Desde esta estación fronteriza de la última modernidad y sus crisis de paradigmas, que se viene profundizando en el curso de este nuevo milenio, las nociones de progreso y revolución, de manera más visible que sus pares: evolución y civilización, han puesto en evidencia los límites de su historicidad, su semántica y sus usos académicos y políticos. Y ello no es de poca monta, toda vez que la antropología, las ciencias políticas y la historiografía, contemporáneas, han sido marcadas, en sus diversas matrices explicativas, por los usos diferenciados de dichos vocablos. Un elemental esclarecimiento se hace necesario con la finalidad de pasar con mejores rudimentos teóricos al análisis del actual proceso y problemática política y cultural de Nuestra América.
Le Goff (1996) recomienda como útil para el reconocimiento de ciertos campos de la representación simbólica, un puntual rastreo de sus usos lingüísticos, por lo que no tenemos objeción alguna para no hacer lo propio con la mitologización de la razón moderna y sus nociones de progreso y revolución. Un rastreo filológico de los orígenes y sentidos de uno y otro término en lengua castellana, remarcan su primera clave moderna. Una revisión de sus usos más recientes en Nuestra América, revelan un resurgimiento de la añeja y polémica noción de progreso y sus derivaciones, intentado distanciarse desde las izquierdas reformistas con el de “revolución”, con la sola excepción del movimiento neo bolivariano que animase Hugo Chávez desde Venezuela hacia América del Sur.
Nuestra América enfrenta muchos retos y amenazas. Al colapso de la mayoría de los regímenes mal llamados «progresistas», se suman: una nueva y peligrosa crisis de la economía extractivista, la emergencia de una derecha con proyectos depredadores que va conquistando los poderes públicos, la mercantilización y enajenación de los bienes de nuestro patrimonio cultural, los intentos de que los jóvenes de los sectores populares pierdan el derecho o la aspiración a un trabajo digno y a un futuro deseable. La concentración de la riqueza ha llegado a límites nunca antes conocidos en el continente y la desigualdad se ha «naturalizado» mediática y políticamente. Rearmar otro camino demanda ser cuidadoso con la elección y uso de palabras, imágenes y símbolos. Rearmar otro camino, libertario y justiciero, obliga a reinventar nuestros quehaceres ciudadanos y dotarlos de mayor fuerza.
La salsa picante del progreso y otros aderezos
La noción de progreso remite al año de 1570 - en todo caso al siglo XVI- , tomado del vocablo latino de progressus, progredi, caminar, adelante[1]. Por su lado, Le Goff, prefiere instalarse en senderos más universales y doctos para esclarecer los términos en sus contextos históricos y sociales. En esa dirección rastrea los giros de sentido en el pensamiento de las élites de las distintas culturas y sus modos de convertirse en sus guías. Nuestro autor opta por procesar pares binarios, opuestos y complementarios, ubicando en el siglo XIX, la pareja progreso/reacción, aunque sostiene a nivel más general, los hitos de una lectura que partiendo de Occidente se proyecta hacia el no Occidente:
Hasta que la segunda mitad del siglo XX puso sobre el tapete los problemas del desarrollo del Tercer Mundo la noción de progreso no salió de los límites de Europa, de Estados Unidos a finales del siglo XVIII y de Japón a partir de 1867. La idea de reacción como contraideología del progreso aparece en 1796 y se desarrolla en el siglo XIX. [2]
En cambio, el término revolución no aparece en los documentados registros de Corominas, pero la data inicial de su uso en español, no parece rebasar el marco del siglo de las Luces (XVIII). El término revolución en las ideologías y frasearios políticos del siglo XIX en América Latina se volvió promiscuo, generando muchas confusiones en el imaginario y el habla popular. En 1928, José Carlos Mariátegui refiriéndose a los usos del término, escribió sin desperdicio lo siguiente:
La misma palabra Revolución, en esta América de las pequeñas revoluciones, se presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto y cabal. La revolución latino-americana, será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente, la revolución socialista. A esta palabra, agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis: "anti-imperialista", "agrarista", "nacionalista-revolucionaria". El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos.[3]
Entre las dos nociones, progreso y revolución, fue la primera la que alcanzó mayor legitimidad y prestigio durante la segunda mitad del siglo XIX e inicios del XX. Una lectura más atenta de la presencia de la noción de progreso en América Latina, nos permite determinar su factura histórica, su procedencia y la clave eurocéntrica de su sentido. Childe refiriéndose al siglo XIX escribió:
En el siglo pasado, el "progreso" era aceptado como un hecho. El comercio crecía, la productividad de la industria iba en aumento y la riqueza se acumulaba. Los descubrimientos científicos prometían un avance ilimitado del dominio humano sobre la naturaleza y, por consiguiente, infinitas posibilidades de ampliar la producción. La creciente prosperidad y la profundización del conocimiento inspiraban la atmósfera de optimismo, sin precedente, que se respiraba en todo el mundo occidental. [4]
Palmade, otro historiador contemporáneo, situó en el tercer cuarto del siglo XIX, la emergencia de este nuevo cuadro de representaciones en el que el progreso asumió su reinado:
..el período 1850-1875 aparece ante nuestros ojos, como apareció ante los de sus contemporáneos, como una época de prosperidad, de desarrollo económico más rápido y de progreso en todos los campos: progreso técnico, verdadera revolución de los transportes que crea en toda Europa occidental una infraestructura, que permite su unificación, revolución también en los métodos de crédito bancario y rápida mutación de las estructuras económicas, con sus víctimas, los rechazados por el progreso, y sus beneficiarios, los especuladores y los nuevos ricos. [5]
Sorprende la facilidad con la que algunos autores como Palmade le otorgan un sentido de compatibilidad a las nociones de progreso y revolución, gracias a la polisemia que les atribuyen. Las configuraciones ideológicas de izquierda a derecha pueden usar esos vocablos, pero sus sentidos no serán homologables. La polisemia tiene sus límites.
