El INAH en el escenario actual. La destrucción del sitio arqueológico de Tlaltizapán, Morelos ¿Conservar, investigar, difundir o atropellar?

El sentido del Instituto Nacional de Antropología e Historia surge en su estado más puro en la época cardenista, en 1939. Los principales objetivos se dirigían a la conservación/ restauración del patrimonio nacional, la investigación de las comunidades, sus prácticas y la difusión de las dos anteriores;[1] de ello se desprende como la tarea más importante implícita a cumplir, la de la reciprocidad y vinculación adecuada con las poblaciones con quienes se trabaja. De tal forma que desde aquel lejano 1939 han pasado ochenta años, durante los cuales el INAH ha tenido un papel determinante en la construcción identitaria de México.

El contexto actual de la modernidad desbordada, a nivel teórico y como hecho observable a través de prácticas culturales y medios de comunicación (Appadurai, 2001), implica la obligación de interpelar los procesos que han transformado nuestras dinámicas sociales en un escenario de largo alcance, donde la modernización atiende, como afirma Trouillot (2011:84) las características materiales y organizacionales del capitalismo mundial y los aspectos del desarrollo del capitalismo que reorganizan el espacio con explícitos propósitos económicos y políticos. En ese sentido, consideramos necesario repensar cómo se posiciona el Instituto Nacional de Antropología e Historia frente a los conflictos socioambientales y territoriales[2] y frente al modelo actual de desarrollo que tiende a mercantilizar, desproteger y despojar el territorio y, por tanto, a deslegitimar e ignorar la participación social de las comunidades que dan sentido al trabajo de este Instituto.

En el escenario actual, tejer voces y posturas demanda una diversidad metodológica para acercarnos a los conflictos sociales, territoriales y culturales; así, coincidimos con Restrepo cuando afirma que “desde la etnografía y la historización situadas y contextuales, la colonialidad visibilizaría las obliteraciones, las violencias, las exterioridades y los impensables constitutivos de racionalidades, técnicas y subjetividades articuladas en torno a la modernidad” (2011:150). Por lo tanto, nuestro análisis parte de componentes etnográficos delineados en espacio y tiempo en un territorio con particularidades sugerentes, para entender los procesos sociales en la actualidad. En ese sentido, desde nuestra vivencia particular como vecinos de Tlaltizapán, un municipio enclavado en el sur del estado de Morelos, y a propósito del caso que nos ocupa, nos preguntamos: ¿Cuál es la tarea del INAH actualmente?

 

Tlaltizapán, Morelos: el escenario cíclico

Los procesos sociales que hoy nos interesan tienen raíces profundas, que remiten a “la incomprensión del presente [que] nace fatalmente de la ignorancia del pasado. Pero quizá es igualmente vano esforzarse por comprender el pasado, si no se sabe nada del presente” (Bloch, 2001:70-71); es decir, desde la historización situada y contextual es necesario comprender los vínculos continuos del presente con el pasado.

En ese sentido el estado de Morelos, pensado como cuna del corrido, de las trovas y “bolas” surianas, y en el marco del pensamiento ideológico de la Revolución Mexicana, se ha configurado bajo constantes luchas sociales frente a las lógicas externas que amenazan la vida y el territorio. Como bien sabemos, Tlaltizapán, y ahí el Cuartel General de Zapata, se convirtieron en un emplazamiento geográfico emblemático de la Revolución del Sur, lugar en donde emerge un corrido suriano que parece resumir experiencias pasadas traídas al presente. La “bola” dedicada al sitio de Tlaltizapán evoca la tradición oral de la comunidad, donde argumenta:

 

Voy a recordar del 13 de agosto

de mil quinientos veintiuno

en que a conquistar vino el asqueroso

Cortés a este suelo puro;

fue Tenochtitlán el sitio luctuoso,

que contempló taciturno

una mortandad que llenó de gozo

al trono ibero y de orgullo.

 

Después de cuatro centurias,

según poco más o menos,

volvió otra vez esta espuria,

fecha escrita a sangre y fuego;

ahí Cortés cruel tortura,

aquí Carrión dio un degüello

año 16 ¡qué injuria! 13 de agosto, recuerdo.

