13, Septiembre de 2012

Cestería. Evidencias arqueológicas

 

La cestería es considerada como una de las artes más antiguas que hombre ha practicado y en la que se aprovecha todo tipo de materiales vegetales, ya sea raíces, tiras de corteza, hojas y tallos de gramíneas, tallos herbáceos, ramas delgadas, helechos, hojas de palmas, etcétera.

 

La importancia de la cestería  va desde la creación de un objeto simple hasta llegar a la creatividad funcional que de ella se desprende, llegando a  su importante papel como medio de trabajo, transporte, conservación y transportación.

Es una de las más clara expresión de la adaptación del hombre a sus necesidades en que apropiándose de los elementos vegetales de su entorno los moldea para satisfacer esas necesidades, para con el paso del tiempo pasar de la función a la creatividad.

En épocas prehispánicas, las cestas jugaron un papel muy importante en la vida de las antiguas culturas, ya que desde que el hombre se dedicó a la caza y a la recolección de alimentos, requirió de un contenedor.

En principio,  la cestería fue muy simple pero fueron desarrollándose diferentes patrones y la alternancia de material rígido y flexible ampliaron el campo de diseño y las diferentes técnicas fueron aplicadas para la manufactura no solamente de cestas sino que además se manufacturaron artículos para su uso en el hogar, como esteras o petates, cajas, petacas, asientos, cunas, incluso artículos de vestimenta como vestido y calzado.

Prácticamente las técnicas no han sufrido grandes cambios, aún se siguen utilizando las tres técnicas básicas: cestería en espiral, por entrecruzamiento y por torsión.

Para tener un conocimiento fiel de lo que es la cestería prehispánica es necesario recurrir a dos fuentes esenciales de información que son el registro arqueológico y las crónicas de los historiadores.

En el registro arqueológico, las evidencias de cestería, al igual que las de otros materiales orgánicos, no son abundantes, sus materiales se van degradando al estar sujetos a las condiciones cambiantes del ambiente en que quedaron depositadas. No obstante, si las condiciones se mantienen estables, las posibilidades de conservación permiten  recuperar evidencias que permiten dilucidar técnicas de elaboración e identificación de materias primas utilizadas en su elaboración.

Las cuevas secas y abrigos rocosos pueden albergar este tipo de evidencias, aunque es también posible rescatar vestigios carbonizados en sitios abiertos, impresiones sobre cerámica o sobre los pisos de alguna construcción arqueológica.

El México antiguo estaba ocupado por grupos humanos que vivían de la caza, de la recolección y de la pesca y la diferencia entre ellos comenzó a gestarse hace aproximadamente 7000 años con la domesticación del maíz.

En este territorio, se establecen, por algunos autores, tres superáreas  culturales que comprenden grosso modo a: Aridoamérica, que abarcaba el noreste y la Península de Baja California; Oasisamérica, el noroeste y Mesoamérica, la mitad meridional de México. Todas rebasan el actual territorio mexicano, las dos primeras ocupan buena parte de los Estados Unidos, mientras que la última se esxtiende a lo que ahora es Centroamérica.

De acuerdo a los hallazgos arqueológicos, el hombre ya estaba presente en nuestro país hace 35000 años. Los vestigios de esas épocas son escasos, además de que el número de excavaciones realizadas para su estudio ha sido limitado.

En América, la mayor parte de la cestería arqueológica, proviene de las regiones áridas y semiáridas del oeste de Norteamérica, incluyendo parte de México, además de abrigos rocosos y cuevas de Nevada, Oregón, Utah, Arizona, Nuevo México, Colorado, Texas, California y Arkansas.


Cordelería. Probable instrumento de caza

El área Anazasi  (situada en Oasisamérica), es una de las mejor estudiadas. Las excavaciones arqueológicas han permitido dividir de manera precisa la historia prehispánica de sus habitantes en siete fases: tres periodos o fases “Cesteros” y cuatro gases “Pueblo”. Las sociedades de las tres primeras etapas se caracterizaron por la producción de fina y bella cestería en lugar de cerámica. Este periodo cestero abarca de 100aC. Hasta el 700dC.

La mayor parte de su producción la desarrollaron por la  técnica de enrolado en espiral. Las formas más comunes de los objetos recuperados son bandejas circulares y planas, grandes cestos cónicos, pequeños cestos hondos, otros con bocas estrechas usados para la conservación de semillas, además de fundas mortuorias.

Son de llamar la atención los cestos-cántaros para el acarreo y conservación del agua. Con tejidos de notable finura y precisión.

Otro tipo de cestos servían de ollas para cocinar y hervir alimentos. Los líquidos contenidos ellos se calentaban echándoles  piedras candentes que se ponían del fuego al cesto y se cambiaban por otras a medida que las piedras se enfriaban.

Los habitantes de la Península de Baja California, elaboraban también finos trabajos con delgadas fibras, adornadas con cuentas y plumas de diversas aves.

Las mujeres  Seris de la costa de Sonora, pasada su pubertad elaboraban cestas (coritas) para utilizarlas en la recolección y es sorprendente la finura del tejido, de tal manera que podían utilizarlas para contener agua.

En otros estados de la República, destacan por su antigüedad los restos de cestería rescatados en las cuevas de Ocampo y de Romero en Tamaulipas cuya antigüedad se calcula entre 7000aC-400aC y está representada por esteras y cestos elaborados con las técnicas de enrollado en espiral y trenzada.