El curso de la Primera Guerra Mundial, suscitó un gran desencanto en las élites intelectuales en el ámbito mundial acerca de la modernidad, el progreso y la civilización en su sacralizado espacio europeo. Las nociones eurocéntricas de civilización y progreso, se desplomaron de las lecturas de los más sagaces críticos latinoamericanos. Rubén Darío, Manuel González Prada, Vargas Vila, José Carlos Mariátegui, José María Zeledón. Todos ellos, desde sus particulares miradores ideológicos, fueron tomando distancia frente a la ostensible "barbarie blanca". Los costos de la Primera Guerra Mundial incidieron en la remodelación del imaginario europeo y occidental.
Gordon Childe menciona que este desencanto espiritual sumió en dudas y descreimientos sobre el progreso al mundo Occidental. En 1936, este autor inglés, reseñó agudamente la crisis de representación del progreso, tanto como idea como imagen. Occidente se desmayaba agobiado por la primavera fascistizante en Europa y sus fantasmagóricos antecedentes -la Primera Guerra Mundial y el crack de 1929-. La Segunda Guerra Mundial involucró a los países latinoamericanos en varios sentidos: apoyo en suministros de materias primas estratégicas a los Estados Unidos; con contingentes armados procedentes de Puerto Rico, México y Brasil y con la recepción de los más diversos exilios.
En nuestros días, este optimismo ha recibido una ruda sacudida. La primera guerra mundial y las crisis subsecuentes, que produjeron, en medio de una horrible miseria, un exceso aparente de mercancías, han socavado sus fundamentos económicos. Y ahora han surgido muchas dudas acerca de la realidad del «progreso». [6]
La resonancia de este proceso trascendió al marco historiográfico: la escuela histórica alemana, renunció a la noción de progreso. [7] Por su lado, la antropología se sacudió de los desacreditados e incómodos paradigmas positivistas y evolucionistas y sus nociones emparentadas de progreso y evolución.
En 1981, Pierre Vilar afirmó que en la historia de la humanidad, sólo dos extraordinarios acontecimientos resultaron homologables: la Revolución Neolítica con la introducción de la ganadería y la agricultura y la Revolución Industrial con su industria maquinizada, dados sus impactos cualitativos sobre sus respectivos modos de vida.[8]
Señala Vilar que entre una y otra revolución, se puede hipotizar que:
"... los "crecimientos" innegables - de población, de producción, de enriquecimiento-, constatables para períodos de larga duración en amplios territorios (por ejemplo, entre los siglos X y XIII en el occidente de Europa), corresponden a la instalación y al apogeo de un modo de producción adecuado, sin duda a las exigencias de la producción para una tecnología dada; y comprueba también que, al cabo de un período bastante largo, ese sistema sufre una crisis de estructura, una "crisis general", con hundimientos de población y abandono de terrenos productivos (en nuestro ejemplo, ello ocurriría en los siglos XIV y XV). [9]
No muy lejano estaba el día en que un denso y complejo acontecimiento científico-tecnológico coincidiría con el derrumbe del socialismo real, el fin de la guerra fría, la hegemonía neoliberal, la reconversión del cuerpo humano y sus fragmentos en mercancía, la pérdida de sustentabilidad de las monstruópolis, los flujos ascendentes de migrantes y refugiados, la relativización de las soberanías nacionales, y esa primavera del ciberespacio, la genética y la robótica. Se aunó a todo ello, la todavía balbuceante colonización de algunos planetas de nuestro sistema solar. Crisis de imágenes, de ideas y de los modos de vida. Nuestra América recibió y recibe los coletazos de este proceso, con mala fortuna y débil resistencia ciudadana.
¿A dónde va Nuestra América?
