Número 12

28 o buscando alguna certidumbre en aquellos mo- mentos eran los de a pie. Por parte del cinismo, hay que ir un poco más atrás. A Antístenes y Diógenes les toca vivir parte de la época dorada de la Grecia antigua, el siglo de Pericles, cuando se levantan los monumentos más representativos de esa cultura, cuando se con- vierte en una potencia del mundo occidental, sin embargo, también les toca vivir la derrota ante los espartanos y los momentos de crisis por las cre - cientes amenazas bárbaras de los diferentes pun- tos cardinales hasta la llegada de los macedonios. Entonces, si no puede hablarse de una cues- tión natural, sí de algo muy comprensible el reper - torio de propuestas de tipo ético ante tales des- venturas, ante el presente desgraciado y el futuro desesperanzador. Los diferentes filósofos reflexio- nan desde su cotidianidad tan vívida, desde la es- clavitud o la miseria, qué cosas son las realmente importantes en una situación tan extrema, qué es lo que hay que hacer, qué se puede y qué no, qué mueve los hilos de la historia, ¿hay algo superior a esta aberración de la realidad que nos toca vivir? Es ahí donde surgen respuestas, donde se toman posiciones que buscan interpelar su situación y la de tantos desvalidos como sus coetáneos. En estos contextos no es raro que Diógenes el Perro, en el ágora sacara sus viandas y se pusiera a comer. Eso se le reprocha y solo responde: comí porque me dio hambre. Aquí se refleja la crítica cínica que iba contra la ruptura de los convencio- nalismos. A ninguno se le hubiera ocurrido comer en un lugar dispuesto para la discusión filosófica, claro, solo a un cínico. Es decir, en medio de aque- lla crisis, los cínicos creían más importante vivir con las cosas más básicas y dejar de lado toda esa normatividad de usos, de costumbres, de formas al interrelacionarse. Por su parte, Epicuro desde una física atomis- ta, dice que no hay que temer a la muerte por- que como todo es vacío y átomos pues al morir solo hay un reacomodo de átomos en el cosmos. No hay destrucción de los átomos, por lo tanto no hay que preocuparse y buscar mejor alcanzar una vida feliz mientras estemos en este mundo. Em- puja, por otro lado a la observación a llegar a la comprensión de las causalidades —no se trata de una sola causa— de lo que acontece a nuestro al- rededor. Recomienda, además, no ocuparse de los dioses porque ellos se ocupan de su felicidad. En- tonces, no cabe más que buscar el placer porque es un bien en sí y el dolor es un mal. Obviamente, en un artículo tan acotado es difí- cil esbozar apenas unas ideas. No obstante, si algo debe quedar claro es la fidelidad con la que estos filósofos reflejan su época, esos tiempos tan difíci- les. Lo que percibieron buscaron llevarlo a la prác- tica hasta sus últimas consecuencias. Total, veían una realidad fastidiada, era mejor intentar alcanzar la felicidad dejando de lado cosas, actividades, cos- tumbres y buscar lo realmente importante. En tiempos de crisis como en los que nos vemos inmersos, no está demás echarle un ojo a ese lega- do ético con nos dejaron estos pensadores del mun- do antiguo. En mi país, que parece desgajarse de forma brutal, es muy sano leer algunos presupues- tos cínicos, epicúreos, estoicos o incluso escépticos. Para finalizar, me quedo con lo que comentaba el maestro Josu Landa en la culminación del se- minario que dio en Ciudad Juárez sobre ética de crisis: (parafraseando) quizá sea hora de retomar la idea de un absoluto, algo que nos dé la certe- za de algo, un punto de partida o de anclaje, en estos tiempos en los que pervive un subjetivismo exacerbado, “todo punto de vista es válido, cada cabeza es un mundo”. A lo largo de la historia de la humanidad, estas certezas fueron la physis , 2 Dios, la ciencia, entre otras. Es momento de retomar, re- plantear alguno o encontrar una “verdad” que nos permita ubicarnos en el universo, en este planeta y en relación con nuestros prójimos. 2  Puede entenderse como la naturaleza, o el espíritu cós- mico que regula todo lo conocido.

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