Nota: Esta entrevista es producto de una larga conversación que sostuvieron dos viejos amigos de aproximadamente la misma edad: el periodista argentino Adolfo Blanco Ferrer y el profesor Enrique González Rojo Arthur. El primero, en su paso por México, interesado en los problemas de nuestro país y sabiendo que el maestro es un atento observador de ellos, le dejó un cuestionario sobre la situación actual (fundamentalmente de México) con la libertad de que él pudiera acomodar sus respuestas de modo tal que se consiguiera la fluidez de una conversación que interesara al mayor número de lectores mexicanos y de otros países latinoamericanos que enfrentan problemas similares.
I
P.- Maestro, si se propusiera mostrar la situación social y económico-política de México (y otros países) en el momento actual ¿qué nos diría?
R.- Aunque estoy lejos de ser organicista, echaría mano de una muy vieja pero utilísima comparación: la de la salud individual y la salud pública.
P.- ¿Cómo está eso?
R.- Cuando una mujer o un hombre padecen una enfermedad grave (cáncer, diabetes, tuberculosis), los médicos pueden actuar de dos maneras: buscar el alivio o esforzarse en la curación.
P.-Alivio y curación ¿no son lo mismo?
R.- No. El alivio es hacer menos insoportable una dolencia, mitigar o aligerar un padecimiento; la curación es hacerlo desaparecer o extirparlo. En México y me atrevo a decir que en todo el mundo se ha renunciado a la sanación de la cruel enfermedad que nos aqueja.
P.- Y que es…
R.- Una combinación de capitalismo y el poder sustantivado.
P.- ¿Poder sustantivado?
R.- Sí, un poder estatal divorciado de la base popular que dice representar, dejando a un lado por un momento el poder económico de las grandes corporaciones mundiales.
P.- Explíquenos cómo está eso de que se ha optado más por el alivio que por la curación?
R.- Quienes creen que la democracia o, como dicen, la “auténtica democracia” (en realidad el capitalismo y la heterogestión) es el mejor o el “menos malo” de los mundos posibles, optan por el alivio y prescinden de la curación.
P.- ¿Y eso está mal?
R.- Sí, porque el alivio, en el optimista caso en que se produzca, está lejos de ser el camino o la garantía de la sanación. El alivio, si no hay curación, corre el peligro de esfumarse y ceder su lugar al pertinaz sufrimiento.
P.- ¿El alivio, si se da, es entonces efímero?
R.- Sí, en general no dura mucho y como, al cabo de cierto tiempo, tiende a desaparecer, los aliviadores “democráticos” pugnan por reconquistarlo y, como la enfermedad permanece intacta, hay una incesante y desgastadora lucha por obtener una mejoría que no puede ocultar su semejanza con el espejismo.
P.- ¿Quiénes sostienen en México este punto de vista?
R.- Todos los que con buenas (o dudosas) intenciones limitan su lucha a defender los llamados “valores democráticos”. Es algo muy característico de buena parte de los articulistas o de programas televisivos como “Primer plano”. Estos politólogos, que son considerados más o menos progresistas, se hallan descontentos con el “tipo de democracia” predominante y, como no van al fondo de la cuestión ni advierten que el tumor maligno que subyace a dicha democracia es el capitalismo, tejen en el vacío y sus denuncias inveteradas de las irregularidades electorales, la corrupción rampante, el tráfico de influencias, la violación de tales o cuales derechos humanos, etc., los coloca del lado de quienes, si no se diagnostica la esencia de la enfermedad y se toman las medidas para combatir no los efectos de la patología, sino sus causas, se conforman con buscar un alivio o la mitigación del sufrimiento de una enfermedad incurable.
P.- Pero, maestro ¿existen hoy en día posibilidades reales de curación? ¿Podemos aún hablar del socialismo como la terapia histórica del capitalismo?
R.- Enfoquemos este problema de manera histórica, desde el siglo XIX hasta la fecha. En un primer momento se vio la revolución –lucha armada y guerra civil- como el medio pertinente no sólo para aliviar (o producir reformas progresistas) sino para curar la enfermedad pública que nos tenía, como nos tiene, bajo su patógeno condicionamiento. La Comuna de Paris, la revolución de octubre, la revolución china o la revolución cubana pretendían apuntar en esa dirección.
P.- ¿Y ese planteamiento se ha vuelto obsoleto?
R.- Sí y no. Sí, porque ahora los pueblos no quieren la violencia
ni existen las condiciones para que pueda transitarse victoriosamente por esa ruta; y no, porque sí desean, no siempre de manera consciente, una transformación re-volucionaria o sea un cambio estructural que los beneficie verdaderamente. Revolución no es sinónimo de lucha armada.
P.- Sea más explícito.
R.- En cierto momento se consideró la revolución violenta (de los de abajo contra los de arriba) como la única vía para la curación, para el aniquilamiento de esa enfermedad de enfermedades que es el capitalismo. Pero resultó que 1) como conducía no de la enfermedad a la salud, sino de una enfermedad a otra -o sea del capitalismo a un régimen que no tenía del socialismo sino el nombre-, 2) como el precio de la mutación era altísimo en dolor, sangre y lágrimas y 3) como la mayoría de la gente, por todo ello, no quiere oír hablar de tal violencia, la lucha armada ha desaparecido como opción de cambio, lo cual significa que no es, hoy por hoy, y en general, el medio adecuado para curar o aliviar la enfermedad del capitalismo.
P.- ¿El pueblo quiere, sin embargo, un cambio, algo así como una revolución pacífica?
R.- En efecto, muchos han pensado que la lucha electoral podía servir no sólo para aliviar, sino para extirpar el mal que corroe las entrañas de la sociedad y pasar a una formación de relativa salud pública. Tal el caso, para no mencionar más que un ejemplo, del sueño de Salvador Allende.
P.- ¿Y está clausurada tal posibilidad?
R.- Me parece que sí. En la actualidad se puede llegar a la conclusión de que no existe la menor posibilidad de que la vía electoral por sí misma conduzca a la curación en ninguna parte del mundo, México incluido.
P.- ¿Tal vez curar no, pero aliviar sí?
R.- En efecto. Con algunas reservas, se puede aceptar que, en ciertos países y en ciertos momentos, la ruta electoral, acompañada de un fuerte movimiento social -como en los casos de Bolivia, Ecuador, Venezuela- puede intentar dar un respiro, desactivar un sufrimiento, pero ni es estable tal situación ni puede curar o erradicar la disfunción patológica estructural.