No. 60, Enero-Marzo

Mercado neocolonial y globalización: “marca país” y patrimonio biocultural

Estados Unidos es pionero de una nueva civilización, de una nueva forma de vida, basada en una nueva economía, con elementos buenos y malos, que en las próximas dos décadas se hará aún más evidente. Es la “tercera ola”, o la “economía del conocimiento, que será más importante que la Revolución Industrial. Ya comenzó en Estados Unidos y se está extendiendo hacia otras partes del mundo. Los cambios que trae consigo, que no son sólo tecnológicos y económicos, sino políticos y sociales, serán cada vez más fuertes y, como consecuencia, amenazarán cada vez más los intereses ya establecidos, de las sociedades agrarias o industriales, en otros países.
Alvin Toffler (Libedinsky, 2004).

 

A Marcela Dávalos López,
interlocutora receptiva y exigente frente a mis decires.

 

Resumen: Bajo el actual proceso de globalización de orientación neoliberal, los bienes culturales de los pueblos y las naciones resienten los efectos nocivos de su inserción en los dominios del capital, gracias a la cooperación gubernamental. La coartada la brindan las empresas que se dedican a expedir certificaciones, registros y ratings. Asistimos a un tiempo en que la ideología neoliberal ha resignificado muchos términos, que transitan desde las lógicas de dominación de las grandes corporaciones empresariales, asistidas por los gobiernos de turno, con la reformulación de sus políticas tributarias, desregulación de las normas de protección ambiental y laboral, renuncia al arbitraje nacional a favor del elegido por las corporaciones en sus países sede. El neoliberalismo, más correctamente definido como neuroliberalismo, tiene como idea fuerza al mercado que solventa los nuevos sentidos conferidos a la libertad, la ética, la axiología, el Estado, la soberanía limitada, el trabajo flexible, la naturalización de la desigualdad, el neopanóptico local y global, y el tecnologizado control social. El neuroliberalismo ha desarrollado estrategias mediáticas y educativas para incidir en la aceptación ciudadana del individualismo y, por ende, del yo. Una nueva axiología y ética neoliberal se ha impuesto, colonizando el imaginario social de las nuevas generaciones e incidiendo en sus conductas individuales y respuestas colectivas. El capital ha logrado que se le abran las fronteras del mundo como un derecho propio y excluyente, al mismo tiempo que se le cierran las puertas a la fuerza de trabajo migrante. México es un ejemplo del país que busca la atracción de capitales y endurece su política migratoria en sus fronteras, que busca la atracción de capitales a través de la denominada “marca país”, la cual es excluyente y proempresarial. Dicha marca encubre y justifica el endurecimiento de la política migratoria mexicana contra las caravanas que vienen de América Central y del Caribe.

Palabras clave: Neuroliberalismo, Mercado, Marca país, Ética del más fuerte, Axiología del capital, México.

 

[1]

La expansión normativa del “capital impaciente”

Al decir del economista Bennett Harrison (1994, p. 214), el “capital impaciente” busca un rendimiento rápido, a costa de la fuerza de trabajo y de los recursos naturales de sus países de operación. Por su parte, Richard Sennett subraya que la contraparte que genera dicho capital es el trabajador flexible, vulnerable, prescindible y sujeto a nuevas estrategias de vigilancia de baja visibilidad. Resiente el peso cotidiano e impredecible del tiempo corto que impone la flexibilidad laboral, la fractura intergeneracional que hace de los jóvenes los adalides del tiempo corto y a los viejos, los prescindibles por su adhesión al tiempo largo que antes les garantizaba estabilidad laboral, aumentos salariales y jubilación: “en el capitalismo flexible, la desorientación que implica moverse hacia la incertidumbre, hacia esos agujeros estructurales, se verifica de tres maneras concretas: ‘movimientos ambiguamente laterales’, ‘pérdidas retrospectivas’ e ‘ingresos impredecibles’ ” (2005, p. 88). Sin embargo, en el cuestionamiento a esta temporalidad empresarial y gubernamental inducida a escala global, merece mayor consistencia analítica. Al respecto, coincidimos con el siguiente planteamiento: “La crítica a la temporalidad de corto plazo del neuroliberalismo no ha de confundirse con un olvido doloso del presente intolerable en cuestiones humanitarias” (Biagini y Fernández Peychaux, 2015, p. 209). La pertinencia de la categoría de neuroliberalismo la retomaremos más adelante, por lo que por ahora sólo adelantaremos algunas de sus aristas.


