La más perversa faceta del sistema económico que incubó el calentamiento global

 

Instituto de Matemáticas
Universidad Nacional Autónoma de México

Resumen. En este breve trabajo se presentan los hechos más recientes sobre la respuesta velada —¿De qué otra manera podría ser?— del gran capital para contrarrestar y simultáneamente explotar económicamente algunas de las medidas que se han propuesto/implementado para mitigar el calentamiento global y reducir sus impactos. El ejemplo sin par, especialmente en México, es el de los dispendios del dinero público para dar prioridad al medio de transporte de la clase económica más elevada: la construcción y el mantenimiento de aeropuertos. No importa lo que los gobiernos declaren, sus actos ratifican en formas que no se pueden encubrir, su obediencia al mandato del crecimiento que exige el actual sistema económico dominante.  Este breve análisis intenta no dejar duda alguna sobre el hecho de que mientras exista y continúe el llamado crecimiento económico y la consecuente e inequitativa repartición de sus productos, no habrá manera de que abandonemos la principal causa del calentamiento global: el hábito de quemar combustibles fósiles. El análisis concluye indicando que debemos cambiar drásticamente nuestra forma de vivir si queremos evitar el colapso autoinfligido de la civilización actual.

Al parecer, lo estamos logrando ¿verdad? Estamos transitando hacia un futuro totalmente eléctrico; podemos ahora dejar a los combustibles fósiles bajo tierra y frustrar la degradación del clima. Eso es lo que podríamos imaginar al leer las noticias de la tecnología que aún no ha sido probada más que en las cabezas de sus proponentes.

Supongamos que lo aceptamos, pero entonces ¿cómo es posible que, por primera vez en la historia, la producción diaria de petróleo llegue a cien millones de barriles (Cooper y Johnson, 2018)? ¿Cómo es que la industria petrolera espera que la demanda crezca hasta la década de los años 2030s (Vaughan, 2018)? ¿Cómo es que en Alemania, cuya transición energética (Energiewende, Alemania, sf) se suponía que debía ser considerara como el modelo ideal para el resto del mundo, los manifestantes estén siendo golpeados por la policía (Brock, 2018) cuando intentan defender el bosque Hambacher que tiene más de 12,000 años y con dicha defensa impedir la apertura de una mina de tajo a cielo abierto de lignito —la forma más sucia de carbón (Hambi bleit, sf)? ¿Por qué las inversiones en las arenas bituminosas canadienses —la forma más sucia de petróleo— se duplicaron en un año (Neslen, 2018)? ¿Por qué los gobiernos de casi todos los países siguen utilizando el dinero de los contribuyentes para subsidiar a las compañías petroleras y apoyándolas para que destruyan el fondo marino en busca de más petróleo?


Fuente: https://www.ecoticias.com/calentamiento-global

La respuesta es el crecimiento económico. Puede haber más vehículos eléctricos sobre los caminos del mundo, pero también hay más motores de combustión interna; hay más bicicletas, pero también hay más aviones. No importa cuantas cosas buenas hagamos: lo que necesitamos, para evitar la degradación del clima, es dejar de hacer cosas malas.

Dado que el crecimiento económico en las naciones que ya son lo suficientemente ricas como para satisfacer las necesidades de todos sus habitantes, requiere para subsistir de un aumento en el consumo sin sentido (Monbiot, 2012), es difícil imaginar como se le puede desacoplar algún día del asalto sobre el planeta vivo (Ward et al., 2016). En otras palabras, ampliamente conocidas y repetidas con frecuencia: No es posible que surja solución alguna del mismo sistema que creo el problema.


