2, Octubre de 2011

Reseña del libro: Casinos y poder. El caso Kickapoo Lucky Eagle Casino de Elisabeth A. Mager Hois{tip ::Feria del libro de Antropología, 1 de octubre de 2011, Museo Nacional de Antropología}[1]{/tip}

El libro de Elisabeth A. Mager Hois: Casinos y poder. El caso Kickapoo Lucky Eagle Casino (UNAM- Facultad de Estudios Superiores Acatlán-CISAN-IIA, 2010), más allá de ser una continuación de Lucha y resistencia de la tribu kikapú, (UNAM- Facultad de Estudios Superiores Acatlán, Segunda edición, 2008), de la misma autora, constituye una referencia obligada para comprender las relaciones de poder que se ejercen en el interior y exterior de esta etnia situada en ambos lados de la frontera de México y Estados Unidos.

 

Se trata de un caso excepcional para el estudio de grupos transfronterizos y binacionales que mantienen sus identidades y cohesiones étnicas, en el contexto de nuevas y viejas construcciones de poder y a partir de los procesos nacionalitarios enmarcados en el establecimiento y desarrollo del capitalismo estadounidense durante los siglos XIX y XX, principalmente. Los Kikapú ocuparon originalmente territorios vastos, que como resultado del proceso de expansión de las colonias inglesas que darían lugar a Estados Unidos, son desplazados y orillados violentamente a un éxodo histórico que provoca su fragmentación territorial, amenaza constantemente su integridad física y, aún su sobrevivencia, y los lleva a una permanente lucha de resistencia, adaptación y cambios en sus características etno-culturales.

Esta obra constituye un ejemplo de investigación abiertamente comprometida con el sujeto estudiado, en cuanto a su derecho a la autodeterminación, su relación endémica con el poder y un acelerado proceso de integración de los Kikapú a la sociedad estadounidense a partir del establecimiento en 1996 del casino Lucky Eagle, en Texas, hecho que determinó uno más de los cambios sufridos por este pueblo a lo largo de su historia. Todavía en esta fecha, muchos Kikapús trabajaban como jornaleros estacionarios en campos de cultivo de Estados Unidos. El casino dio empleo a numerosos trabajadores de esta etnia, originando cambios económicos y políticos profundos en la tribu y la formación de distintos estamentos y facciones que luchan por el control de la nueva actividad económica.

El establecimiento de un casino en el territorio de la tribu en Texas, aunado a la existencia de divisiones sociales internas, y la consecuente asimilación a patrones culturales estadounidenses, constituyen parte del reto que los Kikapú enfrentan como pueblo, demostrando con ello que las identidades étnicas no son esencias meta-históricas que perduran incólumes a través de procesos inmanentes, sino, por el contrario, son productos de un constante batallar por preservar su autodeterminación en las formas de inserción de sujetos culturales y socio políticos inmersos en la disyuntiva de la alteridad o la asimilación etnocida.

Mager comienza abordando y desglosando la teoría del poder (pp. 25-49) y su relación con la violencia, y como instrumento de persuasión y manipulación, pasando del concepto al proceso histórico de los pueblos indígenas. Los Kikapú se enfrentan básicamente a las influencias culturales de la sociedad capitalista estadounidense, por lo que la autora dedica un capítulo al análisis del poder en sus distintas variantes: directo militar y económico, indirecto suave o ideológico y superpoder, que es la capacidad de nación dominante para ejercer su dominio sobre otras; a partir de ello, se establecen formas preferentes de discriminación y dominio sobre micro sociedades, como la Kikapú, que como pueblo en condición de minoría subordinada, se encuentran en total desventaja asimétrica que se traduce en un circulo de dependencia que rompe las autonomías de los pueblos indios, o las subvierte, al no poder garantizarse la autosuficiencia alimentaria y los satisfactores básicos para una vida autónoma.


Babe Shkit, jefe y delegado kikapú, 1894

En este contexto, se exploran los conceptos de aculturación, o aceptación más o menos voluntaria de ciertas pautas culturales; asimilación, o entrega personal a la cultura ajena, e integración, que se efectúa en el rango institucional y significa la desaparición de un pueblo como tal.

