Un viaje por comunidades en resistencia y los murales zapatistas

Salvador Martí i Puig, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Girona. Autor del libro de viajes Chiapas a deshora del que se reproducen algunos fragmentos. Su correo electrónico es: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. [1]

Las fotos de los murales son de Rafel Seguí

 

Una ruta en busca de murales

Este texto es un fragmento de un libro que se editó en lengua catalana y se titula Chiapas a deshora. Un viatge a la recerca de murals. Se trata de un libro de viajes por las zonas en resistencia zapatista en Chiapas y relata hechos cotidianos y reflexiones sobre la vida de quienes constituyen las bases de apoyo del EZLN. El texto original está orientado en términos generales a lectores europeos que no necesariamente conocen la experiencia del neozapatismo ni algunas de las claves que pueden ser comunes para los lectores de En el Volcán Insurgente.

A su vez, cabe aclarar que el hilo conductor y el objetivo del viaje referido no fueron exclusivamente de índole política, a pesar de que nuestra presencia en estos lugares es una muestra implícita de apoyo a la lucha zapatista. La pretensión fue realizar un inventario  de la pintura mural presente en los territorios zapatistas. Esta tarea supuso fotografiar todos los murales que hay dispersos por las comunidades y que se han ido pintando durante los últimos tres lustros, primero como muestras de apoyo de artistas de todas partes a la rebelión zapatista, y después como fruto de dinámicas propias que los miembros de las comunidades han ido elaborando para mostrar y afirmar su iconografía.


Pintura mural ubicada en Guadalupe Tepeyac, anónima, realizada para el rodaje de la película zapatista “El corazón del tiempo”. En el mural se representa la destrucción de la comunidad realizada por el ejército como represalia por haber hospedado el Encuentro Intergaláctico, donde se reunieron personas de todo el mundo solidarias con la rebelión zapatista.

Esta idea no surgió por generación espontánea. El proyecto partió de la preocupación de un compañero que llevaba mucho tiempo vinculado con el arte y la causa zapatista, y que trabajó con promotores de educación de diversos municipios autónomos de Chiapas. Él, quien se llama Rafel Seguí, propuso a un pequeño grupo de amigos la posibilidad de seguir una ruta con la pretensión de fotografiar todo el arte mural presente en la zona zapatista y completar un inventario de esta nueva expresión plástica.

El muralismo zapatista tiene rasgos singulares que lo hacen muy interesante artísticamente, ya que por un lado recoge parte de la tradición clásica del muralismo nacional-revolucionario mexicano de los años veinte de David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Gerardo Murillo –conocido artísticamente como Doctor Atl- y Diego Rivera, y por otro lado también integra elementos del cartelismo de los años sesenta y setenta, del grafiti urbano de finales del siglo XX y de la estética naïf. Además, según nos expone Rafel Seguí, en el muralismo zapatista, a diferencia del resto de expresiones, ha predominado el trabajo colectivo, y a menudo anónimo.


Fragmento de mural que está en la fachada de la Iglesia de la Comunidad Moisés Gandhi. Anónimo, impulsado por una brigada de campamentistas de Morelos. En el mural se puede observar, una a cada lado de la Puerta, una figura que representa al profeta Moisés y otra al líder hindú Gandhi, que es la que se muestra. Lo más simpático del mural es que la comunidad Moisés Gandhi no adquiere el nombre por los dos personajes que se pintan, si no por qué uno de los combatientes zapatistas oriundos de la comunidad muertos en uno de los primeros los combates tenía nombre de lucha el de “Moisés Gandhi”, y en honor a él se bautizó la comunidad. Los brigadistas que pintaron la Iglesia nunca lo supieron y los miembros de la comunidad, por respeto a su esfuerzo, nunca los enmendaron.

Rafel Seguí nos convenció sin demasiado esfuerzo. Al final formamos un grupo de cuatro personas: él, Lluïsot, Xavier (Xavier Thió) y yo. Lluïsot es dibujante y viajero. Ha dado vueltas alrededor del mundo y de cada viaje trae un cuaderno de dibujos –o caricaturas- que según el humor y la oferta editorial se quedan en las estanterías de su casa o se convierten en un cómic. Xavier es actor y cantante. Y yo me comprometí a hacer una crónica del periplo –del que ahora se reproducen algunos fragmentos.

El equipaje necesario para el viaje no era demasiado grande: una cámara fotográfica con su trípode, una cinta métrica para medir los murales, un cuaderno de láminas y unas pinturas, y una libreta y un ordenador portátil para anotar la crónica de lo que va sucediendo. El viaje comenzaría en San Cristóbal de Las Casas, que sería el “campamento base” y desde allí nos moveríamos hacia las comunidades indígenas, algunas en la Selva Lacandona y otras en las montañas de los Altos.

 

San Cristóbal, los Altos y  las cañadas

Las ciudades fronterizas siempre tienen un no-sé-que especial. Son lugares de tránsito, de espera, de llegada, donde a menudo hay quien desea cruzar la línea imaginaria que es la frontera, para convertirse en huésped de un nuevo Leviatán. No es casual entonces, que casi todas las novelas de espionaje transcurran en ciudades en que se sobreponen fronteras, leyes, lenguas, razas, delirios y sueños. Este ha sido el caso de las llamadas “ciudades estratégicas”, como lo son Panamá, Estambul, Viena o Kabul.