Fuente: https://www.ecoticias.com/motor/176024/La-demanda-mundial-de-combustibles-fosiles-podria-descender-en-2030

Cuando una industria baja en carbono se expande dentro de una economía creciente, el dinero que genera estimula a la industria alta en carbono. Cualquiera que trabaje o haya vivido en el campo, conoce empresarios ambientalistas, eco-consultores o gestores de empresas ‘verdes’, que usan sus ingresos para pagarse vacaciones en sitios distantes y los vuelos requeridos para llegar a ellos; un ejemplo del cinismo rampante entre quienes viven vendiendo ideas sobre como salvar al planeta —como si el planeta los necesitara o debiera ser salvado. Como ejemplo paralelo tenemos a los vehículos eléctricos, industria que actualmente impulsa una nueva fiebre de recursos, particularmente de litio (Katwala, 2018); fiebre que ya lleva cierto tiempo contaminando ríos y destrozando preciosos lugares silvestres. El ‘crecimiento limpio’ es tan oxímoron como ‘carbón limpio’, pero hacer esta obvia declaración en la vida pública equivale al suicidio político.


Viñeta de Andrés Rábago, El Roto (reproducida con su autorización)

Ningún partido político tiene el menor empacho en repetir que “nuestro actual modelo económico amenaza los cimientos de los que depende el bienestar humano”; en reconocer que “el colapso ecológico no puede prevenirse mediante la elección del consumidor o la responsabilidad social corporativa” y en afirmar que “la respuesta a nuestro más grande predicamento debe ser determinada mediante la investigación científica, planeada, coordinada y conducida por el gobierno”. Los hay que hasta prometen alcanzar la meta del acuerdo de París y limitar el calentamiento global a 1.5 °C. Pero aunque las afirmaciones son en cierto grado verídicas, les son ajenas a todos ellos pues ignoran por igual, el problema fundamental. Más allá de un cierto punto, el crecimiento económico —esa fuerza que nos sacó de la pobreza, que curó la privación, la miseria y la enfermedad— nos vuelve a poner en tales condiciones; de hecho, a juzgar por la devastación que el calentamiento global ya está infligiendo, ya nos encontramos por caer de regreso al precipicio de condiciones que esta vez serán mucho peores (Carrington, 2018; Sarmiento, 2018).

Esta contradicción es más obvia cuando se habla de aeropuertos —una cuestión que divide partidos. El ejemplo más reciente es el del nuevo aeropuerto de Berlín, cuya construcción se inició en el 2006 con un costo programado de 2,000 millones de euros para estrenarse en el 2011, pero que estará listo hasta el 2020 y su costo se calcula llegará a 7,300 millones de euros ¿Les suena conocido? ¿Serán mejores las constructoras mexicanas que las alemanas? O ¿Habrá más corrupción en Alemania que en México?


Fuente: https://www.eitb.eus/es/noticias/internacional/detalle/5760496/aeropuerto-munich-cancelan-330-vuelos-alarma-seguridad/

Siempre se aduce en estos proyectos que las expansiones, ya no digamos las nuevas instalaciones, deberán adherirse a ciertas pruebas que garanticen que las obras tendrán una nula contribución al calentamiento global. Pero la expansión de aeropuertos y más aun la construcción de nuevas instalaciones, son incompatibles con cualquier tipo de respeto al clima, por pequeño que éste sea. Aún y si las emisiones de los aviones se lograran limitar a los niveles que tenían en el 2005, para cuando llegue el 2050 estarán representando la mitad del presupuesto de carbono de la mayoría de las naciones que hayan decidido no contribuir a un calentamiento mayor a los 1.5 °C (Evans, 2016); si los aeropuertos crecen, engullirán más del presupuesto de carbono del que disponemos todos los habitantes de la Tierra y sin que la mayoría de nosotros siquiera nos hayamos enterado.

La expansión/construcción de aeropuertos es tan fuertemente regresiva que ofende los principios de justicia y equidad cuya defensa se usa por todos los partidos políticos para justificar su propia existencia.