Fuente: www.eldiarioexterior.com

La axiología del neuroliberalismo es, en muchos sentidos, la negación de los valores sociales que ganaron legitimidad y desarrollo en Occidente a partir de la irradiación de la Revolución Francesa. Sin desconocer los grandes quiebres de matriz autoritaria y reaccionaria, generados por los gobiernos fascistas y del militarismo restaurador y proimperialista, la axiología del capital tiene como sujeto de enunciación al yo empresarial, al yo autoritario y excluyente, que se recubre con las máscaras a modo de la “libertad”, del mercado global y del tiempo corto, y que opta por patrimonializar la biopiratería, la réplica frente al original, la imagen digital, las “patentes” que expropian los bienes y tradiciones culturales de los pueblos, la “propiedad intelectual” a favor de quienes la registran, despojando a los creadores, inventores y científicos, apoyándose en la normativa global de la Organización Mundial de Comercio.

Los registros de patentes sobre las tradiciones y bienes culturales, realizados por agentes en fueros metropolitanos, constituyen una nueva modalidad de piratería legal. Compiten con el movimiento de registros y certificaciones que ha tocado profundamente a Nuestra América en los últimos años, gracias a las declaratorias de “patrimonio cultural de la humanidad”, así como a las llamadas “marcas país” y a la normativa impuesta por la Organización Mundial de Comercio (OMC).

La conversión mercantil de los bienes culturales está al alza y es auspiciada por las grandes corporaciones internacionales dedicadas al turismo cultural, en asociación con capitales nativos y la anuencia de los regímenes del continente. Se ha tejido en torno suyo una interesada y preocupante axiología sobre el desarrollo, la cual es promovida a través de los medios y los sistemas educativos. Hugo Biagini escribió, sin desperdicio:

Tras los efectos deshumanizadores de la llamada Revolución Conservadora, acaecida durante el último tercio del siglo XX, en el panorama mundial y muy especialmente en buena parte de nuestra América se ha ido poniendo en tela de juicio —fáctica o teóricamente— la posibilidad de asociar la democracia —con su ética de la equidad y la solidaridad— a una ideología lobbista del provecho y el interés como la del neoliberalismo, hasta alcanzar a generarse la palmaria certidumbre de la incompatibilidad constitutiva existente entre ambas modalidades: democracia y neoliberalismo, el cual ha sido recalificado como neuroliberalismo —por su elevación del afán individualista al máximo valor comunitario (Biagini, 2010, p. 30).


Fuente: http://identidadlra9.blogspot.com

 

Biagini va más allá de esta caracterización del proceso al proponer la oportunidad y legitimidad de la categoría de neuroliberalismo, lo cual nos hace recordar la prevención de Sigmund Freud frente al uso de palabras que responden a oscuros intereses. Decía el fundador del Psicoanálisis que, “quien comienza cediendo en las palabras, termina claudicando en los hechos”.[2] El filósofo argentino define al neuroliberalismo en los siguientes términos:

[…] la presentación de la nomenclatura alternativa de “neuroliberalismo” busca explicitar el basamento de las políticas atomizadoras del neoliberalismo en la producción insidiosa de una subjetividad a la que se le oculta no solo Otro, sino también, y fundamentalmente, el propio deseo. En otras palabras, el sistema de ideas que describimos con este neologismo tiene por objetivo impedir neuróticamente toda reacción a las demandas de una cultura suicida. Esta nueva denominación no soluciona todos los problemas que conlleva el rearme de la actividad crítica que proponemos, pero se atreve a alterar las categorías heredadas para cuestionarlas. Neuroliberalismo es, de hecho, un término de combate que busca impulsar la impugnación de muchas de las ideas comúnmente aceptadas que sustentan la producción de subjetividad referida (Biagini y Fernández Peychaux, 2015, p. 28).

 

Por su lado, Sennett (2005) explora otra dimensión de los efectos deshumanizadores señalados por Biagini al remitirnos al campo del trabajo, modificado por la “flexibilización laboral”. Esta flexibilidad, según este autor, dota de contenido a lo que él llama “capitalismo flexible”. Considera que el neoliberalismo es un modelo anglosajón que progresivamente se expandió a otras economías y que le subyace como ideología profunda el “parasitismo social”, el estigma que pesa sobre los pobres, los excluidos del trabajo flexible, los marginados de la democracia restringida y los servicios públicos de salud, educación y vivienda.


