Número 68
46 sas de descanso, con varillas y tabiques sem- brados. Y justo desde esta ventana se percibe la pandemia de la COVID-19 antes de que se propagara la esperanza que representaron las vacunas en el mundo entero. Es diciembre de 2020, y en mi pueblo los negocios de comida y tiendas de abarrotes se encuentran saturados de gente haciendo sus compras, lo cual significa que las fami- lias tendrán buenos ingresos económicos. Ese mismo diciembre, mi madre y mi herma- no atienden su negocio, aunque el flujo de personas caminando por el pueblo es menor que otros años; los clientes siguen entrando a comprar lo que necesitan para su despensa; la mayoría es gente que proviene de la Ciu- dad de México, el uso de cubrebocas no es uniforme y aun así continúan arribando a los negocios y al pueblo. Mi madre porta un cu- breboca y procura no tocarse la cara, aunque es diciembre, la temporada invernal, y debe- ría hacer frío, el calor del sur morelense de repente se hace presente y es una sensación de bochorno, misma que, afirma, le provoca comezón en los ojos, pero intenta no rascar- se; es 31 de diciembre y el negocio se cierra a las 21:00 horas. El 2021 está iniciando, y los d ías pasan sin imaginar lo que se aproxima. Es la se- gunda semana de enero y mi mamá, como to- das las mañanas, reza en un altar en el que sobresale la imagen de la Virgen de Guada- lupe y Jesús Nazareno –el Señor de Tepal- cingo–. De repente no puede respirar, piensa que es porque está orando de prisa, se sienta y vuelve a tener la misma sensación, comenta que ha estado un poco resfriada y no sabe qué pasa. Un oxímetro en su dedo índice marcan- do 68 de saturación evidenció las consecuen- cias de la alta movilidad en el estado. En este sentido, las incertidumbres se agudizaron en la segunda ola de contagios, en donde conseguir cilindros de oxígeno resultó una labor titánica, los establecimientos de las principales ciudades del centro de México se encontraban con largas filas, el desabasto de tanques era evidente, y una constante en es- tos locales fueron los letreros que indicaban que solo se podían rellenar tanques de oxíge- no y no tenían disponibilidad de equipos para renta. De repente la desesperación llegaba, porque el tiempo de espera en las largas filas para conseguir ox ígeno se volvía más lento. Es el día cuatro desde que mi madre está en cama, tiene un concentrador de oxígeno puesto a 3.5 litros por minuto día y noche, su oxigenación es inestable, puede subir a 90, pero de la nada bajar a 85. En mi cuerpo sien- to los estragos de desvelarme, estoy cansado física y emocionalmente. Es el tercer sábado de enero por la mañana, tengo una sensación de cansancio que va acompañada de un olor fétido y pienso que la comida que ingiero está echada a perder; expreso a mi familia que algo no está bien, que un cansancio muy fuerte me acompaña, y que durante toda la mañana he tenido diarrea. Sé que el miedo es una sensa- ción que estoy experimentando, pero ese mie- do no es por m í o lo que me pueda pasar, pien- so que soy joven y no va pasar a mucho. Aislado en mi habitación, el día transcu- rre y mi oxigenación se mantiene en 98 y 96, pienso que todo será pasajero, que los síntomas en máximo 7 días se irán. El olfato y el gusto desaparecen ese mismo día, el olor fétido fue esa mañana y desapareció, un dolor de cabeza me aqueja en la noche y un paracetamol logra hacerlo llevadero. Los días posteriores fueron iguales, sin olor ni sabor, con dolor de cabeza y con una particular molestia en los ojos, mi saturación de oxigeno empezó a descender, y el oxímetro marcaba entre 90 y 92; ya con trata- miento médico iniciado, lo único que me seguía importando era la salud de mi madre. En mi caso me preocupaba que mi satu- ración de oxígeno continuara bajando, pero lo que no consideraba como un dato alarman- te era la frecuencia card íaca, misma que el oxímetro marcaba entre 115 y 185. Llegó el día seis desde el primer síntoma, una tos seca me aquejaba, mi oxigenación llegó hasta 85 y empecé a necesitar oxígeno, primero a dos
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