 

A la hermosa Villa de Tlaltizapán,

en domingo por desdicha,

 […]

 

La humanidad en su mente,

triste este caso deplora,

y juzgo que eternamente grabará

ya en su memoria

el mes de agosto el día 13,

fecha infeliz y notoria

donde guardará por siempre,

en páginas de la historia.

 

(Marciano Silva)

 

Esta escena se ubica en la colonialidad del poder, referida por Quijano como un patrón de dominación social de largo alcance y elemento constructor de las relaciones de poder, en el sistema-mundo moderno-capitalista (2000). Así pues, los elementos y procesos históricos de la “bola” suriana denuncian la imposición, la destrucción, la masacre y la violencia exacerbada de la modernidad, instaurada desde un 13 de agosto de 1521 en nuestro territorio. Luego, el mismo corrido alude a la matanza perpetrada por las fuerzas carrancistas en Tlaltizapán, con los mártires del 13 de agosto de 1916, generando terror en la comunidad.

Como bien apunta Pineda (2016), durante el año 1916 el estado de Morelos se cubrió de discursos y prácticas venidas desde las estructuras de poder dominantes, que marcaron un escenario de racismo, esclavitud y muerte sin precedentes en la región. De modo que en el exterminio que las fuerzas carrancistas planearon y perpetraron contra la revolución campesina hubo civiles indefensos muertos en varios pueblos de Morelos, y ése fue el escenario de Tlaltizapán y Jiutepec. En el caso de Tlaltizapán, la masacre acontecida en este sureño municipio en 1916 ocurrió un 15 de junio, asesinando a mansalva a 283 habitantes de la comunidad (Womack, 1969).


Fuente: Raúl García (marzo-2019)

No obstante, desde el corrido suriano, como expresión de conciencia donde “el cantor de Morelos fue un auténtico portavoz de su pueblo y un guardián calificado de su memoria histórica y de su identidad cultural” (Hèau, 1989:113-114) comprendemos que la “bola” del sitio de Tlaltizapán expresa cómo “la memoria colectiva se desarrolla dentro de un marco espacial” (Halbwash, 1990:23); es decir, desde la memoria social de la comunidad, los mártires de 1916 se asocian al 13 de agosto, fecha en que se rememora aquella barbarie cometida por el Estado y justificada a través de la actualización estructural de la dominación social, impuesta de hecho en estos escenarios desde el siglo XVI. De modo que, tal como lo expresa la “bola” suriana de Marciano Silva, la colonialidad del poder recorre los espacios violentados desde occidente en la conquista española, y también los escenarios zapatistas ocupados por el gobierno carrancista, en 1916.

La escena que hemos ilustrado no es ajena a nuestro contexto actual, debido a que la matriz de la colonialidad instaurada hace cientos de años encuentra su nicho y se reactualiza a través de agentes específicos del Estado. En pleno siglo XXI, el municipio de Tlaltizapán se ha convertido nuevamente en el escenario que Marciano Silva relató en su “bola” suriana hace cien años, pues las lógicas externas nuevamente arribaron e impusieron voluntades ajenas, además de despreciar e ignorar las voces locales que exigían una explicación sobre lo que pasaba en su territorio.


Fuente: Raúl García (enero-2019)

 

Nuevos procesos mismo escenario: Siglo XXI

Durante 2014, una obra de infraestructura carretera irrumpió en el estado de Morelos: la autopista Siglo XXI, anunciada por Gerardo Ruiz Esparza, Secretario de Comunicaciones y Transportes (2012-2018), y también por Graco Ramírez, Gobernador entonces de Morelos (2012-2018). Estos personajes apelaron a las bondades del proyecto y la argumentación más socorrida radicó en la conexión comercial entre el Pacífico y Golfo de México. El trazo del tramo carretero, para Morelos, inició en la comunidad de Amayuca, municipio de Jantetelco, hasta culminar en Xicatlacotla, municipio de Tlaquiltenango; además, el proyecto se anunció con cuatro entronques que supuestamente conectarían las regiones de Jantetelco, San Rafael (municipio de Tlaltizapán), Jojutla y Xicatlacotla.

