32, Julio-Agosto de 2014

Dos marchas del orgullo gay: contextos diferenciales

 Sin deberla ni temerla, para un forastero despistado en Manhattan, los atuendos de ciertos transeuntes matutinos del domingo 29 de junio parecían en efecto muy domingueros; sin embargo, ¿podían esas peculiares indumentarias con que nos topábamos expresar la condición de quien sale de paseo en día de asueto engalanado con sus mejores ropas?

Al lado de un pequeña plaza, una varonil mujer, rubia y algo corpulenta, en cueros negros y montada en una poderosa motocicleta, departía animosa con su pareja, igual de encuerada pero un poco más femenina. Las motocicletas con este reparto iban en aumento y empezaban a rugir. Al otro lado de la pequeña plaza, un numeroso grupo de gimnastas ensayaba con denuedo la coordinación de sus movimientos, cada uno con su bandera multicolor.


Foto de P. Hersch

Fueron luego apareciendo en profusión las mascadas, los collares, los lentes y las gorras, todos con los matices del arcoiris adornando ya a personas sin ropajes excéntricos, lo que nos hizo caer en la cuenta de que ese domingo se celebraba la marcha anual del orgullo gay correspondiente a 2014, en un evento que no había sido considerado ni por asomo en el plan de un viaje tampoco muy planeado.


Foto de P. Hersch

Las calles aledañas a un buen tramo de la quinta avenida estaban convertidas en improvisados vestíbulos –o desvestíbulos– donde los participantes de diversas agrupaciones se preparaban para el desfile. Fotógrafos con enormes lentes iban tras sus presas, muchas de las cuales posaban encantadas, gozando la atención que en ellas, ellos y elloas se concentraba.


Foto de L. González

 Las banquetas se empezaban a atestar. Un par de locutoras llevaban la crónica del evento, montadas en una plataforma elevada a unos seis o siete metros de la acera. Informaban con entusiasmo que este desfile del 2014 se encontraba dedicado a quienes organizaron la primera marcha del orgullo gay en Nueva York en 1970, y en particular a Fred Sargeant[1]; advertían cómo, de entonces a la fecha, el evento se ha ido robusteciendo de manera sostenida. La denuncia inicial de aquella marcha y la entonces inaudita salida del closet que la conformó, marcaron la primera etapa de esta manifestación en demanda de respeto elemental a una de las muchas dimensiones y vertientes de la diversidad humana.


Foto de P. Hersch

El acto público en reclamo ante una invisibilidad impuesta tenía ahora un giro evolutivo. La expresión explosiva y compensatoria del componente sexual de esa diversidad, aunque bien presente, no era el elemento dominante. Ese cultivo voluptuoso de las formas corporales era ahora, más bien, su aderezo lúdico, con una parte significativa de estos marchantes empujando carreolas o con niños de la mano, desfilando sin atuendo particular alguno. Aunque la homofobia y la discriminación persisten en ese país, en buena parte del elenco, la reacción militante y retadora había dejado su lugar al paseo normal, al estatuto de lo usual, al tiempo que los contingentes incluian a familiares y amigos de los homosexuales en marcha por localidades.


Foto de L. González

Si en contraste exploramos las imágenes correspondientes a la marcha gay llevada a cabo en las mismas fechas en la ciudad de México, podemos apreciar la relevancia que sigue teniendo la reivindicación, airada y a la vez lúdica de la diversidad sexual, con giros de compensatoria y provocativa exhibición de la diferencia, en una sociedad donde la homofobia sigue dominando en amplios circuitos y con notorios niveles de agresión, a pesar de los avances habidos en la aceptación de esa diversidad, incluso a nivel jurídico. Los atuendos de la marcha mexicana y sus mensajes tienen su propio y no menor componente de espontaneidad y originalidad, incluso con un toque de picardía y de gestualidad de la cual pueden carecer a menudo los países del norte.


