Entrevista a Ricardo Melgar Bao. Viaje a través de la antropología mexicana

 

Estudiante de la maestría en antropología social
Escuela Nacional de Antropología e Historia

Reproducido con autorización, de Regiones, El Regional,
Suplemento de Antropología, año 2, número 17,
martes 11 de abril de 2006, adecuación digital de Alma Sánchez

Existe una polémica en cuanto a lo que se quiere decir cuando se habla de antropología mexicana: si es aquella llevada a cabo en el país o es la desarrollada exclusivamente por mexicanos. Para dilucidar la cuestión presentamos esta entrevista con el doctor Ricardo Melgar Bao, profesor investigador del INAH Morelos, quien tiene una larga trayectoria como antropólogo en México. A través del recuento de su interesante vida académica, podemos vislumbrar algunas etapas de la historia de la antropología en nuestro país.

 

Era otro mundo, quería conocer esa otredad

Ricardo Melgar Bao realizó sus estudios de licenciatura en la carrera de filosofía en su natal Perú a mediados de los años sesenta. Más adelante, a principios de los setenta, decidió dar el salto de la antropología filosófica a la antropología social. Su tesis en filosofía se abocó a una temática hoy de moda, la de comunidad emocional, aunque ligada a sus diversos sentidos existenciales. Una experiencia personal ligada a la proyección política del mito despertó su interés por estudiar antropología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En ese momento no se podía hablar de antropología social; simplemente era antropología, sin adjetivación, pero tenía el mismo sentido.


Ricardo Melgar, 2010. Foto: Archivo familiar

“En filosofía llevé una materia que era antropología filosófica, donde se planteaban problemas abstractos. Yo era capitalino, de cultura criolla. Siendo estudiante, había vivido en la zona andina, que era otro mundo; yo quería conocer esa otredad. En ese tiempo había muchos aspectos que me parecían interesantes, como que los mitos ayudaran a respaldar movimientos de resistencia andina. Otra veta que me llevó a estudiar antropología fue que yo quería hacer etnografía de lo imaginario, que en otro tiempo le hubiéramos llamado universo ideológico. La antropología urbana, que ahora he recuperado, también fue una experiencia importante, ya que me tocó hacer trabajo de campo en el momento en que estaba a la alza la recepción de las obras de Oscar Lewis; más tarde salieron los materiales de Larissa Lomnitz, entre las teorías de la cultura de la pobreza y la de la marginalidad. En vísperas de salir del Perú, había realizado investigaciones en una comunidad huanca de la Sierra Central y en las cooperativas azucareras de la costa, así como sobre la orfebrería y la metalurgia incaica”. Melgar llegó a México en 1977 para realizar sus estudios de posgrado en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (IIA-UNAM). Sin embargo, debido a la cancelación del programa de estudios del IIA, buscó una alternativa en el Posgrado de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Filosofía y Letras, en la misma casa de estudios, del cual fungió como director durante el periodo de 1993 a 1995. “El Posgrado en Estudios Latinoamericanos es un área interdisciplinaria y eso me entrenó en una perspectiva más amplia sobre los problemas culturales, políticos y sociales. Me causó una ruptura fuerte con mi formación porque no había tenido entrenamiento en el estudio comparativo y se me exigía borrar fronteras, poner entre paréntesis la experiencia con la cultura andina. Fue un descentramiento de la cultura nacional, me chocó y fue lo más difícil de aprender. Después lo valoré porque me permitió volver a los temas nacionales con un distanciamiento crítico”.