Con la caída del muro de Berlín todo llevaba a pensar en la evaporación de estos enclaves. Pero no ha sido así. La geopolítica siempre se las ingenia para encontrar nuevas excusas para que haya lugares donde la gente continúe mirándose de reojo, y este es el caso de San Cristóbal de Las Casas.


Mural titulado “La Salsa no tiene fronteras”, Anónimo, se encuentra en el Caracol de Oventic. Este mural, que tiene cierta inspiración en la obra de Keith Haring, es uno de los más singulares del zapatismo: es minimalista y sólo tiene dos colores. Es uno de los favoritos del fotógrafo del viaje.

San Cristóbal (o Sancris, como lo llaman muchos) es una hermosa ciudad colonial emplazada en la sierra de los Altos, a más de dos mil metros de altura, repleta de iglesias barrocas y rodeada por comunidades indígenas. San Cristóbal es un lugar caliente, políticamente hablando. Ya desde finales de los sesenta era un nido de guerrilleros centroamericanos, donde tenían casas de seguridad desde donde conspirar. También circulaban por allí agentes de la policía secreta de la región, miembros de la CIA, del Mossad, y cuadros de la G-2 cubana. Aunque también se podían encontrar hippies, místicos, artesanos, artezánganos y muchos personajes que venían en busca de efluvios esotéricos en suspensión fruto de los restos de la civilización maya.

Si bien hoy en día ya no hay guerra fría,  la ciudad no se ha enfriado. Todo lo contrario. Con la revuelta zapatista de 1994 volvió la atmósfera de secretismo de los años anteriores. Pero ahora ya no se trata de revoluciones lejanas: hoy el conflicto está a tres cuartos de hora de coche en dirección del noroeste. A pocos kilómetros de San Cristóbal hay controles militares que interrumpen las vías de comunicación de la ciudad con los otros núcleos urbanos (Chenalhó, Comitán, Ocosingo, Altamirano y Las Margaritas) con el objetivo de aislar y obstaculizar las muestras de solidaridad de colectivos de todo el mundo hacia las comunidades zapatistas que, desde hace catorce años, se rebelaron contra la situación de olvido, opresión y miseria. Las ciudades mencionadas están rodeadas de comunidades campesinas (la mayoría de ellas indígenas de ascendencia tseltal, tzotzil, tojolabal y chol) que están divididas según su adscripción al movimiento zapatista o su lealtad a las autoridades gubernamentales –quienes les dan créditos, tierras y armas para intimidar a sus vecinos zapatistas (la masacre de Acteal de diciembre de 1997 es una muestra trágica de ello).

Mientras, en la ciudad, entre idas y vueltas “clandestinas” a las comunidades, los “campamentistas” (observadores civiles nacionales e internacionales que permanecen una temporada en los “campamentos civiles” de la zona zapatista) se pasean luciendo ropa de colorines por las calles empedradas del centro. Junto con ellos conviven numerosos indígenas de las comunidades vecinas que ofrecen sus artesanías en la explanada que se encuentra alrededor de la iglesia de Santo Domingo. Al mismo tiempo, también deambulan muchos (demasiados) policías y militares con cara de pocos amigos; un montón de turistas despistados que no tienen ni idea de lo que está sucediendo,  -“What’s Zapatismo?-  me preguntó un día una traveller norteamericana; y los distantes habitantes ladinos de San Cristóbal (llamados coletos) que, desde hace unos años, se quejan de la tranquilidad perdida y del protagonismo que han obtenido las comunidades indígenas, si bien a pesar de ello han sacado mucho dinero de los turistas llegados desde 1994 tras el reclamo que ha supuesto la aparición del nuevo ícono revolucionario del Subcomandante Marcos.

Mural de Taniperla, se encuentra en la comunidad de La Culebra. Obra colectiva coordinada por Checo Valdés. Se trata de uno de los murales más famosos del zapatismo, cuya vida ha trascendido a la comunidad donde en un inicio se pintó: la comunidad de Taniperla. El primer mural (el de Taniperla) fue destruido por el ejército al día siguiente de haberse pintado y las personas que lo hicieron (entre ellas Checo Valdés) fueron encarceladas. A raíz de este evento, el mural fue reproducido en decenas de paredes de toda la República Mexicana (y del extranjero) para reivindicar la lucha zapatista y denunciar la represión del ejército. Actualmente hay dos réplicas exactas bien conservadas: una está en la comunidad de La Culebra (en la foto) y otra en la UAM sede Xochimilco.

Ya hace años que la vida de San Cristóbal ha tomado una dinámica propia de una novela de Graham Green. Casi todo el mundo se vigila, o se sabe vigilado: los taxistas suelen dar parte a la policía del destino de los turistas; las cartas a nombre de las personas vinculadas al “movimiento zapatista” no llegan o, en caso de hacerlo, llegan abiertas (me dijo quejumbroso el archivero Aubri hace años); muchos de quienes trabajan en ONG’s de la diócesis están fichados; y demasiada gente quiere saber cuáles son tus referencias antes de acogerte o, simplemente, de hablarte.

