos a oír con Michoacán y ahora con Guerrero. En algunas ocasiones el Estado quiso hacer algo para reconstituir el tejido social, y al parecer en casi todos los casos fracasó. Quizá porque este tejido social, lo que ello signifique, no es algo que el Estado pueda por sí solo reconstituir.

Nos falta aún comprender qué es esto del tejido social y cómo recomponerlo, pero seguro que es algo que sólo podemos hacer como sociedad.  Se trata de un bien colectivo que sólo con la participación se puede generar. Como sociedad hoy sabemos que las respuestas tienen que provenir de nosotros, pero se tienen que articular y discutir, nos tenemos que organizar y tenemos que participar, detectar qué sí podemos hacer hoy, y qué podemos hacer mañana, y qué debemos hacer. Necesitamos dialogar y comunicarnos, conocernos y buscar soluciones en común. Esto es lo que creo que significa, al menos en parte, reconstituir el tejido social.

Hoy no podemos ganar como sociedad el poder del Estado, ese que no es ajeno, ese que no entiende nada de lo que pasa y si algo entiende sabe que no le interesa hacer nada que sirva realmente para cambiar las cosas en favor de la sociedad. Hoy podemos dar la espalda a sus elecciones, pero sin quedarnos ahí en una posición de apatía y desencanto, podemos construir la sociedad que queremos, dialogando, comunicando, conociendo lo que nos ocurre, lo que les ocurre a los otros, generando empatía, generando fraternidad (ese valor tan importante que iba de la mano de la libertad y la igualdad en la revolución francesa), eso que ahora llamamos solidaridad. Esto quiero pensar es reconstruir el tejido social. Y si bien eso no es suficiente, seguro que será un paso importante para que la sociedad pueda repensarse y reformar sus instituciones. La democracia que vale la pena, la que merecemos, no puede venirnos de arriba, no puede consistir en los productos de telenovela que nos venden los grupos que nos dominan, que dominan al país económica y políticamente. La democracia que vale es la que surge de abajo, la que lleva demandas desde abajo, la que aspira a servir y no la que aspira a lucrar.

 

[1] Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM