A la memoria de Rafael Herrera
Con tu mujer que lavaba los platos en la cocina y no entendía,
con tu hija que se probaba su vestido nuevo y sonreía,
con la radio que zumbaba por el mundo cosas extrañas,
y la respiración de tu perro que dormía…
Con tus santos siempre dispuestos a bendecir tus esfuerzos por el pan,
con tu niño rubio a quien regalaste una pistola para matar,
que parece de verdad…
con el lecho donde tu mujer no te ha sabido nunca amar,
y los anteojos que pronto deberás cambiar,
¿Cómo es que no logras volar?
Con tus ventanas abiertas a la calle
y los ojos cerrados a la gente,
con tu tranquilidad, lucidez, satisfacción permanente,
con tu cola de repuesto, tus vírgenes en alquiler,
y tus golondrinas de guardia sobre el techo…
[…] con tu dulce consistencia,
tu oxígeno purgado
y tus ondas reguladas en la habitación,
con el permiso de transmitir y la prohibición de hablar,
y cada día, otro día para descontar,
¿Cómo es que no logras volar?
Con tus entusiasmos lentos, precisados por recuerdos estacionales,
[…] con tu coleccionismo de palabras complicadas,
tu última canción para el verano…
Con tus manos de cartón para estrechar otras manos normales,
con el idiota en el jardín para cuidar tus rosas mejores,
con tu frío de montaña y la prohibición de sudar
y luego ya nada de lo que te puedas avergonzar,
¿Cómo es que no logras volar?
de Canzone per l’estate (Canción para el verano)
Texto de Fabrizio De André y Francesco De Gregori, música de F. De Gregori[1]
Ni se tiene ni interesa la buena conciencia, y menos la de quien se amputó las alas: lo que tenemos son merititas tareas. Tareas de esperanza empecinada en medio de los aires y ventarrones desesperanzadores de este fin de año.
Para esas buenas conciencias, acomodadas en sus certezas, el mundo es un escenario, un noticiero, si acaso un tópico de conversación plagado de clichés, de prejuicios, de opiniones injertadas por la televisión, el radio y las instituciones encargadas de reproducir el acomodo a ultranza desde la más tierna edad del ser humano. Sin embargo, en su autismo, esas beatíficas conciencias apuntalan el aparato de atropello que lastima al bien común, en los tantos costados y recovecos de una República que alguna vez quiso ser soberana: cuchilladas y machetazos en el costado laboral, en el educativo, en el energético, en el agropecuario, en el de las comunicaciones... Al tiempo que asusta ver ya esbozada esa figura de los portadores de buenas-conciencias-para-nada en algunos jóvenes, digitales, preocupados por nutrir su biografía embutida en una linda burbuja, en una pantalla infinita, vertido su ánimo en un torneo de virtualidades mientras este país como que se nos va.
Se nos va la vergüenza y eso no es mucho de permitir. Y aunque hay vergüenzas y vergüenzas y no todas son del mismo pelaje, hay certeza en lo que hace años cantaba Fabrizio de André: ¿Qué puede un hombre comprender y compartir si no tiene nada de qué avergonzarse?
Fabrizio De André. Fuente: sulatestagiannilannes.blogspot.com
Días aciagos de dignidades en venta. De serviles legisladores votando a favor de su propia ignominia, y cuyo origen amerita un detenido análisis, de seguro incómodo para todos, pues no somos ajenos a este fenómeno: que perdonen los animalitos, pero ¿de dónde salen tantas cucarachas? ¿de qué basurales? ¿quiénes las mantenemos y toleramos? y, aproximadamente, ¿para qué?
Días tórpidos, de aires grises, de mentes cansadas, de simulaciones y disimulos. De cadáveres al descubierto, descubriéndonos. De Mexican-made decapitaciones, filmadas y luego accesibles, difundidas en YouTube. Días y noches de crueldad inaudita, y de cinismo. De espíritus acomodados en serie, autocomplacientes, perdidos para siempre. Y sin embargo, esos mismos días, éstos mismos martes o sábados o jueves, éste hoy, en otras latitudes o en otros corazones, nada tienen de ominosos. Nacen seres, aparecen promesas serenas, la vida se alza todavía majestuosa y sonríe también por ahí y por allá...
La entereza no es una modalidad de indiferencia ni viene de afuera: es una terca disposición, subrepticia, profunda e inexplicable, es disposición a seguir de pie. Si es preciso con muletas, o con el apoyo de otros y no solo, pero de pie. De pie hemos de estar, anacrónicos, plantados, utópatas, firmes, aguzada la mirada y el oído. Sin eludir lo que toca, sin dobleces. Las cicatrices nos hacen fibrosos, y hasta hay corazones fibrosos que, a pesar de médicos y negocios farmacéuticos, siguen latiendo. Corazones insensatos que seguirán latiendo trastabillados, sin arrepentimientos. No faltaba más. Si no dio el ancho el motivo viviente o inerte del insensato empeño, si dominó al fin el cálculo o el ansia timorata de correcta salvación, o la buena conciencia o la sana sensatez no importa: el fibroso corazón seguirá en su sitio un rato más.