Viñeta de Andrés Rábago, El Roto (reproducida con su autorización)

Independientemente de la disponibilidad y el costo de los vuelos, son los ricos quienes los utilizan desproporcionadamente (afreeride, sf): son ellos quienes tienen innecesarias[1] reuniones de negocios en las grandes ciudades capitales, fruto del mismo capital que creó el concepto de crecimiento económico, son ellos quienes tienen varios segundos hogares en sitios exclusivos, y quienes tienen el dinero para pagar vacaciones de invierno en playas soleadas y reservadas. Sin embargo, las consecuencias de dichos hábitos, los impactos, el ruido, la contaminación, los impactos del calentamiento global causado en cierta medida por el transporte aéreo, etc., son, también de manera desproporcionada, visitantes de los pobres; ésta es quizá la desigualdad más marcada por el crecimiento económico y la inequitativa repartición de sus productos.

De acuerdo con Kevin Anderson, el 50% de las emisiones de carbono provienen de las actividades del 10% más rico de la población mundial y aumentan al 70% de las emisiones totales con sólo ampliar el conteo al 20% más rico de la población mundial (Anderson, 2018). Además, Anderson añade que si el 10% más rico redujese su huella de carbono al nivel de un ciudadano europeo promedio -que ya es considerablemente más alta que la de la mayoría de la población mundial- las emisiones globales de carbono se reducirían por una tercera parte en uno o dos años.

En cuanto a los aeropuertos en el caso de México, tenemos que no sólo se ha dejado prácticamente fuera de la discusión el aspecto ambiental, sino, además, se ha ignorado otro tema especialmente relevante —el centralismo. ¿Qué justifica el que los habitantes de todos los estados alrededor de y en la gran urbe, sólo dispongan de un aeropuerto? ¿Por qué se han abandonado los aeropuertos en esos estados y a cuánto asciende el monto desperdiciado, los invaluables recursos naturales destrozados? ¿Quién se beneficia ilimitadamente con el también contaminante transporte terrestre que va desde ese único aeropuerto a todas las ciudades que cuentan con la estructura aeropuertaria abandonada?


Viñeta de Andrés Rábago, El Roto (reproducida con su autorización)

Y también en el caso de México, recordando en concreto lo expresado en el plan energético para los próximos años, la declaración de Petróleos Mexicanos sobre el ‘descubrimiento’ del yacimiento Ixachi-1[2] al sur del puerto de Veracruz (Loredo, 2018), y teniendo en consideración que ya nadie ignora el hecho de que debemos eliminar por completo las emisiones globales de gases de efecto invernadero —principalmente las provenientes de la quema de combustibles fósiles— a más tardar en el 2050 ¿Por qué intentar revivir refinerías caducas o construir nuevas instalaciones que sólo encadenarán más el futuro del país a la dependencia de tales combustibles? Si lo que se quiere es ya no regalarle nuestro dinero al vecino país del norte por refinar nuestro petróleo ¿Por qué no utilizar los fondos programados en el rescate de las refinerías para en su lugar impulsar la necesaria transición energética a fuentes renovables? Sabiendo que el petróleo extraíble en forma redituable está por desaparecer ¿Deberíamos o no considerarnos afortunados de que la infraestructura petrolera del país esté caducando justo ahora que es necesario no extraer más petróleo? Tomando en cuenta las más de 31,100 muertes prematuras al año que sufre México por la contaminación del aire causada por la quema de combustibles fósiles (TSOGA, 2018) ¿Se ha pensado que los considerables ahorros en gastos de salud que resultarían al eliminar la quema de combustibles fósiles bien podrían acelerar más aun la transición a energía proveniente de fuentes renovables? O ¿Es que los mexicanos somos más masoquistas aun que lo que ya se reconoce en todo el mundo?

Hay que reconocer que es difícil desafiar a aquellas de nuestras ideologías que son de lo menos disputadas —el crecimiento y el consumismo, pero en Nueva Zelanda ya está ocurriendo: Jacinda Ardem, la primera ministra laborista indica “ya no será suficiente ni necesariamente bueno considerar a una política como exitosa sólo porque ayuda a que aumente el producto interno bruto, especialmente si además, dicha política también degrada el ambiente” (Walters, 2018) ¿Cómo se traduce esta afirmación en política pública?