 

La antropología mexicana no era relevante para el contexto peruano

Mientras Melgar Bao cursaba sus estudios de Antropología en Perú, las problemáticas planteadas en ese momento en la disciplina en México no resultaban relevantes para el contexto peruano debido a los diferentes intereses del Estado mexicano y el peruano. “Los vínculos con México en antropología no eran importantes. La antropología mexicana no era relevante para el contexto peruano porque la mayoría de los libros de editoriales mexicanas como Fondo de Cultura Económica, de Grijalbo, etcétera, durante la década de los sesenta fueron proscritos, se quemaban los libros mexicanos por el conservadurismo gubernamental. Lo único que pasaba la censura eran ciertas obras de filosofía y literatura. Los libros de antropología no tenían cabida; sin embargo, un amigo mío había estudiado posgrado en antropología en México y me pasó los primeros libros sobre dicha realidad etnocultural. Me regaló Los peligros del alma, de Calixta Guiteras, y Regiones de refugio, de Aguirre Beltrán. Otro antropólogo que sonaba era Villa Rojas, pero era leído y sumamente criticado, más cuestionado que Aguirre Beltrán. Algo tuvo que ver la mirada anticolonialista de la generación sesenta y ochera peruana, la cual era tan radical como la mexicana.

Otros antropólogos que se alcanzaban a leer con aprecio eran Palerm y León Portilla. Agregaré otro autor que aprecié mucho, Arturo Warman, el de Danza de moros y cristianos, texto adquirido por mí en un viaje circunstancial a México en 1974. Había respeto por la cultura mexicana, su museografía, pero su política indigenista no caló allá por varias razones. El Estado peruano se movía con otras matrices culturales, se inclinaba sólo por el rescate colonial, así que lo de México no era relevante para el Perú de las élites criollas. El Instituto Indigenista fue una pequeña dependencia del Ministerio del Trabajo que contaba con muy magros recursos para su pequeño elenco de investigadores, lo que hace forzada toda comparación con la entidad mexicana”.

De la misma manera, la antropología que se realizaba en Perú no fue relevante para el contexto mexicano. No obstante, los antropólogos peruanos realizaron aportaciones muy puntuales a la disciplina desde México en el área poco visible de la docencia. Otros, como Carlos Inchaústegui y Guillermo Aparicio, hicieron sus calas etnográficas en diferentes regiones de México, o registros etnohistóricos como el de Durand sobre las sirenas mesoamericanas.

 “A finales de los setenta, cuando llegué a la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), ningún colega mexicano gustaba de dar la materia de antropología mexicana. Fuimos los peruanos que llegamos, quizás porque queríamos saber qué era eso a lo que se le llamaba antropología mexicana y la estudiamos con ahínco. Así, los primeros que nos interesamos en esto lo hicimos en un curioso orden de relevos no concertado: Guillermo Aparicio, luego Augusto Urteaga Castro-Pozo y más tarde yo. A los colegas mexicanos radicalizados les parecía muy ingrata la antropología mexicana, quizás por las mediaciones del Instituto Nacional Indigenista (INI) con el Estado y con muy discutidos proyectos y orientaciones teóricas de origen norteamericano. Había un cierto desprecio hacia lo propio por su carácter estatal o burgués. Para ese momento, el único texto sobre la antropología mexicana era el de Juan Comas, un exiliado español versado en antropología física. Fue Comas quien publicó el primer libro sobre la antropología social en México. Luego vino un ensayito de Lameiras, tan útil como el primero, que cubrió un sentido vacío. Para entonces no existían los textos de Andrés Medina, ni la colección del INAH que dirigió García Mora y otros que se han interesado en la temática; no había nada en ese momento. Para nosotros era una necesidad el aprender lo que se estaba haciendo. A principios de los ochenta, a contracorriente de la opinión de mis colegas, me atreví a dar el primer seminario de Aguirre Beltrán en la ENAH, donde discutimos dos de sus libros: Regiones de Refugio y Proceso de aculturación. Lo hice una vez, pero fue una experiencia muy grata, ya que era un autor que había que leerse con seriedad, independientemente de que no concordásemos con sus ideas. Lo relevante fue que los estudiantes supieron apreciar el estudio crítico de Aguirre Beltrán y repensar al propio INI, por lo menos un capítulo de su historia institucional”.

 

Los objetos antropológicos, hechos por mexicanos y por extranjeros

Una de las polémicas que ha envuelto al término antropología mexicana reside en la manera en que se define: para algunos es aquella que, realizada por antropólogos mexicanos, para otros es la investigación que se lleva a cabo en México. La posición de Melgar no se limita a la primera, pues para él la disciplina se ha construido con las aportaciones de antropólogos mexicanos y extranjeros.