Fuente: https://fiverr-res.cloudinary.com

El neoliberalismo, en el terreno ideológico, económico y cultural, ostenta dos grandes exponentes: Milton Friedman, de la Escuela de Chicago, orientador de los experimentos autoritarios y de shock de Augusto Pinochet en Chile y Margaret Thatcher; y el austriaco Friedrich von Hayek, ideólogo del “estado mínimo”, quien ha recibido la adhesión entusiasta del Partido Republicano en Estados Unidos y de las corrientes más neoconservadoras del mundo.[3] Ha recibido el respaldo financiero de grandes fundaciones articuladas a la Sociedad del Monte Peregrino, fundada en 1947, y en el presente “casa matriz de los think tanks neoliberales”. Hayek apuesta a frenar la representación política de las clases medias en las disminuidas estructuras del poder político. Al mismo tiempo, propone la necesidad de contener a los pobres, asumiendo el temor compartido por las elites. Y solo por esta razón, propone un salario mínimo precario, para sortear la “desesperación de los necesitados” (Boneau, 2005). Gracias a lo anterior, se ha normalizado lo que Jean Ziegler (2014) denomina “orden caníbal” del capitalismo global, el cual incrementa la desigualdad. Nos permitimos citar in extenso su esclarecedor parecer:

[…] los ricos se hacen rápidamente mucho más ricos, mientras la creciente desigualdad hace que no paren de subir las cifras de víctimas de ese reparto injusto. Basta observar que en 2005 el número de milmillonarios era de 487, que sumaban un patrimonio de 1,650 miles de millones de euros. Y ocho años más tarde ese número casi se había triplicado, pese a una crisis internacional que multiplicaba el número de desempleados en Europa. Los últimos datos disponibles hablan de unos 1,250 milmillonarios, con un patrimonio de unos 4,500 miles de millones de euros. Es decir, que aumenta vertiginosamente el enriquecimiento de esa oligarquía financiera transnacional, al mismo tiempo que se incrementa su poder político, su control sobre las elites parlamentarias y gubernamentales, su dominio sobre las viejas estructuras estatales. Paralelamente, se agravan la desigualdad, la precariedad, el empobrecimiento, el sufrimiento de millones de seres humanos, lo que llamamos “la pirámide de las víctimas”. Tres cuartas partes de los habitantes del planeta viven en los 122 países del hemisferio sur, que es donde las sociedades multinacionales obtienen sus beneficios más extremos (Ziegler, 2014).

 

La Guerra y la Paz: el patrimonio cultural, la imagen y la marca país

Inglaterra y Estados Unidos convergieron en la creación de organismos especializados en el marketing con proyección internacional. Desde el mirador británico, The Chartered Institute of Marketing,[4] cuyos orígenes datan de 1911, esa institución ha jugado un papel rector en el terreno ideológico y empresarial. Su lema es elocuente: “El mundo es nuestro mercado”. La entidad estadounidense dedicada al marketing se estructuró con cierta tardanza frente a su símil británica. En 1937 se fusionaron la National Association of Marketing Teachers (1915) y la American Marketing Society (1931), dando paso a la American Marketing Association (AMA).[5] En el caso mexicano, como el de muchos países de América Latina, se confunden en sus orígenes las orientaciones de publicidad y mercadotecnia. En 1923 se constituyó en la Ciudad de México la Asociación Nacional de la Publicidad.[6] La mercadotecnia (marketing) se afirmó como el saber del mercado orientado al consumo, el cual se reactualizó con la expansión global y digital. Su definición, según la AMA, implica un “proceso de planificación y ejecución de la concepción, fijación del precio, promoción y distribución de ideas, bienes y servicios para crear intercambios que satisfagan los objetivos de los individuos y de las organizaciones”.

Lo sorprendente es que bajo la lógica neoliberal se haya impuesto la ideología mercantil de la “Marca País”. En México, el gobierno del panista Felipe Calderón Hinojosa impulsó el registro de México como “Marca País” en 2010. Dos años después, contrató al británico Simon Anholt como asesor de imagen. (Granados, 2012). Este personaje es el ideólogo de la Marca País como política de reposicionamiento en el mercado global (2008). Acuñó el término en 1996, el cual fue asumido por la Unión Europea.

Su estrategia radica en atraer inversionistas extranjeros, incrementar el turismo y comprometer a los gobiernos en alianza con sus corporaciones empresariales, principalmente dedicados a la exportación e importación de mercancías. Existe una línea de continuidad en materia de Marca País entre el gobierno de Felipe Calderón y el de Andrés Manuel López Obrador, aunque con algunas reservas, como por ejemplo la suspensión del apoyo financiero a la Selección Nacional de Futbol para patrocinar la Marca País en este ramo del deporte (Infobae, 2019).