Foto de P. Hersch

Sin embargo, lo que cabe resaltar en la contrastación respecto a la versión neoyorquina de esa marcha -referencial por haber sido la pionera- es un componente añadido, no nuevo pero significativo, que es la participación de contingentes específicos de organizaciones e instituciones, comprendiendo aquellas que no son exclusivas del colectivo que se manifiesta e incluyendo a quienes, no siendo homosexuales, se pronuncian con ellos: contingentes por determinadas profesiones, por credo religioso, incluso por empresas comerciales y universidades. Los integrantes no heterosexuales de esas instituciones marcharon enmarcados en ellas: personal médico, agrupaciones de abogados, de profesores, integrantes de empresas grandes y pequeñas, desde Delta Airlines, AT&T, Citibank o Google hasta restaurantes, cafés, y comercios diversos cuyo giro no necesariamente tiene que ver con una clientela específicamente homosexual; em ese marco, marcharon también bomberos de la ciudad  con sus vehículos –quién sabe si en prevención ante un incremento de temperatura añadido al propio del verano– polícías uniformados, integrantes del ejército con sus banderas y galones, e incluso “boy scouts” con sus insignias, y a su vez diversas denominaciones cristianas, núcleos de católicos, judíos, ortodoxos, y contingentes representativos de culturas de la India, de Indonesia, de China, de Corea, agrupaciones de afroamericanos, de caribeños, así como de integrantes de oficinas gubernamentales, de centros universitarios y de grupos de apoyo educativo y jurídico, entre otros.


Foto de L. González

También desfiló en la quinta avenida de Nueva York una bandera de México, en cuyo color rojo tenía escrita una leyenda en español, advirtiendo con dignidad y claridad una precisión compartida por muchos: “Peña Nieto no es mi presidente”.  Al lado, en un contingente a favor de la libertad de diversos presos políticos en el mundo, particularmente significativo porque subvierte aires narcisistas y expande el foco de atención más allá de un colectivo social específico y lo proyecta al sistema de exclusión y desigualdad imperante en el planeta, otra manifestante portaba un cartel demandando la liberación de Néstora Salgado, en efecto, presa política en un penal de alta seguridad a muchos kilómetros de su pueblo, recluida en los hechos por comandar a la policía comunitaria de Olinalá, formada como respuesta ciudadana ante la inseguridad e impunidad ya intolerable en ese pueblo de artesanos y en todo el país. Como sucede con el caso del encarcelamiento de José Manuel Mireles, ¿Qué manifestación más clara de la temblorina que aflige a los funcionarios y políticos profesionales ante su verdadero satán, que es la respuesta ciudadana organizada?  Así, en el seno de una marcha por el orgullo gay, lejos y a la vez cerca de Olinalá, aparecen una bandera y un cartel denunciando la campaña de intimidación instrumentada contra los movimientos sociales, criminalizados porque reivindican su oposición a la injusticia y la impunidad imperantes hoy en México.


Foto de P. Hersch


Foto de P. Hersch

Pero volvamos a la marcha neoyorquina y sus contingentes por instituciones públicas, por empresas privadas, por organizaciones de apoyo parental y jurídico. Imaginemos en México, o en Cuernavaca, o en  Ciudad Juárez o en Puebla, desfilando con sus respectivos emblemas institucionales, los contingentes no heterosexuales que laboran en el INAH, en la SEP, en la Sedena, en la Policía Judicial, o por facultades de la UNAM, o del IPN, o desfilando agrupados por franquicias políticas o religiosas, o contingentes de empleados de alguna cadena de farmacias o de tiendas de lo que sea, o de empleados y ejecutivos de Telmex o de Televisa, o de los bancos, o los integrantes de determinadas parroquias católicas o de templos evangélicos, o contingentes del alto clero, o de plano, los no heterosexuales del narco, de la Policía Comunitaria, del EZLN, del CISEN, o de los masones, o los de los gremios de vendedores ambulantes, o de los sindicatos, o de la mayoría de diputadillos y senadorzuelos que debieran ocupar las crujías de alta seguridad, sólo por mencionar algunos ejemplos.  