Exploremos primero los «Nortes», invasivos y depredadores. El proceso preelectoral en curso en Estados Unidos de Norteamérica tiene en Donald Trump y Hillary Clinton, dos figuras muy reaccionarias en primera línea. Una y otra, son expresión de esta onda o marejada neoconservadora que, más allá de sus respectivas adscripciones a las filas republicanas o demócratas, representan peor de lo mismo no solo para su país, sino para las naciones y pueblos del mundo, dentro y fuera de su órbita de irradiación. México y el conjunto de los países de Nuestra América, resentirán de parte de Estados Unidos un mayor injerencismo económico, diplomático, militar y de inteligencia.
Frente a las amenazas que se vislumbran, la lucha antiimperialista debe reactualizarse y borrar las fronteras nacionales, repolitizando a los migrantes. La lucha antiimperialista demanda otras estrategias, lenguajes, programas y acciones. Deberá incorporarse con mayor fuerza en las agendas de las izquierdas y de algunos agrupamientos políticos democráticos y nacionalistas. Todavía no se perciben proyectos, programas y acciones en defensa de la muy vulnerada soberanía alimentaria y económica. Y en cuanto los problemas de los migrantes sur-norte, únicamente han sido considerados de manera parcial en términos asistencialistas o eventualmente de derechos humanos.
La ilusoria etapa pos neoliberal se ha derrumbado con la caída electoral de varios gobiernos en nuestro continente. En realidad, nunca se comprometieron de fondo con el cambio de rumbo, salvo en un punto, nutrir el gasto social, bastante contraído bajo los gobiernos previos. Además, no se atrevieron a revertir el modelo extractivista de la economía, tan depredador en materia ambiental y condiciones de trabajo. Persisten en ello, Nicolás Maduro en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. Raúl Zibechi nos da una síntesis apretada de los factores endógenos en estos procesos «progre», ahora muy alicaídos o en proceso de extinción:
Algunos de sus errores, a nuestro juicio, ha sido no tocar ni al 10% de poderosos que concentran la mayoría de riqueza en sus manos, no hacer reformas estructurales y perpetuar el modelo extractivo. Nos hemos dado cuenta tarde de qué supone el modelo extractivo del cual, en un principio solo fuimos capaces de ver sus negativos efectos medioambientales. Además de sus efectos nocivos para el medio y la salud humana (la deforestación o el aumento del cáncer en las zonas de monocultivo donde se utiliza, por ejemplo, el glifosato), el extractivismo es toda una cultura. Genera una situación dramática: una parte de la población sobra, porque no está en la producción, porque no es necesaria para producir commodities; “un campo sin campesinos”: no olvidemos que el monocultivo o la megaminería apenas generan empleo. Pero también tenemos un extractivismo urbano, una ciudad donde los pobres son llevados cada vez más lejos, y si esto funcionara a tope -lo que pasa es que hay resistencias- hoy las villas ya no existirían.[10]
Sin embargo, no puede olvidarse el entrecruzamiento de estos factores con las maquinaciones imperialistas desestabilizadoras en los terrenos mediáticos, diplomáticos, financieros y políticos. Las misiones, las agencias y los programas estadounidenses que operan en nuestro continente, redoblaron sus quehaceres injerencistas en los países con gobiernos reformistas de base popular que abogaban por una política autónoma continental.
La curva ascendente de las derechas carece de linealidad y expresa sus propias contradicciones. Ha tenido un revés inesperado con motivo de un escándalo financiero sin precedentes en la historia mundial, aunque en otra dimensión se aproxima a las impactantes revelaciones de la doble faz de las relaciones diplomáticas y los quehaceres de los poderes fácticos a través de WikiLeaks. Se recordará que a partir del año 2007 en el ciberespacio, las redes lideradas por Julien Assange fueron compartiendo gradualmente las filtraciones obtenidas de las instituciones encargadas de la seguridad imperial estadounidense.
La actual revelación resulta muy comprometedora para los quehaceres de políticos y empresarios de derecha, que recurren subrepticiamente al traslado de su capital dinero a paraísos fiscales. La banca Suiza tiene ahora fuertes competidores. Dichas transferencias se realizan, vía empresas de fachada, gracias a los servicios de la corporación jurídico-financiera Mussak─ Fonseca. Los llamados «Panama Papers», son documentos confidenciales que fueron hackeados y hechos de dominio público internacional. Jürgen Mossack y Ramón Fonseca, al fusionar sus despachos jurídicos y proyectar sus servicios a nivel internacional, a través de muchas de sus filiales, congregaron a una clientela política y empresarial con mucho poder desde Panamá. Les ofrecían privacidad en las operaciones y eficacia en la evasión fiscal, mediante el registro de empresas fantasmas. El arte de evadir impuestos y realizar subregistros patrimoniales, se agrava en varios casos, por presuntas asociaciones ilícitas: lavado de dinero, comisiones especiales o favores, licitaciones públicas amañadas, etc., etc. [11] Cada vez es mayor el número de analistas que sostiene que los auspiciadores de estas revelaciones, apuntan a golpear a Panamá como paraíso fiscal y redirigir el movimiento de capitales hacia Estados Unidos, ofreciendo mayor protección y privacidad.[12]
Sin embargo, dichas revelaciones conmovieron al mundo financiero y político internacional. Han llevado a la renuncia de Sigmundur David Gunnlaugsson, primer ministro de Islandia, y al tambaleo de David Cameron, primer ministro británico, frente a las críticas y movilizaciones de protesta ciudadana, por ocultar el trasiego de recursos financieros a un paraíso fiscal. Cameron, aferrándose al cargo, concede que cometió un error y que rectificará, pero el 60 por ciento de la ciudadanía encuestada le ha retirado su confianza y lo repudia.