En la cueva  Coxcatlán, en Tehuacán, Pue., se rescató cestería elaborada con las técnicas de enrrollado y de torsión con una antigüedad de 6500aC-460dC. En Guila Naquitz, Oax., se recuperó un fragmento de cestería enrollada fechada entre 6910aC-6670aC.

En el estado de Morelos, en las Cuevas del Gallo y de la Chaguera, se registraron una gran cantidad de artefactos de cestería que cubren un periodo de tiempo de 1280aC a 220dC. En los que se aprecian las técnicas de enrollado, torsión y entrecruzado.

De edades más tempranas, se tienen evidencias de cestería en excavaciones realizadas en los estados de Chihuahua, Coahuila, Sinaloa, Durango, Guanajuato, Michoacán y en la Cuenca de México. En sitios arqueológicos de los estados mencionados se han encontrado restos de cordelería, ya sea cuerdas simples torcidas o trenzadas o aquellas tejidas a manera de red o bolsas.

Otra modalidad de la  cestería, es la que se aplica en cierto tipo de construcciones  que se hacían dentro de los ríos para desviar las corrientes o atrapar peces (nazas). La presencia de elementos tejidos, también se hace evidente en la construcción de graneros (cuezcomates) y en paredes de casas habitación (bajareque).

En casas acantilado de la sierra de Chihuahua, se localizaron graneros construidos con la técnica de enrollado en los que se utilizó paja para conformar el cuerpo del granero y que fueron elaborados hacia el año 1350 de nuestra era.

Como se menciona líneas atrás, otra fuente esencial para el estudio de la cestería prehispánica, son los códices y las crónicas de los frailes que llegaron a México en el siglo XVI. En lo que respecta a los códices, vale la pena remarcar su importancia en la descripción que Fray Bernardino de Sahagún hace al respecto:

“…y todas las antiguallas suyas y libros que tenían de ellas estaban pintados con figuras e imágenes de tal manera, que sabían y tenían memorias de las cosas que sus antepasados habían hecho y dejado en sus anales por más de mil años atrás, antes de que vinieran los españoles a esta tierra..”.

Desafortunadamente, mucha de la información que se tenía en los códices se perdió, ya que la mayoría de ellos fueron destruidos, sin embargo, en los códices que aún se conservan, se aprecia el uso de elementos de cestería: los petates o esteras (petatl), asientos (tollicpalli), silla con respaldo (tepotzoicpali), chiquihuite (chiquihuitl), tanate (tanatli) y tompiate (tompiatl), cajas (petlanali y petlacali), calzado (cactli o ixcacle), redes (cochimatlatl), abanicos (ecacehuaztli), mecapal (mecapali), etcétera.


Restos de petate y cordelería en su lugar de hallazgo (in situ), de los
muchos recuperados en oquedades de cuevas (Ticomán, Morelos)

El mismo Sahagún escribe lo siguiente con respecto a las fibras empleadas:

El que es oficial en hacer esteras tiene muchas juncias, u hojas de palma, de que hace los petates, y para hacerlos primero extiende los juncos en algún lugar llano para asolearlos, y escoge los mejores, y pónelos en concierto; y de los petates que vende unos son lisos, pintados, y otros son de hoja de palma; de éstas también se hacen unos cestos que se llaman “otlatompiatli”, que son como espuertas”.

“vende también unas esteras de juncias gruesas y largas, uno de estos petates son bastos y ruines. Y otros son lindos y escogidos entre los demás; de los petates unos son largos y anchos, y otros cuadrados, y otros largos y angostos, otros pintados”.

“El que no es buen oficial de esto, vende esteras hechas de juncias ruines y dañadas”.

Fray Bartolomé de las Casas y Francisco Javier Clavijero, también se ocupan de describir el uso y los materiales con los que se elaboraban los objetos tejidos, citemos a este último cronista:

“…su cama se reducía a una o dos esteras de enea; los ricos añadían esteras de fina palma y lienzos de algodón más o menos curiosos, y los señores telas entretejidas de pluma…”.

“…no usaban mesas; comían en esteras que tendían sobre la tierra…”.

“…sus asientos eran unos taburetes bajos de madera, enea o palma, o de cierta especie de cañas, a las cuales llamaban “”icpalli”, palabra que los españoles alteraron en equipal…”

Es conveniente continuar con las investigaciones sobre cestería y otros materiales orgánicos de origen arqueológico, en tanto que nos brindan información sobre el uso y existencia de ellos en el entorno que fue ocupado por los antiguos pobladores de nuestro país, para ello se deben buscar evidencias en sitios en los que pueden conservarse, esto es en cuevas y abrigos rocosos principalmente. Pero también es indispensable brindar la información necesaria para que el público en general tome conciencia del valor de los sitios arqueológicos y de lo importante que proteger el patrimonio cultural.

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  1. Huarache de ixtle, fibra extraída del maguey, Ticumán, Morelos, 350 años AC
  2. Caja ceremonial de palma, Ticumán, Morelos, 350 años AC
  3. Artefacto en forma de bolsa, de uso desconocido, confeccionado con hojas de palma, Ticumán, Morelos, 350 años AC
  4. Resto de un petate ya restaurado parcialmente, confeccionado con hojas de palma, Ticumán, Morelos, 350 años AC
En el artículo “Haciendas y ríos”, Rafael Gutiérrez hace referencia