Número 52
33 ma electoral de 1977, se consideró imprescin- dible cederle algunos espacios secundarios a la izquierda a través de las diputaciones plurino- minales federales y locales y en las presiden- cias municipales. Pero el poder político nacional fue ferozmente escamoteado en 1988, en 2006 y en 2012. En 2006, Felipe Calderón fue impues- to en la presidencia a través de la eliminación o adulteración de votantes del padrón electoral en distritos o secciones electorales en donde se presumía que ganaría López Obrador, robo de boletas electorales, introducción de las mismas marcadas a favor del candidato oficial, mani- pulación del Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP), anulación de votos a favor de López Obrador, adulteración de las actas elec- torales etc., (Figueroa y Sosa, 2010: 80-81). En el proceso electoral de 2012, además de las ante- riores artimañas, un procedimiento esencial fue la compra del voto. Siendo el tope de gastos de campaña, 360 millones de pesos (equivalente en aquel momento a 26 millones de dólares), Peña Nieto pudo haber gastado más de 13 ve- ces esa cantidad (357 millones de dólares), si fuera cierta la afirmación de López Obrador -y de una parte de la Comisión Legislativa que in- vestigó los monederos electrónicos que el PRI repartió a cambio del voto-, de que los gas- tos de campaña del priísta ascendieron a más de 4,500 millones de pesos (Lízarraga, 2014). Desde un año antes, 1,800 millones de pesos (más de 128 millones de dólares) se habrían gastado en comprar el voto en el estado de Mé- xico, entidad crucial para ganar una elección presidencial (Ramírez, 2011). Tragicómica- mente, el lunes 2 de julio de 2012 las tiendas Soriana se abarrotaron de personas de humil- de condición, haciendo compras de pánico pues se corrió el rumor de que los monederos electrónicos que les había dado el PRI dejarían de funcionar. En las filas en las cajas, la gente comentaba que les habían dado entre 100 y 500 pesos por el voto (7 y 35 dólares). Hay informes que la compra de votos no solo se dio en las periferias urbanas sino también en las regiones rurales empobrecidas. En el contexto de la campaña presidencial de 2018, las experiencias de 2006 y 2012, marcan de manera decisiva el imaginario de la dirigen- cia, militancia, afiliados y simpatizantes del lo- pezobradorismo hoy convertido en Morena. En 2018 vivimos ya un panorama parecido al de 2006 aunque atenuado: encuestas que favore- cen a López Obrador; un embate del gran em- presariado hoy matizado por el apoyo que una parte de este sector le está dando al candidato de Morena; una campaña negativa en los me- dios de comunicación que hoy se combina con un reconocimiento de que éste muestra “mayor madurez”. Finalmente, los preparativos de las maquinarias electorales del PRI y del PAN para intentar repetir lo que sucedió en las dos últi- mas elecciones presidenciales: frenar la candi- datura de Lopez Obrador a través de la guerra sucia y del fraude electoral. La propaganda negra contra Andrés Manuel López Obrador El fraude electoral del 2006, también el de 2012, fueron antecedidos de una campaña me- diática en contra de López Orador que fue califi- cada como “propaganda negra” o “guerra sucia”. Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Andrés Ma- nuel López Obrador. Info 7
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