“En algún momento, en 1978, nos abocamos en un taller de investigación, en el que participó un colectivo de jóvenes estudiantes, ahora distinguidos colegas, en desbrozar el papel de las fundaciones norteamericanas en la construcción de clientelas académicas, las modas teóricas y temáticas entre los años treinta y setenta. Y vaya que salieron cosas preocupantes. La subalternidad de la investigación antropológica en México sólo retrataba una tendencia general reinante en América Latina. Quizás por eso, la descolonización de la retórica desde la izquierda, tenía un sano sentido: reivindicar la autonomía, nacionalizar las condiciones de la producción investigativa, pensar con cabeza propia. Hoy las corrientes de estudios subalternos y de estudios poscoloniales, vuelven a reivindicar con otros esta veta anticolonialista, agregando que el lugar cultural de la enunciación científica no es cualquier cosa; tampoco, decimos nosotros, las condiciones materiales y simbólicas de su producción y reproducción.

Sobre la antropología mexicana, el término es polémico porque los objetos de investigación antropológicos han sido hechos por mexicanos y por extranjeros. Si le damos la laxitud y le llamáramos antropología sobre México o en México no habría problema. Lo que sí me resultaría incómodo sería decir, en términos chauvinistas, que los estudios de antropología mexicana son los hechos por los nacidos en México, igual que la antropología peruana, la chilena, la brasileña o la ecuatoriana. Un argumento duro es pensar a la antropología como un saber disciplinario que no puede ser marcado de esta forma porque negaría una premisa consustancial: el carácter abierto al saber científico, pero las trayectorias nacionales asignaron un nombre para llamar a la concreción de este saber. Mirado desde el mundo, el nombre de la disciplina carece de consenso. En Italia se le llama más antropología cultural; en Francia el término antropología no tiene el mismo sentido que para nosotros, se le llama etnología, más vinculado a la sociología; así, a la rusa se le llama etnografía, pero no porque tuviera una visión empirista, era sólo porque decidieron denominarla de esta forma, pero en sus propios términos era lo mismo que para nosotros sería antropología”.

 

Una disciplina construida con diversas contribuciones

La antropología mexicana, desde la postura de Ricardo Melgar, ha sido construida gracias a las aportaciones de investigadores mexicanos y extranjeros, lógica análoga a la vivida en otros países de América Latina. Este punto de vista reconoce las contribuciones de antropólogos que han venido de otros países a realizar estudios en el país, así como a antropólogos mexicanos que salieron y volvieron con perspectivas retomadas de otros contextos para aplicarlas en México. El ejemplo más claro es el de Manuel Gamio, considerado el padre de la antropología mexicana, quien luego de ser formado en Norteamérica como alumno de Franz Boas, desarrolló el proyecto del Valle de Teotihuacan, cuyo propósito fue promover programas de desarrollo para las comunidades indígenas.

El mismo Melgar, de origen peruano, ha contribuido al enriquecimiento de la antropología en México no sólo con sus investigaciones, sino también a través de la formación de generaciones de antropólogos y científicos sociales en instituciones mexicanas como la UNAM y la ENAH, así como en otras instituciones latinoamericanas.

 

Los aportes de Ricardo Melgar

Ricardo Melgar Bao ha hecho diversas aportaciones, desde distintas temáticas, tanto en el ámbito de la antropología mexicana como en el de las ciencias sociales en América Latina.

Entre sus publicaciones se encuentran El movimiento obrero latinoamericano y Mariátegui, las crisis civilizatorias de Occidente, así como la coautoría de El Perú, espejo de las identidades y Mariátegui, entre la memoria y el futuro de América Latina.

De sus colaboraciones en revistas destacan “Redes y representación a cominternistas: el buró latinoamericano (1919-1921)” en Universum; “Las utopías indígenas y la posmodernidad en América Latina”, en Celehis (Argentina); “El Universo simbólico del Ritual en el pensamiento de Víctor Turner”, publicado por el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú); “El patrimonio cultural y la globalización”, en Memoria del Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista; “Notas para una cartografía nocturna de la Ciudad de México”, en Cuicuilco...