 

Autopista Siglo XXI en el estado de Morelos y la conexión comercial del Pacífico y Golfo de México

 

El parecer de los habitantes de las comunidades no tuvo importancia alguna. Y eso define en mucho a los megaproyectos que hoy se instauran o se pretenden instaurar por doquier. Como consecuencia, la construcción de la obra quedó marcada desde su inicio por una serie de irregularidades sostenidas por autoridades a nivel federal, estatal, y también por funcionarios del Consejo Nacional de Arqueología del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), organismo que se encargó de avalar la imposición de la autopista demoliendo a su paso 21 sitios arqueológicos, y respecto a lo cual el entonces Director del Centro INAH Morelos argumentó que “no tenían la envergadura como para provocar el cambio de dirección o suspensión de la obra”. Precisamente, este escenario particular enfrentó la comunidad de Tlaltizapán, Morelos, a través de la organización, la motivación y la salvaguardia con que defendieron, infructuosamente, su patrimonio arqueológico.

En el marco de una serie de atropellos generados en diversos municipios de la región por el paso de la autopista Siglo XXI, en Tlaltizapán, y donde no hubo disposición alguna tampoco para adecuar los trazos determinados entre empresas y gobiernos, durante los primeros días de julio de 2015, se difundió la noticia del hallazgo de vestigios arqueológicos en el campo “La Mezquitera”. Ante las declaraciones tajantes de la empresa constructora de que contaba con el pleno aval del INAH para destruir los vestigios, la comunidad se organizó con una demanda clara: “sí a la conservación del patrimonio arqueológico de nuestro pueblo” y…

En el ex Cuartel General de Zapata, el punto de referencia histórico más emblemático de la región, nuevamente nos recordó los procesos sociales que nuestros pueblos han sorteado. Para exigir solución ante la inminente destrucción de la zona arqueológica, una marcha se organizó nutrida por vecinos de la cabecera municipal y de comunidades como Bonifacio García y Ticumán, además del acompañamiento de habitantes del municipio de Zacatepec.


Fuente: Comité en Defensa de la Zona Arqueológica Despierta Tlaltizapán (Julio-2015)

Aquella mañana del 6 de julio de 2015, por las principales calles del municipio se escucharon consignas que niños, niñas, mujeres, hombres y jóvenes alzaban a una voz: “sí a la cultura, no al saqueo”; el eco de estas voces se tejía en Tlaltizapán con el bullicio de un tradicional lunes de plaza en el zócalo del pueblo, causando efecto de manera inmediata: 

Mientras ellos [los funcionarios del INAH] decían que no era tan trascendente lo que habían encontrado […] es que se empieza a organizar la gente para manifestarse, buscar una solución y no destruir los vestigios […] buscamos acercamiento con autoridades municipales, donde nos atendieron, de ahí se propuso una visita al INAH, la delegación estatal, [donde] llevamos más de 600 o 700 firmas y nos acompañó la que en ese entonces era la presidente municipal. Ahí solicitábamos que se respetara la zona, que no fuera ser destruida por la autopista, ahí fuimos atendidos por una tal Cienfuegos y nos dio una solución, la cual ¡nunca se cumplió! Montamos guardias, trámites legales, hicimos una demanda…

Testimonio anónimo, Tlaltizapán, 2018

 

La visibilidad que los habitantes le dieron a la zona arqueológica de “La Mezquitera”, en los días cruciales para que la autopista siguiera su rumbo, fue elemento fundamental para detener el paso del proyecto durante dos semanas y buscar la vinculación con funcionarios del INAH. En la comunidad había una certeza:

Era necesario defender la conservación de los vestigios encontrados, pues se consideraba que eran importantes, porque eran parte fundamental de la identidad de Tlaltizapán y como tal debían conservarse

Alma Velázquez, Tlaltizapán, Morelos, 2018.

