Número 70

20 Contrario a las cuestiones claves ya mencionadas por Spector, existe un malentendido de lo que se presupone debe ser la arqueología de género de acuerdo con Tringham (1999: 103) quien considera que debe ser capaz de identificar el género en el registro arqueológico y para ello parte del análisis de la unidad doméstica (household archaeology) como la unidad de análisis de las relaciones sociales de producción corresidenciales o familiares entre las que se incluyen las relaciones de género; sin embargo, prefiere denominarlas “unidades de cooperación [ya que] resulta arqueológicamente más atractiva porque resulta posible partir de la premisa de que las acciones corporativas también tenían lugar a otros niveles: linajes o aldeas” (Tringham,1999: 107). Entendido de esta forma, las unidades domésticas pueden ser desplazadas por esos componentes corporativos en donde las mujeres ya no juegan un papel marginal y de reproducción sino de colaboración y organización productiva, por lo que las actividades de las mujeres consideradas “domésticas” o de “mantenimiento” ya no son actividades secundarias frente a los trabajos productivos generalmente asociados con los hombres. Por ello Wieshew refiere que siempre se ha considerado que la especialización se efectúa por fuera del ámbito doméstico, por lo que rebasa lo que serían las líneas de parentesco y pone en entredicho la división del trabajo por género, ya que lo más probable es que hubiera una participación de varios miembros de una unidad doméstica, acotando que “distintas tareas específicas o pasos dentro de la cadena operatoria del proceso productivo pudieron haber sido ejecutadas por diferentes integrantes del grupo doméstico, no solamente de acuerdo con la categoría de género sino también con la edad o las habilidades artesanales de determinados individuos de la unidad” (Wieshew (2006: 146). Sin embargo, no se le llama grupo doméstico a cualquier grupo multifuncional, ya que éste se constituye, de acuerdo con Hammel y según refiere Devillard, “en torno [a] las actividades más directamente relacionadas con la reproducción social inmediata…[y] a mayor densidad de actividades, mayor corporativismo del grupo doméstico” (Devillard, 1990: 104). Como concepto analítico, el grupo doméstico tiene que construirse a partir de las actividades registradas en las diferentes unidades. No obstante, la definición de la unidad de residencia, la casa o el domus a la que se asimila ese grupo doméstico, no sólo debe ser analizado a partir de la evidencia material de vivienda (en donde se vive, descansa o come) y que como concepto de análisis resulta complejo, ya que es posible que visto con los ojos actuales, ciertas actividades resulten subordinadas o no trascendentales para llevarse a cabo en el interior de las unidades domésticas de las distintas épocas. Y al parecer la integración sine qua non en una unidad de trabajo es, de acuerdo con Devillard (1990: 104, 108) lo que define la pertenencia a una casa y a los derechos redistributivos de su pertenencia (manutención y herencia) y no al revés, por lo que debiera darse prioridad a las actividades que distinguen a los grupos domésticos y no a su morfología, toda vez que “el análisis puesto en la morfología y la práctica corriente de tomar las relaciones genealógicas como su rasgo más sobresaliente nos lleva a menudo a olvidar que la estructura del grupo doméstico no se limita a dichos lazos, sino que abarca todo un conjunto de dimensiones significativas irreducibles al parentesco” (Devillard, 1990: 104). Tringham (1999: 128) insiste en que para abordar las relaciones de género en los estudios de arqueología, es necesario entender “la complejidad de los nexos entre organizaciones domésticas, formas de herencia y la división sexual del trabajo” en los cuales los modelos tradicionales de la prehistoria europea, caracterizados por el paradigma dominante del macho-cazador y hembra-recolectora enfatizan en que hay “una correspondencia del tipo agricultura de azada/ trabajo de mujeres/poder masculino encubierto/

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