Haciendo arqueología de la arquelogía… Rehaciendo historias

Centro INAH Morelos

En ocasiones y por diversos motivos no es posible entregar informes o redactar artículos sobre los trabajos arqueológicos que uno realiza. El artículo que ustedes ahora leen es una recuperación de trabajos realizados en el estado de Guerrero y que por las razones que se explican, permanecía en el cajón de los recuerdos. La idea de darlo a conocer aún sin la rigurosa información derivada de un trabajo arqueológico, tiene como finalidad el recuperar la información sobre el patrimonio que en esta materia tiene una región del territorio guerrerense.

 

Cualac,  Guerrero

En octubre de 1980, cuando estaba por terminar la exploración de la estructura piramidal en el centro de Huamuxtitlán, pueblo localizado en la Región conocida como la Montaña, un sismo cimbró la Región. Pasado el susto, empezaron a saltar a la vista los destrozos de las casas (fotos 1 y 2) y de los templos, y, casi de inmediato comenzaron las promesas de apoyo, pero se quedaron en eso: promesas.

El único apoyo que llegó fue el del Gobierno de esa Entidad y estuvo destinado a la reconstrucción de casas habitación. Al paso de los días, la preocupación de la gente por sus templos fue creciendo, porque no tenían los recursos para su restauración, y, la religión, en todos los tiempos, ha sido para el hombre parte del motor de su vida.

 
Foto 1. Huamuxtitlán


Foto 2. Alpoyeca

Mis frecuentes incursiones a varios pueblos y comunidades de esa región para sustentar un proyecto arqueológico, así como la amistad con algunos sacerdotes en esta parte de la montaña, me crearon un compromiso moral para ayudar a buscar las instancias a las que podían recurrir para solicitar apoyo. Empecé por hacer un registro fotográfico de los templos dañados desde los más sencillos y recientes con techos de madera y teja, hasta los de bóveda de cañón y grandes cúpulas (fotos 3 a 9).

 
Foto 3. Totolapa (Mpio. Huamuxtitlán


Foto 4. Tlalapa (Mpio. Cualac)


Foto 5. Alpoyeca


Foto 6. Huamuxtitlán


Foto 7. Temalacatzingo


Foto 8. Atlamajalcingo del Monte


Foto 9. Xonacatlán (Mpio. Alcozauca)

Posteriormente, a través del Arq. Rafael Gutiérrez, un compañero del INAH, contacté a la Arq. Norma Laguna O. entonces Residente de SAHOP en Cuernavaca y responsable de monumentos en zonas federales en cinco estados, entre ellos Guerrero.  Le expliqué el problema y se programó la visita con la finalidad de valorar los daños y que orientaran a los pobladores para solicitar el apoyo a las instancias correspondientes.

Finalmente, pasados varios meses de haberse entregado las solicitudes de los pueblos, incluso algunas escritas a mano y en náhuatl, aproveché la buena relación con el secretario de obras públicas del nuevo gabinete en el Gobierno del Estado de Guerrero y pedí su apoyo a esa petición. Es probable que ese apoyo fuese más por interés político que el de conservar la arquitectura de los templos, pero, lo que importaba eran los recursos, los cuales, pasados otros meses más se obtuvieron. Tiempo después me enteré que el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, entonces director de SAHOP -ahora SEDUE- en el transcurso de una visita a Acapulco y previa invitación del Gobierno del Estado, autorizó varios millones de pesos para los trabajos de restauración.

Desconozco el proceso en la selección de los templos, pero solo  8 fueron favorecidos, aunque se dijo que los demás entrarían en una segunda fase, que nunca se dio. Una vez licitado el proyecto, se establecieron las normas para los materiales utilizados en la restauración arquitectónica y las técnicas de la misma. Junto con ello, se acordó que en los templos a intervenir se hicieran excavaciones arqueológicas como parte de esos trabajos; éstas estarían a cargo de un arqueólogo y en algunos casos se harían otros pozos estratigráficos.

La supervisión de los avances y observaciones de la obra, estuvieron a cargo de los arquitectos Norma Laguna O. y otro colega por parte de SAHOP y de un  arquitecto del Departamento de Monumentos Históricos, por parte del INAH, el cual, sin embargo,  debió tener problemas para desplazarse periódicamente hasta estos recónditos lugares, porque nunca hizo acto de presencia. Las excavaciones  estuvieron a mi cargo, apoyada por Josefina Gasca Borja, entonces pasante de arqueología.

El primer templo al que haré referencia es el de san Miguel en Cualac, pueblo ubicado entre los de Olinalá, Chiepetlán y Huamuxtitlán, donde los trabajos arqueológicos se realizaron entre agosto y septiembre de 1982.  En ese tiempo, las casas, como en casi todos aquellos pueblos, tenían techos de teja, pero había una que llamó mi atención porque en su “corredor”, destacaban unos pilares  hechos con piedras circulares, seguramente traídas de algunas construcciones prehispánicas que aún quedaban en sus alrededores (foto 10).


Foto 10

El templo, ya afectado por sismos pasados, perdió en alguno de ellos su techo que debió haber sido de bóveda de cañón y en su lugar quedaba uno a dos aguas con vigas de madera y teja. Las paredes o muros laterales conservaban unos debilitados contrafuertes, alguna vez también reconstruidos. El nuevo techo tuvo las mismas características y sólo se añadió una trabe perimetral a la que se anclaron las vigas o viguetas de madera (foto 11).


Foto 11

Los contrafuertes, en cambio, se reconstruyeron desde su desplante, se iniciaron a mayor profundidad, y aunque al exterior se les puso la misma piedra caliza que los recubría, el interior se reforzó con alma de varillas amarradas o ancladas a una zapata del mismo material (fotos 12 y 13).