 


Fuente: http://conurbados.com/morelos/2015/07/page/13/

Con base en la participación social de la comunidad, fue posible que un arqueólogo del INAH y su equipo estudiaran la zona, pero los pobladores nunca supieron su nombre ni el del personal que lo acompañaba, ni mucho menos la verdadera misión bajo la cual llegó; se dió por hecho que ese funcionario se guiaba bajo los principios básicos de la institución de origen cardenista en la que hasta el día de hoy labora. En tanto, las comisiones de la comunidad que montaban guardia en “La Mezquitera”, estaban en la total incertidumbre; veían entrar a los “especialistas”, pero había una marcada voluntad de omitir a la gente que defendía la zona arqueológica: simplemente no existían. No merecían diálogo alguno por parte del personal del INAH.  En ese contexto, tal como lo reportó en su momento un medio local:

Vecinos de Tlaltizapán corretearon al arqueólogo Mario Córdova Tello debido a que se negó a explicarles qué pasará con los vestigios prehispánicos […] los vecinos […] lo comenzaron a seguir para preguntar detalles del hallazgo, pero éste los ignoró y siguió su camino rumbo al cerro por el que fue perseguido por lo menos por una decena de vecinos.

(Aguilar, 2015)

 

El funcionario huye. Desde la posición arrogante del “saber” y con la representación del INAH en la comunidad, dicho personaje replicó el escenario de los “letrados e inmaculados” que se atrincheran en sus muros mentales (o echan a correr) sin querer rebajarse a dar explicaciones a las comunidades para las que supuestamente trabajan. De modo que el proceder de este arqueólogo constituye una fiel expresión de la colonialidad del saber, que denota precisamente:

una especie de arrogancia epistémica por parte de quienes se imaginan modernos y se consideran poseedores de los medios más adecuados (o incluso los únicos) de acceso a la verdad […] y, por tanto supone que pueden manipular el mundo natural o social según sus propios intereses (Restrepo y Rojas, 2010:137).

 

Sin embargo, ¿es “epistémica” esa arrogancia o es más bien, principalmente, se trata de una clara muestra de inseguridad personal y profesional? Los hechos denotan el uso de esa arrogancia para encubrir lo segundo.

Los “ignorantes” vecinos de guardia en “La Mezquitera” de Tlaltizapán desconocen la jerga técnica del arqueólogo. El saber de ellos es de otro tipo: es superior; son descendientes de quienes construyeron el sitio; su disposición no está mediada por un salario ni por la inseguridad profesional. Es una imagen que amerita reflexión: la del encuentro del burócrata que elude a toda costa al vecino que se encuentra ahí en defensa de una zona arqueológica que le es enajenada. Sin embargo, el vecino paga con los impuestos que provienen de su trabajo el salario del burócrata. Y la verdadera autoridad la encarna el vecino, tanto como la verdadera ignorancia la encarna el huidizo y arrogante funcionario. En el reparto, la dignidad solo se encuentra ubicada en uno de los polos.

Pero además, se revela una dimensión usualmente ignorada en este tipo de desencuentros, y es la de las emociones y los sentimientos. Los vecinos no van provistos solamente con argumentos racionales: su convicción conlleva, como toda convicción, un componente afectivo y emocional que a los funcionarios que manejaron el asunto no les dice nada, porque el exótico campo de las convicciones no existe.

De manera que ante el proceso de omisión y deslegitimación que funcionarios del Centro INAH Morelos orquestaron en contra del pueblo de Tlaltizapán, sólo queda para los vecinos cuestionar: ¿qué hace hoy el Instituto? pues en la práctica, al menos en el sur morelense, sus representantes se encargaron de operar en contra de la comunidad y a favor de la empresa constructora de la autopista; es decir, su participación como árbitro fue nula, vacía de credibilidad y compromiso, pues omitieron informar y ser recíprocos con la comunidad que defendió la zona arqueológica en una tarea que era precisamente la labor, también y de manera central, del INAH.