El derecho de injerencia que reclaman los países del Norte tiene implicancias estratégicas sobre los recursos energéticos, minerales y acuíferos, además de los de carácter epidemiológico y cultural. Este derecho neocolonial vuelve irrelevante el principio de soberanía nacional en el campo del derecho internacional y de las relaciones multilaterales. La soberanía se ha vuelto retórica. La función rectora de la potencia estadounidense en la sociedad global tiene un sustrato muy profundo, cada vez más visible en Nuestra América, considerando la gestión en curso de Donald Trump. En el epígrafe elegido, Toffler menciona que la potencia del Norte es pionera “de una nueva civilización, de una nueva forma de vida, basada en una nueva economía”, y no se equivoca, aunque no justificamos sus interesadas omisiones. El actual curso civilizatorio es peligrosamente depredador de la biodiversidad, de los recursos ambientales, naturales y culturales de nuestros pueblos. El cambio climático es solo una cara de la crisis civilizatoria más grande de la historia de la modernidad a la que nos toca asistir y padecer.

El orden normativo global, auspiciado por la Organización de las Naciones Unidas, ha sido barrido en sus ramos proteccionistas por la acción de las grandes potencias y el capital trasnacional, afectando nuestros intereses y patrimonios colectivos. Hemos de recordar que los primeros lineamientos internacionales propuestos por la ONU en materia de protección del patrimonio cultural emergieron de manera explícita del balance de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Corea y la Guerra de Argelia, y sirvieron de fundamento para la firma de la Convención del 14 de mayo de 1954 de la UNESCO por 126 países, negándose Estados Unidos e Inglaterra a suscribirla.  La Convención del 26 de marzo de 1999 de la UNESCO tampoco fue suscrita por dichas potencias.

Lo paradójico del caso es que, en la actualidad, las guerras neocoloniales como las desplegadas por Estados Unidos en Irak, Afganistán y Siria, además de buscar el control de los recursos energéticos con que cuentan, han destruido ya una parte relevante de sus más preciados legados de sus antiquísimos patrimonios culturales, o estimulado el tráfico ilegal de sus bienes culturales, con la finalidad de aniquilar memorias colectivas y abatir sus respectivos orgullos nacionales. En vísperas de los bombardeos y saqueos de zonas arqueológicas, templos y museos, sus corporaciones transnacionales de la imagen levantaron sus registros y los patentaron, con la finalidad de vender copias como equivalentes de lo real. Al final de cuentas, en esta cultura de la imagen que signa a la aldea global, las réplicas en imagen terminan valorizándose a costa de la extinción inducida de los originales. El futuro de Siria, situado en esta dirección, es predecible y, por ende, deprimente. Parecida suerte se padece en Irak y Afganistán, y todo parece indicar que las amenazas militares y económicas estadounidenses sobre Irán pueden ser devastadoras.

Desde otro ángulo diferenciado pero convergente en la Aldea Global, Tom Peters, en su obra Círculo de la Innovación (1998), lanzó una nueva estrategia de propaganda mediática para las corporaciones basada en la manipulación de valores culturales y, sobre todo, de las emociones asociadas a ellos.  Su lema es: “¡Marcas sí, productos no!”, con la pretensión de «humanizar» a la marca, y al asimétrico y desigual mercado global. La mitologización de la marca pretende, por ejemplo, que Nike sea sinónimo de “vida sana”, “deportiva” y “libre”, o que la marca país busque que todos los mexicanos se sientan parte del mercado y cultiven las formas más extraviadas del consumismo.

La Marca País ha sido definida empresarialmente como «el conjunto de percepciones que caracterizan a una nación». Sin embargo, debe respetar las cláusulas del Convenio de París (Artículo 6ter) y la Decisión 486 de la CAN, el cual prohíbe el registro de las banderas y emblemas de los Estados como marcas, así como los nombres y emblemas de organizaciones internacionales intergubernamentales, cuyos miembros incluyen al menos un país de la Unión de París. Los países que han registrado su Marca País han utilizado elementos diferentes que igualmente los identifican como nación.

Los contenidos que configuran la marca país en México se rigen por los mismos criterios, los cuales operan a nivel global, integrando a los «productos, íconos, lugares, personajes, arte, cultura, empresas, para aumentar el turismo, las exportaciones y las inversiones, como también posicionar internacionalmente al país y aumentar la autoestima de la sociedad… ».[7]


Fuente: www.contralinea.com.mx

La marca país está sujeta a valoraciones de su ubicación en el ranking global, las cuales tienen como propósito “medir el impacto que las percepciones y la reputación internacional tienen en las áreas de turismo e inversión de la Marca País” (Bloom Consulting, s/f). En esa dirección, la agencia Bloom Consulting elabora y difunde su Country Brand Ranking en sus ediciones de turismo y negocios. En 2012, según el ranking, la mejor Marca País en Nuestra América, ubicaba a Costa Rica en el lugar mundial 25, y le seguían sus pasos: Brasil (28), Argentina (30), Chile (34), Perú (40), México (51), Uruguay (52), Ecuador (77), Colombia (85), Venezuela (86), Bolivia (92) y Paraguay (104) (Fajardo, 2018; Bloom Consulting, s/f). En 2017 hubo una reconfiguración de la marca país. México fue el único país del continente que se colocó en el top 25 a escala global. En el ranking de las dos Américas, México se ubica en el segundo lugar, y le siguen Brasil (4), Costa Rica (5), Perú (6), Argentina (9).