La presión, obviamente, es notable. Pero también se puede ver cómo ahora mucha gente se expresa con dignidad; una dignidad conquistada a través de largos años de lucha. Dan fe de ello las personas que han trabajado muchos años con las comunidades y que dicen sin tapujos que han cambiado muchas cosas durante las últimas décadas. Los campesinos (indígenas o no) han tomado consciencia de una dignidad que históricamente se les había negado y ya no toleran, tal y como se hizo público en un manifiesto del EZLN, un país sin ellos.

Hay muestras de este hecho. Rodolfo Stavenhagen, un célebre y veterano antropólogo mexicano, me explicó en un encuentro que se celebró en Montpellier hace algunos años que, cuando era estudiante, viajaba a menudo a San Cristóbal para efectuar trabajos de campo. En aquella época solo los blancos (los ladinos) podían circular por la acera (la banqueta, como dicen en México) de la calle, mientras que a los indios les correspondía caminar –siempre cargados como burros- por la calzada. Los indígenas, en aquel tiempo, tampoco podían mirar a los ladinos a los ojos,  ni subir la cabeza hacia ellos, ni siquiera para hablarles.

Hace poco más de cincuenta años en estas tierras la vida de una bestia era más preciada que la de un indígena. Y un siglo atrás, cuando la economía de la región se basaba en la extracción de la caoba  de la Selva Lacandona, estaba institucionalizada la esclavitud a través de las monterías, que eran  los campamentos de tala y transporte de madera. Una esclavitud sin concesiones ni escapatoria, tal y como se expone en los libros que conforman la Trilogía de la Caoba de Bruno Traven. Hoy las cosas han cambiado. Jan de Vos, uno de los historiadores sobre Chiapas más reconocidos, afirmó que si Chiapas hubiese sido una pequeña república independiente como las centroamericanas, el EZLN habría conquistado el poder con la rebelión del primero de enero de 1994. De haber sido así, Chiapas se habría convertido en el primer país de América Latina en ver triunfar una revolución esencialmente indígena. Como todos sabemos eso no se dio. Evidentemente es absurdo cavilar sobre historias contra-fácticas. El historiador Josep Fontana ya nos avisó en su obra La historia después del “fin de la historia” que incitar la práctica de ejercicios imaginativos como el de pensar qué habría sucedido si la nariz de Cleopatra habría sido más corta, no llevan a ningún lado… Pero lo que sí sabemos es que durante los últimos lustros la historia de Chiapas y sus habitantes ha cambiado.


Fachada de la iglesia de Polhó. Anónimo.

 

La geografía zapatista: caracoles, municipios autónomos y comunidades

El viaje en busca de murales transcurre a través de una geografía particular: la geografía zapatista. En este punto cabe señalar que se trata de un “espacio” singular, ya que no es ni fijo ni oficialmente reconocido, ni continuo.

Después del levantamiento del año 1994 muchos campesinos de diversas comunidades vinculadas al zapatismo ocuparon tierras. Esta acción formaba parte de la agenda insurgente del EZLN y su puesta en práctica tuvo una resonancia muy importante en la zona oriental de Chiapas. Se calcula, según los datos que aporta el libro colectivo editado por Villafuente Solís titulado La tierra en Chiapas: viejos problemas, problemas nuevos, que la primera ola de ocupaciones afectó como mínimo unas 60,000 hectáreas; y en los meses siguientes,se llegaron a controlar unas 150,000 hectáreas. En este sentido, para una buena parte de la población rural de esta zona, la ocupación realizada fue una manera (tal vez la única) de obtener tierra, pues el reparto agrario de la Revolución Mexicana llegó de manera muy esporádica a Chiapas y casi no afectó los enormes latifundios existentes.

De las negociaciones del EZLN con el Estado, en los llamados Acuerdos de San Andrés, el proyecto político zapatista se concentró (hasta el año 2006) en la lucha por los derechos sociales y políticos de los pueblos indígenas. Esta lucha en Chiapas supuso la construcción de los municipios autónomos, que se convirtieron en estructuras de coordinación, representación y administración de las bases que dan soporte al EZLN y que viven en comunidades. Estas comunidades, como ya he explicado, se conocen como las bases de apoyo y en cierta forma conforman la parte civil del EZLN. Marco Estrada Saavedra, quien han trabajado sistemáticamente en estas comunidades, expone que las tareas de las bases de apoyo son las de proteger el secreto de la existencia de la guerrilla en la selva, salvaguardando el anonimato y la clandestinidad de los insurgentes; garantizar víveres al EZLN, participar en las movilizaciones políticas de protesta, y realizar trabajos colectivos de infraestructura y servicios comunitarios. Eso es lo que constituye hoy en día el núcleo de la llamada “resistencia” zapatista.


Fragmento del mural "Comandante Pedro". Anónimo. Se encuentra en la Comunidad de Guadalupe Tepeyac.

La organización de las bases de apoyo significó una especie de “re-municipalización” de la zona nororiental de Chiapas, creando en el año 1998 más de treinta municipios autónomos. Según la socióloga holandesa Gemma Van der Haar, que vivió años en la zona tojolabal de San Antonio Chawal, este hecho supuso la construcción de una estructura paralela y rival a la de los municipios oficiales. En esta dirección los municipios autónomos son un desafio al gobierno, ya que tienen sus propios representantes, sus leyes y gestionan sus recursos. Además, cabe destacar que los municipios autónomos no se definen geográficamente de manera homogénea, sino según la afiliación de sus bases. Por ello a menudo las bases de apoyo no controlan un espacio continuo en el territorio, ya que en el mismo espacio conviven comunidades que se adscriben al zapatismo, y otras que no. Este hecho supone la existencia de estructuras paralelas y rivales de personas y recursos en un mismo espacio geográfico.