Fuente: A. Martínez (julio-2015)

Siguiendo el hilo de los hechos, con el precedente de la movilización de los pobladores y de esa peculiar visita del arqueólogo, se contaba en Tlaltizapán con los acuerdos ya encaminados entre comunidad e institución, destacando el compromiso del Departamento de Trámites y Servicios Legales del Centro INAH Morelos, el cual garantizó suspender los trabajos de la autopista hasta que la población tuviera el dictamen de la zona. Entonces, el 20 de julio de improviso se consumó lo impensable: las comisiones de la comunidad que vigilaron durante más de 15 días la zona arqueológica, pese a tener la palabra del Instituto, no dieron crédito a lo que pasó aquella tarde de lunes; mientras los especialistas del INAH y del Consejo Nacional de Arqueología concluían su jornada laboral, se llevó a cabo su orden de arrasar con maquinaria pesada y con engaño todo aquello que la comunidad defendió[3].

De modo que, los funcionarios del INAH, al realizar el simulacro de un acuerdo y al dar por terminadas sus excavaciones y sin dar explicación o reporte alguno a la comunidad, dejaron preparado el escenario idóneo para que la maquinaria pesada arribara y como relata un integrante del Comité En Defensa de la Zona Arqueológica Despierta Tlaltizapán, “¡en tan sólo 20 minutos, 20 minutos tardaron para echarse [los vestigios arqueológicos]!”.

En un hecho categórico y una imagen a su vez metafórica, las máquinas y sus operadores del INAH sepultaron la participación social, la historia, la identidad y la cultura de un pueblo. Tomados por sorpresa y presenciando impotentes el hecho, los integrantes del comité de vigilancia cuestionaban “la calidad de estas personas y el afán con el que hacen las cosas”. Las piezas del rompecabezas se acomodaron en ese momento y entendieron entonces por qué cuando los vecinos pedían saber qué curso seguían las investigaciones de “La Mezquitera”, el arqueólogo Mario Córdova siempre reaccionó con evasivas, ignorando y desdeñando las inquietudes de la población, añadiendo que los interesados debían dirigirse al Centro INAH Morelos para solicitar la información. Entonces fueron otras las preguntas formuladas por loa atónitos vecinos: ¿para quién fueron los informes y el material que el sujeto sustrajo de “la Mezquitera”? ¿cuál fue la función de este arqueólogo? ¿al servicio de quién estuvo?


Fuente: A. Martínez (julio-2015)

En ese sentido, Alma Rosa Cienfuegos, jefa del Departamento de Trámites y Servicios Legales del Centro INAH Morelos, quien empeñó su palabra con la comunidad, sostuvo una serie de declaraciones en medios nacionales para justificar el actuar del INAH en Tlaltizapán, donde mencionó literalmente:

Hubiera sido muy irresponsable, primero la evidencia que teníamos no estaba completa, estaba descontextualizada, el que encontremos cimentación no te dice mucho, hubiera sido irresponsable porque no podíamos dejar los vestigios, tenían que entrar en un proceso para consolidarse y yo pregunto ¿quién lo iba a financiar?, y lo más importante es ¿qué íbamos a exponer?, ¿arranques de muros?, ¿qué visitas ahí?, no había un basamento, eran puros arranques de muro, hubiera sido irresponsable dejarlos a la visita pública.

 

Precisamente, aquí cabe cuestionar a qué se refiere la funcionaria cuando habla de la “irresponsabilidad”, es decir, en su lógica y escala de valores ser «responsable» es hacer acuerdos y no respetarlos; es pensar que las comunidades son ignorantes y configurarlas como no existentes; es encubrir el juego sucio y respaldar lo que se sostiene con alfileres. Entonces, ¿qué es ser responsable?, ¿qué autoridad tiene para recurrir a ese término?

Aunque el pueblo de Tlaltizapán luchó por la conservación, ganó el interés y la tozudez de la empresa por no alterar en absoluto el trazo original de la autopista, decidido en un escritorio fuera de la región, y legitimado con el aval, precisamente, de la dependencia federal del Estado que supuestamente se encarga de conservar, investigar y difundir todas las expresiones culturales de México. Como si no bastara, en este episodio, cuando funcionarios del INAH ya habían convertido a la institución en personera al servicio de la empresa, fueron más allá al usarla como aval para un embuste, al establecer un compromiso a la comunidad que han eludido e incumplido:

Ellos dijeron que todo lo que se encontrara ahí se iba a mover a un museo de sitio; que las autoridades federales iban a soltar el recurso para el museo de sitio; nosotros buscamos que se conservara, pero ellos dijeron ¡no! porque los planos de la pista no podían ser modificados; esas fueron las promesas: nos dieron atole con el dedo. La empresa de la pista nunca se contactó con nosotros: todo fue a través del INAH, pero solo al principio, después ya no nos recibían (ni) a nosotros. De hecho, ni a la presidenta municipal tampoco recibían…

Testimonio anónimo, Tlaltizapán, 2018.