La actual administración federal orienta, al igual que los dos gobiernos precedentes, a favorecer la inversión de las empresas mineras, principalmente canadienses. Para tal fin, la Secretaría de Economía ha diseñado un Manual del inversionista en el sector minero mexicano, el cual se puede descargar desde la página oficial del Gobierno de México en tres idiomas (inglés, chino y español) (Gobierno de México, 2017). No queda la menor duda que el principal rostro de la Marca País mexicana son sus recursos mineros y las empresas que se benefician de ellos. En dicho manual se afirma:

El Gobierno Federal, consciente de que la industria minero-metalúrgica es una actividad económica estratégica para impulsar el desarrollo económico y social, tiene como una de sus prioridades fomentar el aprovechamiento racional de los recursos mineros de nuestro país. Por esta razón, se promueve la inversión productiva comprometida con la responsabilidad social, ofreciendo certeza y seguridad, además de amplias oportunidades de negocios (Gobierno de México, 2017).

 

Al decir de Anholt, la problemática de imagen de México es más profunda que sus recurrentes noticias sobre su trama de violencia y narcotráfico. Sostenía en 2012: “El diagnóstico psicológico es una autoestima extremamente baja […] nunca se ha molestado en presentarse a sí mismo frente al resto del mundo”, opacado por su dependencia hacia la potencia estadounidense (Granados, 2012).  Ninguno de los dos señalamientos negativos mencionados por Anholt ha sido rectificado durante los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Tampoco se observa un movimiento de rectificación del gobierno de López Obrador. Por el contrario, la subalternidad de México frente a Estados Unidos se ha agravado con la política migratoria de contención y represión de los flujos migratorios centroamericanos. Los Angeles Times, en su edición del 1 de diciembre de 2019, hace constar:

La política de “brazos abiertos” que inicialmente promovió el gobierno de Andrés Manuel López Obrador se topó con la realidad migratoria. Un flujo incesante de centroamericanos a EE.UU. generó una presión del gobierno de Trump que provocó que México se convirtiera en el mejor aliado del primer mandatario estadounidense y sus políticas de contención (Mena, 2019).

 

El patrimonio cultural global y el turismo cultural

La globalización en curso, vía la UNESCO, ha generado una categoría que viene ganando espacios sobre los bienes culturales inalienables de los pueblos, bajo la denominación de “patrimonio cultural de la humanidad”, que refiere la Convención sobre la protección del patrimonio mundial cultural y natural de 1972, a la que se habían adherido, hasta marzo de 1999, 156 países (UNESCO, s/f) y en 2012 alcanzaron los 195. Según el registro de UNESCO de 2019, creció a 1,073 sitios (832 culturales, 206 naturales y 35 mixtos) en 167 Estados Partes. En 2019 ascendió a 178 países, con 1,724 sitios (UNESCO, 2020a).

Esta categoría de adscripción patrimonial global, que se viene superponiendo a otras de más fuerte carga identitaria nacional o etnocultural, puede servir de vehículo en las ya polares y asimétricas relaciones Sur/Norte para abrir juego a insospechadas y no deseables implicaciones futuras (jurídicas, políticas y económicas) sobre los dominios, usos y consumos culturales; mientras tanto, seguimos encandilados con sus bondades axiológicas, preservacionistas y financieras. Lo vemos en las políticas mismas del INAH y de la Secretaría de Cultural del Gobierno Federal.

Los procesos valorativos del patrimonio cultural de la humanidad se han ubicado en dos dimensiones axiológicas que merecen ser diferenciadas. La primera nos remite al polémico campo del relativismo cultural, desde el cual los diversos estados argumentan con cierta libertad valorativa a favor del registro de sus sitios patrimoniales elegidos en la Lista del Patrimonio Mundial, ateniéndose a su interpretación de algunos de los seis criterios considerados por el Comité del Patrimonio Mundial.[8] Esta entidad se reúne anualmente para examinar las candidaturas, basándose en las apreciaciones “técnicas” del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS).