Los municipios autónomos asumen la jurisdicción sobre la población afiliada al zapatismo, y sobre la tierra ocupada, los recursos y los servicios que se prestan –que son la salud, la educación y la administración de justicia. Y en principio los recursos y servicios de las diferentes estructuras municipales se excluyen mutuamente: si se pertenece a las bases de apoyo se ha de rechazar el abanico de ofertas de la administración oficial, y viceversa.

Obviamente, este acceso políticamente diferenciado genera graves dilemas al mismo tiempo que supone un desafío frontal al Estado mexicano, ya que es un proyecto que lo rechaza y lo substituye. Con todo, es preciso señalar que históricamente el Estado tampoco tuvo una presencia total, continua ni benéfica en el territorio que hoy ocupan las bases de apoyo, más bien todo lo contrario. Como han apuntado muchos historiadores al respecto, fueron otras organizaciones, como las cooperativas o la iglesia católica, las que tuvieron una presencia real sobre ese territorio y ofrecieron sus servicios. Por ello en esta zona –como apunta Van der Haar en su ensayo Autonomía a ras de tierra: algunas  implicaciones y dilemas de la autonomía zapatista en la práctica- en el marco de la acción gubernamental, el concepto de “servicio público” no tiene significado alguno en estas latitudes.


"Érase una vez…" Anónimo. Se encuentra en el Caracol de Oventic.

Estos municipios, los que constituyen la geografía zapatista, se agrupan en cinco caracoles, que sonOventic, Morelia, La Realidad, Roberto Barrios y Francisco Gómez-La Garrucha. Un caracol, dentro de la terminología zapatista, es el espacio físico donde se coordina la administración civil del territorio rebelde.

Antes, hasta el año 2003, los mismos “enclaves” –que hoy son los caracoles- se llamaban Aguascalientes y eran espacios de encuentro entre el EZLN y la sociedad civil que les daba apoyo. En estos Aguascalientes se celebraron algunos encuentros que tuvieron una gran resonancia en el mundo de la solidaridad internacional y en la dinámica política mexicana, como por ejemplo la Convención Nacional Democrática de Guadalupe Tepeyac del año 1994 o el Encuentro Intergaláctico por la Humanidad y contra el Neoliberalismo de La Realidad, en 1995.

Fue a partir de 2002, después del viaje escalonado de una delegación de insurgentes zapatistas y del mismo Subcomandante Marcos por casi toda la República (viaje conocido como la Marcha del color de la Tierra y que los medios de comunicación bautizaron como el zapatour), y de la presentación de una ley de autonomía indígena al Congreso de Diputados de la Federación Mexicana (que finalmente fue rechazado por el legislativo), el EZLN rompió todo contacto con el Estado y decidió empezar a aplicar la autonomía por su cuenta y construirla fuera del Estado. Fue entonces cuando los Aguascalientes se transformaron en caracoles, con la intención de crear una especie de administración del territorio ocupado por los zapatistas sin esperar nada del Estado con el que habían dejado de negociar.

Según el mismo EZLN, los Caracoles son el órgano político desde el cual se coordinan los trabajos de los municipios autónomos zapatistas. Las cabezas de esta administración se llaman Juntas de Buen Gobierno. Estas Juntas estánformadas por representantes de cada una de las comunidades presentes en el territorio (escogidos en asamblea). De todos los representantes escogidos se crean cinco grupos con representación de todos los municipios y cada uno de ellos ejerce un Junta durante una semana. Así, a las mismas personas sólo les toca estar en el Caracol una semana de cada seis. Sus miembros no están permanentemente en el Caracol y no cobran por su cargo.


Pequeño mural del "Sol sonriendo". Anónimo. Se encuentra en el Caracol de Oventic. 

De lo expuesto se puede afirmar que el territorio zapatista –y sobre todo los caracoles-  es un espacio de la geografía mexicana en el cual el Estado no tiene presencia y, por lo tanto, tampoco ejerce su soberanía en él. El gobierno mexicano no administra justicia en él, no tiene el monopolio de la fuerza, no lleva a cabo políticas públicas ni hace ningún gasto. Es una especie de “agujero negro” dentro de la República Mexicana. Allí la autoridad es otra: el EZLN y los representantes de las comunidades. A pesar de las frecuentes agresiones del ejército mexicano y de los paramilitares, los rebeldes -con la ayuda de una densa red de organizaciones de la sociedad civil mexicana e internacional-  han resistido. Llevan catorce años así, y nadie sabe cuánto durará esta situación.