 

¿Quiere usted, apreciable lector, presentarse como representante del INAH hoy en Tlaltizapán?

Si bien en un inicio el atropellado diálogo entre pobladores y representantes del INAH fue posible, la comunidad fue en busca de una institución federal enclaustrada en la capital morelense, con el objetivo de dar sustento a sus peticiones de conservación arqueológica. En ese contexto, justo después de la demoledora respuesta institucional, las puertas del claustro se cerraron, la muralla entre comunidad y academia/institución se reforzó, desdeñando las peticiones venidas desde la verdadera participación social.

Así, ¿para quién están abiertas las puertas del claustro?:

este acto es un claro ejemplo de cómo se comienzan las tensiones entre instituciones y pueblo, cuando los primeros comenzaron con el atropellamiento a nuestro derecho al diálogo, mismo que se traduce en violencia…

Comité Despierta Tlaltizapán, 2015.

 

Precisamente, este escenario hostil remite a lo que Rivera Cusicanqui (2010) define como las violencias (re)encubiertas que evidencian un modo de dominación social con raíces sustentadas en un horizonte colonial de largo alcance.

La lucha siguió. Sin embargo, como mencionan los pobladores:

Nos estuvimos desgastando, no vimos nada claro con las autoridades, hicimos una kermés para juntar dinero, nos organizábamos. Pero al final de cuentas la corrupción lo logró, no es posible que cosas como estas, pues es nuestra identidad, pasen a ser atravesadas por las patas de quien esté al mando, sobre todo que no hagan nada, que digan que iban a hacer algo y no lo hicieron. A nosotros como simples pobladores creemos que no nos hacen caso, eso está desde arriba, eso fue lo que pensamos, la verdad es que nos dimos por vencidos porque nuestros esfuerzos eran en vano, solo logramos hacer ruido en las redes sociales.

¿Cómo luchas con la gran constructora? era pelear con el gobierno federal.

Testimonio anónimo, Tlaltizapán, 2018.

 

El escenario actual

La autopista siglo XXI, inaugurada el 26 de noviembre de 2018 por el entonces Presidente de la República Enrique Peña Nieto, es una de las carreteras más caras del país, pues transitar sólo el tramo que corresponde a Morelos, 61.8 km, cuesta $170.00 pesos. El proyecto de infraestructura carretera logró, por un lado, que se estableciera la ruta comercial Golfo y Pacífico mexicano, y, por otro, que se destruyera “La Mezquitera” y se aniquilara la participación social de los vecinos de Tlaltizapán.

De manera que, tomando en cuenta las particularidades sociales e históricas que Tlaltizapán y sus habitantes han sorteado, podemos comentar que el proceso actual de imponer un tramo carretero, desdeñar los saberes y peticiones de la comunidad, se enmarca en la colonialidad del poder. Por tanto, desde el caso de Tlaltizapán es pertinente analizar cómo el INAH, en tanto que institución de Estado, sigue reproduciendo el dispositivo colonial en la actualidad, dando su aval para el cuestionado desarrollo, pasando por encima de la participación social de las comunidades con las que se debería trabajar recíprocamente.

La percepción y experiencia local respecto al INAH se expresa rememorando el papel jugado por sus funcionarios en este proceso: “ignoraron nuestras peticiones, cuando esperábamos representación, protección y conservación, alguna propuesta para que nos confirmara que el INAH es la institución que protege el patrimonio de los mexicanos” (Comité Despierta Tlaltizapán, 2015).

