Durante la época colonial, la delimitación de los territorios pertenecientes a las comunidades indígenas quedó plasmada en diversos documentos fundacionales, que dieron cuenta de los linderos que las delimitaban, así como su extensión, lo que les dio relativa protección ante el veloz avance de la expansión hacendaria en todos los territorios de la Nueva España. Los pueblos indígenas se vieron ante la necesidad de adoptar los títulos de propiedad, en forma de concesiones reales, registros de composición, etc., para dejar asentado documentalmente la extensión de sus territorios, plasmando e ellos lo que por tradición oral se había transmitido por generaciones.
En los siglos XVII y XVIII, a causa de las Reformas Borbónicas y otras legislaciones en materia territorial, que buscaban incrementar el control de la corona sobre la colonia, las poblaciones indígenas vieron amenazados sus territorios. En 1613, las autoridades virreinales decretaron que todas aquellas tierras que no tuvieran dueño o estuviesen abandonadas debían ser ocupadas, por lo que muchas fueron rematadas. Las poblaciones indígenas, al no contar con títulos que avalaran su propiedad fueron especialmente vulnerables, por lo que recurrieron a sus antiguos documentos fundacionales, mismos que habían sido avalados por las autoridades coloniales. En algunos casos, al no contar con dicho respaldo documental recurrieron a la “falsificación” de estos títulos, que hoy conocemos como títulos primordiales para demostrar ante la autoridad la posesión de la tierra desde hacía varias generaciones.
Estos documentos han sido constantemente criticados porque en su mayoría presentan información incierta, por lo que se les ha descartado automáticamente como fuentes de información histórica o etnográfica. Sin embargo, nuevos estudios han volteado la mirada a estos documentos, revelándolos como importantes testimonios no sólo de antiguos conflictos territoriales, también de las concepciones del territorio, la importancia de la tierra y son una imprescindible fuente de información etnográfica.
Si bien la producción de estos títulos es común en nuestro país, privilegiamos en esta oportunidad los producidos en el estado de Morelos, toda vez que son un testimonio de las constantes batallas por la conservación de la tierra que las comunidades indígenas han sostenido desde la época colonial. Es sorprendente que los mismos documentos que les sirvieron para defender sus tierras ante la voracidad de los encomenderos, les fuesen de utilidad incluso durante el siglo XX, de los despojos que siguen padeciendo.
Estos documentos han sido objeto de ataque durante mucho tiempo, incluso se les ha descartado como fuentes veraces de información, debido a sus peculiares características. En muchos de ellos es indudable su “falsificación”, como comúnmente se les caracteriza. Las críticas hacia estos documentos han sido relacionados a la alteración o invención de datos con el fin de justificar reclamaciones de tierra, fin para el que inventan genealogías o mencionan a ciertos personajes de relevancia en la época novohispana como el virrey Antonio de Mendoza o Luis de Velasco, así como el obispo Juan de Zumárraga, como testigos de la fundación de la comunidad, y por lo tanto testigos inapelables, aunque dicha información no sea comprobable, ya sea por que los acontecimientos descritos no corresponden a los periodos de arribo a la Nueva España o por hallarse en distintos lugares.
Estos documentos por lo general describen su fundación en la época prehispánica, mencionando su extensión y límites y su posterior refundación en la época colonial, dando cuenta de la nueva delimitación territorial y las autoridades que dieron fe de dicha fundación. Así, presentan una doble validación. La tierra que mencionan se les había otorgado dos veces, por distintas autoridades.
Hernán Cortés, quien ostentaba el título de Marqués del Valle de Oaxaca, poseía gracias a este título una gran extensión de tierras, que abarcaba los actuales Distrito Federal, Estado de México, Morelos, Guerrero y Oaxaca, lo que lo convirtió en el hombre más rico del virreinato. Entre estos territorios bajo el control del marquesado se encontraba la región de Cuernavaca, tierra fértil donde poseía grandes plantaciones y tenia una gran cantidad de indios a su servicio.
Tras las epidemias, que durante buena parte del siglo XVI segaron a poblaciones enteras, la población indígena se vio severamente afectada, disminuyendo drásticamente, lo que propició la reunión de varias comunidades en un solo espacio, a lo que se llamó Congregaciones de indios, que tenían como fin asegurar un mejor control sobre los indios a cargo de los encomenderos y los tributos que debían entregar. A estos pueblos recién congregados se les entregaron títulos que avalaron su posesión de la tierra.
Se tiene noticia de unos dieciséis títulos primordiales pertenecientes al estado de Morelos, entre los que destacan: Ocotepec (1732), Chamilpa (1732), Chapultepec (1756), Yecapixtla y tres procedentes de Cuernavaca, pertenecientes al siglo XIX. La mayoría están redactados en náhuatl y traducidos al español (Inoue, 2004: 86). Algunos, como los de Cuernavaca y Ocotepec se encuentran resguardados en bibliotecas extranjeras, como resultado de expediciones y venta de documentos del México antiguo que ha existido desde el siglo XVI.