Este hecho, la ausencia de autoridad del Estado en un trozo del territorio nacional de México, no deja de sorprender a quienes tenemos una mirada eurocéntrica –o primermundista. Pero se ha de puntualizar que lo que sucede en Chiapas es una característica fundamental de los países del Tercer Mundo en general y de América Latina en particular. En estos países el Estado no funciona igual en los barrios acomodados de la capital que en la periferia urbana o en las lejanas zonas rurales. En México no se puede comparar la presencia del Estado (en gasto público, seguridad o atención) en el elegante barrio de la Condesa, con los barrios  periféricos de Iztalapalapa, y no tiene nada que ver el respeto de los derechos humanos que hay en algunas áreas del Distrito Federal con la impunidad que reina en los estados de Oaxaca, en Guerrero o, claro está, en Chiapas. 

Observando las diferencias existentes a lo largo de los territorios de cada uno de los países de América Latina, es fácil deducir que la implantación del Estado no se ha hecho de la misma  manera, y por lo tanto, la ciudadanía significa cosas diferentes en un sitio y en otro. El acceso a la justicia, las oportunidades educativas o sanitarias, y hasta el ejercicio de derechos como el derecho de expresión, de reunión o de habeas corpus son diferentes en el mismo país en función del lugar donde se viva –y del estrato social al cual se pertenezca. Es por ello que los analistas Guillermo O’Donnel y Sergio Pinheiro, en la obra The Un-rule of Law in Latin America hablan de la existencia, en esta región del mundo, de “zonas grises” en las que no hay presencia del Estado y, por lo tanto, tampoco hay ninguna garantía de libertad, justicia o autoridad, ni ninguna instancia donde reclamar responsabilidades.


Mural de "La educación autónoma construye mundos diferentes" Realizado por un colectivo liderado por Gustavo Chávez. Se encuentra en la Escuela primaria del Caracol de Oventic. 

Se puede añadir a esta tesis de O’Donell y Pinheiro que donde el Estado no ocupa el poder lo hacen otras instancias. A lo largo de la historia en América Latina, el Estado se ha abstenido de ejercer la soberanía en muchos lugares. Algunas ocasiones por lejanía o desinterés, y en otras porque esta tarea ya la asumían entidades privadas, sobretodo caciques y terratenientes que tenían la potestad de hacer y deshacer sobre los recursos y las personas que se hallaban en sus fincas. Y en Chiapas había, desde su origen, muchas “zonas grises”: por un lado era uno de los lugares con más latifundistas e impunidad de la República y, por el otro, una de las zonas con más frontera agrícola.

Siguiendo con el tema de la escasa presencia del Estado en México, vale la pena mencionar una obra de Miguel Ángel Centeno, profesor de sociología de la Universidad de Princeton, que se titula Blood and Debt. War and the Nation State in Latin America. En ella, Centeno expone que a las elites latinoamericanas nunca les interesó establecer administraciones civiles sólidas que se extendiesen en el territorio nacional. Ellas no creían en la necesidad de implantar escuelas, centros de salud o jueces de paz en cada rincón de sus “dominios”. Tampoco creían que las personas que vivían allí pudiesen aportar nada bueno: generalmente se trataba de campesinos pobres y, a menudo, indígenas. En este sentido, los gobernantes de la capital creían que era suficiente mantener una buena relación con el cacique de turno para que simplemente mantuviese el orden en el territorio. Se trataba de un intercambio que beneficiaba a ambos. Por el contrario, en Europa –continúa Centeno en su libro- los mandatarios crearon una administración sólida y presente en todas partes, pues necesitaban personas escolarizadas y con una identidad nacional definida a quienes poder cobrar impuestos y, sobre todo, movilizar para la guerra en caso de enfrentamiento con los Estados vecinos –actividad que era muy recurrente si nos fijamos en la cantidad de guerras presentes en el “viejo continente” durante los siglos XIX y la primera mitad del siglo veinte. Contrastando con el caso europeo, en América Latina ha habido pocos conflictos entre países y cuando han sucedido, han sido episodios breves, generalmente a raíz de disputas fronterizas. Así los ejércitos nunca han sido de leva universal ni se han empleado para realizar “guerras totales” contra otros países. Generalmente los ejércitos latinoamericanos se han caracterizado por ser relativamente pequeños, socialmente estratificados y con la función de mantener el orden interno. Dicho de otra manera: la tarea principal de los ejércitos ha sido reprimir a sus propios ciudadanos.

En este sentido, la “zona gris” que representa en Chiapas el territorio zapatista no es una excepción en América Latina. Bueno, lo es en el sentido de querer dar voz a las comunidades indígenas y por el hecho de sobrevivir gracias al apoyo de la sociedad civil mexicana e internacional –como bien lo expone el holandés Thomas Olesen en su estudio Internacional Zapatismo. The Construction of Solidarity in the Age of Globalization.

A raíz de esta última característica –la presencia de la comunidad civil mexicana e internacional-, en cada Caracol vamos a encontrar siempre un espacio que se llama campamento civil por la paz, que es donde se alojan los “campamentistas” llegados de todas partes del mundo. Fue en estos campamentos donde a menudo nosotros nos alojábamos cuando llegábamos a un caracol. En los campamentos, en las escuelas o en los centros de salud (espacios, todos ellos, que nos ofrecían las comunidades y que se conocen normalmente como casas grandes) colgábamos nuestras hamacas durante las noches que duró el viaje.

En las páginas que siguen exponemos una breve muestra de los relatos de la bitácora de viaje, que remiten al acontecer cotidiano, el relativo al martes 18 de marzo de 2008.


Mural "Ya se mira el horizonte". Anómino. Se encuentra en la comunidad de La Realidad.