En América Latina, la ciudadanía observa desconcertada las revelaciones que involucran a sus políticos, gobernantes y empresarios, pero dista de reaccionar adecuadamente, facilitando su impunidad. Figuras prominentes de los sectores neoliberales e inveteradamente neoconservadores se muestran ante la ciudadanía mundial, carentes de probidad. En México, reaparece un empresario muy cercano al presidente Enrique Peña Nieto, otro, al grupo Televisa, entre un abanico mayor. La discutida entidad llamada Servicio de Administración Tributaria (SAT) afirma que va a investigar 33 casos reportados. [13] Todo indica que simulará hacerlo, en concordancia con su política de seguir exonerando a los grandes empresarios en materia tributaria, cargando sus acciones en los contribuyentes medianos y pequeños. Esta orientación se suma a otras expresiones reprobables de la procuración de justicia y del encubrimiento gubernamental. Los 43 desaparecidos de Ayotzinapa seguirán sepultados por una maraña de informes y contrainformes, hasta finales del sexenio y quizás más allá del mismo. Las fuerzas armadas, son este caso, como en otros, intocables.
En Argentina, el presidente Macri ya está envuelto en el escándalo, siendo su defensa que lo hecho antaño era «legal».[14] Es importante destacar que en Brasil, los funcionarios del Partido de los Trabajadores de Dilma Rousseff y Lula, no han sido salpicados por tan comprometedores documentos. En cambio, líderes del PMDB, con mayoría parlamentaria que rompió con la presidenta Dilma, preparando su destitución, han salido embarrados y por si fuera poco, figuras prominentes del opositor PSDB, que busca el derrocamiento del gobierno petista, tiene la misma cochambre en pleno rostro. Si de ética política se trata, este hecho representa un revés para quienes conspiran en aras de la «limpieza de la gestión gubernamental», sin haber lavado el cuerpo previamente. En Brasil, un nuevo golpe de estado, vía el Congreso, se consumó. Su impacto negativo en la región, multiplicará los riesgos para la soberanía continental y los movimientos sociales, dentro y fuera de dicho país.
Repliegue y caída de los reformistas de nuevo cuño
Si este es el curso ascendente de las derechas, golpeadas en su imagen y legitimidad por ciertas operaciones dolosas, las izquierdas reformistas han sufrido tres derrotas en comicios ciudadanos importantes: la parlamentaria en Venezuela, la presidencial y parlamentaria en Argentina, y en el referéndum en Bolivia que cerró el paso a la tercera reelección presidencial al mandatario Evo Morales. El escándalo de corrupción y saqueo de recursos del Fondo Indígena, le restó imagen y aceptación ciudadana, sin lograr desgastar al MAS, el cual conserva importantes cuadros de relevo. Morales replicó, denunciando a los líderes de la oposición por su ilegal y clandestina transferencia de capitales a paraísos fiscales para evadir la tributación estatal. [15] En el Uruguay, concluido el mandato de José Mujica con elevada aceptación popular, pero con pocas reformas, entre ellas, la legalización y regulación del consumo de la marihuana, se abrió un nuevo escenario electoral. El Frente Amplio para garantizar la reelección lanzó a la presidencia a su figura más conservadora: Tabaré Vásquez, poco amigo de la unidad continental, comprometido con la idea de no realizar reformas de impacto y de establecer lazos de convergencia con la derecha en el Congreso. Tabaré, además, es un conocido opositor al derecho del aborto. En Venezuela y la Argentina fueron visibles los yerros de gestión pública que impactaron negativamente en la mayoría de la población. La base social ganada se perdió y no hubo de parte de los partidos y equipos gobernantes movimientos de autocrítica y rectificación.
