Son las cinco cuarenta de la mañana, se escucha el ruido de un motor que se ahoga mientras avanza, es un camión viejo y grande que intenta estacionarse. Ha llegado a las galeras de Atlacholoaya. Hombres jóvenes y mayores, algunos con gorra, otros con sombrero, unos con huaraches y otros pocos con tenis; mujeres y niños se concentran afuera de la reja caída que protege la galera en donde viven. Con garrafas en mano y morrales al hombro, donde guardan comida, el machete y su afilador, se alistan para subir al vehículo que los llevará al campo. Alrededor de unos ochenta empiezan a subir a la caja del camión. No hay voces, sólo silencio y el estrujar que causan las pisadas en la madera vieja que cubre el piso. El camión se ha llenado; unos cuantos se sientan, otros van de pie agarrados de las cadenas que penden de la plataforma cuidando de no caerse cuando el camión se estremezca. En el camino sólo se ven unos a otros; no hay pláticas, no hay risas, algunos se abrazan así mismos por el frío que provoca el aire, otros simplemente ven lo que queda a los lejos. Después de veinte minutos han llegado a su destino. Son los cortadores y cortadoras de caña que regresan una vez más para continuar con su trabajo que desde hace ocho días comenzó. En esta ocasión, la caña del campo “El Bolón” ubicado en el ejido de Xochitepec, justo frente al nuevo Tecnológico de Monterrey, los espera. Un día antes se quemó la caña; hoy sólo rozarán y tumbarán, desde el alba hasta que se oculte el sol.
Foto Berenice Rodríguez
Así empiezan las historias no tan dulces de los hombres mujeres y niños, que con su trabajo, inician después de la siembra la labor más difícil y pesada en el proceso, que es la de cortar caña, para abastecer al ingenio más importante y grande del estado, el “Emiliano Zapata” ubicado en Zacatepec[1].
En Morelos, como en otras partes del país, la agroindustria azucarera representa una de las principales fuentes de ingresos. Este trabajo que arranca en el mes de octubre y concluye hasta junio, utiliza cada año la fuerza de trabajo de migrantes temporales, provenientes principalmente de Guerrero y Puebla, y de trabajadores locales los cuales proceden en su mayoría del sur Morelos.
En esta industria hay una estructura oficial y jerarquizada que define las funciones tanto de los operadores del ingenio, como de los productores del campo que son los dueños de las tierras en donde se siembra la caña. De esta manera se da la relación entre quienes producen la caña y los que la procesan para convertirla en azúcar y otros derivados como el alcohol.
Sin embargo, esta estructura de poder y funciones, no oficializa, ni norma e incluso no visibiliza justamente la presencia del grupo de personas cuyo trabajo permite que la caña salga del campo y llegue a su destino. La Ley Nacional de Desarrollo Sustentable[2] para la caña de azúcar con vigencia en la actualidad, supuestamente desglosa a todos los participantes que intervienen en este trabajo agrícola y sin embrago, los cortadores de caña son los únicos que carecen de todo tipo de reconocimiento. La omisión por parte de las leyes y de los funcionarios que las crean da lugar a que el trabajo agrícola que realizan los cortadores no tenga ningún tipo de respaldo jurídico. Por el contrario, esta ley protege el trabajo de los industriales y obreros del ingenio, y cuida de alguna manera los intereses de los ejidatarios, pero los cortadores no existen. Así, hay una relación desigual entre las condiciones de los trabajadores u obreros del ingenio comparado con las de los cortadores.
En el caso de los productores, en la referida ley se describen como “únicos abastecedores” a “personas físicas o morales, cuyas tierras se dediquen total o parcialmente al cultivo de la caña de azúcar”. Es decir, la “producción” se atribuye sólo a los que detentan la propiedad de la tierra, pero el trabajo manual y pesado en la producción de caña que es realizado por los cortadores no se reconoce.
Al ser los cortadores de caña los mediadores entre el ingenio y los propietarios de la tierra, su papel en este trabajo se hace aún más vulnerable, ya que carecen de lo más básico, como son los servicios de salud y educativos.
Esta situación ya ha sido analizada y diversos autores, como Luisa Paré (1987) e Irma Juárez (1987) quienes coinciden en señalar que el trabajo que ejercen los cortadores de caña es una actividad que ejemplifica la continuación en el desarrollo desigual del sistema agrícola mexicano. Este sistema es una expresión misma del capitalismo, que se caracteriza por la demanda excesiva de trabajo en ciertas épocas del año para de esta manera asegurar el bajo costo.