 

Martes 18 de marzo. La tradición muralista aún pervive.

Nos hemos levantado a las seis. A mí, como no tenía despertador, me ha levantado Rafel diciendo que todo el mundo ya estaba de pie y que yo era un dormilón. Era cierto. Me he levantado inmediatamente, he encendido la luz, me he vestido, he recogido el sleeping bag. Cuando he apagado la luz Josu, un chico con quien compartía cuarto, ha gruñido levemente.

Hemos tomado un café, hemos cargado en la furgoneta nuestras mochilas y nos hemos dirigido a la comunidad de San Andrés Larráinzar con la intención de desayunar y después ir al Caracol de Oventic, que es el enclave zapatista más conocido debido su proximidad con la ciudad de San Cristóbal y con los municipios turísticos de San Juan Chamula y Zinacantán.

Por el camino hemos hablado de los pueblos indígenas que hay en Chiapas y de la diversidad de idiomas que en ellos se utilizan. En la zona zapatista hay miembros de la comunidad tseltal, tzotsil, tojolabal y chol, pero en Chiapas hay muchos otros pueblos y lenguas, como los zoques o los lacandones. Hablando nos hemos pasado la comunidad donde queríamos ir y hemos llegado, sin querer, directamente a Oventic. Así las cosas, hemos pensado que sería mejor invertir el orden de la visita. Empezaríamos el itinerario por Oventic.

Una vez allí la dinámica ha sido la de siempre: presentarse, dejar los pasaportes, hacer la petición a la Junta para poder fotografiar los murales y pedir una pequeña explicación sobre la situación en la que se encuentran las comunidades de la zona. Todo este proceso es lento. Puede durar un par de horas, pero a veces hasta veinticuatro. Como siempre, en este país las cosas se han de tomar con mucha calma. Pero en este Caracol, que es muy frecuentado por extranjeros, es fácil distraerse observando a los miembros de la comunidad solidaria. Esta mañana, mientras esperábamos, hemos visto un grupo de italianos, uno de norteamericanos, otro de japoneses y una banda de personas con el pelo muy claro y cuya procedencia no hemos sabido identificar.

Al cabo de un rato nos han dicho que podíamos tomar fotos a los murales y también que nos podíamos quedar a dormir en una casa que hay en el Caracol. Se trata de una nave muy grande de madera y tablas de lámina que tiene un inmenso mural de Emiliano Zapata, y al que llaman auditorio Emiliano Zapata. Una vez que nos lo han comunicado, hemos ido inmediatamente a colgar las hamacas. Bien, las hemos colgado todos salvo Xavier, quien ha preferido dormir sobre unos tablones de madera. Desde que hemos empezado el viaje, Xavier ha repetido que las hamacas eran un peligro para su integridad física. Después hemos ido a comer unas quesadillas a la cafetería (que es una especie de tienda de víveres y en la que también sirven de comer) que hay al Caracol. Por la tarde Lluïsot, y yo nos hemos quedando escribiendo y dibujando.

Mientras Rafel y Xavier estaban midiendo y fotografiando murales, se les ha acercado un chico flaco, bajito, de piel muy morena y con una melena de cabellos alborotados y negros. Iba vestido con unos pantalones tejanos y una camisa oscura. Era de nuestra edad o un poco mayor, energético y con una pequeña sonrisa ladeada dibujada en el rostro. Caminaba acompañado por dos chicas, una de su edad y otra un poco más joven. Ellas también eran mexicanas, psicólogas ambas según nos dijeron. El chico, que iba de un lugar a otro con una actitud algo altiva, le ha preguntado a Lluïsot qué hacían ellos (refiriéndose a Xavier y a Rafel) en Oventic. Lluïsot ha respondido que fotografiaban los murales de todas las comunidades para hacer una relación de arte mural de la rebelión zapatista. Ha sido entonces cuando el chico ha dicho que era Gustavo Chávez, el pintor de algunos de los murales que estaban fotografiando. Es cierto: sus murales son algunos de los más conocidos de la plástica zapatista de la zona de Oventic y, además, son de los pocos que están firmados. Una rareza en el entorno zapatista, donde la mayoría de las obras son colectivas o anónimas.


Cartel de bienvenida a la comunidad Nuevo Jerusalén. Anónimo. Municipio Ricardo Flores Magón. 

Gustavo Chávez es todo un personaje. Valía la pena estar hablando con él un rato, y eso es lo que Lluïsot y yo hemos hecho. Le hemos preguntado si tenía tiempo de ir a tomar un café y de compartir con nosotros los detalles de su relación con el arte mural y con Chiapas. Él ha aceptado y nos ha hablado de su vida.

Para resumir lo que nos ha explicado, tenemos que decir, en primer lugar, que Gustavo es chilango (gentilicio de los que son oriundos del Distrito Federal) y que considera que la capital de México es la mejor ciudad del mundo. Nos dice que nació en el barrio de Santa Julia, un barrio popular, famoso por la existencia de un antiguo bandolero llamado el tigre de Santa Julia, que robaba a los ricos y repartía el botín entre su pandilla. Hoy en día, no obstante, Gustavo vive exiliado en un municipio cercano de la ciudad de México que se llama Huixquilucan. Está “exiliado” de su pareja que, según él, lo ha echado de casa –y al parecer incluso del barrio.

