Las memorias como tejido de la resistencia

Resumen

El presente texto es una reflexión que parte de lo que fue el acompañamiento y escucha de los testimonios públicos de sobrevivientes y familiares de víctimas de la violencia de Estado, del periodo de 1965 a 1990. Por ello, las intuiciones vertidas en el documento son aprendizajes del diálogo y pretenden proponer una forma de abordar la memoria desde la pluralidad, como un conjunto polifónico de relatos que sostienen, con dignidad y fortaleza, la verdad de los sobrevivientes y las familias de víctimas, a través del tejido de experiencias de represión y resistencia. Particularmente el documento se enfoca en las memorias sobre Tomás Pérez Francisco, campesino totonaco desaparecido el 1 de mayo de 1990.

 

Introducción

La violencia sociopolítica en México, durante los años de 1960 a 1990, se gestó en un contexto mundial en el que las revoluciones y los movimientos populares posibilitaron imaginar la utopía. No obstante, para los grupos de poder, las implicaciones de esta posibilidad fueron consideradas como perjudiciales, por ello participaron en el diseño de una estrategia contra las ideas que representaban un riesgo a la hegemonía capitalista y heteropatriarcal.

En este marco, el Estado empleó su aparato represor para desmovilizar a los grupos y comunidades, a través de estrategias que perfeccionó con la experiencia y el entrenamiento en escuelas extranjeras. Para ello, concibió un circuito del horror que trastocó la vida de cientos de personas y arrasó con el tejido social comunitario.

De esta manera, la violencia, monopolizada por el Estado y validada desde el moralismo, se expresó en todas sus posibilidades: como violencia física cortó, disparó, torturó y arrebató al cuerpo la vida; como violencia psicológica intimidó, amenazó, despertó pesadillas y ahuyentó al sueño, desgastó el sentido de vida, sembró la desconfianza, aniquiló la fe, desató el miedo, corrompió las creencias básicas en torno al mundo como un lugar seguro, rompió afectos y desarticuló vínculos; como violencia comunitaria generó rupturas entre vecinos, movilizó la traición y estigmatización, impuso una verdad y manipuló la moral para justificar el terror, desacralizó los rituales y tradiciones e irrumpió con discursos que colocan al progreso en el centro y al dinero como el motor fundamental de la vida; como violencia social impulsó el racismo, la aporofobia y la discriminación contra disidencias sexo-genéricas y comunidades indígenas, oficializó la verdad, negando la infamia y creó al enemigo público como un sujeto social disidente.


Imagen 1. Tomás Pérez Francisco. Colectivo Huellas de la Memoria.

En este contexto, las violencias sociopolíticas tuvieron como función generar el caos para poder impulsar un proyecto económico y político de nación, acorde a los estándares globales y a las demandas del sistema que se estaba gestando: el neoliberalismo.

No obstante, a pesar de la magnitud de los daños e impactos que dejó la violencia de Estado, las personas sobrevivientes y familiares de víctimas se volcaron en la memoria para sostener la verdad que pretendió ser borrada y así, guardar fragmentos sensitivos de la experiencia disidente. De esta manera, la memoria fue el espacio donde la dignidad congregó a la verdad y resiste al olvido impuesto por un proyecto de nación que pretendió borrar, negar, desaparecer y aniquilar.

 

Puntualizaciones sobre la memoria

La memoria es individual y colectiva, es sobre el pasado, se actualiza en el presente e impulsa futuros posibles; la memoria es sensitiva y custodia los afectos; la memoria es dignidad, identidad y fortaleza; la memoria es lucha y justicia. La memoria es una y muchas, la memoria es un tejido de relatos, afectos y sueños que permite a los que la emulan, particularmente en marcos de violaciones a derechos humanos, sostener la verdad, exigir justicia, reivindicar la vida y la lucha.

En este ensayo se presenta un tejido de relatos sobre las memorias en torno a un campesino totonaco de la sierra norte de Puebla, desaparecido el 1 de mayo de 1990 a causa de su participación en los movimientos por el derecho a la tierra: Tomás Pérez Francisco.