La autora analiza la correspondencia entre poder y casinos como núcleos de poder económico (pp. 51-72), desde distintas perspectivas, esto es, a partir que los dueños no pertenecen a una etnia, como en el caso Kikapú, y desde otro ángulo, cómo se diferencian los Kikapú de otras etnias en Estados Unidos en su relación directa con los casinos. Junto con esto, se entrelaza la parte normativa de los casinos en el país y, sobre todo, la política del Estado respecto a los indígenas a través de la Oficina de Asuntos Indígenas (BIA), particularmente.

Cabe destacar que esta tribu también se encuentra en el Municipio de Melchor Múzquiz, Coahuila, México, así como en una reservación llamada Kickapoo Village, en Texas, que funge como dueña del “Lucky Eagle Casino” (pp. 114-119). Aquí, se explican los conflictos de poder en los cuales la etnia, en un inicio, se encuentra como un ente ajeno a toda dinámica corporativa y capitalista dentro del territorio estadunidense bajo la etiqueta de “Kickapoo Traditional Tribe of Texas”. La KTTT es una muestra clara de las mediaciones necesarias por las que han tenido que pasar los Kikapú en territorio tejano, pues a partir de la geografía y su ubicación en el mapa, se observan sus adquisiciones, su modelo de acumulación y, sobre todo, sus conflictos por el poder de forma interna y externa a su comunidad y a la dinámica lateral que exponen las regulaciones tejanas para el ámbito del juego (pp. 143-177), todo desde la versión estatal y la federal, y dentro de los órganos hegemónicos que controlan el juego en Estados Unidos. Es necesario acotar y mencionar que existe otras experiencias de poder y hegemonía con las otras sub-tribus que viven en reservaciones en Kansas y Oklahoma, de las cuales existe registro por parte de Mager en su obra de 2008{tip ::Reseña publicada en EL TLACUACHE, suplemento cultural de LA JORNADA MORELOS, número 391, 22 de noviembre de 2009 y en www.rebelion.org el 23 de Noviembre de 2009.}[3]{/tip}.

El problema de investigación que la autora plantea consiste en examinar la lucha por el poder y el conflicto provocado por ésta en el territorio denominado El Nacimiento y, a su vez, en la KTTT; también, se centra en el análisis comparativo con el caso de otras tribus que también poseen casinos; su resistencia frente a las influencias culturales de Estados Unidos en los campos laboral, educativo e ideológico. Se distingue aquí entre el conflicto de poder de la KTTT, y las formas de ese conflicto entre las demás tribus de Estados Unidos por los casinos.

La hipótesis general de la investigación se centra en considerar la cohesión grupal frente al conflicto de poder externo e interno, y como instrumento de resistencia a la influencia cultural de Estados Unidos, profundizada ésta por las nuevas actividades económicas relacionadas con el casino y su inherente cosmovisión capitalista.

Se especifican distintos niveles del poder y del conflicto. La autora hace notar que: “No todas las tribus de Estados Unidos registran un auge económico, porque no todas cuentan con industrias de juegos de azar. Por lo tanto, muchas…con ingresos menores, se quedan en la pobreza y dependen de los beneficios otorgados por el gobierno federal” (p. 49) De aquí la diferenciación que destaca la autora: “algunas de las tribus, que sí cuentan con casinos, mantienen por medio de la cohesión  tribal cierta resistencia hacia la política de la transnacionalización y manejan dos diferentes sistemas socioeconómicos y políticos: uno se dirige a la sociedad internacional o global, con el manejo de los casinos, y el otro beneficia a la tribu por medio de las ganancias de dichas instalaciones…se asegura, en gran parte, el sustento económico de la tribu y, además, ésta puede efectuar diferentes inversiones en el mundo capitalista…el poder económico independiza a las tribus del gobierno federal, en cierto grado, de cuyo Estado capitalista recibieron sólo migajas y el cual las mantuvo en cierta dependencia” (p. 49), acercándolas a la dinámica de aquellas sociedades que tienden a ir “hacia arriba” dentro de la perspectiva corporativa en Estados Unidos.

Con todo, el círculo de producción en la vida cotidiana y ceremonial es afectado directamente a partir del casino; asimismo el contacto social y emocional del grupo en su parte reflexiva, en la religión y el idioma. Con base en Guillermo Bonfil y Miguel Bartolomé, entre otros autores, se define aquí la identidad étnica como una relación entre nosotros y los otros; el ser en sí, en comparación con el ser para sí de la conciencia étnica, considerando también a la cohesión grupal como el núcleo de la identidad étnica y la relación de ésta con el poder en los pueblos indígenas.

