Número 36

27 Nobel, indica que no siempre, lograron abatir en las personalidades de nuestras iz- quierdas, sus ideales. El discurso de Neru- da en 1971 al recibir el premio dijo entre otras cosas: «En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: « sólo con una ardiente paciencia conquistare- mos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.» Lo anterior prueba que un discurso de agradecimiento no obliga a doblar la cer- viz. No importa el rango o la trascenden- cia que pueda tener un reconocimiento, si las ideas e ideales de cambio, de libertad y justicia social forman parte de nuestra identidad y nuestro quehacer. Por lo an- terior, resulta deprimente ver a algunos de nuestros otrora exponentes del pensa- miento crítico de las academias universita- rias latinoamericanas, practicar el silencio, la autocensura, recurrir a la palabra edul- corada o elíptica para contentar a quienes los pueden apadrinar, evaluar o certificar. Tal vez valga la pena hacer una acla- ración que salve malos entendidos. Las referencias anteriores han sido incluidas porque permiten situar el debate en su justa dimensión. Vale la pena reiterarlo, no se desprecia el trabajo intelectual ni se olvidan las particularidades que rodean a una actividad que, como cualquier otra praxis que nace del talento y voluntad de los hombres, contribuye a consolidar el de- sarrollo social y asegurar un futuro menos agobiante para todos. Pero los casos cita- dos son una muestra de las posiciones y compromisos que los «hombres del pensa- miento» suelen adoptar frente a la tenta- ción de las distinciones y reconocimientos o ante la generosidad de ciertos recursos de procedencia no siempre clara por sus orígenes o por los condicionantes institu- cionales y encuadramientos teórico-políti- cos que exigen. Sabemos que el peor error es amon- tonar a todos en un mismo saco. Desde las corrientes del pensamiento social que han trabajado el tema, es posible identifi - car al menos cuatro lecturas dominantes. Para algunos enfoques que proceden de la matriz teórica de cierta izquierda y del llamado «nacionalismo antiimperialista», la misma condición de «intelectual» suele remitir a un sujeto que ocupa un estatus cargado de privilegios, alejado de las ne- cesidades sociales y de los intereses de las clases populares. Desde el «inicio» el rol social del intelectual y la imagen que pro- yecta como sujeto pensante - en cualquie- ra de sus acepciones - están cuestionados y se asimilan a un trabajador «de elite» cargado de privilegios y distinciones por llevar a cabo una actividad cuya eficacia en términos sociales, estaría en duda. Otras corrientes de la izquierda polí- tica enfatizaron las pertenencias partida- rias de investigadores y académicos – y en general, del trabajo intelectual incluyendo escritores, pintores y artistas – como crite- rio valorativo sobre el papel de este sector de la población. De esta forma, la relevan- cia y alcance de los aportes de aquellos que inscriben su quehacer en el mundo de la reflexión y difusión de las ciencias, cobran real trascendencia si contribuyen a fortalecer estrategias de luchas políticas específicas, las que se expresan a través de partidos o movimientos. En realidad, esta postura paga tributo a una mala lectura del concepto de «inte- lectual orgánico» que formuló el teórico marxista Antonio Gramsci. Para este pen- sador y dirigente del comunismo italiano el papel del intelectual tenía como respon- sabilidad primaria la de acompañar el mo- vimiento social de las clases subalternas, sin que eso derivara, necesariamente, en encuadramientos partidarios. Así definió también el rol del partido de la clase obrera como «educador y referente intelectual» de los sectores explotados de la sociedad, lo que llamó las «funciones pedagógicas» de un partido revolucionario. Le corres- pondía a la vanguardia intelectual formu- lar los conceptos y paradigmas a partir de

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