A través de la pluralidad de voces que conforman el tejido del relato se pretende posicionar a la memoria como un espacio afectivo e íntimo, con ecos que permitan la construcción de una justicia social y comunitaria, más allá de la llamada reparación del daño. De esta manera, la memoria se propone como centro de verdad y no repetición; pero corresponde al Estado asumir su papel y su responsabilidad en los hechos del pasado y en la impunidad del presente, garantizar la verdad, justicia, reparación y no repetición, poniendo en el centro a los sobrevivientes y familiares de víctimas, con una perspectiva interseccional y transversal.

 

La memoria como tejido que sostiene e impulsa la verdad, la justicia y la no repetición

María del Pilar Francisco Luis fue una mujer totonaca monolingüe que tejió caminos para la búsqueda de su hijo, Tomás Pérez Francisco, desaparecido el 1 de mayo de 1990 en Pantepec, Puebla. Él fue parte de un movimiento organizado de campesinos totonacos que reclamaron su derecho sobre las tierras, en este marco, se enfrentaron contra el poder caciquil de terratenientes en la región. No obstante, y debido a la desigualdad sostenida por la impunidad, las consecuencias fueron devastadoras: masacres, homicidios, detenciones arbitrarias, tortura y desaparición forzada de campesinos indígenas, hombres y mujeres.[1]

Ante los delitos cometidos por los guardias blancas, el Estado cayó, participando con su silencio en la comisión de otras infamias. Sin embargo, la omisión es recordada por las familias, por las personas de la comunidad que fueron testigos de los hechos y que guardan con celo las memorias de la ignominia, pero también conservan otras, memorias de la esperanza, de la valentía, memorias sobre la digna rabia que sostuvo la lucha de los que fueron reprimidos. Así, estas últimas están ahí, son identidad y también propósito, Guadalupe Pérez lo expresa de la siguiente manera: “La memoria es identidad, pero la memoria también es donde nos hemos sostenido para que no nos caigamos cuando la fuerza se quiere ir, cuando la rabia se hace más grande, cuando las puertas del Estado mexicano se nos cierran en la cara”.[2]

Guadalupe Pérez, hijo de Tomás Pérez y nieto de María del Pilar Francisco, es heredero de las memorias, particularmente de las que hablan de su padre, de su lucha, de sus compañeros y compañeras. Asimismo, ha creado otras memorias, las de un Estado fallido que es incapaz, omiso, ausente y mediocre en la búsqueda de Tomás, desde hace 34 años. En este marco de impunidad, Guadalupe continúa hilando los relatos del pasado, narrando una y otra vez los hechos sobre la desaparición de su padre, nombrando a los sospechosos, contrastando los relatos de testigos, participando en colectivos de familias buscadoras y colaborando con instituciones del estado y con organismos internacionales.


Imagen 2. Guadalupe Pérez Rodríguez, hijo de Tomás Pérez Francisco. Fotografía de Julio César Martínez.

María del Pilar, madre de Tomás; Juana María Rodríguez, esposa de Tomás; Guadalupe Pérez Rodríguez, hijo de Tomás y Juana, así como varios integrantes de la familia cercana, han tejido con sus relatos sobre Tomás Pérez Francisco una urdimbre polifónica y multiforme. Ésta, a veces se torna nostálgica, develando imágenes de la vida pasada, una danza en la que se mezclan las fiestas, los abrazos dados, las palabras compartidas y arraigadas en lo más profundo del corazón, incluso se perciben los sonidos, las voces de lo que alguna vez fue la vida antes.

En ocasiones, particularmente durante la búsqueda y exigencia de justicia, la urdimbre adquiere rigidez y notable firmeza, en ésta se expone la infamia, o mejor dicho las infamias concatenadas que devinieron en 34 años sin saber dónde está Tomás, 34 años de una ausencia presente y doliente, en 34 años sin castigo a los responsables, en 34 años de impunidad e indolencia. Es así que concentra la rabia y la tristeza, pero también se nutre de las voces del amor por Tomás, del profundo deseo de saber dónde está. Por tanto, es la posibilidad del encuentro lo que refuerza, sostiene e impulsa.

