Número 36

13 y servicios de las diferentes estructuras municipales se excluyen mutuamente: si se pertenece a las bases de apoyo se ha de rechazar el abanico de ofertas de la admi- nistración oficial, y viceversa. Obviamente, este acceso políticamen- te diferenciado genera graves dilemas al mismo tiempo que supone un desafío frontal al Estado mexicano, ya que es un proyecto que lo rechaza y lo substituye. Con todo, es preciso señalar que histó- ricamente el Estado tampoco tuvo una presencia total, continua ni benéfica en el territorio que hoy ocupan las bases de apoyo , más bien todo lo contrario. Como han apuntado muchos historiadores al respecto, fueron otras organizaciones, como las cooperativas o la iglesia católica, las que tuvieron una presencia real sobre ese territorio y ofrecieron sus servicios. Por ello en esta zona –como apunta Van der Haar en su ensayo Autonomía a ras de tierra: algunas implicaciones y dilemas de la autonomía zapatista en la práctica- en el marco de la acción gubernamental, el concepto de “servicio público” no tiene significado alguno en estas latitudes. Estos municipios, los que constituyen la geografía zapatista, se agrupan en cin- co caracoles, que son Oventic, Morelia, La Realidad, Roberto Barrios y Francisco Gó- mez-La Garrucha. Un caracol , dentro de la terminología zapatista, es el espacio físico donde se coordina la administración civil del territorio rebelde. Antes, hasta el año 2003, los mismos “enclaves” –que hoy son los caracoles- se llamaban Aguascalientes y eran espacios de encuentro entre el EZLN y la sociedad civil que les daba apoyo. En estos Aguas- calientes se celebraron algunos encuen- tros que tuvieron una gran resonancia en el mundo de la solidaridad internacional y en la dinámica política mexicana, como por ejemplo la Convención Nacional De- mocrática de Guadalupe Tepeyac del año 1994 o el Encuentro Intergaláctico por la Humanidad y contra el Neoliberalismo de La Realidad, en 1995. Fue a partir de 2002, después del viaje escalonado de una delegación de insur- gentes zapatistas y del mismo Subcoman- dante Marcos por casi toda la República (viaje conocido como la Marcha del color de la Tierra y que los medios de comuni- cación bautizaron como el zapatour ), y de la presentación de una ley de autonomía indígena al Congreso de Diputados de la Federación Mexicana (que finalmente fue rechazado por el legislativo), el EZLN rompió todo contacto con el Estado y de- cidió empezar a aplicar la autonomía por su cuenta y construirla fuera del Estado. Fue entonces cuando los Aguascalien- tes se transformaron en caracoles , con la intención de crear una especie de admi- nistración del territorio ocupado por los zapatistas sin esperar nada del Estado con el que habían dejado de negociar. Según el mismo EZLN, los Caracoles son el órgano político desde el cual se coordinan los trabajos de los municipios autónomos zapatistas. Las cabezas de esta administración se llaman Juntas de Buen Gobierno. Estas Juntas están formadas por representantes de cada una de las comu- nidades presentes en el territorio (escogi- dos en asamblea). De todos los represen- tantes escogidos se crean cinco grupos con representación de todos los munici- pios y cada uno de ellos ejerce un Junta durante una semana. Así, a las mismas personas sólo les toca estar en el Caracol una semana de cada seis. Sus miembros no están permanentemente en el Caracol y no cobran por su cargo. De lo expuesto se puede afirmar que el territorio zapatista –y sobre todo los c aracoles- es un espacio de la geografía mexicana en el cual el Estado no tiene pre- sencia y, por lo tanto, tampoco ejerce su soberanía en él. El gobierno mexicano no administra justicia en él, no tiene el mo- nopolio de la fuerza, no lleva a cabo po- líticas públicas ni hace ningún gasto. Es una especie de “agujero negro” dentro de la República Mexicana. Allí la autoridad es otra: el EZLN y los representantes de las comunidades. A pesar de las frecuentes agresiones del ejército mexicano y de los

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