Foto Berenice Rodríguez
Al bajar del camión, el “cabo” empieza a asignar las áreas de terreno que trabajará cada uno de los cortadores y cortadoras. El “cabo” es un empleado del ingenio, que se encarga de asignar los sitios de corte. Su posición le permite supervisar y vigilar a los demás, y el tiempo le ha enseñado que los “cabos”, son los mediadores entre quienes pesan la caña y quienes la cortan. Por lo tanto, su trabajo aunque sea menor en términos de esfuerzo físico, estará asegurado por el simple hecho de ser el “cabo”. Ellos como en otros sistemas, donde se producen arreglos, han aprendido a negociar el trabajo de los demás, asegurando el suyo y el de otros.
Con lima en mano, se afila el machete para iniciar la labor más pesada de la agroindustria azucarera, y la peor pagada. De la destreza y la habilidad para manejar el machete y abrazar la caña dependerá el pago de cada uno de los cortadores. La experiencia de unos, que desde niños aprendieron a cortar caña, facilita más el trabajo, sin embargo hay otros que apenas empiezan en esta tarea y tendrán que lidiar con la pesadez del calor, las “estillas mielosas”[3], y la fatiga de diez horas de corte.
Anastasio, un cortador de treinta ocho años de edad, aprendió bien de su padre el arte de cortar caña. La rapidez y destreza con que maneja el machete hacen que de un sólo golpe corte cuatro cañas. Con uniforme improvisado para evitar que el sol queme más, se mueve hábilmente entre los cañaverales. Sus manos son ásperas y fuertes; ya se han acostumbrado al filo del machete.
Así es nuestra vida, a mí me enseñaron a cortar, yo también tengo que enseñarle a mi hijo. Hemos aprendido a vivir así. Para nosotros la caña es parte de nuestra vida.
Foto Berenice Rodríguez
El corte de caña es uno de los trabajos agrícolas más duros. Al ser trabajo a destajo implica una presión y un desgaste físico enorme. Cada día el cortador puede llegar a cortar hasta una tonelada y media, lo que implica diez o doce horas en el campo, ganando con ello entre treinta y cinco y treinta y ocho pesos por día, ya que cada tonelada de caña cortada se paga entre veinticinco y veintiocho pesos. Es decir, el día sábado que es el día de raya, el cortador recibe por siete días de trabajo entre doscientos cincuenta y trescientos pesos.
Esto quiere decir que para que un cortador gane el equivalente al salario mínimo tiene que cortar entre tres y cuatro toneladas por día. Pero en términos reales, en los campos, por más esfuerzo que pongan a este trabajo, los cortadores sólo pueden llegar a cortar una tonelada y media.
Es posible que los trabajadores lleguen a cortar hasta dos toneladas, pero al no tener ellos ninguna representación en el batey que es donde se pesa la caña que va a entrar a los molinos del ingenio, los “cabos” y quienes pesan, le van quitando caña a cada uno de los cortadores, cobrando así hasta cuatro o cinco toneladas por día, dinero que proviene del trabajo y el esfuerzo ajeno.
A un lado de Anastasio se encuentra don Mere, un hombre de setenta años que es cortador caña desde los ocho años. A pesar de su avanzada edad se esfuerza por arrancar la caña. Pretende al igual que sus demás compañeros alcanzar a sacar tonelada y media. Dice que últimamente no lo ha logrado, que ya lo está rebasando la vejez. Aunque lo acompaña su hijo Felipe, dice que él también necesita “sacar pa’ sus frijoles”. Al preguntarle acerca de su experiencia sobre este trabajo, menciona que alguien tiene que hacerlo, pues “tal vez era nuestro destino”.
A la una de la tarde, va duro el trabajo, pero es hora de comer algo. Entre los morrales que cargan, cada uno saca su comida; no es mucha pero han aprendido a llenarse con la tortilla, que es el alimento que todos comparten. Todos van a un paso, tienen que comer rápido porque sólo quedan alrededor de cuatro o cinco horas de luz, y tienen que asegurar el corte. No hay tiempo para platicar. El tiempo pasa rápido, y la caña espera.
El primero que se levanta para adentrarse nuevamente al cañaveral, es Higinio, un niño de doce años. Higinio viene con sus dos hermanos mayores, de quince y diecisiete años. Los tres tienen que redoblar esfuerzos, ya que su padre está enfermo y se ha quedado en las galeras.
La niñez en el corte de caña
Estos días he cortado más, porque mi papá está enfermo, ese sí que saca harta caña, por eso nos tenemos que apurar.
Foto Berenice Rodríguez
A pesar de su corta edad, Higinio es capaz de cortar en un día hasta media tonelada de caña. Aunque nunca ha ido a la escuela, sabe contar, y sabe, sin necesidad de un sistema escolar que lo que corte será una contribución importante para la economía de su familia. Señala que a veces con los manojos que corta alcanza para comprar las tortillas, lo que significa que con las diez a doce horas que invierte en el corte en un día, gana entre diez y quince pesos.