Asimismo, la urdimbre también permite unir el pasado con el presente, incluso alcanza a llegar hasta el futuro. Cada relato sobre Tomás, los que dan cuenta de su lucha, su valentía y solidaridad; así como aquellos que hablan sobre las infamias, constituyen un mapa hacia la justicia que la familia ha trazado desde su experiencia en procesos de búsqueda, verdad, castigo a los culpables y reparación del daño. Así, esta red polifónica y multiforme es un registro complejo en el que se expone la experiencia de transitar la desaparición de un ser amado en un país indolente. Guadalupe Pérez lo expresa de la siguiente manera:

Creo que es pertinente tener este tipo de diálogos para que podamos de viva voz dar nuestra palabra, nuestro pensamiento, nuestro sentir; que nos permita ir conectando con las diferentes racionalidades, con otras experiencias que se han tenido para ir juntando, precisamente, esos dolores, pero también esas resistencias que no solamente nos quedemos narrando el horror, sino también celebrando y reconociendo la vida de quienes no están, porque creo que en síntesis algo que nos conecta es esa lucha por la vida en sus diferentes formas, en sus diferentes apreciaciones y en sus diferentes territorios.[3]

 

Memorias y verdad

Así como la familia de Tomás Pérez Francisco, en México hay cientos de hijos e hijas que continúan tejiendo una red de relatos sobre sus seres amados, desaparecidos durante el periodo de la violencia política que va de 1965 a 1990. Los protagonistas de estos relatos están en el centro de la polifonía, en la que se escuchan sus nombres, sus experiencias de lucha y los contextos en los que decidieron actuar. La variedad de historias va tejiendo un manto multiforme, que descubre un período histórico preciso, exponiendo una historia paralela a la verdad oficial.

Cada hebra contiene un recuerdo, la imagen sensorial (visual, auditiva y hasta olfativa) del pasado. En el tejido, las hebras se enlazan para formar relatos estremecedores, porque no solo hablan de la persona sobre la que se vuelcan las memorias, sino que contiene su experiencia viva: las motivaciones, reflexiones, hechos, contextos, relaciones, incluso secretos expresados en un “se dice que…”

Las memorias, esa urdimbre polifónica y multiforme, reconstruyen una experiencia del pasado, pero también reflejan la disputa en el presente por el derecho a ser encontrado, a reconocer la vivencia y, con ello, desarticular la impunidad que sostiene el ocultamiento de la verdad sobre qué pasó con Tomás y sus compañeros y compañeras totonacas, organizados para luchar por el derecho a la tierra, a la justicia social.


Imagen 3. Acuarela “El silencio en la cultura castrense”, Kabeza, 2025.

Finalmente, es en el reconocimiento de esa experiencia de vida que aguarda la visibilización de una experiencia colectiva, la de los grupos campesinos que compartieron la indignación frente al despojo y el enriquecimiento extractivista de unos pocos; así, frente a la injusticia, se organizaron y reclamaron su derecho a la tierra, a sembrar y cuidar los territorios. Así lo plantea Guadalupe Pérez Francisco:

Al día de hoy la comunidad de la sabana no existe, solo en la narrativa de nuestras abuelas, de nuestros abuelos y de quienes huyeron para poder sobrevivir; pues son quienes saben que esta comunidad existió, como muchas otras más, querían existir, peleaban su derecho a vivir, a tener su sus tierras; pero pues la represión les llevó a no ser eso… esto no es algo que surgió de manera aislada, sino que fue un plan que se dio, sobre todo en las comunidades campesinas, y por eso cuando se habla de guerra sucia surge algún comentario, alguna pregunta y alguna invitación a pensar no solo hacia los movimientos armados, sino también hacia los movimientos sociales, los movimientos campesinos. Creo que esa perspectiva nos falta reivindicar y reconocer la participación de mujeres y de hombres de pueblos indígenas.[4]

 

Memorias y justicia

Las memorias en torno a las personas desaparecidas o de otras víctimas de la violencia política en México, durante el periodo de 1965 a 1990, revelan hechos atroces, descritos en el código civil como delitos, pero cometidos por agentes estatales o por grupos auspiciados o solapados por el estado, por ello, son nombrados violaciones a derechos humanos.