Coincido con la perspectiva de la autora de analizar al grupo étnico en sus inserciones nacional y global, en sus relaciones con el poder económico --y en la observación de los casinos como núcleos del poder mismo--, todo lo cual sitúa a la mayoría de las etnias americanas en una condición minoritaria. En 1979, a partir de una crítica desde el marxismo a los antropólogos estadounidenses  Charles Wagley y Marvin Harris, definimos a las minorías subordinadas como: “Grupos étnicos, raciales o nacionales sujetos a discriminación, explotación y opresión adicional, preferencial en los aspectos estructurales y superestructurales de las sociedades divididas en clases; segmentos subordinados de las sociedades clasistas con características especificas físicas, étnico-culturales o nacionales, los cuales sufren formas especificas y preferenciales de opresión, explotación socio-económicas, culturales y políticas”, (Gilberto López y Rivas y Eduardo Perera. “El concepto de “minoría subordinada”, elementos para su definición.” Iztapalapa, número 1, 1979, pp. 150-157.)

La autora ofrece la versión de los indígenas en torno al casino. Mager argumenta que en la actualidad existen indígenas que consideran que los casinos son una fuente de ingreso que sirve para mejorar su vida económica, lo que es comprobable por medio del éxito obtenido en materia de desarrollo socioeconómico. Por lo tanto: “no opinan que el empleo en los casinos sea algo amoral o represente un peligro del crimen organizado, sino que lo ven como un trabajo cotidiano que sirve para la subsistencia y el progreso de la tribu” (cfr. Darian-Smith, 2004: 56-58; p. 56). De aquí que se desglosen las ganancias o las perdidas del casino, pues los ingresos no sólo “se basan en las perdidas de los jugadores, sino también en los ingresos de las cadenas hoteleras, restaurantes, gasolineras, tiendas y centros de diversiones, por lo que los casinos garantizan la reducción de la tasa de desempleo” (p. 57).

La autora obtiene datos duros respecto a casinos indígenas en Estados Unidos, dando cuenta del crecimiento de este tipo de negocios en 28 estados, de 1996 a 2007 (p. 59). En el año de 1996 existían 281 casinos en la nación, de los cuales 184 pertenecían a tribus; mientras en el 2007 tenemos un aumento global de casinos a 376, de los cuales 218 pertenecen a las tribus. Se puede observar, también, la influencia de los casinos como “benefactores” internos y externos con base en el poder económico (p. 63-64) que, a su vez, proporciona un status de poder político (pp. 64-72 y pp. 75-100) regional en cada uno de los territorios donde se desarrolla la dinámica laboral a partir del juego, mismo que se ve a su vez determinado por la Ley Reglamentaria del Juego Indio (Indian Gaming Regulatory Act, IGRA).

No obstante, para el Kikapú, su paso de jornalero a trabajador del casino redundó en una pérdida de los valores laborales y sociales que se sustentan en la solidaridad y la ayuda mutua, para caer bajo las influencias del consumismo, el individualismo, la ganancia privada y la obsesión en el porvenir personal, así como los pésimos hábitos alimenticios del estadounidense promedio, el alcoholismo, las adicciones varias, que incluyen el apego a la televisión chatarra, especialmente entre los infantes.

El casino constituye el arma de destrucción masiva más dañina de todas a las que han enfrentado los Kikapús a lo largo de su dramática historia. Resumiendo: con el casino la religión ya no dirige las normas de la convivencia; los poderes económicos y espirituales se separaron; el territorio de la reserva está bajo control federal, el trabajo absorbe un tiempo considerable, los aleja de sus actividades tradicionales; se introduce la división, la competencia, mientras los niños ya son educados en las instituciones estadounidenses, se pierde el idioma, etcétera. Otro elemento de adhesión al sistema capitalista y que funge como regulatorio exponencial para ser cautivo de las redes capitalistas son las adicciones (pp. 72-74) al interior de los casinos, pues también provoca una articulación con el crimen organizado.

Sobre la cohesión  y la resistencia grupal en El Nacimiento, las conclusiones no logran superar las predicciones más descorazonadas para el pueblo Kikapú, incluso si tomamos en cuenta lo que la propia autora afirma en el inicio de éstas últimas: “La cultura de una tribu se encuentra en peligro cuando depende económicamente de la sociedad dominante sea nacional o internacional: en el caso Kikapú, de Estados Unidos”.

