Número 29

34 IIº Congreso de Historia Intelectual de América Latina Se ha repetido últimamente que ese vasto campo de orientaciones, estrategias y prácticas de investigación que suele englobarse bajo el denominador común de historia intelectual viene siendo objeto en las últimas tres décadas de una profunda renovación, no sólo en lo que atañe a sus métodos sino incluso en relación a su propio objeto. Si la historia de las ideas había puesto el foco en dé- cadas pasadas en las ideas matrices de una época, en sus grandes textos y en sus “intelectuales faro”, y si la bio- grafía tradicional se proponía estudiar minuciosamente la vida pública y privada de las figuras consagradas dentro de la alta cultura, los nuevos desarrollos, sin desatender el rol jugado por los grandes intelectuales, tienden a repensarlos dentro de tramas político-culturales más vastas. El foco se fue abriendo, pues, desde el lugar central ocupado por los grandes creadores intelectuales a lugares menos ilu- minados o espectaculares, acaso secundarios, emergentes o residuales, pero ocupados por figuras que desempeñan funciones intelectuales no menos significativas que las del gran productor en el campo intelectual, sea como creado- res menores, divulgadores, difusores, docentes, redactores de una revista o asesores de una colección editorial. Así lo expresaba ya programáticamente Juan Marichal, cuando en su curso de 1978 distinguía a la historia inte- lectual por “la atención prestada a textos aparentemente secundarios, de hecho, marginales, de una época. Esto es, los textos de autores menores que han sido afluentes tri - butarios en la génesis de un pensamiento central, digá- moslo así. O también los textos derivados, a manera de es- tribaciones laterales, de una fuerte personalidad creadora. Ahí, en esos textos, tributarios o derivados —a veces mar- cadamente modestos— halla el investigador de la historia intelectual los matices más reveladores de una época”. En algunos casos —como la obra ya clásica de Martin Jay, La imaginación dialéctica (1973)— la historia intelec- tual centró su atención en un grupo generacional, el de los investigadores del célebre Instituto de Frankfurt, que logró mantener su cohesión y su programa colectivo en los años del exilio e incluso tras su retorno a Alemania. En otros casos, la atención también se desplazó desde las individualidades creadoras a los espacios intelectuales más numerosos semejantes a “microsociedades”, ya sean grupos generacionales o colectivos editores de revistas, tal como lo muestran Anna Boschetti con su obra Sartre y Les Temps Modernes (1985), Heloisa Pontes con Destinos mistos (1998), su estudio sobre el “Grupo Clima” en São Paulo a partir de la década del 1940, o Susana Quintanilla con No - sotros (2009), su investigación sobre el grupo del Ateneo de México en la primera década del siglo XX. Estas y tantas otras obras que podrían citarse dan testimonio de que nuestro continente no ha sido ajeno a los nuevos desarrollos. En parte ha sido el resultado de la renovación de la universidad latinoamericana en las últimas décadas así como de los esfuerzos de actualiza- ción de nuestra tradición en los estudios de historia cul- tural, estudios que remiten a los nombres ya clásicos de Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Baldomero Sanín Cano, Mariano Picón Salas, Luis Alberto Sánchez, Gilberto Freyre, Leopoldo Zea, Arturo A. Roig, José Luis Romero, Juan Marichal, David Viñas, Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama o Rafael Gutiérrez Girardot. Estos nuevos desarrollos reconocen referentes y fuen- tes inspiradoras diversas. En parte son resultado de una historiografía que ha recibido el influjo de aquella pers - pectiva williamsiana que postulaba el estudio —como me - diación clave entre el intelectual individual y las institu- Organizan: Centro de Historia Intelectual / UNQ CeDInCI / UNSAM Buenos Aires, 12, 13 y 14 de noviembre de 2014 “La biografía colectiva en la historia intelectual latinoamericana”

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