Los desencuentros, incluso los no merecidos, forman parte de esta materia de cada día que hemos de amasar con irremediable inconsciencia y con remendable esperanza. Y eso –quisiera creerlo- no es resignación vulgar sino dignidad. Somos más grandes que los desasosiegos. Más que nuestros miedos, más grandes que la miseria que nos toca atestiguar. Más grandes que nuestra propia miseria. Más grandes que la indiferencia dictada por la cobardía o por la castrante falta de imaginación propia de las almas pasmadas. Vamos más allá, marchando sobre los huesos de nuestros pies, impulsados por nuestros muertos que viven en nosotros.
Me preguntan de pronto que a quién admiro y no sé responder. Que me sonrojo con la pregunta, me dicen. No sé responder porque mis admirados han muerto ya. Muertes categóricas y también ficticias, porque al final, lo sepamos o no, lo entendamos o no, dicen que somos uno y eso también quisiera creerlo. Hay vivos, vivos admirados desde mi escala infinitesimal, pero no se me presentan al instante. Aparecerán luego, cuando reparo en ello, horas, días después, tan entrañados están.
Es así que a un extraño año corresponde un fin de año extraño. Los brindis del corazón no son los decretados por un “jefe” o los previstos en la rutina celebratoria: son los de los hermanos de lucha. Porque aunque parezca mentira o palabrerío de ocasión, de eso todavía hay. Y eso se escribe solamente con el gaznate anudado. Las tempestades están reiteradamente anunciadas y en curso. La certeza de la tormenta en el horizonte no nos abandona, pero tampoco nos amedrenta.
Así las cosas, como parte del asalto permanente del capital contra nuestra soberanía y contra nuestro Pueblo, y donde juega su parte la complicidad de nuestra propia condición de subciudadanos, en virtud de las aberraciones perpetradas por la mayor parte de los legisladores y sus partidos de madre, la vital geóloga María Fernanda Campa nos advierte en una reunión sobre la megatóxica minería de tajo abierto por metales, que otra víctima del embate actual ha sido el Artículo 25 Constitucional, y ahora, hasta los ojitos de agua en todo nuestro país podrán ser comprados por particulares. Esa práctica ya se ha estado haciendo de manera solapada y sistemática, pero ahora queda consagrada en la Constitución, en la Carta Magna de México impuesta por y para el Capital. ¿Qué tan secamente ciegos estamos en nuestro interior como para heredarle a nuestros hijos y nietos semejante condición de vulnerabilidad objetiva? ¿qué tipo de ceguera desecada hace que regalemos nuestros ojitos de agua esta navidad a cualquier oportunista? ¿sabemos lo que significa para la vida un ojito de agua? De seguro, quien les puso ese nombre cariñoso, tan lejano de la especulación y del cálculo, no fue ni un rastrero legislador, ni un televidente programado en consonancia con la temporada decembrina.
Fuente: http://carrerojosemaria.blogspot.mx/2012/04/los-manantiales.html
El encuentro entre mundos diametralmente opuestos es a menudo muy ilustrativo en nuestro país. No en balde, cuando el desvergonzado presidente en turno mandó poner precio a los terrenos que quería comprar en Atenco, un impresentable locutor de esos que abundan, pretendía frente a los micrófonos y con insistencia insolente, presentar como necio al campesino que entrevistaba, ante la negativa a vender sus tierras para un nuevo aeropuerto. El campesino, de esos que bautizan a los ojitos de agua como ojitos de agua, le hizo el favor al auditorio de dejar sin habla al locutor con una sola pregunta (que en un arranque de imposible sinceridad el empleado podía haber respondido positivamente): - Oiga, ¿usted vendería a su madre?
Y claro, todas estas cosas deplorables -como la de transformar a pedacitos a la Constitución en un papel sanitario- pasan no por magia prenavideña, ni vienen dentro de una piñata entre tejocotes y cacahuates; pasan porque el Capital hace lo que le corresponde dada su naturaleza, y lo hace con eficacia y eficiencia: convertir en mercancía cualquier cosa, proceso, aliento, suspiro. Sin embargo, eso al fin no es lo importante para el caso, pues el caso es nosotros… suponiendo que, aunque medio aturdido y enclenque todavía hay un nosotros… ¿qué nos corresponde a nosotros?
Entonces, ante éste otro colmo inadmisible, el de los ojitos de agua en venta, encontramos entre los restos pisoteados de la piñata un pequeño libro con algunas conferencias de Tagore, cuya prosa precisa y categórica viene al caso, recordándonos la importancia crítica de la disposición del ser humano frente a las adversidades. Se trata de un texto esencial del escritor, educador y músico bengalí, y del cual sólo me ocuparé de su primera afirmación, suficiente, pues bien ajusta aquí a manera de colofón para tiempos inauditos:
La peor forma de esclavitud es la falta de esperanza,
que encadena a los hombres a la pérdida de fe en sí mismos. [2]
Fuente: http://www.firstpost.com/living/tagores-bust-unveiled-at-buddhist-temple-in-indonesia-535962.html
[1] Con leves variantes, la canción se puede escuchar en http://www.youtube.com/watch?v=R8JdsQDuorQ (Fabrizio de André) o en https://www.youtube.com/watch?v=R3GPC88xG_Q (Francesco De Gregori).
[2] Tagore, Rabindranath, 2012 [1917]. Nacionalismo. Todas las grandes naciones de Europa tienen sus víctimas en otras partes del mundo. Taurus Ed., México.