Sabido es que el liderazgo de Nicolás Maduro ha perdido credibilidad en las filas de las izquierdas de nuestro continente, por errores propios y acumulados en el terreno económico. En la historia contemporánea de Venezuela sus grandes crisis políticas han estado asociadas a las crisis petroleras. Sin embargo, ni los gobiernos de los partidos tradicionales (AD y COPEI) ni los gobiernos de Chávez y Maduro apostaron a diversificar la economía venezolana y alcanzar la inasible soberanía alimentaria. Los costos de estas flagrantes omisiones se pagan. Se suma a lo anterior, el fracaso de las políticas contra la violencia delictiva y el crimen organizado. La inseguridad es un tema pendiente. Sin embargo, de lo que no se tiene clara conciencia es de la política estadounidense hacia Venezuela. Un documento filtrado y compartido en las redes sociales acerca de la llamada «Operación Libertad Venezuela-2», a cargo del Comando Sur jefaturado por el almirante Kurt Tidd, el 25 de febrero de 2016, despierta nuestra preocupación y alarma. Tidd, a un mes de haber asumido el mando, rubrica y avala este proyecto intervencionista, lo que quiere decir que Venezuela ocupa el primer lugar de la agenda estratégica estadounidense. [16]
Algo parecido aunque con menor intensidad, ha acaecido en el Ecuador de Rafael Correa y el Chile de Michelle Bachelet, refrendado por la creciente desaprobación ciudadana. Uno y otro régimen, favorecen el desarrollo de la minería a tajo abierto, contra las advertencias y oposiciones de grupos ambientalistas y comunitarios. Ambos gobiernos exhiben una trama de desencuentro y conflicto con las organizaciones y poblaciones indígenas, siendo mucho más grave en Chile. Bachelet durante sus dos gobiernos persiste en criminalizar y reprimir a los mapuches.[17] Correa resiente la oposición conservadora que viene impulsando protestas contra el proyecto tributario del gobierno de gravar con nuevos impuestos a los cigarrillos, el alcohol y las bebidas azucaradas. Lo grave es que se sumen a dichos desencuentros los mandos de las instituciones castrenses[18] y el Frente Unitario de Trabajadores (FUT), la más importante central obrera, contraria a la novísima «Ley de Promoción del Trabajo Juvenil, Regulación Excepcional de la Jornada de Trabajo, Cesantía y Seguro de Desempleo» que legaliza contratos que dejan abierta la posibilidad al capital de fijar la jornada laboral, precarizando las condiciones de existencia de los más necesitados.[19] Sin embargo, dicha ley favorece a algunos sectores con un seguro de desempleo, una licencia sin sueldo por nueve meses para madres y padres por maternidad e incentivos para el empleo juvenil. La obra pública del gobierno de Correa, siendo relevante, no cuenta mucho en tiempos de crisis: ocho hidroeléctricas, 7 mil kilómetros de carreteras, mayor acceso a la educación superior. A los datos duros de la inflación, escasez y especulación de bienes de demanda cotidiana, se sumaron las promesas incumplidas y el ascenso de la criminalidad urbana. A todo lo anterior, se suman los estragos del terremoto en la costa, zona de concentración de la oposición política.
Perú, llegó rezagado a la primavera reformista: le sigue pesando como plomo el legado de la guerra interna, del fujimontesinismo, del alanismo y de otros ismos. Sin embargo, ha emergido la esperanza de las izquierdas y de un significativo sector popular, el cual se concentra principalmente en la región sur andina bajo las banderas del Frente Amplio. Se trata de un Frente y movimiento plural, el cual estrenará una bancada parlamentaria integrada por 20 representantes. Tendrá que lidiar con un Congreso con abrumadora mayoría reaccionaria y mafiosa. Las recientes revelaciones que evidencian los fuertes vínculos del fujimorismo con los carteles de la droga, le han conferido certeza a los movimientos sociales que venían denunciando su interés en modelar un narco-Estado.[20] El renovado liderazgo generacional del Frente Amplio sigue sembrando expectativas, dentro y fuera del Perú.
Reiteramos que las presiones injerencistas estadounidenses se fueron haciendo más explícitas en los países con gobiernos reformistas, a las que se sumaron las provenientes de algunos de sus aliados europeos y latinoamericanos. Esta marejada de acosos mediáticos, diplomáticos, financieros y de inteligencia, no fue sin embargo la que definió el curso de las derrotas electorales. Fueron mucho más importantes las desvinculaciones político-gubernamentales con sus pueblos, las que reorientaron los votos en contra de sus proyectos de reelección. Brasil es un espejo del desgaste e incompetencia administrativa de un gobierno reformista. Siendo el caso brasileño la pieza mayor del cambio geopolítico en el continente debemos dedicarle algunas líneas, necesarias y justificadas.
Es de conocimiento público que el beneficiario político de la actual crisis brasileña es el Movimiento Democrático Brasileño (MDB). Entidad política que nació bajo el paraguas de la dictadura militar, participando en procesos electorales ilegítimos pero «legales». En 1980, agregó a su identidad el término partido, convirtiéndose en el PMDB. Su clientelismo político es preocupante para las izquierdas, cuenta a su favor con una masa popular de maniobra nada desdeñable. Recordemos que las derechas son muchas veces más hábiles que las izquierdas en la cooptación de los estratos populares, apelando a importantes recursos mediáticos pero también a un lenguaje, una gestualidad y unos señuelos eficaces (dádivas, promesas y apoyos a «micro emprendimientos»).