Foto de P. Hersch


Foto de P. Hersch

Pues a eso no hemos llegado. Hay algunos colectivos que han marchado en México en función de su adscripción laboral, como es el caso de la empresa American Express, pero no se trata de un elemento estructurante de la marcha. De hecho, el componente reivindicativo-voluptuoso en su notoriedad se refleja en las representaciones humorísticas interesantes que del mismo se hacen en nuestro país, como es el caso de una excelente viñeta del agudo caricaturista Víctor Solís, relativa a dos osos polares desconcertados en una marcha del orgullo gay, presentada como parte en una reciente exposición en las rejas verdes del parque de Chapultepec.


Foto de P. Hersch


Foto de L. González


Foto de P. Hersch

En todo caso, el banderío de barras y estrellas que portaban muchos de los marchantes en Nueva York no es tampoco como para ver en ello necesariamente aspiraciones de mucha universalidad. Tampoco era el foro, se puede aducir.

Esas expresiones genuinas de apertura en la marcha neoyorquina y el llamado esencial a la inclusión que transmiten sus participantes resultan aparentemente paradójicas en un país cuyo gobierno marcha en atropello por el mundo, con su gris y a menudo ensangrentada bandera de exclusión, control y terrorismo.


Foto de P. Hersch


Foto de L. González


Foto de P. Hersch

Toda marcha tiene su contexto. Y es que la diversidad sexual, en numerosos casos, en muchas vidas, se encuentra marcada a su vez por la precariedad material, y también por la carencia estructural y sus múltiples caras, incluyendo las de índole educativa y sanitaria. Se diría que la atmósfera de desasosiego general que se respira en el país permea sus marchas.


Foto de P. Hersch


Foto de P. Hersch


Foto de P. Hersch

En la marcha del 2014 llevada a cabo en la ciudad de México, es significativa una imagen donde los participantes portan pancartas denunciando la más violenta y definitiva exclusión con el siguiente texto:

  “Eeeeeeeeeeeeh PUUUTO es la última palabra que miles de personas han escuchado antes de ser asesinadas”


(http://i.sdpnoticias.com/notas/2014/06/28/190358_Aspectos_Marcha_Gay11_1.jpg)

Entre los estudios de salud pública realizados en México para explorar las condiciones de la población no heterosexual destaca el ya algo añejo pero relevante trabajo de Ortiz-Hernández y García-Torres (2005), quienes exploraron los efectos que en el campo de la salud mental tiene la discriminación y la violencia en este conjunto social en la Ciudad de México. Las formas de discriminación que figuraron como más frecuentes en el estudio fueron el no ser contratados en un empleo, la amenaza, extorsión y detención por policías y el maltrato por parte de empleados. A su vez, las formas de violencia más frecuentes fueron a las ofensas verbales, el acoso sexual, el asalto, la persecución y las amenazas verbales. Los varones bisexuales y homosexuales sufrieron mayor proporción de ofensas verbales, mientras que las mujeres bisexuales y homosexuales sufrieron mayor proporción de agresiones físicas. En cuanto a efectos en el campo de la salud mental resultantes de la discriminación y la violencia a bisexuales y homosexuales fueron la ideación suicida, el intento mismo de suicidio, la sintomatología de transtornos mentales comunes y el riesgo de alcoholismo fueron mayores que los inferibles entre la población heterosexual, en una clara construcción social, con diversos grados de relación con otros factores asociados, como el sufrir o atestiguar agresiones físicas a conocidos, el maltrato en el trabajo, en la obtención de vivienda y en la de servicios diversos (2005: 917).

En ese marco, los efectos negativos en la salud abarcan una gama que va desde los evidentes resultantes de las agresiones físicas -incluidos los homicidios-[2] hasta diversos grados y procesos de depresión, baja autoestima, ansiedad, miedo (2005: 922). Las políticas públicas visibilizan aun insuficientemente esta situación, en la carencia de programas específicos suficientes y adecuados; se trata, sin duda, de otra realidad soslayada en el campo de la bioepidemiología dominante.