El Estado y sus instituciones, cuando reproducen el dispositivo colonial, ponen de relieve la producción de no existencia que surge “siempre que una entidad dada es descalificada y tornada invisible, ininteligible o descartable de un modo irreversible” (Santos, 2005:160), es decir, el desprecio hacia la participación social por la defensa y conservación de la zona arqueológica de Tlaltizapán, remite a lo que Santos denomina la monocultura racional, que desde las estructuras de poder comprende a los actores sociales como ignorantes, retrasados, inferiores, locales e improductivos. De manera que “la gente sobra. En particular, la que siente y piensa, la digna, la que aspira a un futuro luminoso, la que no mendiga identidad de los ‘medios de comunicación’ ni la compra en los negocios” (Editorial, 2015).

Por tanto, a través de la historización y la etnografía situadas y contextuales, podemos señalar que Tlaltizapán volvió a ser sometido a una reactualización de la colonialidad que la misma comunidad guarda en su memoria, y hoy esos funcionarios son precisamente lo que no deberían ser, hacen lo que deberían prohibir, dicen lo que no hacen, prometen lo que nunca cumplirán ¿Dónde quedó, entonces, en este caso, el sentido y la integridad de la institución?

Así pues, constatamos y queremos expresar como habitantes de este sureño municipio, que la instrumentación de una institución sumisa por parte de la empresa constructora de la autopista Siglo XXI a fin de imponer su trazo inamovible expresa “la lógica de la colonialidad, escondida bajo la retórica de la modernidad [que] genera necesariamente la energía irreductible de seres humanos humillados, vilipendiados, olvidados […]” (Mignolo, 2007:27). En conclusión, pensamos que el Instituto Nacional de Antropología e Historia tiene una deuda histórica con Tlaltizapán, que el caso de este municipio y la destrucción arqueológica de “La Mezquitera” no debe ser olvidado, ni mucho menos archivado; sino por el contrario: exigimos como mínimo que haya una disculpa pública a la comunidad y medidas compensatorias acordadas con la misma, aunque la depredación se encuentra irreversiblemente consumada. Por último, queremos regresar a la pregunta inicial que pusimos sobre la mesa: 

 

¿Cuál es la tarea del INAH actualmente?

 

No deberíamos siquiera cuestionarnos su labor; sin embargo, como lo pudimos constatar con sus acciones en Tlaltizapán, creemos que es imperativa una profunda evaluación crítica de esa institución. Lo sucedido reclama medidas de fondo, que van en este caso desde la formación misma de su personal académico hasta la responsabilidad ética ignorada de sus instancias y sus funcionarios.

Para cerrar, consideramos urgente cuestionar: ¿Cómo se puede explicar que a cuatro años de haber ocurrido este atropello la institución siga operando en este tipo de casos, a nivel estatal y nacional contra su propio cometido, manteniendo en la impunidad a ese tipo de arqueólogos y a ese tipo de Consejo Nacional de Arqueología? ¿Qué medidas se han tomado para esclarecer una situación que ha sido ignorada sistemáticamente? Este escenario parece indicar que simplemente no existe ánimo alguno de interlocución, ni antes ni después, porque no interesa o porque no conviene.

 

ANEXO

22 DE JULIO DE 2015

COMUNICADO

Por esta medio la comunidad civil de Tlaltizapán, quienes nos ocupamos en las últimas semanas de llegar a un acuerdo con el Instituto Nacional de Antropología del estado de Morelos, para tratar la permanencia de la recién zona arqueológica descubierta en los kilómetros 17 y 18, expresamos nuestra inconformidad y repudio a la manera de cómo se ejecutó la destrucción de esta misma. Es lamentable la forma en que se llevaron a cabo los sucesos, pues existió un acuerdo de palabra registrado en formato digital, en donde la Lic. Alma Rosa Cienfuegos expresó que: no se pasaría sobre ustedes…habrá un acuerdo bajo una mesa de trabajo…una mesa de dialogo. Es claro que no se cumplió un acuerdo pues la zona se destruyó sin previo aviso, ni tampoco nos comentaron sobre los resultados que se obtuvieron de la investigación emanada de las excavaciones, este acto es un claro ejemplo de cómo se comienzan las tensiones entre instituciones y pueblo, cuando los primeros comenzaron con el atropellamiento a nuestro derecho al dialogo, mismo que se traduce en VIOLENCIA. Si bien desde un principio los investigadores informaron que la zona pudiera estar vinculada con la cultura teotihuacana, esta deducción nos hizo conscientes de que el sitio es de suma relevancia histórica para mesurar los alcances de la extensión del dominio Teotihuacano como lo fue Roma para Europa por citar un ejemplo, incluyendo el sentido de identidad y pertenencia pues creemos que pueden aportar datos acerca vinculados con nuestros ancestros, por lo cual desacreditamos la idea de que el hallazgo no es de relevancia alguna.