En el año 2000, los Kikapús sumaban un total de 986 habitantes en ambos lados de la frontera; los miembros de esta etnia cuentan con las nacionalidades, estadounidense y mexicana. El gobierno de Estados Unidos paga a los ancianos pensiones y otorga los beneficios del welfare (seguro de desempleo) en general y por ser tribu reconocida. El Nacimiento, México, es el territorio de las ceremonias religiosas y la reproducción simbólica del grupo, con escasa residencia permanente, mientras la reservación texana, donde se asienta el casino, es el espacio principal de la actual actividad económica y residencia del grupo, con lo que esto significa para la identidad y resistencia étnicas.

Las conclusiones a las que llegó la autora develan que los casinos iniciaron un conflicto de poder en las naciones Kikapú, pues como se observa, existe una asimetría de poder en la tribu y de esto, se corre el peligro de que la capa dominante sea derrocada por facciones políticas que reclaman intereses políticos y económicos. La autora comenta que: “Lo significativo de esta lucha por el poder es la disgregación del grupo a escala estructural y superestructural, es decir, a nivel económico, político e ideológico. Esta división debilita al grupo en su interior y en su resistencia pasiva/cultural y activa/política, ya que carece de una conciencia étnica para contrarrestar los peligros de la sociedad dominante” (p. 207). Estas diferencias internas se hacen presentes principalmente en El Nacimiento y se reflejan en las construcciones de casas, el incremento del ganado y campos de cultivo. Además, con las nuevas riquezas, también se observa en esta comunidad el incremento de los delitos de corrupción de algunos dirigentes. También hay que considerar estas transformaciones específicamente  en la juventud Kikapú pues, como destaca la autora: “este fenómeno es evidente sobre todo en los jóvenes, quienes se educan en las escuelas de Estados Unidos y están a punto de perder su herencia cultural…se confunden con las concepciones de la sociedad estadunidense. La confusión y la falta de identificación con su cultura originaria los empujan a la drogadicción y al alcoholismo, lo mismo que la desigualdad socioeconómica” (p. 209). En este sentido, se puede observar que el gobierno estadounidense “presta” los territorios federales en fideicomiso para la construcción de los casinos, que si bien no son propiedad de los pueblos indígenas, pueden “utilizarlos” para establecer los juegos de azar, por lo que el gobierno estadunidense “logra una transformación en la forma de pensar y de vivir en los indígenas” (p. 210). De esta forma, los pueblos se convierten en vasallos de los gobiernos federal y estatal debido a las políticas que se tienen respecto a las comunidades indígenas y, en particular, a partir de la regulación oficial en los casinos.

La autora señala: “las tribus no son soberanas en relación con el gobierno federal, ni con el estatal. Sólo en el interior de la tribu pueden dictar las normas y gobernar a los suyos, aunque en forma relativa, porque quien manda es el gobierno federal…los pueblos indígenas sólo logran un poder relativo e inestable a través de los casinos que en cualquier momento les pueden quitar…y su situación será peor a la anterior, porque la mayoría de los indígenas no cuentan con una economía productiva para independizarse del gobierno federal y desarrollar su propio camino” (p. 210-211). Palabras concluyentes y contundentes de la situación Kikapú y su relación con el poder y al aparato estatal estadounidense.

Si tomamos como punto de análisis la hipótesis central del proyecto Latautonomy de que las autonomías indígenas en América Latina son condición indispensable del desarrollo sustentable, la situación de los Kikapús representa el otro polo equidistante de los procesos autonómicos zapatistas y de los que se desarrollan en otras etnorregiones de América Latina. Tomando analógicamente los criterios hipotéticos de estos procesos autonómicos, observamos que los Kikapús están seriamente afectados en las bases mismas de su reproducción y su autonomía comunitarias. No obstante, siempre es posible que de las entrañas culturales de un pueblo de lucha y resistencia, se produzcan las rebeldías necesarias para prevalecer “como los que andan por la tierra”.

 


[1] Feria del libro de Antropología, 1 de octubre de 2011, Museo Nacional de Antropología

[2] Doctor en Antropología, Profesor - investigador de la delegación del Instituto Nacional de Antropología e Historia en Morelos.

[3] Reseña publicada en EL TLACUACHE, suplemento cultural de LA JORNADA MORELOS, número 391, 22 de noviembre de 2009 y en www.rebelion.org el 23 de Noviembre de 2009.