Las  demandas de respeto pleno por parte del colectivo homosexual son a su vez exigencias de salud pública por parte de un conjunto social que se niega a seguir pagando cara su condición o elección de género, en el marco de una sociedad intrusiva –que no incluyente– que continúa, con variantes, manteniendo una actitud homofóbica y/o de estigmatización, incluso por parte de profesionales sanitarios formados bajo la idea de que la homosexualidad es una enfermedad o una forma de inadaptación social (Ortiz-Hernández y García-Torres, 2005: 914; Infante y cols., 2006). Sin embargo, aunque aparecen cambios progresivos en la percepción social del tema, destacándose una actitud mayor de aceptación entre menores de cincuenta años de edad (Consulta Mitofsky, 2007, en Immigration and Refugee Board of Canada, 2007)[3], la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, luego de un estudio en torno al tema, concluyó que el gobierno federal ha fallado en diseñar políticas públicas para los no heterosexuales. A pesar de ello, las autoridades federales, en un autismo que persiste, se niegan a responder ante las demandas de los grupos de diversidad sexual en torno a la formulación de un programa social integral para las comunidades no heterosexuales, con protocolos de atención contra crímenes de odio, garantías de seguridad social y una ley para la población transexual (Camacho, 2014).

En todo caso, no es lo mismo ser no heterosexual con recursos y oportunidades que sin ellos. Las precariedades políticas y económicas truncan violentamente, o hacen más difícil la empresa de quienes viven su elección o su condición de género al margen de los roles heterosexuales. La homofobia y el machismo no existen  aislados de la gama de lastres articulados que conforman el escenario de exclusión y desigualdad con que nos topamos cada día.  Así, el paso a una sociedad incluyente no puede ser dado en ausencia de un proceso de inclusión en todos sus flancos: el económico, el laboral, el cultural, el de género. El dispositivo patogénico estructural de la colonialidad heredada incluye todos esos flancos, de modo que la empresa hoy vital y determinante de la decolonialidad implica su abordaje simultáneo y concertado. La soberanía y la dignidad a rescatar, asediadas como se encuentran en este periodo de degradación política institucionalizada y de entreguismo oficial, pasan sin duda por ese abordaje integral cuyo único referente valedero es la participación de base.

 

Referencias

  • Camacho Servín, Fernando, “Acaba sin resultados conciliación entre gobierno y grupos de diversidad sexual”, diario La Jornada, 14 de agosto de 2014, pág. 21.
  • Immigration and Refugee Board of Canada, 2007, “Mexico: situation and treatment of homosexuals (2006 -may 2007)”, Doc. MEX102518.E, Research Directorate, Ottawa. Disponible en: http://www.justice.gov/eoir/vll/country/canada_coi/mexico/MEX102518.E.pdf
  • Infante, C.; Zarco, A.; Cuadra, S.M.; Morrison, K.; Caballero, M. Bronfman, M. y C. Magis, 2007, “El estigma asociado al VIH/SIDA: el caso de los prestadores de servicios de salud en México”, Salud Pública de México, 48(2): 141-150. Disponible en: http://www.scielo.org.mx/pdf/spm/v48n2/29726.pdf
  • Ortiz-Hernández, Luis y María Isabel García-Torres, 2005, “Efectos de la violencia y la discriminación en la salud mental de bisexuales, lesbianas y homosexuales de la Ciudad de México”, Cadernos de Saúde Publica, 21(3): 913-925. Disponible en: http://www.scielo.br/pdf/csp/v21n3/26.pdf

 

Anexo: Otras imágenes fotográficas de la marcha neoyorquina

 

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Algunas imágenes de la marcha del orgullo gay 2014 en la ciudad de México

 

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[1]  El antecedente inmediato de la primera marcha fue la represión  policiaca ejercida contra homosexuales en el bar Stonewall Inn, en Greenwich Village, el 28 de junio de 1969 (véase http://en.wikipedia.org/wiki/LGBT_Pride_March_(New_York_City)

[2]  En cifras requeridas ya de actualización, la Comisión Ciudadana contra los Crímenes de Odio por Homofobia calculó que entre 1995 y 2000 ocurrieron en México 213 asesinatos contra homosexuales, caracterizados por la brutalidad y violencia extrema con que se perpetraron. Dado el subregistro, la cifra tendría al menos que multiplicarse por tres para ese mismo lapso (citado por Ortiz-Hernández y García-Torres; 2005: 913). Se trata de cifras previas a la exacerbación de la violencia general, favorecida por las políticas públicas en el sexenio calderonista.