Ricardo Melgar: El maestro y el amigo

 

No me gusta escribir en primera persona, pero en esta ocasión no está mal que lo haga.  Debo volcar en un texto que sea austero y transparente en sus palabras, algunas reflexiones sobre Ricardo Melgar Bao. Menuda tarea. ¿Como referirse a quien siendo tan cercano en la vida profesional y en el siempre frágil mundo de los afectos se despidió de nosotros hace apenas un mes?

Puedo relatar anécdotas y episodios chuscos o bien solemnes, si quisiera,  de su amplia labor académica o de una entrañable amistad que  mantuvimos durante cuarenta años. Guardo en la memoria, como si fuera hoy, una tarde de otoño limeño en mayo de 1976, cuando Alicia Jiménez, amiga de Ricardo, nos presentó, y regresar, un segundo después, a nuestras charlas por “zoom” días antes de su muerte, el pasado 10 de agosto. Tal vez un poco de cada cosa, a riesgo de sacrificar detalles y momentos que ya habrá tiempo de recordar, cuando la cabeza y el corazón estén de mejor ánimo para afrontar esa tarea.


De izquierda a derecha: Marcela Dávalos, Perla Jaimes, Miguel Candia y Ricardo Melgar, 2019. Foto: Archivo familiar

Soliamos hablar, debatir y cruzar evidencias testimoniales de todo tipo frente a mil temas de la realidad latinoamericana. En materia documental aprendí a manejar archivos y consultar fuentes primarias insospechadas. Para Ricardo el papel más inocente y en apariencia  intrascendente, podía guardar secretos. De una charla de sobremesa acerca de los combatientes internacionales en la guerra civil española, se derivó un trabajo que bajo su orientación, tuve el gusto de investigar y redactar. El ensayo acerca de los milicianos peruanos que participaron en la guerra de España fue publicado en la revista Pacarina del Sur  otro producto del epiritu emprendedor de Melgar (Año 8; Nro. 29; octubre-diciembre 2016).

Con Ricardo pude conocer en detalle aspectos centrales de la vida política y social de los países del Pacífico, de las luchas campesinas, del surgimiento del movimiento obrero y de las primeras fuerzas políticas de izquierda en países como Ecuador, Perú y Chile. Por historia personal, nací y viví en La Plata pero estudié sociología en la Universidad de Buenos Aires,  podía lucir un bagaje relativamente amplio de referencias sobre la realidad de los países del Atlántico. De los luchadores y pensadores de Perú, Chile, Ecuador o Colombia la visión que orientó mis primeros borradores se ordenaba detrás  de grandes hipótesis de investigación, seguramente válidas, pero también insuficientes. El largo plazo esconde algunas trampas y suele resultar engañoso cuando se quiere poner en un mismo saco, hechos parecidos pero también distintos.

El primer gran aterrizaje que logré en esa especie de amable “toma y daca bibliográfico” fueron algunas sugerencias de Ricardo para abordar el estudio de la obra de José Carlos Mariátegui que marcaron un punto de inflexión. La cuestión indígena y el tema campesino ampliaron, de la mano de Ricardo, una visión demasiado estrecha que cargaba desde mis años de estudiante en Buenos Aires. Si el surgimiento y el devenir del sujeto histórico responsable de hundir al capitalismo estaba explicado en una obra monumental como El Capital, poco había para añadir más alla de discutir los temas especificamente políticos y las vías de acceso al poder de la izquierda latinoamericana. En su casa de Cuernavaca y entre pisco y vino tinto, le escuché a Ricardo afirmar que el peor error del pensamiento social marxista estaba en reducir el análisis a la espera de que maduraran las uvas verdes de las “condiciones objetivas” estructuralmente determinadas. Casi en sus propias palabras, el “economicismo” desvirtuó el pensamiento de Marx y degradó el arsenal teórico de su obra. Por el contrario, en el momento de estudiar a los actores sociales debía ponderarse a quienes sin ocupar un lugar central en la literatura socialista clásica, podían jugar un rol sustantivo en los procesos revolucionarios de la región. Y otra vez, Ricardo insistía,   los pueblos originarios y las diversas formas de lucha y organización de las comunidades campesinas no podían ser entendidos como agentes accesorios en la transformación de los capítalismos latinoamericanos.

Regresé a Mariátegui de otra manera, comprendí el injustificado desdén político de los dirigentes de la Tercera Internacional y de los propios comunistas peruanos, con el legado intelectual de quien había sido su principal impulsor y dirigente. También el estudio crítico del APRA y el papel de su fundador Haya de la Torre, adquirieron un espacio propio. No era productivo subsumir los movimientos populares bajo un denominador común y querer asimilar a Getulio Vargas con Lázaro Cárdenas o al MNR Boliviano con el APRA o fusionar el pensamiento político de Perón con las propuestas  de Haya de la Torre.

El debate sobre los temas de actualidad es otro hermoso capítulo de la relación con Ricardo. La polémica sobre las explotaciones mineras a cielo abierto, el deterioro ambiental o el manejo irresponsable del agua potable fueron asuntos de la vida cotidiana que  ocuparon un lugar relevante en su agenda de los últimos años. Polemizó sobre esas cuestiones con la misma seriedad y el mismo compromiso con el cual se metía en un archivo para escribir un libro sobre el exilio latinoamericano en México o estudiar vida y obra de los principales pensadores de una modernidad alternativa para nuestros países.

Y ya en la adversidad mostró un temple admirable. Ese lado flaco de todos los seres vivos, la salud, le quitó tiempo y le aumentó preocupaciones. La pérdida de Hilda Tísoc, su compañera de toda la vida y sus propios achaques físicos fueron un condicionante que supo afrontar con enorme entereza. Continuó trabajando y hasta poco antes de su muerte pudimos entrevistarlo vía “zoom” y hacer un repaso de algunos aspectos de su obra y de su vida personal.  Meritoria labor de coordinación a cargo de Marcela Dávalos y Perla Jaimes. Esperamos tener pronto la edición de esas cuatro entrevistas y poner a disposición del público, a través de las redes del INAH,  la imagen y el audio de Ricardo Melgar.