También nos explica que desde chavito dibujaba. De niño lo que le interesaba era dibujar.  Y esta faceta la fue desarrollando en la escuela, que fue el mismo lugar donde comenzó a adquirir conciencia política. Dicha escuela, una secundaria popular, fue un espacio educativo creado por estudiantes radicalizados después de los hechos del dos de octubre de 1968.

Su primer contacto con el muralismo fue, curiosamente, en los Estados Unidos, viendo cómo se pintaban las paredes de la plaza de Chicano Park, en la ciudad de San Diego. Entonces tenía 14 años y había ido dos meses de mojado al gabacho, que es como se llaman popularmente a los Estados Unidos en México. De vuelta retomó nuevamente los estudios. Se inscribió en la preparatoria y fue allí donde empezó a trabajar en el ámbito de las artes plásticas, siempre desde una perspectiva comprometida. Eran los años ochenta y Centroamérica estaba en plena efervescencia: la revolución sandinista había triunfado en Nicaragua y había conflictos armados en El Salvador y en Guatemala. En este marco, decenas de organizaciones populares mexicanas, sobre todo al sur del país, también pretendieron impulsar experiencias revolucionarias. Una de ellas tuvo lugar en Juchitán, en el Estado de Oaxaca, donde la Coalición Obrera Campesina Estudiantil del Istmo (COCEI) obtuvo el poder en unas elecciones que –excepcionalmente- no resultaron fraudulentas. Tras la victoria de la COCEI en la localidad mencionada del istmo de Tehuantepec, muchos jóvenes politizados llegaron allí para participar en una experiencia revolucionaria a nivel municipal. Uno de ellos era Gustavo Chávez. Con todo, el gobierno local de la COCEI duró poco. El ejército y el partido oficial, el Partido Revolucionario Institucional, el PRI, abortaron esa experiencia y muchos de los jóvenes que llegaron a Juchitán apoyar ese proceso de cambio optaron entonces por impulsar actividades de resistencia.

La forma de resistencia que desarrolló Gustavo fue la de pintar murales a escondidas.  De noche él y otros amigos, los llamados toleditos (en referencia a los discípulos del famoso pintor oaxaqueño Francisco Toledo), pintaban murales de denuncia. A menudo las imágenes eran gorilas y chimpancés, burlándose de quienes acababan de arrebatar el poder municipal por la fuerza. Un día cuando pintaban una pared el ejército lo detuvo, junto con otros amigos y los encarcelaron. Era la época –ya prolongada- en la cual en México había muchos desaparecidos por causas políticas y, en esa ocasión, ellos tenían grandes probabilidades de convertirse en algunos más. Solo la movilización popular de los vecinos les salvó. Pintar, en estas circunstancias, era una actividad muy peligrosa.

La experiencia de Juchitán fue para ellos, según nos dice, iniciática. A partir de estos hechos, que ocurrieron en el año 1983, él y otros compañeros se dedicaron a pintar murales por toda la República con el objetivo de apoyar a grupos de activistas. Colaboraron con organizaciones de colonos y estudiantes, con sindicatos y asociaciones de pobladores, siempre pintando murales. Así conocieron el país: fueron a pintar a Chihuahua, a Puebla, a Sonora, a Nayarit, a Michoacán y a muchos otros de los treinta y dos estados de la República. Gustavo era uno más de los jóvenes que se organizaron en grupos de artistas para difundir, a través de la pintura mural, su compromiso político y militante.

En esos momentos eran muchas las organizaciones que difundían este tipo de arte. Un arte que mantiene el cordón umbilical con los grandes maestros de las artes gráficas mexicanas post-revolucionarias, como Rivera, Orozco o Siqueiros. En esta tarea cabe mencionar los esfuerzos realizados por el Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística, el CLETA, creado a finales de los años setenta, y también a uno de sus maestros e inspiradores, el pintor José Hernández Delgadillo. Del CLETA surgió una multitud de iniciativas culturales que tenían como galería pública al parque de Chapultepec. Desde ahí, uno de los lugares preferidos de los chilangos para pasear los domingos, los artistas convocaban a la solidaridad con los pueblos en lucha de Centroamérica. En medio de este clima, la rebelión zapatista de 1994 en Chiapas representó una nueva causa, esta vez dentro de la República misma, a la que brindar apoyo con todas sus fuerzas.  En este sentido, se puede decir que CLETA se apuntó a la rebelión. Y lo hizo adhiriendo y apoyando la primera Caravana Cultural de Artistas Nacionales e Internacionales. Fue de esta manera que la tradición mural llegó con fuerza en los territorios ocupados por los zapatistas.

Gustavo participó en esta caravana y posteriormente fue organizando brigadas para pintar murales en las paredes de las casas de los municipios autónomos. El primer mural que hizo en Chiapas fue en la fachada de la Clínica de Oventic, donde pintó la Virgen de Guadalupe con paliacate zapatista. El mural se encuentra a pocos pasos de donde hemos tomado el café.

