Número 53

55 ción docente en la Universidad Nacional de Edu- cación («La Cantuta»), la Universidad Nacional Agraria («La Molina») y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Nuestro intelectual viajó a Chile en 1966 y se integró al equipo de investi- gadores de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), una de las cinco entidades re- gionales de la Organización de Naciones Unidas (ONU) especializada en cuestiones de desarrollo y marginalidad. Quedó adscrito al programa de Investigaciones sobre Urbanización y Marginali- dad, en la División de Asuntos Sociales, con sede en Santiago durante los años de 1966-1971. Fue profesor de la Escuela Latinoamericana de Eco- nomía (ESCOLATINA) de Santiago de Chile en 1969; profesor-Investigador Visitante en el Cen- tro de Investigaciones de Historia Americana de la Universidad de Chile, entre los años de 1965- 1968 y profesor en el Centro de Investigaciones Económico-Sociales de la Universidad de Chile. Su estancia en Chile fue intelectualmente fecun- da por el desarrollo de su prisma latinoamerica- no y por las problemáticas abordadas. Desde mis primeras lecturas de su obra, el ensayista peruano se convirtió en un referente obligado para repensar la sociedad andina, la ciu- dad, la marginalidad, la desigualdad, el poder y la problemática continental. Tuve la fortuna de co- nocerlo tardíamente, casi tres décadas después, gracias a Enrique Amayo. En repetidas ocasiones en que Enrique y yo coincidíamos en Lima, solía- mos ir a almorzar con Aníbal a algún restaurante miraflorino de pescados y mariscos, en la zona elegante de la capital. La idea era intercambiar ideas y recuerdos acerca de los itinerarios inte- lectuales y políticos, así como de los claroscu- ros del Perú-Mundo, de la América nuestra y de nuestro empobrecido escenario internacional. Contaba también su calidez amical. Hace unos días, muy pocos, falleció Aníbal Quijano y fueron apareciendo varios textos alu- sivos a su obra. Resiento ausencias notables en dichas valoraciones que no supieron retomar el camino trazado por Ramón Pajuelo. La primera, que su teoría de la colonialidad, no se diga y me- nos se demuestre, se trata principalmente de una valiosa deriva de su relectura de la obra de José Carlos Mariátegui y de las críticas al paradigma del Estado-nación que entre 1963 y 1964 susten- taron Rodolfo Stavenhagen y Pablo González Ca- sanova. La segunda, que Quijano no caía en la tentación de sus pares de generación, de mirarse el ombli- go, es decir, de nacionalizar las problemáticas de su sociedad, desvinculándolas de Nuestra Améri- ca y del mundo. La ideología de lo nacional fue tan fuerte entonces que hizo de nuestros saberes humanísticos y de las ciencias sociales, miradas y escrituras exageradamente endógenas y parciales. Aníbal fue el primero de su generación y uno de los más persistentes y fecundos de nuestros analistas. Supo recrear las dimensiones de la categoría de la totalidad. No fue el único; co- adyuvó a ello la recepción de la corriente de-

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