Más allá de lo expuesto, debe señalarse el hecho de que el PMDB se ha beneficiado de su capacidad de maniobra política. Gracias a ello, ha logrado conquistas que no pudo alcanzar por la vía electoral. Los antecedentes iluminan su pasado y su presente. Durante la crisis gubernamental producida por el deceso del candidato electo Tancredo Neves en 1990, José Sarney, del PMDB, dio un salto con garrocha de la vicepresidencia a la presidencia. Dicho partido comodín asimiló bien la lección, como lo refrenda otro reposicionamiento de parecido corte político. La renuncia de Fernando Affonso Collor de Mello en 1992, envuelto en una escandalosa trama de corrupción, permitió a uno de sus ex cuadros fundadores, Itamar Franco, asumir la presidencia. Y ahora, tras la crisis brasileña, que devino en golpe de Estado legislativo, se agravó con el campeonato mundial de futbol y sus muchos despilfarros, sublevando a los habitantes de las favelas, profundizado a su vez por una maniobra de altura de Michel Temer del PMDB ex aliado de Dilma, quien ha usurpado la presidencia, a pesar de los antecedentes de corrupción que pesan en su contra. En síntesis el PMDB, sin necesidad de ganar comicios electorales, ostenta ya en su haber político tres presidentes. De plácemes están los grupos de poder: los Marinho, dueños de la cadena de medios Globo y los Sicupira, también accionistas en AB Inbev, los Moreira, dueños de Itau-Unibanco y Marcel Herman Telles, acccionista «pequeño» de la cervecera AB Inbev controlada por su socio Jorge Paulo Lemman.
El PT de Dilma, al realizar su viraje neoconservador, se distanció de su tradicional línea programática y de sus bases sociales, perdió piso y le dio mayor capacidad de maniobra a su efímero aliado, el PMDB y a su líder Michel Temer. Quedó así sepultado el pacto social sostenido entre 2003 y 2013 por la fracción petista liderada por Lula. En tiempos de crisis, este giro fue sepultando su futuro político.
El ascenso de Michel Temer a la presidencia no representa un giro moralizador en la gestión pública, sino su profundización. En materia de política económica se consolidará la reactualización neoliberal a costa de un pueblo que sigue resintiendo los lastres de una desigualdad estructural y las falsas promesas electorales y gubernamentales. Temer y el PMDB en el escenario geopolítico, se aproximarán sumisamente a las presiones estadounidenses, las cuales serán mayores en el corto plazo. Bajo Trump o la Clinton no habrá concesiones al Brasil pos petista. Por su lado, la ciudadanía ha expresado su desconfianza política: las encuestas indican que un 60 por ciento considera que Temer debe renunciar al cargo mal habido y un 58 por ciento demanda que también se le inicie un juicio político.
El florecimiento de gobiernos reformistas en Nuestra América, expresaba el agotamiento de las ofertas neoliberales que dejaron saldos negativos: mayor desigualdad, inequidad en el manejo del erario, renuncia discrecional de la soberanía sobre los recursos nacionales, desregulación laboral al servicio del capital. Estas organizaciones políticas en el poder, estos gobiernos que ponían el acento principal de su gestión en solventar mayor número de obras sociales, contaron con bases sociales considerables. Ninguno de ellos parecía encajar en el término populismo o neopopulismo. Compartieron en mayor o menor grado, un ideal y una política unionista en América del Sur, sentían a México demasiado distante, cada vez más próximo a Estados Unidos y Canadá. Sus relaciones con América Central y el Caribe fueron tenues y circunstanciadas. Su retórica socialista tenía variaciones más que matices, ambigüedades ideológicas más que definiciones doctrinarias.
Desde el campo popular, esta fase de gobiernos reformistas expresó el repudio ciudadano a los elevados costos generados por más de un cuarto de siglo de gobiernos neoliberales. La celebración del «mercado» y la contracción de la función cautelar de Estado, fue vista por las élites (empresariales, políticas) así como por sectores conservadores de las capas medias urbanas como un triunfo irrestricto de la libertad y la democracia. En los hechos, derivó en la glorificación del capital, la expansión de la corrupción y la impunidad de funcionarios y políticos en cargos de gobierno.
Dicho proceso dibujó un clima favorable de inversiones: las mineras, principalmente de tajo abierto; las de capitales en el sector de la industria de la construcción y la especulación inmobiliaria, en el sector terciario y en el financiero especulativo. Estos inversionistas nacionales y extranjeros recibieron de parte de los gobiernos neoliberales, según los casos, beneficios fiscales, tolerancia frente a la depredación ambiental y la degradación de la calidad de vida y la salud de las poblaciones adyacentes a sus zonas de operación. Durante todos esos años se apoyó la introducción de cultivos transgénicos en el agro, sin medir que afectarían a los campesinos, a la dieta popular urbana y a la reproducción de las variedades criollas y por ende, de la biodiversidad. Implicó, también, la renuncia en varios sentidos a la soberanía nacional, subordinándose a los dictados injerencistas de un número mayor de organismos internacionales controlados por los intereses de las grandes potencias y las corporaciones transnacionales. Todo ello fue favorecido además por nuevas leyes del trabajo que flexibilizaron las condiciones de los trabajadores, golpeando duramente a los jóvenes y a los mayores de 45 años, precarizando su existencia. Eso favoreció, sin lugar a dudas, la concentración de la riqueza en pocas manos, al punto que la revista Forbes puso en vitrina a los latinoamericanos que se hicieron inmensamente ricos. Las políticas tributarias acentuaron la desigualdad y descuidaron a los grandes evasores fiscales, que trasladaban sus capitales a los paraísos fiscales.
