063 - Octubre - Diciembre 2020

La temprana vocación por los libros de Ricardo Melgar

Conocí a Ricardo en el verano de 1964, en sus diecisiete años. Estudiamos juntos los dos años de Estudios  Generales en una universidad limeña y la inquietud por la lectura  que teníamos nos hizo coincidir en una actividad frenética de lectura y de búsqueda de libros.  Estas visitas la realizábamos, sobre todo, entre las seis y las ocho de la noche y los fines de semana, porque estudiábamos mañana y tarde y yo iniciaba mi trabajo temprano en la educación pública.

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Ricardo, dirigente estudiantil

DIMAL

El año 1965 la Universidad Pedagógica “Inca Garcilaso de la Vega “de Lima, Perú inició sus labores académicas ofreciendo una alternativa novedosa a los futuros docentes.

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Se aprende haciendo

Con Ricardo Melgar Bao[1] sucede algo parecido a lo acontecido con José María Arguedas[2], salvando las distancias. Ambos cientistas sociales, etnólogo el andahuaylino y antropólogo el limeño, desearon ser recordados como profesores y no como científicos sociales. Otra afinidad, no escribieron mayormente sobre educación, sino la práctica constante en aulas a lo largo de sus vidas[3] del principio pedagógico aprender haciendo arguediano[4], estudiado por Luis E Valcárcel[5] contemporáneo de José Carlos Mariátegui[6] quien le edita “Tempestad en Los Andes” en la década de 1920.

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Testimonio breve acerca de nuestro amigo común, recordado y apreciado Ricardo Melgar

Me hubiera gustado escribir más acerca de Ricardo, el encuentro en México en un descanso de mi estadía en Nicaragua, la compañía con Barrantes Lingán que luego sería alcalde de Lima, y otros queridos amigos muy comunes. Pero lamentablemente la vista no me ayuda mucho.

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Ricardo Melgar Bao: un intelectual insumiso

Conocí a Ricardo un mediodía del año  sesenta y siete, en la ciudad de Huánuco,   fue Carmelo Trujillo quien nos presentó,  estaban conversando en la puerta de la Universidad   cuando llegué. Carmelo se despidió y nos quedamos  con él  como dos viejos camaradas;  ahí me contó  que estaba tramitando su traslado,  me preguntó  si había conocido a Javier Heraud, le contesté que  lo había leído pero que sí conocía  a César Calvo.

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