La polifonía sobre las memorias del horror revela nombres de personajes perversos; algunos, cubiertos por el manto de la impunidad, están jubilados; quizá algunos hayan sido condecorados durante su trayectoria, probablemente son padres, y ahora abuelos de familia; es posible que en el ocaso de sus vidas sus últimas reflexiones no alcancen a tocar los periodos en los que el “deber patriótico” les llevó a torturar, matar y desaparecer personas cuyo delito fue defender su derecho a ser, estar y vivir dignamente.

No obstante, a pesar de la calma y el sosiego de los responsables de violaciones graves a los derechos humanos (VVGGDDHH) que tienen memoria selectiva; los testigos, las víctimas y los sobrevivientes de la violencia política recuerdan, observan, retienen y aguardan por los espacios en los que las memorias expongan, con toda su furia contenida, a los sujetos que cometieron o son cómplices de masacres, homicidios, detenciones arbitrarias, torturas y desaparición de personas.

Por ahora, y ante la falta de castigo a los culpables, las memorias conservan la imagen y los nombres de los responsables del horror y de sus encubridores, es decir, los agentes del estado que continúan obstruyendo la justicia, que extravían los expedientes de investigación, borran pruebas, niegan hechos, son ineficientes e ineptos.

En este marco, las memorias se vuelven un mapa que reconstruye el tránsito en un territorio impune: los obstáculos, las contradicciones, los atajos y los caminos posibles; asimismo, nombra y etiqueta lo que encuentra en ese camino hacia la justicia. En el caso de Tomás Pérez Francisco, la familia custodia los relatos sobre el camino que inició María del Pilar Francisco, pero también conserva las pruebas que acompañan las dificultades y los avances que han tenido, durante 34 años, en la investigación. Guadalupe Pérez lo expresa de la siguiente manera:

Fue hasta abril de 2009 que por fin pudimos conseguir una copia de esa denuncia, para que no nada más fuera nuestro relato, nuestro dicho frente a una institución del estado, sino que más bien fuera precisamente lo que ellos hicieron, pero sobre todo lo que ellos no hicieron, porque ahí, por ejemplo, quien le tocaba hacer la investigación por la desaparición era el comandante de la policía judicial, Mario Romero Papaqui, pero este mismo comandante estuvo participando en la represión que se dio a en la comunidad de la Sabana hacia finales de 1989, y también cuando a principios de 1990 se dieron diferentes detenciones, pues él también estuvo participando en el Rancho Las Palmas, que fue el lugar que la asociación ganadera local destinó como su lugar de operaciones para dar esta represión que finalmente llevó a la eliminación de esta comunidad.[5]

 

Las memorias están ahí, presentes, y aguardan el momento para exponer los escollos y revelar a los que están detrás.

 

Memorias y reparación

Las familias y personas cercanas a las víctimas, así como las personas sobrevivientes, custodian las memorias de lo que pasó, de la infamia cometida contra comunidades, familias y personas, de la desacralización de la vida, de la transgresión del cuerpo. Las memorias del horror son tangibles, inenarrables, están atestadas de sensaciones, desde aquellas que resultan despreciables hasta las que sostienen la esperanza.

En ocasiones, las memorias del horror se revisten de olvidos selectivos, ocultándose para protegerse del dolor y la angustia que provoca la crueldad. No obstante, las memorias sobre el horror también son conservadas para denunciar la infamia, para visibilizar los alcances de la represión y, con ello, evitar que esto vuelva a pasar. Primo Levi, sobreviviente del Holocausto, quien escribió sus memorias de lo vivido en los campos de concentración nazi, destacó la obligación de narrar estas historias: “no es lícito olvidar, no es lícito callar. Si nosotros callamos, ¿quién hablará?”[6]

Enunciar experiencias del horror es una forma de resistir ante la impunidad que pretende negar y borrar las violaciones a derechos humanos. Sin embargo, en ocasiones las familias, los sobrevivientes e, incluso, la sociedad, no cuentan con palabras que puedan expresar lo inconcebible, lo desconcertante que resulta la violencia y la crueldad con la que el estado transgredió los límites de la dignidad humana.