Los nuevos gobiernos de orientación popular y reformista, asumieron diversos grados de distancia y ensayaron diferentes modos de rectificación frente a las políticas neoliberales en desarrollo. Representaron para las mayorías, muchas expectativas de renovación y apoyo. Una especie de freno al capital era necesaria. Una reorientación del gasto público dirigido a levantar los alicaídos servicios públicos de salud, vivienda y educación recibió adhesiones y dotó de legitimidad a dichos gobiernos. Así, ¿cómo llamarlos? Las corrientes ideológicas y políticas de los sectores neoliberales y conservadores, acuñaron gastados marbetes: «populistas», «neopopulistas», “estadolatras», «socialistas». Los más recalcitrantes y reaccionarios reprodujeron los estigmas de la Guerra Fría: “comunistas”, “totalitarios”, “liberticidas”. Las derechas vieron con preocupación la reanimación ciudadana de franjas amplias del pueblo que se movilizaban, con bastante cercanía con estos gobiernos. Unos y otros coincidían en que las empresas estatales o para-estatales probaban su fracaso a la luz de los hechos, lo cual no era tan cierto. Las iniciativas del capital privado nativo podrían argüir que todo lo que hacen está rodeado de éxitos y beneficios para ellos y para la nación. Pruebas de lo contrario hay muchas, muchas más que las que exhiben contra la administración pública. Habría que ver las dos caras o aspectos de la contradicción, las dos caras de la luna privada o pública. Los nuevos gobiernos no reprodujeron las añejas lógicas de los gobiernos populistas que se gestaron entre nuestro continente entre 1918 y 1955. Fueron menos autoritarios, dieron mayor juego a la participación social a través de referéndums y consultas abiertas. Manejaron de otra manera los proyectos y programas de servicios, inversión y desarrollo de infraestructuras. Más tarde vendrían nuevos desencantos: la corrupción contaminó a parte de sus equipos de gobierno y sus yerros se agravaron cuando vino la fase de desaceleración de las exportaciones e ingresos de divisas.
Una nueva semántica y un nuevo rumbo para las izquierdas
¿Cómo llamar a estos gobiernos, a sus representantes y adherentes desde el ángulo de una intelectualidad crítica y de izquierda? No había posibilidad de consenso y de debate alturado, los espacios académicos se habían vuelto anémicos frente a la realidad nacional y continental. Muchos intelectuales dejaron atrás el legado de la ética del compromiso social y político. Los restantes pusieron de moda, entre nuestros afines y colegas, una noción ideológica que nos resulta de mal gusto, equívoca y deprimente: la de «progresismo», un ismo al vapor, un ismo disfraz. Le siguen sus derivados: progresista, progre..., gobierno progresista, progresismo latinoamericano, progresismo andino. Un término que reproduce una añeja y gastada concepción lineal de la historia. Sus raíces nos remiten a la fraseología, los ideales y los programas burgueses, cribados entre el iluminismo del siglo XVIII, el positivismo del siglo XIX y el socialismo economicista y «civilizador».
En la actualidad, toca vivir una nueva fase de despolitización de las academias, la cual coexiste con los compromisos light de quienes gustan ser invitados por los gobiernos progres. Hedonismo progre con retórica lábil y a la baja, lamentablemente afectado por los desplomes y recambios electorales hacia la derecha. Así, el Google mágico reporta para la noche de hoy 528,000 entradas en castellano para el término progresismo.
En nuestro continente, los nacidos durante la Segunda Guerra Mundial, y durante la primera década de la Guerra Fría iniciada en 1947, y la generación precedente, tuvieron que lidiar con los señuelos de la Alianza para el Progreso y su impacto «progre» en el terreno intelectual y artístico: la galería Cultura y Libertad, las revistas Aportes (sociología) y Mundo Nuevo (literatura). Progres panamericanistas y de derecha abundaban por doquier. Progres que ofrecían progreso con crecimiento y despegue tipo Walth Whitman Rostow en su conocido libro de 1960. Rostow, bueno es recordarlo, fue asesor de Kennedy desde su campaña presidencial, y a su muerte era consejero de Seguridad Nacional del Presidente Lyndon Johnson. Progres que ofrecían desarrollo local siguiendo los lineamientos propuestos por la ONU en 1956 en su informe «Desarrollo de la Comunidad y servicios conexos (1956) y que durante la década de los setenta impulsó a miles de jóvenes profesionales (agrónomos, biólogos, antropólogos, sociólogos, educadores, médicos etc.,) a movilizar la fuerza de trabajo comunitaria con apoyo gubernamental para hacer caminos, carreteras, cisternas de uso público, construcción de postas sanitarias, canales de agua, etc. Fue una especie de acumulación originaria inducida, que maquillaba las imágenes gubernamentales y construía un pequeño dique de contención a la propaganda comunista. Fue el más grande programa de antropología aplicada realizado en América Latina en zonas rurales. La ideología del desarrollo de la comunidad fue una retórica desde arriba, cara al programa de la Alianza para el Progreso que logró amplia aceptación. Probó que, a la derecha y al imperialismo, no les es ajeno el arte de ganar base social y movilizarla para diferentes fines. En estos tiempos, los progres, se han encandilado con los señuelos de los programas de apoyo a los llamados “micro emprendimientos», créditos con cero o bajos intereses, para multiplicar el capitalismo con base popular y en el ensueño de que un micro empresario puede ascender en el camino a otro círculo del cielo capitalista. En México, lecciones grandes al respecto legó el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, tan relevantes que los gobiernos de relevo las mantuvieron o barnizaron.