Foto 12


Foto 13

En el lado izquierdo o norte del templo, las excavaciones dejaron al descubierto muros inconclusos o fragmentos de éstos. Uno de los más completos, cuyo punto de inicio posiblemente sea el mismo que el de la pared actual, tiene diferente orientación y está desplantado a mayor profundidad. (foto 14). Ello dio lugar a especular en un cambio en la orientación del templo, aunque las razones eran desconocidas; sin embargo, el hallazgo parcial de una construcción prehispánica vino en apoyo de esa especulación. 


Foto 14

En otro de los pozos, ubicado entre la capilla izquierda y el presbiterio, y que se  profundizó un poco más, encontramos la esquina de una construcción repellada con barro café oscuro distinto a la tierra del relleno; iniciaba 60 centímetros abajo del inicio del cimiento de muro o pared actual y a 40 centímetros hacia el interior. Al limpiarla nos percatamos, por sus características constructivas, que se trataba de la esquina de un cuerpo piramidal que se encontraba bajo el templo (foto 15)


Foto 15

La esquina de barro mide 70 centímetros de altura y se prolonga hacia el interior del templo. Este hallazgo y las características de su ubicación, afianzan la idea de que los misioneros en su afán de imponer la religión católica sustituyendo los símbolos sagrados, modificaron la orientación del templo para que el altar mayor quedara sobre el cuerpo de la estructura piramidal. Lamentablemente no fue posible explorar más allá de 60 u 80 centímetros a uno y otro lado (foto 16).


Foto 16

En las otras calas y pozos se encontraron entierros humanos asociados con cuentas de vidrio y una medalla con la representación de una virgen, lo que explica que en este atrio se siguió la costumbre de utilizarlo como cementerio para determinadas personas.  

De los entierros explorados, dos llamaron mucho mi atención, tanto por el lugar en donde fueron encontrados como por los objetos de su ofrenda. El primero, numerado como 3, fue de una persona joven, estaba debajo de un contrafuerte, como si hubiese sido colocada para iniciarlo. Estaba en posición decúbito dorsal extendido (boca-arriba) y ataviado con collares de concha y piedra verde, de los que quedaban cuentas circulares y cilíndricas, pequeñas conchas enteras y algunas placas de este mismo material, en su mayor parte muy deterioradas y deshechas (fotos 17 y 18).   

 
Foto  17  


Foto 18

El segundo entierro fue de un niño entre 8 y 12 años, numerado como 12, y se encontró junto al inicio de otro contrafuerte. Estaba en decúbito dorsal y tenía cascabeles de cobre a la altura de los tobillos y algunas cuentas de piedra verde, de lo que fue un collar (foto 19).

 
Foto 19

Respecto a la ubicación de los entierros, si éstos por su ofrenda fueran prehispánicos, podría parecer una coincidencia el haber estado en el lugar donde se desplantaron los contrafuertes; sin embargo, el respeto de los pueblos por los restos humanos habría hecho que los removieran y no fue así. Por otra parte, los huesos debieron estar cubiertos por la mezcla de cal y arena sobre la que asientan las primeras piedras y además deshechos por el peso de éstas; pero sólo estaban rotos y cubiertos por una delgada capa de tierra, incluso las costillas aún siendo tan frágiles, se encontraron completas. Por ello considero que su ubicación no fue casual ni fueron “entierros” de época prehispánica.

Partiendo de este planteamiento, las cuentas de piedra verde y la concha de los collares, así como los cascabeles, parecieran indicar que las costumbres prehispánicas de ataviar a sus muertos perduraron en este lugar muchos años después de la conquista. Pero el lugar donde fueron enterrados queda fuera de esas costumbres, porque no existen evidencias de enterramientos debajo de columnas, pilares o muros de las construcciones prehispánicas a manera de ofrendas o sacrificios.

Mientras los exploraba, trataba de encontrar una explicación del por qué fueron enterrados en esos lugares y empezaron a llegar recuerdos. En Zumpango del Río, cuando llovía demasiado y las crecientes aguas del río Mezcala, pasaban por encima del puente, la gente se atemorizaba por la posibilidad de que la corriente se lo llevara o cayera en ella. Pero a la vez, había una cierta tranquilidad, porque se decía que “estaba bien sostenido”  y “no le pasaría nada”. La tradición oral aseguraba que en cada una de las columnas o pilares que apoyaban al puente había los restos de una persona que fue colocada de pie para que sostuviera al pilar y gracias a ellos el puente no caería.

Esta versión de “emparedados” para dar resistencia a puentes y quizá a otras construcciones, parece común dentro de las “creencias populares” en las distintas regiones del país, pero su origen se ha perdido en la memoria del tiempo.

 

NOTA.  Durante varios años me acosó el sentimiento de culpa por no haber publicado en su momento algunos trabajos realizados en esta parte de Guerrero. Pero, sobre todo, por haber perdido libretas de campo con información, dibujos y hasta observaciones del trabajo en los templos, como la modificación del número de óculos en el tambor de la cúpula del templo de Xochihuehuetlán, entre algunas; Haber perdido los planos de los templos con la ubicación de excavaciones y entierros, olvidados en casa del ingeniero responsable de la restauración cuando impartí una plática del trabajo arqueológico y nunca los recuperé a pesar de solicitarlos varias veces, incluso a través del arquitecto Gutiérrez; a ello se suma el haber perdido buena parte del registro fotográfico, por haberlo prestado a diferentes personas y dependencias para sustentar la restauración, material que tampoco me fue devuelto ni entonces ni después.

A pesar de ello, considero pertinente la publicación de este testimonio. Los datos que utilizo, incompletos en algunos casos, son anotaciones en dibujos que en su momento fueron provisionales.