También tenemos la certeza de que la modernidad y patrimonio pueden convivir en conjunto como lo hacen otras naciones, e incluso fortalecen la economía de las poblaciones con las aportaciones generadas con los visitantes, sin embargo la acción de mutilar nuestro pasado arqueológico es un hecho de barbarie que expone a un INAH estatal como institución con decisiones sin criterio que necesita actualizarse y crear opciones que garanticen la permanecía de la ciencia, cultura, y urbanismo, pues en forma contraria citamos como ejemplo que en Cholula los investigadores protegieron su patrimonio oponiéndose a las obras en la inmediaciones de la pirámide que pudieron haberla deteriorado, y solicitaron más aportación a la investigación, fue una posición que bien pudo adoptar el INAH que nos representa. Sin embargo, ignoraron nuestras peticiones, cuando esperábamos representación, protección y conservación, alguna propuesta para que nos confirmara que el INAH es la institución que protege el patrimonio de los mexicanos. Queremos pensar que existe aún una forma de proteger y seguir investigando sobre los vestigios de Tlaltizapán, proponemos una opción como la existente Yautepec, en donde la zona arqueológica convive y es parte de la urbanidad, de aquí optamos por proponer y no solo desacreditar, estamos abiertos a participar e involucrarnos, para salvaguardar en patrimonio no tan solo de los morelenses, pues también es un fragmento de la historia del pueblo de México.

 

Atentamente EL PUEBLO DE TLALTIZAPÁN DE ZAPATA MORELOS

 

Referencias

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  • Amador, Judith. 2015. «Tlaltizapán: De nuevo el falso dilema de la conservación». Proceso, 27 de julio de 2015.
  • https://www.proceso.com.mx/411681/tlaltizapan-de-nuevo-el-falso-dilema-de-la-conservacion.
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  • Rivera Cusicanqui, Silvia. 2010. Violencias (re) encubiertas en Bolivia. La Paz: Piedra Rota.
  • Santos, Boaventura de Sousa. 2005. El milenio huérfano. Ensayos para una nueva cultura política. Madrid: Trotta.
  • Toledo, Víctor Manuel. 2018. «Bioculturalidad y territorios. De lo global a lo local». presentado en Encuentro Nacional por la defensa de los territorios y del patrimonio biocultural: desafíos a la antropología, Ciudad de México, México. https://www.youtube.com/watch?v=expHo1cDWZQ.
  • Trouillot, Michel-Rolph. 2011. «Moderno de otro modo. Lecciones caribeñas desde el lugar del salvaje». Tabula Rasa, n.o 14: 79-97.
  • Womack, John. 1969. Zapata y la revolución mexicana. México: Siglo XXI.

 

Referencias electrónicas y videos

https://www.youtube.com/watch?v=qmr-BeVHUVk

https://www.youtube.com/watch?v=2KwPrVErjLk

https://www.youtube.com/watch?v=Z08CIxtMSz0

http://conurbados.com/morelos/2015/07/page/13/

 

[1]    Ley orgánica del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Nueva Ley publicada en el Diario Oficial de la Federación el 3 de febrero de 1939 (Última reforma publicada DOF 17-12-2015).

[2]    Durante el 2014 fueron registrados 300 “conflictos socioambientales”. Sin embargo, para el 2018 la cifra se elevó a 560 (Víctor Toledo, 2018)

[3]     Consúltense los registros videográficos consignados en este artículo y en la editorial de En el Volcán Insurgente (Num. 38, pág. 2, julio-agosto de 2015). http://enelvolcan.com/ediciones/2015/38-julioagosto-2015/59-ediciones/038-julio-agosto-2015/402-editorial-38