Fuente: https://noalamina.org

Según la UNESCO, la clave de la axiología global reside en las palabras “valor universal excepcional” (UNESCO, 1998). Y es justamente la condición de excepcionalidad del bien patrimonial, su atributo extraordinario, fuera de regla, irrepetible, la que abre juego a esta axiología propia del relativismo cultural. Empero, los usos gubernamentales latinoamericanos de esta axiología de cara al patrimonio cultural de la humanidad, distan de reflejar los bienes más valiosos de la multiculturalidad patrimonial realmente existente en cada país y en el continente. Lo prueba el hecho de que, a nivel regional, predominen los bienes patrimoniales legados por la colonización occidental, repitiendo con matices el canon valorativo que a escala planetaria marca la lista del Patrimonio Mundial (UNESCO, 2020b). Una valoración antropológica señaló, con base en los datos de 1998, que la especificidad latinoamericana se expresaba en el hincapié puesto en el registro de 23 ciudades, que alcanzaba al 50 por ciento del total de sus bienes declarados, en tanto que la media mundial de registro de ciudades sólo ascendía al 20 por ciento de las 542 declaratorias aprobadas por UNESCO (Melé, 1998, p. 15). La mayoría de las ciudades latinoamericanas registradas corresponden principalmente a las de origen colonial.

En general, la monumentalidad arquitectónica que caracteriza a la mayoría de los sitios latinoamericanos parece reproducir una clave axiológica de la cultura del barroco, no obstante que el código de registro exhibe una gran amplitud de opciones que se extienden a los bienes intangibles. En América Latina, la sobrerrepresentación de las épocas históricas, el patrimonio cristiano y la arquitectura elitista, prevalecen sobre todas las demás épocas, expresiones arquitectónicas y bienes religiosos o artísticos no occidentales. El pretendido policentrismo del “patrimonio mundial de la humanidad” sigue siendo una utopía deseable, pero en los hechos el etnocentrismo occidental y cristiano es el que reina soberano. Por otro lado, la posibilidad de construir un código valorativo global con base en un consenso intercultural, no ha sido explorada ni discutida a fondo.

Herman van Hooff, un conocido analista del Centro del Patrimonio Mundial de la UNESCO, nos presenta un balance puntual de lo que nuestros estados latinoamericanos han valorado y exhibido como su capital simbólico global. Así, nos dice:

Si analizamos la lista de otra forma, notamos que, de los sitios culturales de Latinoamérica y el Caribe, 19 sitios datan de la época precolombina, 33 del periodo colonial (de los cuales 25 son centros históricos o ciudades coloniales), y 2 de la época post-colonial (la Cita del de Haití y Brasilia) (Van Hoff, 1999).


Fuente: https://atomocartun.wordpress.com

 

El IX Foro de Ministros de Cultura de América Latina (Cartagena, mayo de 1997) dejó entrever una ligera brisa rectificadora al acordar “el estudio de nuevas categorías de patrimonio cultural y natural” (Van Hoff, 1999). Sin embargo, el proceso de valorización patrimonial debe democratizarse y pluralizarse culturalmente para dejar atrás ese ostensible carácter etnocrático, que Rodolfo Stavenhaven (2002) descubre en nuestras estructuras estatales y políticas gubernamentales.

En perspectiva, los países del Sur debemos llevar la discusión patrimonial de nuestros escenarios nacionales al marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas, así como a las reuniones de UNESCO y de ICOMOS, en aras de ir democratizando y pluralizando la toma de decisiones en materia de acuerdos y políticas culturales multilaterales y mundiales.

Más allá de la denuncia de las lecturas neocoloniales de la globalización que pretenden legitimar una imagen avasalladora del mercado mundial y de las tecnologías de la información sobre los espacios nacionales, debemos repolitizar el ámbito de sus presupuestos economicistas y “neutralistas”. Gracias a la aplicación extensiva de los principios de la economía neoclásica al medio ambiente y a la educación, atribuyéndoles valores monetarios (precios, impuestos, gastos) se justifican, tras los análisis de costo/beneficio, las políticas privatizadoras y las metas productivistas,[9] obviando u ocultando sus impactos depredadores y sus lógicas de exclusión sociocultural. El caso de la educación superior en México, que viene siendo objeto de acoso por las recomendaciones del Banco Mundial, a través de nuestras dóciles instancias gubernamentales, ilustra una amenaza real que se cierne sobre todos los países latinoamericanos, pero cuya crítica no debe disociarse de sus implicaciones económicas, tecnológicas y políticas en el plano internacional (González Casanova, 1998).