Datos del INEGI revelan que en el año 2012, había en México 3 millones de niños de 5 a 17 años trabajando. De esta cifra, el 30% aproximadamente destina sus labores a tareas del campo. Curiosamente, el INEGI justifica a partir de cinco razones el trabajo de los niños: 1) pagar la escuela; 2) el hogar necesita de su trabajo; 3) aprender un oficio; 4) el hogar necesita de su aportación económica; 5) no quiere ir a la escuela. Sin embargo, el INEGI nunca menciona dato social ni estadístico respecto a que el trabajo infantil tiene sus raíces en la pobreza, en la falta de protección social y de oportunidades de empleo para la gente adulta, y por la incapacidad de crear políticas nacionales reales de interés público en lugar de simulaciones.
Yo casi no conozco lugares, sólo los campos de corte, las galeras y a veces vamos a comprar al mercado. Sé que soy del Estado de México, pero dicen mis papás que me trajeron muy chiquito. Nunca he ido al pueblo donde nací, pero si me gustaría ir, a lo mejor allá también podemos cortar.
Foto Berenice Rodríguez
Tal vez el trabajo del corte de caña en todas sus dimensiones como expresión de desigualdad, pobreza y marginación, ya no sea un tema de relevancia que impacte ni social ni políticamente. Pero ello no es algo ocasional, se debe a los patrones estructurales de la colonialidad, mismos que se incrustaron y naturalizaron hasta llegar a este momento en que el carácter esclavista en torno a la producción cañera ya no es un tema ni problema que asombre.
De esta manera las historias que se entretejen en torno a este mundo, quizás son un principio para preguntarnos y tratar de entender, cómo es que una parte de la población puede sobrevivir antes estas condiciones, y cómo es que los patrones de exclusión siguen incidiendo en el trabajo de los cortadores de caña.
El cortador de caña, aunque funcione como otra pieza más del engranaje del capitalismo, también es un actor social que aspira a tener su pedazo de tierra, quizás para ya no regresar a este tipo trabajo, un actor que aunque no ha generado abiertamente una organización colectiva que cuestione las condiciones de explotación y marginación que sufre, mantiene una lucha interna, preguntándose cada vez que termina su jornada laboral, porqué su trabajo es el que vale menos.
Y aunque en este escrito y en estas imágenes que retratan pedazos de una realidad, no alcanzamos a vislumbrar todo lo que hay detrás de esta vida, si podemos acceder a fragmentos de historias que narran lo que se vive detrás de la dulzura de las cañas.
Foto Berenice Rodríguez
El sol se está ocultando, ya no queda mucho por hacer. Para Higinio, Anastasio y don Mere, ha terminado la jornada. El cansancio se refleja en sus rostros sudorosos y en sus pasos más lentos. El morral al hombro guarda los utensilios que permitieron hacer su trabajo. Otra vez esperan que los recoja el camión para que los devuelva a la galera de donde vienen. Ataviados como llegaron, cansados, sin ganas de reír, suben uno a uno al vehículo que todos los días los deja en el mismo lugar. Allá a los lejos queda “El bolón”, el campo que los espera mañana en donde día a día se forjan historias que quieren ser contadas, de hombres, mujeres y niños que llevan la dulzura a nuestras casas.
Aquí crecimos junto a la caña, y yo creo que aquí nos vamos a morir
Foto Berenice Rodríguez
Referencias
- Chávez, Ana María (1988). Los cortadores de caña de azúcar en el estado de Morelos, Cuernavaca, Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM.
- LEY DE DESARROLLO SUSTENTABLE DE LA CAÑA DE AZÚCAR. https://www.google.com.mx/?gfe_rd=cr&ei=NV3NVMj2LNTE8ge6noGoDg#q=ley+de+producci%C3%B3n+ca%C3%B1era
- Paré, Luisa; Juárez, Irma y Salazar, Gilda (eds.) (1987). El proceso productivo de la caña de azúcar enParé, Irma y Juárez, Irma (eds.) en CAÑA BRAVA. Trabajo y organización social entre los cortadores de caña, UAM Atzcapozalco, México, pp. 25-70.
[1] El ingenio “Emiliano Zapata” en Zacatepec Morelos, fue fundado en 1938 por Lázaro Cárdenas. Es una de las cinco plantas de agroindustria azucarera en el país que contrata mayor cantidad de cortadores de caña.
[2] Diario Oficial de la Federación. Ley aprobada el 22 de Agosto del 2005
[3]Las “estillas mielosas” son las astillas que desprende la caña y refieren los cortadores hacen el trabajo más difícil porque se les entierra en las manos, o se les mete en los ojos.