Viñeta de Andrés Rábago, El Roto (reproducida con su autorización)

Ningún político puede actuar sin apoyo; de manera que, si queremos que los partidos políticos aborden estos problemas, nosotros también debemos participar y empezar a abordarlos. No podemos confiar en que los medios lo hagan por nosotros; eso no ocurrirá y para muestra basta con mencionar un reporte de Media Matters (Kalhoefer, 2018) que encontró que la cobertura total del calentamiento global en cinco redes de noticias de los Estados Unidos (ABC, CBS, NBC, Fox y PBS) fue de 260 minutos en el 2017  —un poco más de cuatro horas en las que, más que tratar el caos del clima en si mismo, sólo se habla sobre una faceta del psicodrama de Trump (¿Retirará a EUA del acuerdo de París? ¿A dónde ha ido y qué ha hecho esta vez?). Apenas hubo una sola mención breve del vínculo entre la degradación del clima y los múltiples desastres antinaturales que sufrió Estados Unidos ese año, otra sobre los nuevos hallazgos en la ciencia del clima y otra mencionando los impactos de nuevos ductos o de nuevas minas de carbón.

Desafortunadamente, no es fácil encontrar un estudio reciente en algún otro país que sea comparable; es sospechable que de existir tal estudio, éste sería un poco mejor, pero no mucho.

La peor denegación no consiste en afirmar que esta crisis existencial no está ocurriendo, sino en no hablar de ella en absoluto. No hablar de nuestro más grande predicamento, incluso cuando ya nos empieza a golpear, requiere de un esfuerzo determinado y constante. Tomados en su conjunto (por supuesto, hay excepciones), los medios de comunicación son una amenaza para la humanidad. Afirman hablar en nuestro nombre, pero en realidad, o hablan en contra de nosotros o no hablan en absoluto.

Así que ¿qué hacemos? Pues hablemos. Tal y como lo menciona Joe Romm, destacado escritor sobre el calentamiento global en ThinkProgress este año (Romm, 2018): un factor crucial en el notable cambio en las actitudes hacia los miembros de la comunidad LGBT[3] fue la determinación de los activistas para romper el silencio; superaron la vergüenza social al abordar los problemas que otras personas encontraban incómodos. Romm argumenta que necesitamos hacer lo mismo para la degradación climática. Una encuesta reciente (Leiserowitz et al., 2018) indica que 65% de los norteamericanos nunca o rara vez discuten el calentamiento global antropogénico con amigos o familiares y sólo uno de cada cinco conoce a alguien que lo menciona al menos una vez al mes. Al igual que los medios de comunicación, subconscientemente realizamos grandes esfuerzos psicológicos para no discutir un tema que amenaza a casi todos los aspectos de nuestras vidas.

Seamos desconcertantes; rompamos el silencio, por más incómodo que nos haga sentir a nosotros y a los demás. Hablemos de los grandes temas innombrables, no sólo sobre la degradación del clima, sino también sobre los inconmensurables daños que causa el crecimiento económico y su pilar predilecto: el consumismo —en especial el de carne[4] (WeWork, 2018; Sarmiento, 2019). Necesitamos hablar de igual a igual entre todos, gente hablando con gente, recordando que la forma sigue a la conciencia, prestando atención a nuestra atención, a la calidad de nuestro escuchar que define la calidad de la conversación. Vamos a crear el espacio político en el que puedan actuar los pocos miembros bienintencionados de algunos partidos; vamos a hablar sobre un mundo mejor hasta que éste se convierta en realidad.

 

Referencias

 

[1] Dados los sistemas tecnológicos actuales de comunicación.

[2] Si ya se empiezan a numerar los yacimientos en esa zona ¿Cuántos más habrá en la secreta agenda de los criminales que dirigen a PeMex?

[3] Lesbianas, homo-, bi- y transexuales, por sus siglas en inglés.

[4] Si la ganadería industrial fuese un país, sería el tercer principal emisor de gases de efecto invernadero, sólo detrás de China y Estados Unidos.