Esta orientación neoclásica de la economía se ha expandido a las políticas sobre patrimonio cultural y los proyectos en boga de turismo cultural, las que, de manera convergente aunque con matices o diferencias, auspician UNESCO, ICOMOS, Banco Mundial y los gobiernos latinoamericanos. La información sobre turismo cultural, elaborada por la página web de UNESCO, anuda la ideología preservacionista con los principios valorativos y rentistas de una novísima versión de lo que bien podría denominarse economía cultural. La convocatoria para la XII Asamblea General de ICOMOS (México, 17 al 23 de octubre de 1999) de manera explícita significó al “patrimonio considerado como un recurso económico” para efectos de discutir algunos aspectos problemáticos, como “la economía de la conservación”, “los métodos nuevos de financiamiento”, “el turismo cultural como actividad económica”, etc. No es que postulemos una renuncia a un diseño económico viable en la gestión pública de los sitios culturales monumentales o de los museos: a lo que nos oponemos es a otorgar, sin haberlo discutido, un respaldo al paradigma neoclásico de la economía y su vena ideológica neoliberal. Algunos ejemplos recientes obligan a poner en cuestión el pretendido eficientismo espectacular de los empresarios de los sitios culturales. Las coreografías y el uso de maquinaria pesada han generado en el 2000 ya sus primeros actos depredatorios en los complejos arqueológicos prehispánicos del Tajín (México) y de Machu Picchu (Perú). Los límites permisibles de flujo de turistas sobre corredores preestablecidos para el ecoturismo y el turismo cultural dependen de las condiciones de cada sitio declarado patrimonio mundial de la humanidad. Sin embargo, para los usos empresariales de los sitios culturales, sólo cuentan las ganancias crecientes que acompañan a los ascendentes flujos turísticos. En perspectiva, la lógica de las concesiones empresariales, estimulada por la demanda creciente de los flujos turísticos globales y las ganancias generadas, ha ablandado las instituciones y políticas estatales de conservación. Recordaré igualmente que los impactos devastadores de los incendios provocados a fines de los noventa en el santuario de las Islas Galápagos del Ecuador se debieron a los incontrolables flujos de ecoturistas. Sin embargo, no se han tomado medidas correctivas al respecto, las cuales que no pueden ser compensadas con la colocación de unos cuantos letreros preventivos.


Fuente: www.change.org

 

Corolario

Nuevas reglas e intereses presiden y orientan este proceso global en materia de patrimonio cultural e identidad nacional, situados en los marcos del mercado y del turismo cultural, así como en su construcción mediática. Un ejercicio crítico al respecto nos obliga —como lo hemos hecho en esta ocasión— a la comparación y al tejido de algunas hipótesis, asertos y nuevas líneas de investigación. Lo que debemos subrayar es que el neoliberalismo no solo ha convertido los valores colectivos de la modernidad, en antivalores al servicio del yo empresarial y del poder, sino también a la dimensión ética que garantizaba la reproducción del tejido social y el disfrute popular y nacional del patrimonio cultural, afectando también la justicia y la democracia. El desborde de la impunidad y el desarrollo del crimen organizado allende las fronteras, continúa creciendo en espiral y no puede ser disociado de la construcción de la “marca país”, a pesar de los artilugios mediáticos de la mercadotecnia para ocultarlos o minimizarlos. La justicia neoliberal viene socavando la democracia realmente existente, degradándola y precarizándola. Compartimos, a modo de cierre de palabras, la tesis de Biagini y Fernandez Peychaux:

El neuroliberalismo, al resignificar el sentido de la justicia, ataca al concepto de democracia. Las mayorías —afirman sus teóricos— siempre se encuentran dispuestas a establecer metas políticas y económicas sin tomar en cuenta los mercados. La forma de gobierno democrática se convierte tan solo en un medio para alcanzar un fin. Si se llegara a verificar su inutilidad como medio, debería abandonarse sin miramientos. De ahí que aquellos teóricos aduzcan, sin mayor tapujo, que el individuo puede ser libre en una sociedad cuyo gobierno dictatorial garantice la libertad del mercado (2015, p. 87).