A raíz de la rebelión zapatista, Chiapas se convirtió en un espacio donde renació el muralismo militante. Si durante los años ochenta el país donde se concentró la expresión mural fue Nicaragua, durante la segunda mitad de los noventa el epicentro del muralismo revolucionario fue Chiapas. Según el inventario de pinturas murales que está haciendo Rafel en la zona zapatista, hoy se pueden contemplar más de ochocientas. Pero este fenómeno aún no ha concluido. Lluïsot pintó durante esos días, junto con unos compas, un nuevo mural en la comunidad de Lucio Cabañas. Y Gustavo, al día siguiente de nuestra entrevista, empezaría a pintar otro en la comunidad de Santa Magdalena.

Hace ya más de catorce años que estalló la rebelión zapatista, pero Gustavo ha continuado viniendo. –“Venir aquí es como reencontrar un viejo amor” – nos dice. Pero además de esta relación de amor, Chiapas le ha dado bastante notoriedad en el mundo de la pintura mural. Las paredes de los municipios zapatistas han sido, para él, un aparador que le ha hecho famoso en este ámbito. No es casual pues que en los últimos años le hayan encargado murales en Escocia, en el País Vasco, en Venezuela, en Suecia o en Dinamarca. Además, también trabaja desde hace diez años en la Secretaría de Educación Pública del Estado de México, con sede en Toluca. Es el surrealismo mexicano. Tal y como nos dice el mismo Gustavo –“en México para hacer lo mismo a veces te pegan y otras te pagan”-. Nada nuevo en el muralismo de este país, donde la relación de sus maestros con el gobierno siempre fue ambigua: un día los reprimían por criticar al gobierno y al día siguiente pintaban el Palacio Nacional ola fachada de la rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM.

No hay duda, en México lo importante es que te tengan en cuenta. Tal y como expone un viejo dicho de estas tierras – “no estar en el presupuesto, es estar en el error”-. Y al parecer Gustavo no está en él, en el error.  Ha pintado murales en el Edificio Administrativo de los Servicios Educativos Integrados del Estado de México, en la Biblioteca Central de la emblemática Universidad Agraria de Chapingo, en el Auditorio de la Secundaria Técnica No. 9 de Ciudad Nezahualcóyotl, y en el espacio educativo de San Rafael Coacalco.

Pero eso no significa que haya olvidado su época de luchador. Hace un par de años fue el primer artista que se atrevió a pintar el muro de la vergüenza que Israel levantó para cercar al pueblo de Palestina. Bajo la amenaza de los helicópteros y de los fusiles de los soldados israelitas él –con algunos compañeros más- hizo un mural donde aún hoy se puede leer: To exist is to resist! Nadie daba crédito, pero lo consiguió. La cuestión radicaba en que cuando se les acercaron los soldados ellos no arrancaron a correr, y no se fueron hasta que acabaron el mural. A diferencia de otras ocasiones, esta vez el ejército no se atrevió a disparar a unos pintores extranjeros que no se inmutaban con su presencia. Antes de volver a México Gustavo dijo, textualmente, a sus colegas palestinos: Chatos, el detalle está en que hay que tener más creatividad en la resistencia popular...

Dicho esto, y muchas cosas más, Gustavo se ha despedido y se ha ofrecido a venir a pintar a Barcelona o a Salamanca. En Valladolid, nos ha dicho, dejó un amorcito solidario que encontró pintando en una comunidad de Chiapas y que le haría mucha ilusión reencontrar. Le hemos prometido que haríamos lo posible para invitarlo. Mientras se alejaba con sus dos acompañantes Lluïsot ha pontificado: -“Un muralista, como los marineros, tiene un amor en cada mural”-.

Cuando hemos acabado esta larga conversación han llegado Xavier y Rafael. Ya no había luz para continuar sacando fotos y estaban cansados. Hemos comido una torta y nos hemos ido a dormir.

 

Referencias

  • Centeno, Miguel Ángel. (2002) Blood and Debt. War and the Nation State in Latin America. University Park: Pennsilvania University Press.
  • Estrada Saavedra, Marco (2007) La comunidad armada rebelde y el EZLN. Un estudio histórico y sociológico sobre las bases de apoyo zapatistas en las cañadas tojolabales de la selva lacandona (1930-2005)México: Colegio de México.
  • Fontanta, Josep (1992) La historia después del fin de la historia. Barcelona: Crítica.
  • O’Donnell, Guillermo, Juan Méndez y Pinheiro, Sergio (1999) Un-rule of Law in Latin America Cambridge: Cambridge University Press
  • Olesen, Thomas (2005) Internacional Zapatismo. The Construction of Solidarity in the Age of GlobalizationLondres: Zed Books.
  • Rovira, Guiomar (1997) Mujeres de Maíz México: Ediciones ERA.
  • Van der Haar, Gemma (1998) “Levantamiento zapatista, indígenas y municipio en Chiapas, México” a: Willem Assies y Hans Gundermann (eds.) Movimientos indígenas y gobiernos locales en América Latina Santiago de Chile: Línea Editorial IIAM, Universidad Católica del Norte.
  • Villafuente Solís, Daniel 1999 La tierra en Chiapas. Viejos problemas, problemas Nuevos. México: Plaza y Valdés.
  • Vos, Jan de (comp). 2003 Viajes al desierto de la soledad. Un retrato hablado de la Selva Lacandona México: Plaza y Valdés, CIESAS.

[1]  Para mayor información de su trabajo véase: https://girona.academia.edu/SALVADORMARTIPUIG