La experiencia del horror se vuelve inenarrable porque no hay palabras que logren expresar la complejidad sensitiva que explota frente a lo inconcebible, por ello, el vocabulario que se ha construido desde la legislatura para nombrar lo vivido, así como para reportar los daños y proponer medidas de reparación, es insuficiente o está limitado. En la experiencia de la familia de Tomás Pérez Francisco, también refieren que las diferencias culturales son un factor que dificulta la comprensión de los impactos de la desaparición forzada para los pueblos totonacas y, a causa de lo anterior, se limitan las acciones para abordar las afectaciones. Frente a esto, la propuesta es incorporar un lenguaje más amplio que permita a las familias integrar la complejidad de la experiencia de búsqueda y justicia:

Reparas un objeto, un vehículo, la casa misma la vas reparando, pero creo que a las personas no es lo que les aplica. Que si bien entiendo es parte del estándar en derechos humanos, pero también ese estándar no tiene que ser inamovible, no tiene que ser como una camisa de fuerza, sino que también tendríamos que estar repensando la misma reparación, sobre todo cuando estamos hablando de mucho tiempo, de décadas viviendo, por un lado, la incertidumbre, por un lado, la rabia por la impunidad, pero también así, a la par, pues viviendo y celebrando la vida de quienes no están. Puede sonar un poco contradictorio, pero creo que si lo miramos de fondo no tiene nada de contradictorio, porque eso es lo que nos permite sostenernos en este caminar.[7]

 

Por tanto, es fundamental que en los procesos de justicia y reparación,  las memorias de las personas sobrevivientes y familiares de víctimas reconstruyan la compleja urdimbre sobre lo que pasó, quiénes son los responsables, cuáles son los impactos de las violaciones a derechos humanos y de la impunidad; pero también es prioritario integrar las voces que dan cuenta de la lucha, la resistencia, lo que sostiene y esperanza, ya que es en estas memorias donde las personas  conectan puentes hacia formas de justicia integral y colectiva.

 

Referencias

  • Levi, Primo (with Gómez Bedate, P.) (2001). Los hundidos y los salvados. Personalia de Muchnik Editores.
  • Mecanismo para la Verdad y el Esclarecimiento Histórico, colección Fue el Estado: 1965-1990. México: Segob/MEH.
  • Diálogos por la Verdad Zona Centro. CDMX. 03 de mayo de 2023. Guadalupe es hijo de Tomás Pérez Francisco, víctima de desaparición forzada desde el 1º de mayo de 1990. Disponible en: https://www.youtube.com/live/YyQgRerHRr0?si=R-gjfA4DoGDAv1bS&t=22582
  • Foro “Procesos de Verdad, Memoria y Justicia en México. La situación actual y los cambios que se requieren, una propuesta desde la colectividad”. CDMX a 03 de septiembre de 2023. Guadalupe es hijo de Tomás Pérez Francisco, víctima de desaparición forzada desde el 1 de mayo de 1990. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=yl7P-G99ork&t=5192s

 

Notas: 

[1] Mecanismo para la Verdad y el Esclarecimiento Histórico, colección Fue el Estado: 1965-1990, Vol. 2, parte 1. México: Segob/MEH.

[2] Fragmento del testimonio público emitido en los Diálogos por la Verdad Zona Centro. CDMX a 03 de mayo de 2023. Guadalupe es hijo de Tomás Pérez Francisco, víctima de desaparición forzada desde el 1 de mayo de 1990. Disponible en: https://www.youtube.com/live/YyQgRerHRr0?si=R-gjfA4DoGDAv1bS&t=22582

[3] Fragmento de la participación en la tercera sesión del Foro “Procesos de Verdad, Memoria y Justicia en México. La situación actual y los cambios que se requieren, una propuesta desde la colectividad”. CDMX a 03 de septiembre de 2023. Guadalupe es hijo de Tomás Pérez Francisco, víctima de desaparición forzada desde el 1 de mayo de 1990. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=yl7P-G99ork&t=5192s

[4] Ídem.   

[5]Ídem.   

[6] Levi, Primo (with Gómez Bedate, P.). (2001). Los hundidos y los salvados. Personalia de Muchnik Editores.

[7] Ibid.