Testimonio histórico
Los títulos primordiales, si bien han sido objeto de críticas por parte de académicos es indudable que son fuentes valiosas que nos permiten, además de conocer la antigua geografía de las poblaciones aludidas, su cosmovisión, costumbres y las eternas batallas que debieron librar por conservar su patrimonio.
Una lectura atenta nos permite vislumbrar la coexistencia de elementos míticos y datos históricos, plasmando en sus páginas una interesante síntesis de tradición oral, mitos y sucesos reales. Si bien tratan aspectos fundacionales de diferentes villas, la mayoría tiene a Cuauhnáhuac como punto de referencia, toda vez que desde épocas prehispánicas fue la población más importante.
No es raro que encontremos a personajes como “Don francisco Axayacatzin”, “Don Juan Cuahutzin y Don Miguel Tzitlaltzin” apareciendo como fundadores del pueblo de Chapultepec en 1358, poco después de la fundación de México-Tenochtitlan.{tip ::“Títulos de San Juan Evangelista Chapultepec”, Dubernard, 1991: 363.}[1]{/tip} Otros personajes perduraron en la memoria colectiva durante mucho tiempo, apareciendo en varias de estas fuentes, aunque su existencia física sea puesta en duda, como es el caso de Don Toribio.
Uno de los datos que todo título presenta es la fundación de la iglesia, así como los inicios de la presencia española y de la evangelización, claves para la entrega y reconocimiento de la posesión de la tierra por parte de las autoridades. Quizá al referir estos acontecimientos se haga alusión a la concesión de tierras tras las congregaciones. Estos documentos presentan una visión más bien optimista de la conquista y evangelización. Si bien mencionan los rigores del proceso, las epidemias y las batallas, destacan a este proceso como benéfico, toda vez que “los frailes vinieron a purificar Cuauhnáhuac”.
Un análisis contextual nos muestra que la elaboración de los documentos está relacionada con pleitos por posesión de tierras, de ahí la teoría más comúnmente difundida sobre su utilidad en la defensa de la tierra, tema central de este trabajo. A fines del siglo XVII, tras un siglo de epidemias, que llevaron a la pérdida de un importante porcentaje de la población, la recuperación demográfica estaba generando conflictos territoriales, esto sumado a la proliferación de las haciendas, que buscaban aumentar su extensión.
Si bien la información que presentan es cuestionable, parece que la presentación de datos fidedignos no significó un obstáculo para que en muchas ocasiones las autoridades virreinales dieran fe de su autenticidad, como si la veracidad histórica no fuese un requisito indispensable, sino el hecho de mostrar la antigüedad de la posesión.
Reflexiones finales
Este breve recorrido nos ha permitido vislumbrar cómo es que los pueblos originarios del centro de México se han visto en la necesidad de defender sus territorios ancestrales ante la implacable voracidad del enemigo, ya sea en su rol de encomendero, hacendado, terrateniente, etc. La adaptabilidad de los pobladores a las leyes impuestas con el afán de salvaguardar los territorios que les pertenecieron por generaciones llevó a la creación de documentos que avalaran su propiedad, ante la inminencia de la pérdida frente a una autoridad que no reconocía más propiedad que la que se sustentaba en documentos.
Así, los habitantes de los pueblos originarios de Morelos podemos volver la mirada a los procesos de pelea por la tierra, más allá del ya conocido proyecto zapatista y darnos cuenta de que la lucha se extiende a épocas más remotas, aunque las circunstancias parezcan ser las miasmas.
Más allá de ser meras falsificaciones de títulos de propiedad, los títulos primordiales de Morelos son un testimonio del apego a la tierra de sus pobladores, de su cosmovisión y de su historia.
Bibliografía:
Dubernard Chauveau, Juan (textos y recopilación), Códices de Cuernavaca y unos títulos de sus pueblos, México, Gobierno del Estado de orelos, 1991.
Haskett, Robert, “El legendario Don Toribio en los títulos primordiales de Cuernavaca”, en Javier Noguez y Stephanie Wood (coord.), De tlacuilos y escribanos. Estudios sobre documentos indígenas coloniales del centro de México, México, El Colegio de Michoacán-El Colegio Mexiquense, 1998, pp. 137-165.
Inoue, Yukitaka, “Los títulos primordiales del Centro de México: una perspectiva para su análisis”, Cuadernos canela, vol. XV, marzo de 2004, pp. 85-96.
__________, “Fundación de pueblos indígenas novohispanos según algunos Títulos primordiales del Valle de México”, Ritsumeikan International Affairs Vol.5, 2007, pp. 108-131.
[1] “Títulos de San Juan Evangelista Chapultepec”, Dubernard, 1991: 363.