Nada se parece más a un ser vivo que el fuego
Proverbio chino
Hasta ahora mi memoria no acepta la muerte de Ricardo, del Chino como le decíamos, quien días antes de abandonarnos me envió una sentida memoria del virus en el avance final sobre su propio cuerpo (Me falta el aire…): un recuento profundo de sus más íntimos recuerdos y sensaciones ante el avance de la enfermedad, y que terminaba diciendo:
Soy uno y muchos. Soy más humano, reflexivo, solidario sentidor, amoroso y muy vulnerable. Fabulo que me he vuelto “bueno” pero muchas voces me dicen: no tanto, no exageres, no te disfraces, no te maquilles. Vivo la “edad del desprendimiento”, esa misma que me dijo que me alcanzaría un gran colega y amigo que ya partió.
Ricardo Melgar en su examen profesional de maestría: “El marxismo en América Latina: 1920-1934. Introducción a la historia regional de la Internacional Comunista”, UNAM, 1983
Si fuera verdad, como lo es, que sólo mueren del todo y para siempre quienes no fueron o no son capaces de perpetuarse a sí mismos a través de otros, nos encontraríamos, todos los que tuvimos la dicha de disfrutar de la proximidad de Ricardo, ante un ser humano desaparecido. Pero él era tan excepcional que ha logrado todo lo contrario, habida cuenta de que dejó nuestras vidas impregnadas de tantas e intensas remembranzas y evocaciones que contienen en sí mismas la virtualidad y la mágica y misteriosa fuerza de mantener viva la corriente afectiva que nos unía con él y, en consecuencia, de perpetuar su presencia entre nosotros. Por lo que su muerte no fue total o plena: es uno y muchos para quienes lo conocimos y frecuentamos momentos de su vida.
Aunque lo conocía superficialmente desde el Posgrado de Latinoamericanos en la UNAM, fue cuando llegó al INAH Morelos que pude confirmar la buena impresión inicial que me había causado. Discutimos sobre un tema que alguna vez trabajé en los archivos de Francia: la izquierda latinoamericana de los años 1920-1940, un tema en que fui perdiendo interés y que de alguna manera fue sustituido por otros, como las historias de Veracruz y el Caribe colonial, con los que terminé trabajando. Así, que una enorme caja de papeles llena de fotocopias y notas terminé por dárselos a Ricardo, tal y como se entrega una ilusión para que alguien le pueda concretar y resucitar con otra mirada: algo que cumplió a cabalidad con varios libros y artículos de excelente factura.
Nunca perdió de vista que las ilusiones y el entusiasmo debían de constituir motivaciones esenciales para emprender y poner en marcha cualquier proyecto humano y para vencer aquellos obstáculos que habitualmente tratan de dificultarlo o impedirlo. Es de sobra conocido el empeño, la tenacidad y la dedicación de Ricardo para que las obras emprendidas culminasen con el éxito, y aunque no haya sido así en todas las ocasiones, sin embargo es rigurosamente cierto que las personas con las que compartía la vida, experimentaron y lograron un importante y equilibrado crecimiento y desarrollo en muchos de sus aspectos y dimensiones a consecuencia de la positiva influencia de su conocimiento: así que vive un tiempo más entre quienes fueron en la ENAH y la UNAM sus queridos alumnos y en quienes depositó a veces palabras de justa reflexión.
Mientras lo rememoro, observo una foto en la que Ricardo, ya con el semblante de la “edad del desprendimiento” carga con delicadeza y con la mirada algo poseída el cuerpo frágil de un tlacuache; y no puedo menos que pensar que ese animal es el portador del fuego, el que lo repartió a los humanos y el que se hace el muerto y resucita en caso de que un accidente lo haya enfrentado a sus enemigos. Aquí, el pequeño marsupial se mantiene despierto porque no siente ningún peligro. Eso sí, la imagen me ayuda a pensar que Ricardo espera entre nosotros como una pequeña llama que ayuda con su memoria a resucitar muchos fuegos en los demás y que son producto de su pasión por la historia.