Número 36

9 de lo que está sucediendo, -“ What’s Zapa- tismo ?- me preguntó un día una traveller norteamericana; y los distantes habitantes ladinos de San Cristóbal (llamados coletos ) que, desde hace unos años, se quejan de la tranquilidad perdida y del protagonismo que han obtenido las comunidades indí- genas, si bien a pesar de ello han sacado mucho dinero de los turistas llegados des- de 1994 tras el reclamo que ha supuesto la aparición del nuevo ícono revolucionario del Subcomandante Marcos . Ya hace años que la vida de San Cris- tóbal ha tomado una dinámica propia de una novela de Graham Green. Casi todo el mundo se vigila, o se sabe vigilado: los taxistas suelen dar parte a la policía del destino de los turistas; las cartas a nombre de las personas vinculadas al “movimiento zapatista” no llegan o, en caso de hacer- lo, llegan abiertas (me dijo quejumbroso el archivero Aubri hace años); muchos de quienes trabajan en ONG’s de la diócesis están fichados; y demasiada gente quiere saber cuáles son tus referencias antes de acogerte o, simplemente, de hablarte. La presión, obviamente, es notable. Pero también se puede ver cómo ahora mucha gente se expresa con dignidad; una digni- dad conquistada a través de largos años de lucha. Dan fe de ello las personas que han trabajado muchos años con las comunida- des y que dicen sin tapujos que han cam- biado muchas cosas durante las últimas décadas. Los campesinos (indígenas o no) han tomado consciencia de una dignidad que históricamente se les había negado y ya no toleran, tal y como se hizo público en un manifiesto del EZLN, un país sin ellos. Hay muestras de este hecho. Rodolfo Stavenhagen, un célebre y veterano an- tropólogo mexicano, me explicó en un encuentro que se celebró en Montpellier hace algunos años que, cuando era estu- diante, viajaba a menudo a San Cristó- bal para efectuar trabajos de campo. En aquella época solo los blancos (los ladi- nos) podían circular por la acera (la ban- queta , como dicen en México) de la calle, mientras que a los indios les correspondía caminar –siempre cargados como burros- por la calzada. Los indígenas, en aquel tiempo, tampoco podían mirar a los ladi- nos a los ojos, ni subir la cabeza hacia ellos, ni siquiera para hablarles. Hace poco más de cincuenta años en estas tierras la vida de una bestia era más preciada que la de un indígena. Y un siglo atrás, cuando la economía de la región se basaba en la extracción de la caoba de la Selva Lacandona, estaba institucionali- zada la esclavitud a través de las monte- rías , que eran los campamentos de tala y transporte de madera. Una esclavitud sin concesiones ni escapatoria, tal y como se expone en los libros que conforman la Trilogía de la Caoba de Bruno Traven. Hoy las cosas han cambiado. Jan de Vos, uno de los historiadores sobre Chiapas más reconocidos, afirmó que si Chiapas hubiese sido una pequeña república inde- pendiente como las centroamericanas, el EZLN habría conquistado el poder con la rebelión del primero de enero de 1994. De haber sido así, Chiapas se habría conver- tido en el primer país de América Latina en ver triunfar una revolución esencial- mente indígena. Como todos sabemos eso no se dio. Evidentemente es absurdo cavilar sobre historias contra-fácticas. El historiador Josep Fontana ya nos avisó en su obra La historia después del “fin de la historia” que incitar la práctica de ejerci- cios imaginativos como el de pensar qué habría sucedido si la nariz de Cleopatra habría sido más corta, no llevan a nin- gún lado… Pero lo que sí sabemos es que durante los últimos lustros la historia de Chiapas y sus habitantes ha cambiado. La geografía zapatista: caracoles , municipios autónomos y comunidades El viaje en busca de murales transcurre a través de una geografía particular: la geo- grafía zapatista. En este punto cabe seña- lar que se trata de un “espacio” singular, ya que no es ni fijo ni oficialmente reconoci - do, ni continuo. Después del levantamiento del año

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