Número 70

59 LEOPOLDO: —Este anís le va a encantar maestro, ¿copita llena verdad? ¡Ah, no! ¿solo la mitad?, ¡bueno con eso es suficiente para brindar! Yo trato de ejercer la mesura como la he aprendido de usted, pero a veces soy reacio e impaciente, (susurra) ¡por eso me voy a tomar la mitad que usted no quiso!, tenga su copita ¡Vamos a decir Salud! ¡Salucita! ¡De veras que gusto de tenerlo aquí, en mi modesta rebotica! ¡No sabe cuánto lo he admirado! (leves tosidos) Me acuerdo, maestro, que cuando se hablaba de abrir la primera cátedra de Farmacia en el Establecimiento de Ciencias Médicas, yo siendo médico y cirujano creía que podría ser el primer profesor, tenía ese interés por incorporar las enseñanzas químicas de Lavoisier aplicadas a la preparación de los medicamentos. ¡No, querido profesor, no! ¡ Jamás rechazaría a los boticarios!, Yo aprendí de ellos, algo les debo de mi formación, (tose ligeramente), pero si tengo objeciones contra ellos: son gente de oficio, pero son empíricos; lo mismo son grandes observadores que flojos para pensar; llegan a un resultado y ahí se conforman, solo les interesa la mercancía y el dinero. Por eso es difícil ser aprendiz del oficio de boticario, tiene uno que discernir entre las buenas enseñanzas de las preparaciones y los malos hábitos que ejercen; este vicio del anís, por ejemplo, lo traigo de entonces, pero ¡Salud de nuevo maestro! El boticario te decía “oye tu muchacho, mañana te voy a enseñar a preparar tal elíxir, trae más alcohol por si hace falta” y la mitad era para el elíxir y la otra para su enorme panza, ¿ha visto que todos los boticarios son panzones? ¡Siempre terminábamos borrachos en la rebotica! Y mire la diferencia entre un empírico y un formado en aulas: usted y yo delgados y finos, aquí entre matraces y botámenes, (se da cuenta que están bebiendo y se justifica) departiendo, si con anís, pero hablando seriamente del futuro de esta nación. También son delgados y muy elegantes esos maestros sobrios y sabios del Colegio de Minería, cuando explicaban las teorías de los elementos y las reacciones que constituyen la esencia de todas las cosas del universo, nos volaban los sesos, (se emociona) nos hacían ver el cielo estrellado igual que por un catalejo y uno dudaba de que si somos el macrocosmos o el micro universo, pero al final igual y todos somos de la misma materia. (reflexivo) Ahora que lo pienso maestro, eso también era como un estado de borrachera, pero de pensamientos complejos. Si, profesor, si respeto a los boticarios, porque algo aprendí de ellos, pero mi aspiración era ser versado como esos maestros. Por eso cuando usted fue elegido el primer catedrático de Farmacia en México, lejos de molestarme por haber perdido en la terna, decidí inscribirme como su alumno. Usted viene de esa estirpe de boticarios observadores, si, empíricos, pero decidió tomar clases de botánica con el ilustrísimo español Vicente Cervantes en el Real Jardín Botánico y luego, yo recuerdo verle a su grande edad con el tratado de Lavoisier bajo el brazo me decía ¡Yo quiero ser como Don José María Vargas! ¿le sorprendió ver mi nombre inscrito en su lista de aspirante a alumno? Si, lo sé. Y sabía que me aceptaría de alumno, porque yo tenía una ventaja sobre los demás alumnos: yo ya conocía de las reacciones

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