Frente a la moda insulsa Progre, defendemos la adscripción del término izquierda. Su horizonte de sentido permite cierta pluralidad, independientemente de algunos malentendidos acerca de sus fronteras. A pesar de ello, la izquierda asumió lo progre. Los cultores del denominado progresismo latinoamericano han sido seducidos por un lenguaje ajeno. Decía el maestro Freud -que no se sentía de izquierda ni progre- un aserto sin desperdicio: «quién comienza cediendo en las palabras, termina claudicando en los hechos.» Reflexionemos acerca del valor político de las reformas sociales y gubernamentales. Llamemos a las cosas y orientaciones por sus nombres, sin rubores ni sentimientos de culpa. Reformismo o gobierno reformista no son en estos tiempos, mentadas de madre ideológicas. Muchas reformas son necesarias, positivas y viables cuando saben atender las urgencias o carencias de nuestros pueblos. Otras, nos saben a más de lo mismo. Nuestra América necesita reformadores y reformas, más que progres. Los revolucionarios anémicos de fuerzas no tienen cabida protagónica en la nueva escena continental.
Bibliografía:
Corominas, Jean. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid: Editorial Gredos, 1983.
Childe, Gordon. Los orígenes de la civilización. México: Fondo de Cultura Económica, Breviarios núm. 92, 1970.
Le Goff, Jacques. Pensar la historia. Modernidad, presente, progreso. Barcelona: Ediciones Paidós, Básica núm. 50, 1991.
Mariátegui, José Carlos, Ideología y política, Lima: Biblioteca Amauta, 1969.
Rostow, Walt Whitman, Etapas del Crecimiento Económico. Manifiesto no comunista, México: Fondo de Cultura Económica, 1960.
Vilar, Pierre. Iniciación al vocabulario histórico. Barcelona: Crítica de Grijalbo, núm. 61, 1981.
Créditos de imágenes
http://martinelfman.blogspot.mx/2013/11/progreso-libros-influyentes-y-poetas.html
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http://www.4erevolution.com/en/robots-france/
http://www.derechoalapaz.com/?p=1521
http://www.desmotivar.com/desmotivaciones/41214_no_seria_mas_progresista_preguntar
https://lahistoriadeldia.wordpress.com/tag/bases-militares/
https://twitter.com/caricatpolitica/status/731212039734054912
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[3] Mariátegui (1928) 1969: 247-248.
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[8] Vilar, 1981:223.
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[10] Pérez de San Román, Alvaro Hilario, Entrevista a Raúl Zibechi. «La crisis de los gobiernos progresistas se debe a su incapacidad para salir del modelo extractivo», Rebelión, 30 de abril de 2016 en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=211751, consultado el 16 de mayo de 2016.
[11] http://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/04/160403_internacional_panama_confidencial_mossack_fonseca_ap
[12] http://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2016/04/26/los-papeles-de-panama-no-se-estan-distribuyendo-enteramente-por-que/
[13] http://www.eldiariony.com/2016/04/07/bajo-investigacion-33-mexicanos-por-panama-papers/
[14] http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-297008-2016-04-15.html
[15] http://www.la-razon.com/nacional/Morales-Fondo-Indigena-movimiento-indigena_0_2489751041.html
[16] López y Rivas, Gilberto, « Venezuela en la mira del Comando Sur», http://www.jornada.unam.mx/2016/04/29/opinion/023a2pol
[17] http://www.radiodelmar.cl/2016/05/en-suecia-esperan-que-presidenta-bachelet-escuche-al-pueblo-mapuche-carta-de-lideres-de-pueblos-originarios/#
[18] http://www.eluniverso.com/noticias/2016/05/18/nota/5586123/armada-pide-rectificacion-correa
[19] http://www.larepublica.ec/blog/politica/2016/04/29/la-fut-llama-a-marcha-solidaria-por-terremoto-y-critica-al-gobierno/
[20] http://larepublica.pe/impresa/politica/769097-con-keiko-fujimori-el-peru-seria-un-narcoestado