 

Bibliografía:

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  • Anholt, S., 2008. Las Marcas País. Estudios Internacionales, 41(161), pp. 193-197.
  • Biagini, H. E., 2010. Democracia e indianismo. Demos Participativa, 2(4), pp. 30-32.
  • Biagini, H. E. & Fernandez Peychaux, D., 2015. El neuroliberalismo y la ética del más fuerte. 1a ed. Buenos Aires: Octubre.
  • Bloom Consulting, s/f. Ranking de Marca País. [En línea] Disponible en: https://www.bloom-consulting.com/es/ranking-marca-pais [Último acceso: 5 febrero 2019].
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  • González Casanova, P., 1998. Educación, trabajo y democracia. Perfiles Educativos, XX(79-80), pp. 30-42.
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  • Peters, T. J., 1998. El círculo de la innovación: aplique su camino al éxito. 1a ed. Bilbao: Ediciones Deusto.
  • Redclift, M., 1997. A nuestra propia imagen: el medio ambiente y la sociedad como discurso global. En: L. Arizpe, ed. Dimensiones del cambio global. México: CRIM/UNAM, pp. 287-318.
  • Sennett, R., 2005. La corrosión del carácter: las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. 8a ed. Barcelona: Anagrama.
  • Stavenhagen, R., 2002. La Diversidad Cultural en el Desarrollo de las Américas: Los Pueblos Indígenas y los Estados Nacionales en Hispanoamérica. Washington, D.C.: Organización de Estados Americanos.
  • UNESCO, 1998. El patrimonio mundial. El patrimonio-Legado del pasado al futuro. París: Centro del Patrimonio Mundial de la UNESCO.
  • UNESCO, 2020a. Tentative Lists. [En línea] Disponible en: http://whc.unesco.org/en/tentativelists/ [Último acceso: 18 enero 2020].
  • UNESCO, 2020b. América Latina y del Caribe - UNESCO World Heritage Centre. [En línea]
    Disponible en: https://whc.unesco.org/es/lac/
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  • UNESCO, s/f. Centro del Patrimonio Mundial. [En línea] Disponible en: https://whc.unesco.org/es/list/ [Último acceso: 31 enero 2020].
  • Van Hoff, H., 1999. La Convención del Patrimonio Mundial y el estado de conservación, indicadores para la evaluación del estado de conservación de Ciudades Históricas. [En línea] Disponible en: https://www.iaph.es/export/sites/default/galerias/documentacion_migracion/Cuaderno/1233838398661_ph9.herman_van_hooff.capi.pdf [Último acceso: 19 enero 2020].
  • Ziegler, J., 2014. El orden mundial es caníbal, absurdo y mortífero [Entrevista] (22 julio 2014).

 

[1]    Este texto controversial lo he escrito con demasiadas pausas y esfuerzos por avatares de salud, más dictado que escrito gracias a la colaboración de Perla Jaimes Navarro, joven etnohistoriadora y latinoamericanista mexicana, a quien agradezco. Igualmente, agradezco a Francisco Xavier Solé Zapatero por limpiar el ripio escritural encontrado. He elegido como lugar de publicación exclusiva la revista En el Volcán Insurgente. Dicha revista tiene la exclusividad de difusión del mismo. Sin embargo, me tomo la libertad de compartirlo con algunos compañeros a los que mucho aprecio.

[2]    En otra traducción se dice: “se empieza por ceder en las palabras y se acaba a veces por ceder en las cosas” (Freud, 1948, p. 1153).

[3]    Para Milton Friedman, la moral, encarada desde su perspectiva economicista neoliberal, queda significada en la trama del juego especulativo. La denomina “expectación moral”, llamada también “expectación matemática de la utilidad” (2007, p. 25).

[4]    Véase: https://www.cim.co.uk/

[5]    Véase: https://www.ama.org/

[6]    Véase: https://www.anp.mx/

[7]    http://www.infobrand.com.ar/notas/403-Marca-pa%EDs%3A-asignatura-pendiente

[8]    “I) representar una obra maestra del genio creativo humano, o II) ser la manifestación de un intercambio considerable de valores humanos durante un determinado periodo o en área cultural específica, en el desarrollo de la arquitectura, las artes monumentales, la planificación urbana o el diseño paisajístico, o III) aportar un testimonio único o por lo menos excepcional de una tradición cultural o de una civilización que sigue viva o que desapareció, o IV) ser un ejemplo sobresaliente de un tipo de edificio o de conjunto arquitectónico o tecnológico, o paisajístico que ilustre una etapa significativa o etapas significativas de la historia de la humanidad, o V) constituir un ejemplo sobresaliente de hábitat o establecimiento humano tradicional o del uso de la tierra, que sea representativo de una cultura o de culturas, especialmente si se han vuelto vulnerables por efectos de cambios irreversibles, o VI) estar asociados directamente o tangiblemente con acontecimientos o tradiciones vivas, con ideas o creencias, o con obras artísticas y literarias de significado universal excepcional (el Comité considera que este criterio no debería justificar la inscripción en la Lista, salvo en circunstancias excepcionales y en aplicación conjunta con otros criterios culturales o naturales)” (ABC, 2006).

[9]    Véase la crítica a la “economía ambiental” como retórica de los países del Norte en Michael Redclift (1997).