Editorial 73: La simulación como modus operandi

EN EL VOLCÁN INSURGENTE es una publicación periódica, independiente, financiada por sus integrantes, académica y de difusión.

Somos un grupo diverso que buscamos tener una mirada reflexiva de los fenómenos sociales y de las variadas reflexiones y/o puntos de vista, tratando de abarcar, en lo posible, la comprensión de los contextos ya globales como locales. Un grupo abierto que, simultáneamente y desde diversos paradigmas, intentamos la comprensión de la acción humana y de la diversidad de respuestas a situaciones emergentes, atendiendo, por ejemplo y a través de la transdisciplina, qué es el Antropoceno, el fracking, el saqueo cultural, la folklorización de la actividad de los grupos etnolingüísticos, el racismo, las diversas prácticas curativas y la salud, la movilización humana en todo el planeta, la inseguridad, el capitalismo Gore, y muchas otras posibilidades analíticas. No agotamos el todo porque es imposible, pero estamos siempre en búsqueda de poder emitir ideas e impulsar debates con miras al diálogo respetuoso que contribuya a la resolución de situaciones que, como en el caso que nos ocupa en este número compilatorio, ponen en riesgo la razón de ser del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y de sus centros de investigación y de educación superior.   

No somos burócratas. Lo que nos ocupa es una convicción. La mayoría de quienes integramos la revista trabajamos en el INAH y compartimos, con muchos otros colegas, una trayectoria en defensa del mismo y de sus tareas sustantivas, lo que nos permite una perspectiva amplia e histórica del comportamiento de la institución, incluyendo el campo sindical; por ello es que en las páginas de En el Volcán Insurgente se han denunciado sin ambages diversos procesos críticos que no se deben eludir, pero además proponiendo alternativas al respecto, y una prueba de ello es la compilación de trabajos que componen esta erupción, además de otros documentos no publicados que tienen que ver, directa o indirectamente con esas problemáticas.

En este cúmulo de trabajos no faltan diagnósticos fundamentados y en particular, resaltamos, vigentes, lo que contrasta con la convocatoria oficial a generar un diagnóstico ahora en una reacción inusitada y paradójica de parte de quien los ha eludido sistemáticamente.

El diálogo no es una palabra ni un recurso retórico: es acto, o es nada. Todavía resuena en algunos de nosotros la reveladora declaración de una alineada funcionaria en turno, cuando afirmó en una mesa de “negociaciones” con una comisión sindical que “los investigadores no están para incidir sino para documentar”. ¿Qué calidad de documentación puede generarse desde eso?  Documentar sin proponer soluciones a problemáticas sociales diversas, incluso internas, es contra natura del Instituto: “Efectuar investigaciones científicas en las disciplinas antropológicas, históricas y paleontológicas, de índole teórica o aplicadas a la solución de los problemas de la población del país y a la conservación y uso social del patrimonio respectivo” (Art. 2, Fracción VII de la Ley Orgánica del INAH).

No nos pasa desapercibida la gravedad de la situación existente y ya ubicua que en términos políticos y ambientales acecha hoy en tantas vertientes y a nivel global. Al lado de esa gravedad, la grave situación que atraviesa el INAH pudiera parecer un asunto molecular y de mínima relevancia. Sin embargo, es vinculable, porque en su propia escala expresa el modus operandi de la simulación que permea en tantos ámbitos.   

Este número se encuentra constituido precisamente por materiales en torno a la defensa del Instituto. Por supuesto, el INAH es mucho más que eso y se mantiene en virtud de quienes lo sostienen mediante su quehacer cotidiano y a menudo silencioso, y por ello su defensa es obligada.

En lo más inmediato y apremiante, el nuevo recorte presupuestal que en este número se expone, forma parte de una tendencia iniciada desde antes del sexenio previo, simple expresión de un proceso de larga data que venía ya exacerbándose y manifestándose más abiertamente con la imposición de la Secretaría de Cultura impulsada por el gobierno de Peña Nieto. Lejos de ser una medida formal en el diseño de un organigrama de un gabinete sexenal, que incluso podría entenderse como el reconocimiento de la relevancia de “la cultura”, esa medida resultó en la separación del INAH respecto al campo esencial de la educación pública, desvinculación cuyas implicaciones se han ido concretando desde entonces en un recorte no solo de los recursos económicos que se asignan al Instituto, sino en algo de raíz: la pretensión de vulnerar su alcance como instancia sustantiva para el país, en el recorte mismo de su sentido a favor de una folklorización instrumental.

Claro que todo esto se adorna con un discurso que alcanza ya tintes grotescos, cuando las cifras que se consignan en un presupuesto revelan el embuste. Y es que, tarde o temprano, por más garigoleos y retórica que se invierta, lo real se manifiesta.  

Y si hay voces que denuncian lo que reclama elemental denuncia, la ausencia de argumentos fundados ante lo irrefutable conlleva entonces una respuesta visceral que recurre a la descalificación y a la maledicencia. Los argumentos incomodan cuando provienen en particular de la práctica laboral de los trabajadores. Entonces esa experiencia no vale nada. Se pierde el respeto al trabajo. Se desperdicia la experiencia. Todo eso, en síntesis, se cocina en la olla de la simulación. Se simula lo que no se es y lo que no sucede, disimulando lo que se es y lo que en efecto sucede. No es un juego de palabras: es un modus operandi. Y la vivencia ya acumulada nos advierte que la demagogia está ahí, convocando con cálculo al “diálogo” y a realizar “diagnósticos”. Entonces la palabra pierde todo sentido y se convierte en fraude. Vienen a la memoria los foros del priísmo, ejercicios destinados a facilitar la catarsis del denunciante que con ello nutre a la continuidad, donde se le concede la palabra al quejoso para que, precisamente, en el más puro estilo de Lampedusa, todo siga igual.

Otro aspecto relevante en esta compilación es cómo estos artículos y documentos publicados a lo largo de varios años se han convertido en un receptáculo de la memoria, no solo de la revista, sino de la propia institución, dando cuenta de problemáticas, compromisos y diligencias en el afán de preservarla y mejorarla. Siguiendo a Catharine Good, la continuidad o memoria histórica expresa la imagen de una representación del pasado, de una historicidad propia, en este caso de una conflictividad propia. No importa que ese pasado sea muy lejano o cercano: sigue presente, en activo y sobre todo, en este caso se expresa en los espacios y análisis que En el Volcán Insurgente le ha dedicado. Se refiere a una herencia común transmitida, reproducida. La memoria histórica dota de identidad –al igual que otros elementos- a un determinado grupo de personas. Asimismo, demuestra nuestros múltiples afanes en la búsqueda de soluciones.

Nueve años de rechazo al diálogo y a la argumentación fundada, de negación de las evidencias, no se resuelven ahora en un par de días destinados a apuntalar la continuidad de un cargo y la de los cargos que de ella derivan.

No hacen falta diagnósticos y propuestas: ya han sido generados y entregados una y otra vez, en peticiones, señalamientos, resolutivos, estudios: todos desechados. Lo que hace falta es un poco de decencia, de dignidad, de coherencia.

Agradecemos vivamente a nuestros colaboradores y lectores de este número.